LA VERDAD DE LA CALLE
DAVID TORRES
La
calle es el lugar donde pasan las cosas. Esto parece una perogrullada, pero
hace muchos años que el periodismo abandonó la calle a cambio de los oráculos
en los hemiciclos, los comunicados de agencia y las ruedas de prensa. No se
pregunta a esa señora que va acarreando la bolsa de la compra o al camarero del
bar, sino que se confía en las noticias regurgitadas desde las tertulias de la
radio y los platós de televisión. Antes se enviaban reporteros a cubrir una
guerra o a entrevistar a un tirano; ahora google es el país más grande del
mundo.
La
noche del jueves y del viernes, al caer el sol -que es el momento en que paran
las rotativas y se empaqueta la información para el día siguiente-, empezaron
las noticias de verdad. En la calle, el único lugar donde ocurren las noticias
que merecen tal nombre. En Niza un camión homicida arrolló a una muchedumbre
aterrorizada dejando a su paso ochenta y cuatro muertos, cientos de heridos y
miles de familias rotas. Todavía nadie ha contestado a la pregunta esencial, es
decir, cómo pudo un camión sin autorización entrar tan fácilmente en una zona
peatonal abarrotada de gente con una ciudad literalmente blindada por la
policía que celebraba el día de la fiesta nacional.
Cuando
una serie de atentados terroristas sacudió Bruselas el pasado marzo, de
inmediato los expertos tertulianos achacaron el fallo de seguridad a la
debilidad de un gobierno en funciones. Por supuesto, esto no sucedió en
Francia, un país donde la policía lleva meses enfrentándose a los manifestantes
en huelga y que acaba de franquear con éxito una alerta roja durante la pasada
Eurocopa. Por eso, al día siguiente de la masacre, con el país entero sacudido
por el pánico, Hollande calmó los ánimos asegurando que se habían tomado todas
las medidas de protección posibles y el ministro del Interior corroboró que el
dispositivo de seguridad se había desempeñado de forma impecable. Menos mal. En
cuestiones de terrorismo, ha quedado tristemente demostrado que la diferencia
entre un gobierno en funciones y un gobierno funcionando es de cuarenta y
tantos muertos.
La
noche del viernes, sin tiempo apenas para digerir los titulares, un golpe de
estado conmocionó Turquía y estuvo a punto de derrocar al presidente Erdogan.
Hubo una razón esencial para que el golpe no triunfara y es que los turcos se
echaron a la calle y defendieron la legalidad vigente del único modo posible:
interponiéndose en el camino de los tanques, las ametralladoras y la
bestialidad. El resultado ha quedado escrito con sangre: casi trescientas
víctimas mortales y más de seis mil detenidos, de momento. Algunos analistas,
muy críticos con el lamentable gobierno de Erdogan, lamentaban el fracaso de la
asonada, sin caer en la cuenta de lo feo que queda lamentar un golpe de estado
fallido en vísperas del 18 de julio. Otros han señalado la importancia de las
redes sociales al organizar rápidamente la resistencia civil, pero la auténtica
batalla tuvo lugar en la calle, que sigue siendo el corazón del pueblo, de la
ciudadanía, de la política y de la verdad. No hay otro lugar que los grandes
poderes teman más. La última intentona de tomarlo a fuerza de irrealidad se
llama Pokemon Go.
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