PARA EL ATRIL Y SUS FETICHES
GUILLERMO DE JORGE
En ocasiones, a este individuo que
intenta escribir estas líneas, se le agolpan –de sopetón, todo hay que decirlo-
una serie de imágenes que no dejan lugar para la imaginación. Y no hablo en
vano. Me refiero a aquellas fiestas que se organizaban en el Instituto. Sí, mi
querido lector, recuerdo a aquellos espontáneos que, sin previo aviso, se subían al atril o a aquel turbio, deshojado
y enemistado escenario que habían preparado para la ocasión y que utilizaban la buena predisposición del público o, en
otras palabras, la confianza dada para espetar, sí, mi querido lector, para publicitar
todo aquello que no habían sido capaces de expresar en condiciones normales, o
en otros ámbitos, o en otros foros. Yo, como buen observador que nunca fui,
siempre opté por quedarme en un segundo plano, sin ningún tipo de ánimo de
alentar tal propósito. Nunca me pareció correcto aprovechar la hospitalidad
ajena, ni tampoco un brindis, para expresar mi malestar ni para opinar en
contra del anfitrión, ni en contra de nadie -hoy no voy a caer en el
eclecticismo, ni tampoco en lo ecuménico, y menos cuando con una mano recoges un
premio y con la otra le quitas la cartera al anfitrión -quizás, habría que
apelar a la integridad de todos aquellos que no estando de acuerdo con la
organización de algún evento o acto, simplemente no acuden y, como señores,
posponen la invitación para otra ocasión. Eso sí, sin aceptar premio ni fama;
pero supongo que esto último a veces sea demasiado pedir, ya que no alimentar
el ego lo suficiente puede ser dañino para la salud o para el nihilismo, que es
lo peor-.
En esta sociedad que nos ha tocado
vivir, una de las motivaciones más importantes del ser humano ha sido la
defensa de las causas, dejando atrás el verdadero motor de toda idea o dogma:
los principios éticos y morales. Para defender la lucha de una causa debe
realizarse un ahondamiento serio de su origen y de su porqué. Debemos no sólo de
quedarnos con lo superfluo, sino que tenemos que intentar descubrir todas
aquellas posibilidades que puedan hacer no posible la aplicación plena de ese
dogma – discúlpeme, mi querido lector, pero siempre que hablo de dogmas se me
ponen los pelos como escarpias; hecho que atribuyo generalmente a mi visión
escéptica de la realidad-.
A veces, aún me da la sensación que hoy en
día nadie quiere darse cuenta que vivimos una situación verdaderamente
complicada. Supongo que esta actitud viene dada a que, sin darnos cuenta, hemos
aceptado la errónea concepción de que el derecho no es una responsabilidad del
ser humano, sino que su naturaleza emana de la necesidad de la comodidad individual
y del bienestar personal más absoluto, a costa de lo que sea. Y quizás, es ahí
donde hemos perdido en cierta manera la razón y en algunas ocasiones incluso
las formas.
Guillermo de
Jorge
@guillermodejorg
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