YO EN VALLECAS, TÚ EN CHAMBERÍ
ANA PARDO DE VERA
El líder de VOX, Santiago
Abascal (c), asiste al acto de presentación de la candidatura de Rocío
Monasterio para las próximas elecciones en la Comunidad de Madrid, este
miércoles en el distrito de Puente de Vallecas, Madrid.- EFE
La estrategia de Vox de acudir al barrio de Vallecas, uno de los grandes enclaves de la izquierda y la militancia antifascista en Madrid, es tan vieja como las propias ideologías totalitarias sustentadas en el racismo, la homofobia, la xenofobia, y el machismo, o hasta la misoginia. Cada neofascismo tiene sus especificidades y en el caso de Vox son, además de las líneas generales compartidas con otras ultraderechas europeas, un rancio conservadurismo recuperado de las épocas más oscuras de la Historia de España: ultracatolicismo, monarquía, nacionalismo español y protección de las elites resultantes del pacto del 78, asentadas de la etapa anterior, la dictadura franquista.
El líder de Vox,
Santiago Abascal, lo ha dejado muy claro elogiando a Franco como ejemplo de
buen hacer antes que el Gobierno democrático de coalición de PSOE y Unidas
Podemos. Una aberración no lo suficientemente condenada en una democracia que
se dice plena.
Mientras el ruido
de los insultos de Abascal a los/as vallecanos y de las cargas policiales se
van apagando, toca analizar cómo se ha llegado hasta aquí, más allá del hecho
puntual de la apertura de campaña de Vox en Vallecas, que ya no auguraba nada
bueno a las instituciones responsables de la seguridad de los madrileños
("Si Abascal no hubiera hecho de policía, tal vez no habría 21 agentes
heridos", ABC, jueves 8 abril)
Pudiera parecer que
la idea de celebrar el primer mitin en Vallecas (5,3% del voto para Vox en las autonómicas de 2019) era nada más que
la búsqueda desesperada de un protagonismo -y seguramente, el voto- perdido en
beneficio de Isabel Díaz Ayuso y su PP trumpista. Algo de eso hay también; de
hecho, fuentes cercanas a la candidata de Vox a la Presidencia de Madrid, Rocío
Monasterio (todavía muy desconocida entre los madrileños, según el CIS),
argumentaban este lunes que, viendo el ruido de unos y de otras, habían
decidido posponer su inicio de precampaña creyendo que les beneficiaba. Es
discutible la efectividad de la tardanza pero es evidente la entrada en tromba
de Vox en la agenda electoral madrileña tras el mitin en Vallecas; un mitin en
el que, por cierto, Monasterio apenas fue protagonista unos ruidosos minutos.
¿Qué pretendía
Abascal, en realidad? Lo mismo que Albert Rivera en Euskadi y el PP en Euskadi
y Catalunya: con unas perspectivas de voto muy preocupantes que, en algunas
encuestas expulsan a Vox de la Asamblea, los ultraderechistas han decidido
asegurarse y tratar de reforzar sus principales feudos en Madrid capital
(Chamberí, Salamanca, Chamartín...) y en los municipios del norte de la
Comunidad, los de mayor renta per cápita. Para ello, por supuesto, harán
campaña y mítines en estos distritos y pueblos, pero sus acciones provocadoras,
ruidosas, insultantes incluso (hablando de socialcomunismo asesino, racismo y
xenofobia en los barrios y municipios más racializados e izquierdistas de
Madrid) no cesarán. Ir a Vallecas para ganar los votos del barrio de Salamanca
mediante la justificación de la violencia y el ataque que, según su
argumentario fake, provoca el demonio rojo.
Hagamos memoria: el
14 de abril de 2019, el entonces líder de Ciudadanos, Albert Rivera, acudió a
Errenteria (Gipuzkoa), un municipio vasco gobernado por la izquierda abertzale
de EH Bildu, el partido más demonizado por la (ultra)derecha española. Entre
abucheos, insultos y un puñado de asistentes naranjas al mitin (sospechosamente
parecidos a los miembros de su equipo en Madrid), Rivera cargó contra EH Bildu
y reivindicó su derecho a dar mítines en Errenteria y en Euskadi, porque ese
municipio "es de todos los vascos y de todos los españoles". Menos de
quienes estaban allí, al parecer, y que son insultados por su ideología día sí,
día también por Cs, PP y Vox. Era la campaña a las generales: yo voy a
Errenteria para que tú votes en Madrid.
Te insultan y debes
callar. Y otras veces, te apalean y debes callar. Ocurrió con el PP en
Catalunya durante el referéndum del 1-O en 2017, pero esto no fue más que la
guinda de un plan perfectamente trazado desde FAES ya en la etapa de Aznar:
todo lo que viene del nacionalismo catalán (mayoritario en Catalunya una y otra
vez), es malvado. Es malvado, entiéndanme, cuando no los necesitamos para
gobernar. Se les insulta, se les recurren judicialmente hasta las decisiones
soberanas del Parlament, se les niega su legitimidad, se les reprime una y otra
vez, se les aporrea y se les mete en la cárcel. El PP renunció hace mucho a
Catalunya a cambio de reforzarse en Madrid
Lo advirtió el
exministro Josep Piqué tras ser candidato a la Generalitat catalana en 2003,
con un resultado pobre, y con una campaña -como la de Alejandro Fernández este
14 de febrero- impuesta desde la calle Génova: antiindependentismo,
antinacionalismo, antiacatalanismo y nacionalismo solo español. Imposible
ganar. Así tumbaron a Piqué en Catalunya, a Fernández ahora y también a quienes
proponían posiciones más moderadas en pro de lo que entendían tenía que ser una
convivencia estable en Euskadi y Catalunya entre nacionalistas y no nacionalistas:
Basagoiti, Sémper, Quiroga o Alonso. Madrid manda y mata, la confrontación es
el camino. Con violencia, mejor, dicen en Vox.
Abascal logró este
miércoles que el discurso se colocara en la mayoría de los medios de
comunicación, a su favor, el jueves; o en la equidistancia de "todas las
violencias" o victimizando a Vox como el "lapidado" (sic)
Objetivo conseguido, más votos en Chamberí. En Vallecas, quién sabe, y pese a
la estrategia a medio-largo plazo de la ultraderecha española de hacerse con el
voto obrero, como Le Pen en Francia, las prisas por una Ayuso disparada en las
encuestas obligan a actuar en Madrid aparcando esa otra pata del trumpismo
europeo que podría llevar a la ultraderecha francesa a la Presidencia de la
República. Bien lo sabe un inseguro Macron.
"Condenamos la
violencia, todas las violencias son iguales". "El extremismo llama a
los extremismos". "Los que lanzaron piedras y botellas no fueron los
de Vox, ellos son las víctimas". Etc, etc, etc. La equiparación de los presuntos
"extremismos" es, sin duda, la gran victoria de Abascal y su equipo y
es exactamente lo que buscaban, aparte de salir con las manos limpias de la
arena de los adoquines de la emblemática Plaza Roja de Vallecas. La
equiparación del fascismo y el antifascismo es la mayor puñalada a una
democracia, sobre todo, en un país que ha sufrido una dictadura franquista,
respaldada por fascistas y nazis, durante 40 años. Que venga de un partido como
el PSOE en busca de unos votos de centro inexistente en Madrid duele más, si cabe.
Que los asesinados socialistas por el franquismo no se revuelvan en sus tumbas
para no incomodar el sueño de sus dirigentes actuale
Les contaré una
historia que está siendo recordada estos días para poner distancia y realidad
en medio del ruido y la furia: el 13 de abril de 1985, una mujer de 38 años,
Danuta Danielsson, fue fotografiada en la ciudad sueca de Växjö golpeando a un
neonazi con un bolso durante una manifestación de partidarios del Partido del
Reich Nórdico. Al día siguiente, la imagen se publicó en la prensa y prendió el
debate: "manifestantes inocentes" (inocentes racistas, xenófobos y
antisemitas, entiéndase) eran atacados "violentamente" en Suecia. Los
neonazis eran las víctimas.
Danielsson, de
origen polaco y cuya madre fue confinada en un campo de concentración alemán
durante la II Guerra Mundial, se suicidó incapaz de soportar la presión. Hoy
tiene una estatua homenaje en el pueblo. Por su parte, el nazi que recibió el
bolsazo en la cabeza, Seppo Seluska, fue condenado ese mismo año por torturar y
asesinar a un judío homosexual.
El racismo, la
xenofobia, la homofobia, la aporafobia y la misoginia son violencia.
Normalizarlas es violencia. Victimizarlas es abonar el germen de un monstruo de
acciones imprevisibles. No me digan que desconocen la Historia; yo les
recomiendo Una violencia indómita. El siglo XX europeo, de Julián Casanova. Nos
viene muy bien a todos/as.
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