PAJARILLOS CONTRA RIFLES
ANÍBAL MALVAR
La cosa es pendular. En los años ochenta, los fascistas de siempre se peleaban a ver quién era más súper demócrata (dentro de un orden, señor cura). Recuerdo a Manuel Fraga, fundador del PP, llorando en actos de homenaje a Castelao, aquel político, dibujante y escritor gracias a quien los gallegos nos enteramos, tarde, de que éramos gallegos. Lloraba Fraga muy auténticamente, como si se le hubiera muerto la esvástica, y uno, periodista recental, lo miraba flipado en aquellos actos de homenaje al genio rianxeiro: sollozaba Fraga por la memoria de un hombre cuya obra había perseguido ferozmente cuando ministro de Franco.
Ahora la tendencia se ha invertido. Demócratas incontestables hacen ímprobos esfuerzos por parecer fascistas. Y es que Santiago Abascal, más que un fenómeno político, es un influencer.
Nuestros grandes periódicos de tirada nacional no tuvieron a bien sacar en sus portadas las amenazas de muerte recibidas por Fernando Grande Marlaska, Pablo Iglesias y María Gámez, la primera directora general de la Guardia Civil que ha tenido España. No se trataba de pintadas en los buzones o rajadas de neumáticos. Eran proyectiles reales, de Cetme, muy difíciles de comprar en los chinos, y llegados al umbral de su intimidad.
En El Mundo, por
ejemplo, le dedicaban al asunto trece líneas escondidas en la página cinco,
insertadas en una información titulada con un contundente "Ayuso resiste
pese al avance de la izquierda". Y ya se sabe: si Ayuso resiste, el
Alcázar también resiste.
Al día siguiente, se
conoce que a alguien que no ha visto los Gremlins se le ocurrió mojar por la
noche a Rocío Monasterio, y esta desató las siete hidras de las que está
compuesta su anatomía intelectual en el debate organizado por la Cadena Ser. No
os explico lo que pasó. Seguro que lo habéis visto todos. Contra semejante
espectáculo no hay Master Chef que
compita en share. Superaba con creces los clímax tarantinianos. Qué borbotear
de sangres. Qué dientes tan bien afilados.
Al día siguiente,
tal que hoy sábado, nuestros viejos periódicos sí sacaban esta escena de
granhermanismo radiofónico en portada. Pero hete aquí que la culpa la tiene
Pablo Iglesias. Este hombre está consiguiendo convertir la culpabilidad en una
profesión, en un trabajo a tiempo completo. Pena que haya muerto Dostoievski
para biografiarlo.
Lo dice cristalino
Luis Ventoso en su columna de hoy en ABC: "Buscando a Vox
desesperadamente: La izquierda se agarra a la confrontación con ellos para
intentar sacar cabeza en Madrid".
Y después compara
en gravedad una algarada mitinera con el inquietante hecho de recibir cuatro
balas de Cetme junto a una nota amenazante en tu casa de Elm Street. Yo no sé
sí este Ventoso recuerda aquella manifestación de cristianos en la que unas
señoras muy buen puestas, repompolludas y enjoyadas la emprendieron a bolsazos
con el entonces ministro José Bono. La algarada callejera es deporte de mucho
arraigo en esta España. Y no es lo mismo que cuatro balas de Cetme, a mi
modesto e ignaro entender.
Ahora, después del
vergonzante episodio de la vergonzante Monasterio (incluso antes), lo que se
lleva en nuestros periódicos es equiparar a Vox y a Podemos como las dos caras
de las mismas treinta monedas. "El choque Iglesias-Vox dinamita la
campaña", nos dice La Razón. Que es como decir: "El choque entre la
cabeza de Kennedy y una bala de Oswald provoca el abandono de la Casa Blanca
por parte del presidente".
Podemos es un
partido pacifista, que sepamos, salvo cuando la kill bill Isa Serra, con sus
cincuenta kilitos de peso, es capaz de reducir y noquear a varios agentes de la
Unidad de Intervención Policial, según consta en una sentencia judicial. Qué
tía. Y los miembros de Vox presumen de llevar pistola, y practican con ellas
apuntando a niños no acompañados, a mujeres violadas, a maricones y a todo lo
que se mueva y no esté detrás de ellos o a su lado.
"Un choque de
Podemos y Vox tensiona la campaña", titula el ABC. "La virulencia de
Podemos y Vox", define El Mundo. Agrede el pajarillo al rifle, digo yo. Y
la gente, incluso buena gente demócrata, se lo cree. Y lo va difundiendo a
voces por los bares.
Ya digo que está de
moda que los demócratas nos vistamos disfraz de fascista, justo al revés de lo
que hacía Fraga. Preferimos ser rifles que pajarillos, con lo bien que cantan
esta primavera los pajarillos. País.
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