sábado, 17 de abril de 2021

ALEGATO A FAVOR DE LA PIZZA (RECALENTADA)

 

ALEGATO A FAVOR DE LA PIZZA (RECALENTADA)

El “poli bueno” (Casado) y el “poli malo” (Teodoro) han dejado de jugar diferentes papeles para unirse en el espacio de la confrontación permanente, de los gritos y las intervenciones a pelo y sin papeles, como si esto fuera un bar en pre-pandemia

MARINA LOBO

La pizza es la comida más transversal que existe. Dicen que el origen de la tradicional base de pan cubierta de salsa de tomate se remonta al siglo XVIII y nace en las zonas más pobres de Nápoles, precisamente para darle algo de gracia al pan, insulso y repetitivo por aquel entonces. Sin embargo, este “alimento de pobres” ha pasado de ser comida rápida y grasienta a gourmet, de ser la cena rápida cuando no te apetece cocinar a tener que reservar mesa con dos semanas de antelación en el nuevo sitio chic donde las hacen de masa madre y en horno de leña para que te las comas con cuchillo y tenedor. La pizza es al mismo tiempo soledad frente a la televisión un viernes por la noche y jolgorio al compartirla en un reencuentro con tus amigas, es cena romántica con tu pareja y comida de trabajo que se alarga. La base es pan, tomate y queso y, sin embargo, es comida, cena e incluso desayuno.

 

“¿Usted quién se cree que es?” le ha espetado Pablo Casado a Pedro Sánchez al inicio de su intervención. “Anuncia ocho veces lo mismo. Es como intentar vender una pizza recalentada ocho veces”. Quien no haya empezado la mañana alguna vez comiendo un trozo de pizza recalentada del día anterior con un buen café se está perdiendo un mundo de sabores y contrastes que difícilmente podrá encontrar en un tres estrellas Michelín. Es más, incluso hay quien sostiene –no daré aquí mi opinión personal porque generaríamos el debate más polarizado entre los amantes de la comida italiana desde “pizza con o sin piña”–, que es una de esas comidas que sabe mejor al día siguiente. Según mi análisis de campo, no hay a día de hoy un negocio en el que se vendan pizzas recalentadas –aunque no descartaría que en el barrio de Malasaña pongan uno– pero, si lo hubiera, seguro que sería un éxito.

 

 

En el entorno del presidente popular auguran una mayoría absoluta el 4-M; el horizonte soñado, gobernar sin Vox

 

El problema es que Casado está enfadado con Sánchez. Pero muy enfadado. En el entorno del presidente popular hablan con algunos periodistas en el patio del Congreso, dicen estar confiadísimos, auguran una mayoría absoluta el 4-M; el horizonte soñado, gobernar sin Vox, la libertad al fin en manos de Ayuso, que nos librará de la dictadura comunista en Madrid, aunque Madrid ya lo gobernaba ella, pero eso es lo de menos. Sin embargo, su líder no está para nada feliz, sube apresurado y sin papeles al estrado y, entre gallo y gallo, aprieta los puños mientras se dirige al presidente. El duro tono de su intervención ha impactado incluso entre algunos de sus compañeros de partido, que admiten su “contundencia”, pero al mismo tiempo acusan a Sánchez de haberla provocado por “tomarles el pelo”. Abascal ha salido desganado, le han robado su papel. Por suerte, se guarda un as bajo la manga (o, mejor dicho, bajo el brazo). Sale a hablar con un maletín. He de reconocer que me ha generado cierta inquietud cuando lo he visto, pero luego ha sacado un adoquín (¡sorpresa!). A este paso para ser periodista parlamentario te van a pedir un curso avanzado de geología.

 

Pedro Sánchez ya no tiene sentados a su lado a Carmen Calvo y Pablo Iglesias, que es como tener a dos hij@s que están callados viendo la televisión mientras meriendan pan con chocolate pero que, en cuanto apartas la vista, se están tirando del pelo. En su lugar, ahora están Calvo, Calviño y Yolanda Díaz, cuya complicidad es notoria y pública (al menos de momento): cuchichean entre ellas, ríen y aplauden recíprocamente sus intervenciones. “No paran”, se comentaba hoy en los pasillos. Puede que fuera por ese buen ambiente, puede que fuera porque ya no comparte techo con quien le estorbaba, puede que fuera por la corbata morada que ha elegido el presidente del Gobierno para esta ocasión o puede que a él también le enfadara el comentario de Pablo Casado sobre la pizza recalentada (quiero pensar que es esto último), pero lo cierto es que Sánchez ha resurgido tajante, acertado e incluso chistoso, una faceta que saca a relucir solo en contadas ocasiones en el hemiciclo, pero que le queda definitivamente mejor que la soberbia.

 

 

 

“Le veo gritón, impaciente, inquieto…”, le explica tranquilamente a Casado. “Si usted no tiene nada que aportar, usted ya no es mi problema, usted es problema del Partido Popular”. Lejos, muy lejos, quedan los tiempos en los que se hablaba de la posibilidad de una coalición PP-PSOE a la alemana, el sueño húmedo de Felipe González. “Yo pensaba que traía papeles, señor Abascal”, continúa Sánchez con su repaso en tono irónico. “Viene aquí con el maletín... ¡y era un adoquín!”, concluye entre risas y aplausos emocionados de los suyos, que están satisfechos porque saben, esperan, que esta sea la última vez que Sánchez tenga que comparecer para dar cuenta de la situación epidemiológica y social con el estado de alarma vigente (expira el 9 de mayo, aunque algunos de sus socios de Gobierno se muestran reacios y exigen una alternativa).

 

Teodoro García Egea vs. Yolanda Díaz: Round one. Antes de entrar al hemiciclo, Teodoro ha comentado delante de algún@s periodistas entre risas que le tenía preparadas “buenas preguntas” a la nueva Vicepresidenta. ¿Con amor? le ha preguntado una compañera. “Claro, claro”, dice entre risas maliciosas el secretario general del PP. Con amor ha comenzado a hablar, pero se ha roto en dos segundos –literalmente–. “Señora Díaz: bienvenida, le deseo suerte, pero mucho me temo que su visión comunista va en contra de los intereses de los ciudadanos”.

 

Toca aceptar que el PP, después de varias idas y venidas, le ha comprado el discurso y el estilo a Vox y, por si había dudas, ha tirado el ticket de devolución

 

El problema es que Yolanda Díaz no es Pablo Iglesias. Yolanda es una señora tranquila, pausada y de mano tendida que hace de la suya una contundencia acolchada. Tradicionalmente, cuando se enfrentaban Teodoro e Iglesias, el ruido, las exclamaciones y los abucheos al líder de UP se volvían insoportables. Sin embargo, en el mismo lugar, cuando Teodoro le echa en cara a Yolanda Díaz que “hay seis millones de parados en España” y Díaz le responde sin mirar un papel que “son exactamente 3.940.640. Esos seis millones me imagino que le recuerdan a Mariano Rajoy que, en 2013 tenía 6.268.000 parados”, nadie ha objetado nada, y los nuevos compañeros de pupitre de Díaz han aplaudido, asintiendo, su intervención.

 

Toca aceptar que el PP, después de varias idas y venidas, de escarceos de tan diferente signo (never forget el Pablo Casado aplaudido incluso desde cierta izquierda cuando se erigió como azote de la ultraderecha en aquel circo mediático disfrazado de moción de censura de la extrema derecha), le ha comprado el discurso y el estilo a Vox y, por si había dudas, ha tirado el ticket de devolución. Los extremistas, que tanto disfrutaron en un principio con ese arrastre hacia su lado, están ahora desubicados y cambian de forma continuamente en un intento de volver a coger aire. El “poli bueno” (Casado) y el “poli malo” (Teodoro) han dejado de jugar diferentes papeles para unirse en el espacio de la confrontación permanente, de los gritos y las intervenciones a pelo y sin papeles, como si esto fuera un bar en pre pandemia y ellos estuvieran pasando una mala borrachera y no tuvieran pizza que recalentar al volver a casa de madrugada.


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