LA BELLA EQUIDISTANCIA
Así como
García y Gabilondo acabaron negándose a seguir compartiendo plató con la
candidata de Vox, Barceló terminó reconociendo que con este partido no es
posible recurrir a la retórica de antaño, a la dialéctica del 78 con sus invitaciones
al diálogo
XANDRU FERNÁNDEZ
Fue ponerme la vacuna anticovid y retroceder a los años treinta. Algo había notado yo antes, pero ahora lo veo claro, gracias a Bill y a Melinda, supongo, aunque puede que algún mérito tenga Àngels Barceló.
Como San Pablo, Barceló ha tenido que darse un batacazo de aúpa para ver lo que vería cualquiera con una trayectoria como la suya en el negocio de la farándula, quiero decir, del periodismo: que, cuando los medios de comunicación creen estar manejando a una fuerza política y utilizándola para ganar audiencia, lo más común es que sean ellos los que estén siendo parasitados. La única excepción a esa regla es la simbiosis: que los intereses políticos coincidan con los de los medios. Puede que ese sea el caso, hasta cierto punto, pues de lo contrario no se explica que, ante las amenazas de muerte recibidas por Pablo Iglesias, la respuesta de los medios haya sido agacharse a atarse las botas y dejar que el balón ruede por el césped hasta detenerse. No sigo con la metáfora futbolística porque esta semana ya hemos tenido suficiente.
Lo que hemos visto
en Barceló (y hasta cierto punto también en Mónica García y Ángel Gabilondo) ha
sido la aceptación en tiempo real de lo inevitable. Lo inevitable: conceder que
con Vox no se juega, que su presencia contamina, que su sola sombra mancha.
Hacerse fotos o echarse unas risas con voxarras y jusapoles es un gesto
inaceptable en una sociedad democrática, o debería serlo. Vale que ni el propio
Pablo Iglesias está libre de culpa (aquellas risitas con Espinosa de los
Monteros), pero lo que en los políticos de izquierdas es una excepción (que
Iglesias en cualquier caso ya ha purgado con creces) es, en cambio, una
costumbre en tertulias televisivas y radiofónicas, difícil de justificar por el
cumplimiento de los sempiternos deberes de informar y ser ecuánimes.
Hacerse fotos o
echarse unas risas con voxarras y jusapoles es un gesto inaceptable en una
sociedad democrática, o debería serlo
En los años
noventa, los medios de comunicación españoles decidieron (no fue un fenómeno
natural) posicionarse contra el terrorismo de ETA. Desde sus altavoces se
dictaron verdaderas reglas de etiqueta que obligaban al aspirante a cargo
público a condenar la violencia política sin tapujos y (un exceso nefando) sin
matices. Uno puede tener todas las sospechas del mundo acerca del cómo y el
porqué de esa estrategia comunicativa, pero lo cierto es que contribuyó a
desactivar parte del apoyo social al terrorismo. ¿Por qué no se sigue esa
estrategia con el terrorismo fascista, ya sea neo o de las JONS? Por la nada
sencilla razón de que, si se recurriera a ella, se tendría que abandonar la
equidistancia que convierte automáticamente a cualquier fuerza política
progresista en posible cómplice de “los violentos”, algo que bajo ningún
concepto van a tolerar los que, aquí, deciden algo, que no somos ni ustedes ni
yo.
A eso jugó Barceló
cuando Iglesias abandonó el viernes el plató de la SER, mientras Rocío
Monasterio le dedicaba alguna de sus inspiradas perlas dialécticas. A eso
jugaron Gabilondo y García, a mirar para otro lado cuando una compañera de mesa
hace trampas, no sea que denunciarla empañe el buen rollo que nos traemos. Como
el buen rollo que nos traemos es ni más ni menos que el espíritu del 78, con
toda su Constitución, su rey que reina pero no gobierna y su democracia que nos
dimos entre todos, alzar la voz y decir que alguien hace trampas se considera
de mal gusto. Lo que sabe cualquier buen jugador es que lo que es de mal gusto
es hacer trampas. Si aceptas a un tramposo como compañero de juego, no puedes
extrañarte de salir de la partida con los bolsillos vacíos. Te mereces acabar
la noche en un tugurio sórdido, aguantando las paridas de un abogado del
Estado. Te salva el toque de queda.
Justo cuando habíamos
por fin asumido que el régimen del 78 no iba a venirse abajo jamás, hemos
empezado a comprender que no es que abordáramos el problema desde el lado
equivocado, es que abordábamos el problema equivocado: el régimen del 78 no
puede ser destruido porque, en puridad, no es, no tiene más entidad que la que
le dan los que usan sus estilemas como arma retórica. Y dejan de usarlos con
relativa facilidad cuando les conviene. Así, desde 2017 nadie puede seguir
sosteniendo que en España se puede trabajar por la independencia de un
territorio siempre que sea de manera pacífica. Vale que antes de 2017 tampoco
era así, pero es que desde 2017 ni siquiera se puede decir aunque sea con la
intención de engañar: se ha renunciado a esa ficción porque ya no resulta útil,
toda vez que un regimiento de policías dando hostias es más eficaz y
(reconozcámoslo) bastante más sincero y no pasa nada.
Mutatis mutandis, a
Barceló le ha ocurrido lo que a Jorge Sanz al final de La niña de tus ojos,
solo que, en lugar de “con lo facha que yo era”, podría haber cerrado el
programa con un “con lo equidistante que yo era”. Entonemos aquí una breve loa
funeral por la noción de equidistancia, que prometía llegar muy lejos cuando
Aristóteles formuló su propuesta de virtud como justo medio entre dos extremos
pero, por el camino, se ha agostado, como Garcinuño en Amanece, que no es poco.
Otro día estudiaremos por qué el cine español es capaz de producir tantos
ejemplos de truncamiento, desencanto o decepción. Entretanto, abusemos de esa
propiedad y recordemos la sentencia de Chus Lampreave en Hable con ella: “Es
muy triste cómo están los masa media en España”.
Toca Madrid porque
Madrid siempre toca, pero también toca Madrid porque se va acabando la prórroga
del estado de alarma mental que nos dimos la primavera pasada
Otro efecto no
deseado de la espantá de la SER ha sido mostrar el error mayúsculo que está
siendo abordar las elecciones madrileñas como un juego de rol de temática
guerracivilista. Que hasta para ser Madrid está siendo insólita la cobertura
mediática: ¿se imaginan que Murcia o Canarias inundaran su hogar de esta
manera, haciéndole sentir ignorante por no saber ubicar Águilas o Taganana? Lo
harían si al gobierno de España le conviniera convertir una campaña electoral
murciana o canaria en una reválida sobre su gestión de la pandemia y a la
oposición de derechas (perdonen el pleonasmo) probar su nuevo modelo de
agitación y propaganda, a ver si hay que hacerle algún ajuste antes del asalto
a la Moncloa. Toca Madrid porque Madrid siempre toca, pero también toca Madrid
porque se va acabando la prórroga del estado de alarma mental que nos dimos
entre todos la primavera pasada y se supone que, más tarde o más temprano, a
los ciudadanos dejará de darnos igual que sea la policía la que juzgue nuestra
higiene en el vestir. Sobre todo a medida que la vacuna vaya haciendo efecto en
nuestros cuerpos y el fondo europeo de reconstrucción en nuestras mentes.
Nunca es tarde y,
en efecto, así como García y Gabilondo acabaron negándose a seguir compartiendo
plató radiofónico con la candidata de Vox, también Barceló terminó reconociendo
que con este partido no es posible recurrir a la retórica de antaño, a la
dialéctica del 78 con sus invitaciones al diálogo y su celebración del savoir
faire. Es un paso: dejarlos solos en los años treinta, con su relato
equidistante de los extremos que se tocan. Yo nunca había visto en la SER que
después de una amenaza terrorista fuera la víctima la que abandonara el plató.
Espero no tener que verlo nunca más.
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