BALAS Y EDITORIALES
Decía
estos días la directora de Opinión de un diario nacional que los periodistas
están ahí para dar voz a los partidos representados en las instituciones. Quizá
los periodistas también deberían estar para señalar a quienes destruyen esas
instituciones
GERARDO TECÉ
Ha sido un buen fin de semana a pesar de todo. Quienes llevamos varios años señalando lo obvio –que el fascismo está en las instituciones– y pagando las consecuencias de decirlo, nos vemos, desde este fin de semana, algo mejor acompañados. Unos cuantos habitantes de la Sala VIP del periodismo, ese que considera que atenta contra el libro de estilo de la empresa llamar a las cosas por su nombre, se han quitado la venda. No sabemos si de los ojos o de la boca. Que en la Cadena SER se comience a llamar a VOX por su nombre –fascistas que ponen en peligro la convivencia y la democracia– es un gran avance. Ha hecho falta, eso sí, que el fascismo estalle en directo y en pleno corazón de la primera cadena de radio española y en mitad de un debate para que algunos abandonen el juego perverso de meter en el mismo cajón a un partido democrático a la izquierda del PSOE y a un partido a la vera del nazismo que señala niños, criminaliza mujeres maltratadas, ataca inmigrantes o grita pidiendo el exilio de sus rivales políticos. Por mucho que los medios pequeños nos partamos la cara, no hay nada que hacer si los grandes no reaccionan.
Lo de la Cadena SER ha sido una
excepción y queda mucho para que esto sea la regla. Probablemente no lo sea nunca.
Quiten el probable: esto nunca será la regla por una simple cuestión numérica.
Resolver la ecuación de la tolerancia con el fascismo es algo relativamente
sencillo. Desde que VOX se escindió del PP, la aritmética política española nos
deja un panorama en el que, si la derecha democrática renunciara a pactar con
la ultraderecha, como se hace en otros países, al PP no le saldrían las cuentas
para volver a gobernar España ni, por poner un ejemplo más reciente, Murcia.
Sigamos despejando la equis. Prescindir del PP en el Gobierno sería un lujo que
no se pueden permitir quienes tantos privilegios económicos tienen que
defender. Y, resolvamos de una vez la ecuación: quienes más tienen, tienen
también grandes medios de comunicación puestos a trabajar para que VOX,
necesario aritméticamente, sea una opción válida haga lo que haga, persiga a
quien persiga. Todo esto explica algo inaudito, y más en un país que sufrió
durante décadas el terrorismo de ETA: este fin de semana, algunos editoriales
han culpado de la crispación a quien recibe balas en un sobre. Esto explica que
muchos medios hayan decidido pasar por alto que la candidata del partido
fascista le gritase en directo a un rival político amenazado de muerte: “Vete
de España”. Sólo son negocios, que dirían los Corleone.
Aunque hay que celebrar que en la
Sala VIP algunos hayan despertado, la verdad es que son ya las tantas de la
tarde y, o corremos, o no llegamos. A estas alturas de la película hace falta
ya algo más que llamarlos por su nombre. No es solo el ruido y la crispación,
es mucho más. La naturaleza del fascismo es parasitar a la democracia hasta
destruirla. De momento, Madrid se ha quedado sin debates electorales porque VOX
tiene derecho por ley a ser invitado a ellos y cuando acude, lo hace para reventarlos.
De momento, el Parlamento español no puede hacer declaraciones institucionales
de primero de Derechos Humanos. Por ejemplo, condenar el asesinato de mujeres,
porque el veto de VOX lo impide. De momento, y mientras la calidad democrática
se degrada, VOX sigue financiándose de lo que llama chiringuitos. Mientras
piden la supresión de las autonomías, se financian de ellas. Con el dinero de
“los chiringuitos”, pagan los carteles que señalan a niños extranjeros. ¿Se
puede ser más miserable?
No. Ya no vale con nombrar al
fascismo. También hay que combatirlo. Desde el periodismo: aún hoy, para
referirse a los líderes independentistas catalanes, condenados o no por aquel
referéndum, en muchos grandes medios progresistas se sigue usando el “ellos”,
trazando claramente la línea que los separa de “nosotros”. No estaría de más
que esos medios le aplicasen el “ellos” también al fascismo. También desde las
redes sociales. Yo pido disculpas. Durante años entendí que, para combatir los
discursos de odio, era necesario señalarlos y confrontarlos, evitar que
inocularan odio en la mayoría. Un error. Quien quiere odio estará encantado de
ser inoculado. Años después, el debate y la crítica constructiva han
desaparecido de esos espacios y sólo queda propaganda, bulo y letras mayúsculas
que hacen imposible un intercambio sano. Hay que aislarlos, hay que
bloquearlos, hay que dejarlos solos también en esos espacios. Y, por supuesto,
desde la ley. Les recuerdo que en España existe una Ley de Partidos, aprobada
por PP y PSOE que, en su preámbulo dice: “El objetivo de esta ley es garantizar
el funcionamiento del sistema democrático y las libertades esenciales de los
ciudadanos, impidiendo que un partido político pueda, de forma reiterada y
grave, atentar contra ese régimen democrático de libertades, justificar el
racismo y la xenofobia o apoyar políticamente la violencia”.
Decía estos días Lucía Méndez,
directora de Opinión de un diario nacional, que los periodistas sólo están ahí
para dar voz a los partidos legales representados en las instituciones. Quizá,
añado, los periodistas también deberían estar para señalar a quienes destruyen
esas instituciones.
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