LABIOS CAÍDOS
OÍDOS SORDOS
QUICOPURRIÑOS
Enciendo el televisor o la radio o leo el periódico, y veo,
escucho o leo la noticia, me paro y me
pregunto ¿qué tienen en común? Pues que los protagonistas no paran de utilizar
el insulto. Da igual de lo que hablen porque en defensa de sus tesis los
argumentos se han sustituido por los insultos. Y al ver la `pequeña pantalla,
oír el transistor, o leer las páginas, porque a mí la prensa me gusta en papel,
me indigno, me enfado, hasta que me doy cuenta de que estoy cayendo en la
trampa. Llegado a este punto, busco, en el diccionario de la Rae, insultar:, y
leo: “ ofender a alguien provocándolo e
irritándolo con palabras o acciones”.
Bien, ya vemos elementos esenciales e indispensables del insulto. Por un lado ofender a alguien. El insulto ha de ser dirigido a una persona para conseguir el ”insultodelincuente” lograr su objetivo, lo que persigue provocando e irritando al otro con palabras o acciones.
Por tanto el buen
insultador, sólo logrará su objetivo, si consigue que, a quien van dirigidas
sus ofensivas palabras, salte, pues lo que busca es provocar en este una
reacción airada.
Provocar, entra
necesariamente en la definición del término insulto. Y provocar, también según
la Rae es : “ buscar una reacción de
enojo en alguien invitándolo o estimulándolo con palabras u obras.
Por tanto, para vencer al insulto, al desbocado que lo
utiliza en su actuar como político, empresario o profesional cualquiera, la
reacción ha der ser la de labios caídos. El escudo frente a la provocación, es
ignorarla, no caer en la trampa de lo que persigue el que nos lanza el
insulto.. Gandhi luchó contra las tropas inglesas dejando los brazos caídos y
logró vencerlas sin disparar un solo tiro. Frente a la violencia, la no
violencia.
Pues frente al
insulto, frente a la ofensa, frente a la
provocación, frente a la violencia verbal, no caer en la provocación sino
responder con la indiferencia, con no
violencia verbal, con labios caídos, con oídos sordos. Contestar a esa
lamentable intervención sin tener en cuenta los insultos y provocaciones,
ignorando de dicho discurso las palabras
hirientes, malsonantes, ofensivas, provocadoras, por inútiles e
innecesarias, ese debe ser el contraataque. Y así una y otra vez hasta
que se den cuenta del sinsentido y ridiculez de utilizar esos adjetivos para,
vanamente, pretender dar fuerza o rigor a sus ideas. Si algún día alcanzan la
madurez, deberán descurbrir que el diccionario les muestra, les brinda, les
ofrece, pone a su disposición, miles de palabras que en libertad quedan para
usarlas como herramientas, más que como armas, para defender una u otra
postura, sin necesidad de acudir al lenguaje propio de tahúres y parroquianos
de tabernas de mala muerte.
Acuérdense de
Gandhi. Si no saben quién es, lo pueden localizar a través de “Google”.
quicopurriños a 11 de abril de 2021
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