EL DESENLACE
(Continuación)
quicopurriños,
Pasaban
los minutos y Tessa seguía sin venir. Y los de la mesa uno y siete seguían
sentados en ellas y no paraban, ahora los cuatro, de observarnos. Ornella se
sintió incómoda y la tranquilicé diciéndole, vamos a sentarlos a nuestra mesa. Que quieren mirar, que nos
miren, pero de cerca. Tenía que pensar y rápido y sacarles información. Algo me
decía que, sin quererlo, aquellos me podrían ayudar y mucho, en el cómo, el cuándo
y el dónde de la estrategia, que aún me
faltaba por cerrar, para liquidar al “niño”. Y algo me decía también, que entre
los de la mesa uno y los de la siete existía un extraño vínculo paterno-filial,
aunque quizá esa sospecha mía era sólo sobre el papel.
Carmelo, el camarero, se acercó para saber si deseábamos algo y aprovechamos para que les dijera a los mirones, que la rubia (que tenía en su bolso escondido el tupper) y el que les habla, estarían muy complacidos si aceptaran una invitación a nuestra mesa.
Caballeros, les dije cuando se acercaron y
mientras permanecían de pie: les he reconocido inmediatamente y me he tomado la
licencia y el atrevimiento de invitarles a nuestra mesa, pues Tenerife tiene
por gala y bandera el ser una isla amable y siempre ha acogido bien, desde la
noche de los tiempos, a cuantos visitantes nos han honrado con su presencia,
dije utilizando un hablar decimonónico
con el único objetivo de captar su
atención o curiosidad. Picaron el anzuelo, y con cara de este cursi de qué va,
se sentaron sin rechistar. Me presenté sin esconder mi profesión de leguleyo y
les presenté a la dama rubia que me acompañaba.
No sé si quizá hemos sido demasiado osados al pretender que vuesas
excelencias compartieran nuestra humilde mesa, insistí a posta usando el
trasnochado lenguaje. Tras una mirada cómplice entre ellos, agradecieron que
tuviéramos la amabilidad de invitarles y, con un tanto de escepticismo, se
acomodaron en la mesa cuatro de la terraza del Panvía a nuestro alrededor.
Para romper el fuego y captar su interés, empecé con un, veo
señores que han pedido los cuatro un “barraquito”. Qué les ha parecido el
brebaje, les pregunté. Maravillosos
comentarios recibí por respuesta de cada uno de ellos, combinación perfecta,
mezcla insuperable de sabores, paladar
exquisito... Saben Vds. el origen de tan peculiar cortado les pregunté,
sabiendo a ciencia cierta que lo desconocían, como así afirmaron. Y les conté
la batallita del tal “Sebastián Rubio” y del
“Bar Imperial” remontándome a los años 60 del pasado siglo. Tras esta
clase de historia local, la mirada de mis invitados, su forma de observar
cambió. Entonces eran ellos los que tomaron la iniciativa en la conversación,
interesándose por mi profesión, y cómo no, los escritores si había leído y me
gustaba su obra. Solo elogios salieron de mi boca para alimentar su vanidad, y
cada vez que aludía a sus libros, curiosamente se encendían los ojos de Pepe
Carvalho y de Salva Montalbano, que permanecían atentos, pero callados, a todo
lo que allí se decía. Visto que se interesaban por la historia de la ciudad, me
atreví a preguntarles cuál había sido su primera impresión de la isla.
Atropelladamente, los cuatro, contestaron casi al unísono: la visión del Teide,
es majestuosa, una montaña impresionante dijeron. Volcán les corregí. Hasta finales
del siglo XVIII considerado el mayor del planeta les dije con talante de
erudito. En ese momento aproveché para rentabilizar el último libro que había
leído, “Visitantes Ilustres”, Siglos XVIII y XIX, Relatos del Puerto y la
Ciudad de Santa Cruz de Tenerife,
patrocinado por la Autoridad Portuaria de Santa Cruz de Tenerife, y
donde viajeros europeos cuentan sus
impresiones de su paso por la Isla desde
los albores de 1700 a principios del 1900. En él aparecen, entre otros muchos, personajes de la talla de James Cook,
Alexander Von Humboldt, William Wilde ( el padre de Oscar Wilde) quien resultó
que le gustaban mucho las mujeres canarias motivo por el cual se le atribuyen
varios hijos ilegítimos , Richard Burton ( no confundir con el que fuera marido
de Liz Taylor, sino el descubridor de las fuentes del Nilo), o, entre los
patrios, el ilustre canario Don Benito Pérez Galdós o el valenciano Don Blasco Ibañez, que hiciera
escala en el Puerto de Santa Cruz el 22 de mayo de 1909 y que cierra el libro, con un capítulo de su
novela “Los Argonautas” dedicado a Tenerife.-
El semblante de los foráneos, a esas
alturas de la tarde, había cambiado. Y de invitados a una mesa por unos
desconocidos lugareños pasaron a convertirse en contertulios. A partir de entonces
la conversación fluyó de otra manera, tomando la iniciativa unos u otros,
requiriendo, ya sin orden los allí sentados, la presencia de Carmelo, para que
sirviera, a invitación ya de cualquiera, unos vinos o unos whiskies, pues ya nadie se acordaba
del barraquito que tanto al principio les había unido. Y pasó lo que tenía que
pasar. El astuto abogado volvió a lanzar el anzuelo, sabedor de que picarían,
pues conocido es que es más fácil lograr abrir los secretos que uno lleva
dentro y contarlos a un extraño, que hacerlo ante un allegado (sea familiar o
amigo), pues los últimos sí pueden dejar en evidencia al que se fue de la
lengua, mientras que quién creería a un oscuro abogado a lo que, según él , le
habían relatado, mientras tomaba copas en el Panvía en la tarde del último
sábado de mes, unos recién conocidos amigos llamados Manuel Vázquez Montalbán,
Andrea Camailleri, Pepe Carvalho y Salva Montalbano.
Sabedor de eso, se lanzó a la yugular
el muy zorro y de sopetón les preguntó, tras haber caído unas cuantas botellas
de vino local, de la zona Tacoronte-Acentejo y de paso promocionar la
producción vinícola de la isla, conocida ya por sus caldos desde la época de
Shakespeare, como el tramposo abogado hizo recordar a los ya alegres escritores
presentes, entre brindis y brindis. A qué han venido a Tenerife tan ilustres
conocedores del relato y de la investigación criminal.
Con el pico mojado ya, por fin se
escucharon frases largas de Pepe y de Salva. Verán, empezó Pepe. Mi amigo Salva
me ha pedido , por aquello del idioma y conocedor de mi discreción, que le
ayude en la misión encomendada. Le ha incorporado en Sicilia, a un departamento
que tiene por objeto investigar dónde la Mafia Siciliana, la Cossa Nostra,
invierte y blanquea el dinero fruto de sus negocios. Sabido es que en zonas
turísticas de Europa y el Sur de la isla, en especial Arona-Adeje, está en el
punto de mira, desde hace años, de esa brigada policial. Tienen documentación que así lo confirma, verdad Salva
dijo Carvalho, a lo que este, a duras penas, por culpa del vino de La Matanza,
contestó con un escueto , “certo caro
amico”
Solo les queda, para efectuar las
oportunas detenciones, conocer el lugar exacto en el que se hará un próximo
encuentro para un pase de dinero, en efectivo, claro, y que saben será en la
tarde noche del 18 de abril próximo. Pero falta el dónde. Saben cuándo, pero
les falta el dónde.
De confidencia a confidencia, dije
asumiendo ahora en silencio mi papel de “avvocato” Por circunstancias obvias, pero que mi
sigilo profesional me impide revelar las fuentes, conozco a distintos
compatriotas del comisario siciliano que nos honra con su presencia y que
residen en el Sur de la isla, y en cuyas actividades, por amor a mi propia
vida, no he querido profundizar, pero que quizá, sabiendo hacer con discreción
y a las personas adecuadas las preguntas precisas, podría obtener información
que les podría ser de utilidad, eso sí, si vds me juran dejarme al margen de
todo lo que les pudiera revelar. Ya en esos momentos mi cabeza de leguleyo se
había puesto en funcionamiento, cómo rentabilizar al amante de Ornella y su
pizzería, cómo dar cumplimiento al encargo de Tessa, cómo obtener beneficio de
todo ello y no quedar con el culo al aire, cómo utilizar a los cuatro ebrios
que ya se tambaleaban sobre las sillas de la mesa cuatro del Panvía. Había que
poner orden a todo lo que fluía en mi cabeza, pero no era el momento. Todavía
no. Ahora, antes de que llegara la hora del toque de queda, tocaba llevar al
hotel a los cuatro y volver a mi domicilio antes de que sonaran las diez. ¿Es
casual que se hospedaran en el mismo hotel los cuatro?
Antes de dejarlos a las puertas del
Mencey, les invité a almorzar en “La Bruma”, en La Laguna, un restaurante que
hace una excelente cocina que sabía que mis invitados, por su afición a la
gastronomía, apreciarían sin duda y que divulgarían sus deliciosos platos,
haciéndoles de paso, por aquello de la publicidad que tan insignes escritores
harían de su visita al local, un favor a mis queridos amigos que con tanta maestría y buen hacer dirigen ese entrañable lugar, él en los
fogones y ella elaborando unos exquisitos postres y atendiendo como nadie las
mesas siempre llenas de los amantes del buen yantar, pero la postergaron para
el martes, porque, el lunes a primera hora tenían que despachar con otros
colegas en la Comisaría de la Policía Nacional, y luego querían, cómo no,
visitar El Teide. Así pues, quedamos en que los recogería en el Hotel a las
13,30 del martes seis de abril. Eso me daría tiempo, más que suficiente, para
poner en orden mis ideas.
A la una en punto estaba otra vez en
el Panvía. Era Domingo de Resurrección y allí estaba sentado otra vez con
Ornella, que no se separaba del “tupper”, aguardando la llegada de Tessa.
Mientras esperaba la llegada de la potencial parricida, le conté a Ornella mis
planes. Si todo sale como lo esperado, como lo estoy ideando, tendré dinero
suficiente para vivir holgadamente el
resto de mi vida. Y te diría ven, si lo dejas todo, empezando por el gordo
seboso de Fabio. Sólo te pondría una condición, una sola, que me expliques de
una vez a que se refiere el Fabio cuando dice que eres única con las manos en
la masa. Ornella, no contestó, se limitó a sonreírme y a decir un ya te diré
cuando lo sepas todo.
Tessa no tardó en llegar. Sin más le
pregunté: ¿Estás decidida a seguir con el plan adelante? Sí, me dijo sin
dudarlo. Dale el “tupper” y vámonos le ordené a Ornella. Y tú, Tessa espera mi
llamad. Te llamaré en unas dos semanas y, ahora, adiós. Por cierto, ten
preparada la suma acordada, sabes que corro mucho riesgo. ¿De acuerdo? Sí, de
acuerdo, respondió Tessa. En efectivo, ¿verdad?
Nada más despedir a Tessa, mientras
caminaba con Ornella en dirección al chino para comernos un arroz tres
delicias, y unos tallarines con gambas y un cerdo agridulce, en honor a Fabio,
llamé, a mi Rafaella. Sabía que nada le gustaría más que oír cantar a su
adorada y admirada Rafaella Carrá en el Sur de la Isla. La llamé y le dije que,
por casualidad había conocido a unos productores que se dedicaban a organizar
conciertos. Y se me ocurrió decirles que podría tener a una persona dispuesta a
financiarlo todo si traíamos a la Carrá a cantar en el “Golf del Sur”, donde ya
había actuado, entre otros Elton John. Y les pregunté que cuánto le costaría a
mi inversor y cuánto ganaría. Me dijeron que habría que invertir unos dos
millones y medio de euros, pero que tú, a cambio, obtendrías unos beneficios de
entre ocho y diez millones porque, además de tu parte de la taquilla del día
del concierto, te llevabas un porcentaje interesante de los derechos de
televisión, de la publicidad contratada y de todo el marketing que gira
alrededor de un concierto con una superestrella de primer orden. Me pareció
interesantísimo y por eso, sabedor de que te encantaría escuchar a la Rafaella,
les hablé, sin mencionar tu nombre, de ti. Una sola condición, en realidad
tres, les puse: que Rafaela subiera al escenario de manos contigo, que te
dedicara el concierto y que cantara contigo una canción a dúo. A lo que me
contestaron que no habría problema. Que les dijera cuando y donde firmaríamos
el contrato que yo mismo redactaría. Y que, de aceptar, mandarían a Ginna
Milanés, la directora ejecutiva de la empresa, Producciones Divertidas
Investment-Corporation, con sede en Andorra.
Rafaella no se lo podía creer. Por el
dinero, ni te preocupes, me dijo con lágrimas en los ojos por la noticia que
casi le impedía articular palabra. Sabes que eso no es dinero ( si lo llego a
saber le pido cuatro millones en lugar de dos y medio), lo que más me emociona
es subir las dos al escenario, y lo de cantar a dúo la canción aquella de
“...para hacer bien el amor hay que venir al Sur…”
Pues entonces, quedo con ellos este
mismo miércoles, les pido que me den un número de cuenta para el ingreso y
firmamos. Vale, me dijo Rafaella sobre la marcha, llámalos, pero de
transferencias nada, llevo el dinero en una bolsa y se lo das a la tal Ginna.
Ornella, sentada frente a mí, y
despachándose a gusto la comida china, me preguntó: Y quién es Ginna Milanés.
Ginna Milanés es una cubana instalada en Miami, media pariente lejana de Pablo
Milanés y que está metida en ese mundillo musical le dije. Así que, termina ese arroz que nos vamos de
compras al “99”. Por cierto ¿cómo viste
una directora ejecutiva de la firma
Producciones Divertidas Investment-Corporation? Ginna, le pregunté a la
asombrada Ornella que intuyó al vuelo la que le caía.
El lunes me lo tomé de reposo, no salí
de casa para terminar de confeccionar el plan. Mañana tocaba un asalto importante
y tenía que estar convincente. Tendría que hacer ver a mis invitados, mientras
compartiéramos el menú degustación,
regado de buenos vinos de la tierra, y antes de que la comida finalizara con el
café y el limonchelo elaborado con
limones de “Las Gavias” que preparaba el propio cocinero, que había estado
haciendo unas llamadas, aquí y allá. Y que me había enterado que, en la Pizzería Messina del sur, regentada por un
tal Fabio, estarían dos personas, una mujer de cierta edad, de tez morena, baja
de estatura, con dificultades al hablar y al andar comiendo con su hijo, del
que no se conocía oficio ni beneficio, pero que vivía sin privarse de nada, y
que al parecer estaba limpio, en lo que asuntos relacionados con la Mafia, se
refiere, pero que se rumoreaba que solía ir armado. Lógicamente nada diría de
cómo había obtenido esa información, y seguro estaba de que no me lo
preguntarían llegado el caso. Lo importante era soltar el nombre de la
Pizzería, el de Fabio, para que estos se los pasaran a sus colegas españoles y
rezar porque los de la brigada recordaran
la intervención en el lugar, tras la desaparición de aquél calabrese. Y
de eso no hacía tantos años y yo confiaba que la policía española tonta no es.
Al día siguiente los recogí, a la hora
acordada, a las puertas del Mencey. En
La Bruma nos habían reservado la mejor mesa, junto al piano, en esa que
tocaban los clientes fieles y que luego el dueño del local colgaba en su página
bajo el epígrafe de “momentos mágicos de La Bruma”. Y todo salió a pedir de
boca, gracias al delicioso menú, donde desfiló una carrillera, un pulpo frito
homenaje a Galicia, las costillas con papas La Bruma, las berenjenas fritas con
miel de palma, el arroz con boletus, cúrcuma y dátiles o el tartar de atún,
entre tantos platos, y los maravillosos postres salidos de la mano y de la
cabeza de Ligia, el mascarpone, el de mango…. Y luego el café y cuando llegó el
limochelo de los limones gavieros preparados por Suso, mi objetivo estaba
cumplido. Les di toda la información que
había ideado en mi cabeza y terminé con un ustedes comprenderán que con esto
asumo un riesgo importante y que estoy a punto de jubilarme. Entendieron el
mensaje al vuelo y sin más dijeron: tranquilo, se te compensará adecuadamente y
además por anticipado y tu nombre jamás
saldrá a relucir.
El
encuentro acabó con un brindis, en el que alguien dijo: “presiento que este es
el comienzo de una hermosa amistad” De qué me sonará la frase. Y entonces, solo entonces, pude respirar.
Al
dejarlos en hotel, ya de vuelta descubrí
un paquete que habían colado en el bolsillo de mi chaqueta que contenía un
teléfono y una nota mecanografiada que decía: “espera la llamada, si suena te
diremos, cuánto y dónde lo has de recoger”. Y un gracias por todo y hasta
nunca.
Al
día siguiente, todavía emocionado por el encuentro del día anterior, recogí a
Ornella, perfectamente ataviada de Ginna. Habla poco le dije cuando estemos con
Rafaella, muéstrate tirando a tonta, con un “jejeje” de vez en cuando y un me encantas Rafaella, eres muy , cómo diría,”
chick”. Al momento de firmar, lo haces con un simple Ginna y un corazoncito en
lugar del punto de la “i” de tu nombre. Y recuerda que es debajo del cuño de
“Producciones Divertidas Investment-Corporation”, que para eso encargué y pagué
un cuño con su CIF y todo. Y te despides de ella dándole tres besos, a la
francesa. ¿Entendido?
Esto
marcha, le dije al arrancar, ya de vuelta a Ornella que no soltaba la bolsa
del” Hipertrebol” en la que Rafaella había llevado el dinero.
Anoté que el día 18 tendría que llamar
a Rafaella para comunicarle una mala noticia. Ginna me habría informado que la
Carrá había contraído el Covi19 y que le había afectado a sus cuerdas vocales.
Que quizás se recuperaría del Covi, pero que jamás podría volver a cantar, lo
que ha motivado tener que suspender
todos los conciertos programados. Y lo que es peor, que Producciones
Divertidas, ya no era tan divertida, ahora estaban tristes porque habían
quebrado y no podrían devolver lo recibido a todos los inversores que les habían
confiados sus dineros, porque parte ya habían gastado en las distintas
promociones de la gira. Sabía que lo que más dolería a Rafaella sería, no tanto
la pérdida del dinero, sino el no poder conocer y cantar a dúo con la Carrá.
Pero es que yo tenía que pensar en mi
futura jubilación. La última vez que visité a mi médico de cabecera me dijo que
no podía tomar más la viagra, por no sé qué tipo de complicación o trombos me
podría producir y que me podía quedar en el intento si la volvía a usar. Sin esa
inestimable e imprescindible ayuda sabía que mis servicios a la Rafaella
tendrían los días contados y que la fogosa rubia teñida no tardaría en
encontrarme un sustituto entre alguno de esos jóvenes letrados, sin mucha
cabeza, pero con mucho cuerpo, que los hay en el sur de la isla, esos que lucen
sus musculosos cuerpos adquiridos a base de gimnasio, en las playas de Adeje
donde reparten las tarjetas de su bufete impresas en muchos idiomas menos en
español, a la vez que anuncian su
mercancía.
Se acercaba el día 18. El día anterior
llamé a Tessa, le dije que mañana la recogería a las 10 de la mañana. Que
avisara a su hijo, de que, a las 13,00 horas estuviera en la Pizzería Messina,
donde almorzarías con él. Y que no se olvidara de llevar el “tupper”. En eso
sonó el teléfono que me dejaron los comensales de “La Bruma” y tras recibir
instrucciones de una voz metálica recogí un abultado sobre que encontré en el
baño del lugar indicado en la llamada recibida.
A la mañana siguiente, a la hora
prevista me encontré con Tessa. Comprobé
que llevaba el “tupper” y me dio la bolsa con el dinero, en efectivo, como
habíamos pactado. Su parte estaba cumplida. Ahora sólo faltaba que yo cumpliera
la mía. Hablé poco. Solo le dije que me habían acabado de informar que a su hijo
le perseguía unos tipos, por no sé qué dinero que les debía. No me extraña dijo
Tessa, a mi lleva toda la vida pidiéndomelo y nunca me ha devuelto nada. Pero
estos van en serio, le dije, si ves que entra alguien en el local, antes de
acabar el almuerzo, le pasas la pistola por si tuviera que defenderse, que lo
de liquidarlo, será después de la comida y le dices que alguien pasaría al terminar de comer a recogerlos para
llevarlos a una playa desierta con la disculpa que allí te espera un amigo, es
decir yo, que te va a traer un dinero para dejárselo tú a él. ¿Has comprendido
Tessa?. Sí dijo. Minutos después la dejé en la puerta de la Pizzería y aguardé
en un parking al aire libre cercano, desde donde se veía la entrada de lo que
estaba a punto de suceder. .Al rato llegó el Figlio. Era inconfundible por la
descripción que me había dado su madre. No habían pasado ni cinco minutos y
apareció Salva Montalbano acompañado de
tres fornidos jóvenes que, pese a su indumentaria desaliñada, cantaban a
distancia que eran policías. Entraron al local y Pepe Carvalho permaneció en la
puerta, sin pasar pero observando el interior. Al instante se oyó un grito de
levántate y ven despacito con las manos en alto, y casi a la vez un disparo y seguidamente cinco o seis más
que provenían de otras pistolas.
Seguí observando y en nada se presentaron a toda velocidad, saliendo de
todas partes, coches normales con sirenas en el techo que frenaron en seco a
las puertas de la Pizzería haciendo chirriar sus gomas. Poco después, una ambulancia.
Sacaron una camilla y al momento vi salir en ella a Tessa en un evidente estado
de excitación, mientras un sanitario y un policía intentaban calmarla. Al rato,
un coche negro, con un rótulo de “Servisa”, se detuvo.
Arranqué el coche y lo puse lentamente
en marcha. Me dirigí hacia un descampado, lejos, muy lejos del lugar. Cogí mi
mochila repleta de dinero, más del que nunca hubiese soñado en mi vida y me
bajé del coche y entonces, como en esas películas de gánster que había visto en
los cines, le prendí fuego. Luego caminé, como dando un paseo y cogí la guagua
que pararía en el aeropuerto. Tessa había cumplido su parte. El resultado había
sido el planeado y yo había cumplido con la mía.
En el Reina Sofía me aguardaba,
tomando un barraquito en la Cafetería, Ornella, mi Ginna por un día. Antes,
había hecho la llamada a Rafaella. Me sonrió y al verme llegar me soltó,
recuerdas que me dijiste si tú me dices ven…pues lo he dejado todo. Vale, le
contesté, entonces me vas a explicar ahora, por fin, para que de una vez lo
entienda, que era aquello que siempre decía Fabio de que eres única con las
manos en la masa.
Diez minutos más tarde embarcábamos
hacia nuestro destino del que nunca volveríamos.
quicopurriños,
en el mes de
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