jueves, 29 de abril de 2021

O F E R T A (De Apuros Varios) José Rivero Vivas

 

O F E R T A

(De Apuros Varios)

José Rivero Vivas

 

CUENTOS DE ALIENTO SANTACRUCERO

HONDA MESURA – Obra: C.08 (a.08)

APUROS VARIOS – Obra: C.09 (a.09)

Publicados en 1 volumen.

(ISBN 84-85896-30-0) D. Legal: TF. 1681/91

Editorial Benchomo, Islas Canarias. (Septiembre de 1991)

Obra escrita en Tenerife, Islas Canarias, hacia 1988-89, en cuanto series de relatos, ambas complementan un total, cuyo aporte, en su ser, trata de alentar el amor a Santa Cruz de Tenerife, exento de tópicos, modas y  costumbrismo, con noble ánimo de ver insinuarse Dubliners, de Joyce, en el entorno de esta ciudad. Los cuentos se hallan impregnados de aire intemporal; no obstante, exponen ciertos rasgos del momento, con temas que se enmarcan a la vuelta de una esquina, en el banco de una plaza, en mitad de un cruce, en un bar, una oficina, un centro oficial, una ciudadela o un solar.

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José Rivero Vivas

OFERTA

(De Apuros Varios)

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-Dígame, señora, ¿a qué se debe que usted me ofrezca lo que no tengo por costumbre aceptar? ¿Desconoce mi talante? ¿No me ha visto nunca sobrio? ¿Deslumbra acaso mi carácter? ¿No intuye la desazón que me devora?

Pendiente abajo eché esa mañana sin percatarme de que era seguido por aquella sombra que no se despegaba diez metros de mí. Si me paraba, cesaba su marcha; si volvía a andar, lo mismo hacía. Estuvo durante horas pisándome los talones, hasta que, con los ra­yos del sol en su mayor incidencia, su imagen quedó desvanecida en el sendero inundado de luz, que enceguecía a quien se había ade­lantado a la presencia de las sombras, por lo que yo no podría permanecer un segundo expuesto a la bravura canicular del mediodía santacrucero, cuando la calle del Castillo empapa de sudor en el roce involuntario de quienes suben y bajan, van y vienen, se desviven en actividades varias, sin límite, y, sin embargo, semejan seres pasivos, anónimos y sin fin.

No podía quedarme quieto ni un minuto más en aquella esquina junto al Banco, espacio ampliado, lleno de motocicletas, que acom­pañan a los tristes árboles alegrando el lugar. Pensé continuar andando hasta el Chicharro, ahí más allá, con intención de descansar en la plaza del Príncipe, o acaso descender por Villalba Hervás hasta la Alameda, sentarme bajo una sombrilla, o coger la guagua que va a Las Teresitas.

Quería sobrevivir a la tremenda descarga de golpes que recibiría tan pronto fuera apercibida mi figura en el inicio del puente Serrador, que todos se me echarían encima mientras deambu­lan ociosos, sin apurarse por la venida del fantasma, o tal vez por su derrumbamiento total sobre las frías baldosas de encintado grave y deslizamiento obtuso.

-Oiga. Y con el nuevo orden mundial, ¿qué va a suceder?

-Nada. Mantenerse a la expectativa por si surgen ventajas que puedan adjudicarse a quienes no tenemos un duro.

Llueve. La calzada está hecha una pecina, aunque el paso es tardo por este andurrial. Puede que más de una vez me equivoque en mi apreciación del ambiente. Es posible que cobre ánimos y un día, si no es otro, me vea tributando pesares cerca del pálido resplandor de una farola que no haya merecido ningún cantar ni honroso traslado en digna réplica sustitutiva como encumbrado re­cuerdo de la reliquia de ayer.

Me falla la memoria de las cosas y no es posible para mí embarcarme en nave actual porque me da miedo volar aun cuando se trate de medio de transporte que se desliza sobre el mar.

-¿Cómo poder deducir de la insensata porfía si, a cambio de no soñar, no se narra poesía?

Esta es la flor, es el acierto, es la polícroma explanada que se apoya en múltiples datos para expresar la inconsciencia de quien decide prestar atención a los resortes marinos, a los esquemas abiertos, a quienes más desestiman la imagen de las mil quimeras halladas antes del oscurecer perdido, del fulgor de las estrellas, de su temblor y su titilar, del cénit practicado lejos del sol mendicante de quienes opinan por sí y no por otro que no ha llegado a procrear porque se siente dirigido a catorce tumbas resquebrajadas frente al ardor del cartel de luminosidad intensa.

Luego, cuando se presentó el cantor, dijo:

-Paseaba de lo lindo por aquí y por allá, mientras los demás soldados de mi promoción hubieron de ir al Golfo en defensa de la paz, amenazada que había sido por la puesta en escena de una película inflamatoria merced al voluptuoso movimiento de caderas de una excelente bailarina de piel poco clara, estrella resplande­ciente entre las turbias aguas del escabroso ascenso a la celebri­dad.

Pero no es necesidad de monólogo lo que me anima a emprender la redacción de esta crónica sobre el Carnaval. Quiero saber creer en mí, sin estar supeditado a bulos que corren diciendo, apedrean­do, gritando sobre la fuente de apuesta insignificante de aquel que cumplió condena después de haber estado perdido en la peli­grosa encrucijada de la calle del Castillo con Valentín Sanz, apos­tado prudentemente en el ensanche de la acera, limitando con el Banco, enclave protector de unos seres poco extraordinarios y otros menos comunes, unidos por un atardecer de sombras inciertas que en­filaban hacia la noche casi cerrada y la inconclusa misión por la cual fueron condenados a muerte y no esperaron más a que llegara el crepúsculo vespertino para no caer posesos del temor a la luz radiante y al resquemor tramado entre planchas de uralita y tapias de piedra y barro dando refugio al sujeto desaparecido duran­te años, para ser encontrado a orillas del mar, en el tramo com­prendido entre las Caletillas y Candelaria.

Aquel mismo día, frente a frente en la discusión zanjada, llegaron extenuados a postrarse sin demora ante la Virgen, para ro­garle cristianamente, con devoción profunda y mesurada inclina­ción, que les socorriese en su penuria y alargada peregrinación. Terminaron al fin su oración mostrando el material del cinto que ceñía sus vestidos, entallando su cuerpo cual sartén sin mango, caída al suelo sin apenas ser calentada para la fritura y el re­hogo preparado para la col de hojarasca como ágape incomparable.

Así fueron pidiendo fortuna tras fortuna, siguiendo las leyes, que un día se arracimaron frente a la angustia, al saber, al decoro, o la imagen solitaria y la regulación impía.

Pensó cosas mejores que las propuestas, pero como la memoria suele fallar cada vez que uno intenta indagar el aspecto conocedor del hecho ardiente, decidí frenar esa noche y ponerme al corriente respecto de esos macanas que se parecen a la nada absurda y la torpeza redentora, si es que en algo se apoya la onda precursora del hallazgo emocional.

-No es lo mismo inventar que reproducir; por eso habremos de ser originales todos alguna vez, o copiaremos la vida que más nos duele, y a ver con qué se calma la aguda dolencia de nuestras sie­nes punzando sin cesar.

Quiero que más de cuatro juren en vano por ver si el demonio se alegra de conocerme y por fin se acerca a mi casa. Cuando haya entrado, la emprenderé a mamporros con su hocico de buco repulsivo y lo dejaré tuerto de un ojo por fuerte golpe propinado con la mano de revés.

Más tarde se quejará alguien de que ante los ecos sonoros de cuatro aleluyas vacías de contenido y fineza, el individuo supo arrastrarse a los pies de su amada, pedirle cuentas y después ajustarse la pretina para no perder los pantalones, pues con solamente un tirón de hebilla no era suficiente para mantenerlos apretados y bien puestos.

-Eso no se arreglará así -gritó la vecina, una jamona de muy buen ver y de goloso estar tumbado con ella en un sofá.

Al rato, le dije nuevamente:

-Señora, no me ofrezca usted esa hermosura de vientre, que si bajo al precipicio quedaré prendado de sus encantos, y ya no volveré a mi ser.

Al cabo del tiempo pude advertir que estaba en la recova merodeando por puestos de carne, de pescado, de fruta y de verduras, mientras pugnaba por salir al exterior para dirigirme a un bar donde tomar un café.

Miraflores quedaba lejos, embarrancada en su deplorable aspecto de ayer, dando vida al espectáculo dolorosamente humano de contemplar a quien brinda su pálido atractivo en el quicio de un disimulado burdel.

Pero flaquea la memoria al fin, por débil que graba aquello que no es grato ventilar por miedo a que su olor pueda ser consi­derado como de baja calidad social, y hube de confirmarme con el tiempo real sin que pudiera partir en seguimiento de ningún otro, fuera histórico o ficticio, ajeno por completo al acontecer actual.

 -No se preocupe, señora. Mañana mismo vengo a recoger su regalo.

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José Rivero Vivas

OFERTA

(De Apuros Varios)

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CUENTOS DE ALIENTO SANTACRUCERO

HONDA MESURA – Obra: C.08 (a.08)

APUROS VARIOS – Obra: C.09 (a.09)

Publicados en 1 volumen.

(ISBN 84-85896-30-0) D. Legal: TF. 1681/91

Editorial Benchomo, Islas Canarias. (Septiembre de 1991)

Obra escrita en Tenerife, Islas Canarias, hacia 1988-89, en cuanto series de relatos, ambas complementan un total, cuyo aporte, en su ser, trata de alentar el amor a Santa Cruz de Tenerife, exento de tópicos, modas y  costumbrismo, con noble ánimo de ver insinuarse Dubliners, de Joyce, en el entorno de esta ciudad. Los cuentos se hallan impregnados de aire intemporal; no obstante, exponen ciertos rasgos del momento, con temas que se enmarcan a la vuelta de una esquina, en el banco de una plaza, en mitad de un cruce, en un bar, una oficina, un centro oficial, una ciudadela o un solar.

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Tenerife

Islas Canarias

Abril de 2021

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