O F E R T A
(De
Apuros Varios)
José Rivero Vivas
CUENTOS DE ALIENTO SANTACRUCERO
HONDA MESURA – Obra: C.08 (a.08)
APUROS VARIOS – Obra: C.09 (a.09)
Publicados en 1 volumen.
(ISBN
84-85896-30-0) D. Legal: TF. 1681/91
Editorial Benchomo, Islas Canarias. (Septiembre de 1991)
Obra escrita en Tenerife, Islas Canarias, hacia
1988-89, en cuanto series de relatos, ambas complementan un total, cuyo aporte,
en su ser, trata de alentar el amor a Santa Cruz de Tenerife, exento de
tópicos, modas y costumbrismo, con noble
ánimo de ver insinuarse Dubliners,
de Joyce, en el entorno de esta ciudad. Los cuentos se hallan impregnados de
aire intemporal; no obstante, exponen ciertos rasgos del momento, con temas que
se enmarcan a la vuelta de una esquina, en el banco de una plaza, en mitad de
un cruce, en un bar, una oficina, un centro oficial, una ciudadela o un solar.
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José Rivero Vivas
OFERTA
(De
Apuros Varios)
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-Dígame, señora, ¿a qué se debe
que usted me ofrezca lo que no tengo por costumbre aceptar? ¿Desconoce mi
talante? ¿No me ha visto nunca sobrio? ¿Deslumbra acaso mi carácter? ¿No intuye
la desazón que me devora?
Pendiente abajo eché esa mañana
sin percatarme de que era seguido por aquella sombra que no se despegaba diez
metros de mí. Si me paraba, cesaba su marcha; si volvía a andar, lo mismo
hacía. Estuvo durante horas pisándome los talones, hasta que, con los rayos
del sol en su mayor incidencia, su imagen quedó desvanecida en el sendero
inundado de luz, que enceguecía a quien se había adelantado a la presencia de
las sombras, por lo que yo no podría permanecer un segundo expuesto a la
bravura canicular del mediodía santacrucero, cuando la calle del Castillo
empapa de sudor en el roce involuntario de quienes suben y bajan, van y vienen,
se desviven en actividades varias, sin límite, y, sin embargo, semejan seres
pasivos, anónimos y sin fin.
No podía quedarme quieto ni un
minuto más en aquella esquina junto al Banco, espacio ampliado, lleno de
motocicletas, que acompañan a los tristes árboles alegrando el lugar. Pensé
continuar andando hasta el Chicharro, ahí más allá, con intención de descansar
en la plaza del Príncipe, o acaso descender por Villalba Hervás hasta la
Alameda, sentarme bajo una sombrilla, o coger la guagua que va a Las Teresitas.
Quería sobrevivir a la tremenda
descarga de golpes que recibiría tan pronto fuera apercibida mi figura en el
inicio del puente Serrador, que todos se me echarían encima mientras deambulan
ociosos, sin apurarse por la venida del fantasma, o tal vez por su
derrumbamiento total sobre las frías baldosas de encintado grave y
deslizamiento obtuso.
-Oiga. Y con el nuevo orden mundial, ¿qué va a suceder?
-Nada. Mantenerse a la expectativa por si surgen ventajas que
puedan adjudicarse a quienes no tenemos un duro.
Llueve. La calzada está hecha una pecina, aunque el paso es
tardo por este andurrial. Puede que más de una vez me equivoque en mi
apreciación del ambiente. Es posible que cobre ánimos y un día, si no es otro,
me vea tributando pesares cerca del pálido resplandor de una farola que no haya
merecido ningún cantar ni honroso traslado en digna réplica sustitutiva como
encumbrado recuerdo de la reliquia de ayer.
Me falla la memoria
de las cosas y no es posible para mí embarcarme en nave actual porque me da
miedo volar aun cuando se trate de medio de transporte que se desliza sobre el
mar.
-¿Cómo poder deducir de la
insensata porfía si, a cambio de no soñar, no se narra poesía?
Esta es la flor, es el acierto, es la polícroma explanada que se
apoya en múltiples datos para expresar la inconsciencia de quien decide prestar
atención a los resortes marinos, a los esquemas abiertos, a quienes más
desestiman la imagen de las mil quimeras halladas antes del oscurecer perdido,
del fulgor de las estrellas, de su temblor y su titilar, del cénit practicado
lejos del sol mendicante de quienes opinan por sí y no por otro que no ha
llegado a procrear porque se siente dirigido a catorce tumbas resquebrajadas
frente al ardor del cartel de luminosidad intensa.
Luego, cuando se presentó el cantor, dijo:
-Paseaba de lo lindo por aquí y por allá, mientras los demás
soldados de mi promoción hubieron de ir al Golfo en defensa de la paz,
amenazada que había sido por la puesta en escena de una película inflamatoria
merced al voluptuoso movimiento de caderas de una excelente bailarina de piel
poco clara, estrella resplandeciente entre las turbias aguas del escabroso
ascenso a la celebridad.
Pero no es
necesidad de monólogo lo que me anima a emprender la redacción de esta crónica
sobre el Carnaval. Quiero saber creer en mí, sin estar supeditado a bulos que
corren diciendo, apedreando, gritando sobre la fuente de apuesta
insignificante de aquel que cumplió condena después de haber estado perdido en
la peligrosa encrucijada de la calle del Castillo con Valentín Sanz, apostado
prudentemente en el ensanche de la acera, limitando con el Banco, enclave
protector de unos seres poco extraordinarios y otros menos comunes, unidos por
un atardecer de sombras inciertas que enfilaban hacia la noche casi cerrada y
la inconclusa misión por la cual fueron condenados a muerte y no esperaron más
a que llegara el crepúsculo vespertino para no caer posesos del temor a la luz
radiante y al resquemor tramado entre planchas de uralita y tapias de piedra y
barro dando refugio al sujeto desaparecido durante años, para ser encontrado a
orillas del mar, en el tramo comprendido entre las Caletillas y Candelaria.
Aquel mismo día,
frente a frente en la discusión zanjada, llegaron extenuados a postrarse sin
demora ante la Virgen, para rogarle cristianamente, con devoción profunda y
mesurada inclinación, que les socorriese en su penuria y alargada
peregrinación. Terminaron al fin su oración mostrando el material del cinto que
ceñía sus vestidos, entallando su cuerpo cual sartén sin mango, caída al suelo
sin apenas ser calentada para la fritura y el rehogo preparado para la col de
hojarasca como ágape incomparable.
Así fueron pidiendo fortuna tras fortuna, siguiendo las leyes,
que un día se arracimaron frente a la angustia, al saber, al decoro, o la
imagen solitaria y la regulación impía.
Pensó cosas mejores que las
propuestas, pero como la memoria suele fallar cada vez que uno intenta indagar
el aspecto conocedor del hecho ardiente, decidí frenar esa noche y ponerme al
corriente respecto de esos macanas que se parecen a la nada absurda y la
torpeza redentora, si es que en algo se apoya la onda precursora del hallazgo
emocional.
-No es lo mismo inventar que
reproducir; por eso habremos de ser originales todos alguna vez, o copiaremos
la vida que más nos duele, y a ver con qué se calma la aguda dolencia de
nuestras sienes punzando sin cesar.
Quiero que más de cuatro juren
en vano por ver si el demonio se alegra de conocerme y por fin se acerca a mi
casa. Cuando haya entrado, la emprenderé a mamporros con su hocico de buco
repulsivo y lo dejaré tuerto de un ojo por fuerte golpe propinado con la mano
de revés.
Más tarde se quejará alguien de
que ante los ecos sonoros de cuatro aleluyas vacías de contenido y fineza, el
individuo supo arrastrarse a los pies de su amada, pedirle cuentas y después
ajustarse la pretina para no perder los pantalones, pues con solamente un tirón
de hebilla no era suficiente para mantenerlos apretados y bien puestos.
-Eso no se arreglará así -gritó
la vecina, una jamona de muy buen ver y de goloso estar tumbado con ella en un
sofá.
Al rato, le dije
nuevamente:
-Señora, no me ofrezca usted
esa hermosura de vientre, que si bajo al precipicio quedaré prendado de sus
encantos, y ya no volveré a mi ser.
Al cabo del tiempo pude advertir que estaba en la recova
merodeando por puestos de carne, de pescado, de fruta y de verduras, mientras
pugnaba por salir al exterior para dirigirme a un bar donde tomar un café.
Miraflores quedaba lejos, embarrancada en su deplorable aspecto
de ayer, dando vida al espectáculo dolorosamente humano de contemplar a quien
brinda su pálido atractivo en el quicio de un disimulado burdel.
Pero flaquea la memoria al fin, por débil que graba aquello que
no es grato ventilar por miedo a que su olor pueda ser considerado como de
baja calidad social, y hube de confirmarme con el tiempo real sin que pudiera
partir en seguimiento de ningún otro, fuera histórico o ficticio, ajeno por
completo al acontecer actual.
-No se preocupe, señora.
Mañana mismo vengo a recoger su regalo.
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José Rivero Vivas
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Publicados en 1 volumen.
(ISBN 84-85896-30-0) D. Legal: TF. 1681/91
Editorial
Benchomo,
Islas Canarias. (Septiembre de 1991)
Obra escrita en Tenerife, Islas Canarias, hacia 1988-89, en
cuanto series de relatos, ambas complementan un total, cuyo aporte, en su ser,
trata de alentar el amor a Santa Cruz de Tenerife, exento de tópicos, modas
y costumbrismo, con noble ánimo de ver
insinuarse Dubliners, de Joyce, en
el entorno de esta ciudad. Los cuentos se hallan impregnados de aire
intemporal; no obstante, exponen ciertos rasgos del momento, con temas que se
enmarcan a la vuelta de una esquina, en el banco de una plaza, en mitad de un
cruce, en un bar, una oficina, un centro oficial, una ciudadela o un solar.
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Tenerife
Islas Canarias
Abril de 2021
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