A contracorriente
TODO EL MUNDO ES FASCISTA
Enrique Arias Vega
Resulta que ahora todo el mundo es fascista, a tenor de los
insultos que unos dedican a otros y viceversa. En este mundo en el que la
violencia todavía es predominantemente verbal, el dicterio de fascista compite
sobre todo con el de franquista, cuando la mayor parte de la población no ha
vivido aquella cambiante época política y cuyo significado de la palabra ni
conoce ni sabría definir.
Se le tacha de populista y lo es, pues apela a los sentimientos
más que a las razones políticas, actitud que practica y predica, por otra
parte, la mayoría de la izquierda. Algo hemos avanzado, pues, en la definición.
¿Es ultra? También, pues su radicalismo no admite medias tintas
y se decanta por un programa de máximos y no de mínimos. En un país en el que
el centro está tan poco poblado, en el que los partidos no son propensos al
diálogo ni al acuerdo, en el que se imponen líneas rojas, exclusiones y
cordones sanitarios cada dos por tres, todos vienen a ser ultras, de una u otra
manera.
Insisto: ¿es fascista?
Lo siento, pero no. El fascismo es una filosofía política que sustituye
al individuo por el Estado, que considera a la gente gregariamente homogénea (“el
pueblo”), la cual necesita que cuiden de ella, y que cede al líder todo: su libertad, su fuerza de trabajo, su
raciocinio,… a cambio del bienestar material, la seguridad física y un mundo en
el que sólo haya un pensamiento único y en el que todo esté regulado,
subvencionado y decidido por el líder, con una intolerancia absoluta (hasta la
exterminación) de los opositores.
Ése fue un invento creado por Mussolini en los años veinte,
perfeccionado por Hitler y otros líderes comunistas más tarde y seguido de una
u otra manera por la Falange de Primo de Rivera o el Justicialismo de Juan
Domingo Perón (“haremos un fascismo pero
evitando los errores de Mussolini”).
Pues ya ven: a VOX se le podrá llamar de todo, desde extrema
derecha hasta ultraconservadora, pero no fascista: no cree en el Estado,
pretende adelgazarlo y bajar impuestos, es ultraliberal en economía, en
educación, en pensamiento,… casi podríamos considerarlo ácrata, aunque este
término esté hoy día casi sacralizado por la izquierda.
Digo todo esto, porque en un país en el que, a base de
revanchismo, estamos perdiendo hasta los referentes de la realidad, no sabemos ya
ni insultar. Facha será quien sea facha, violento quien impida por la fuerza
expresarse a los demás, y radicales, de uno u otro tipo, serán simplemente
radicales y a ver qué pasa.
¿Les parece bien? ¿O no?
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