PORQUE PEDRO LO VALE
JUAN CARLOS ESCUDIER
Existen políticos
discretos, de esos que su mano derecha no sabe lo que hace la izquierda, y los
hay también muy abiertos, al punto de que su franqueza raya con el descaro.
Pedro Sánchez debe pertenecer a esta última categoría a tenor de lo visto y
oído ayer en su sesión de investidura. No se había visto nunca semejante
desnudo integral, que alguno tomarán por astucia y otros por lo que realmente
es: una auténtica tomadura de pelo. Pasará a los anales parlamentarios que un
candidato que aspira a la presidencia pide a sus teóricos adversarios que le
concedan lo que no logra obtener de sus supuestos aliados, y a éstos que pongan
buena cara al menosprecio. A eso se le llama tener más valor que el Guerra.
Sánchez sobrepasó
todos los límites. No hay precedentes de un político que, en medio de una
negociación para cerrar una coalición, proponga como primera medida cambiar las
reglas del juego, esto es la Constitución, para poder llegar al Gobierno sin el
concurso de sus pretendidos socios. Tampoco los hay de un candidato que reclame
a los llamados a ser oposición que le abran paso para no depender de sus
futuros coaligados. Dicho en francés, que es más fino, asistimos a un memorable
“par devant et par l’arrière et de toutes les manières”.
No es del todo
correcto afirmar que Sánchez pidiera al PP y a Ciudadanos su abstención en la
investidura. Fue más allá. Hubo momentos en los que la mendigó y otros en las
que la exigió hasta el punto de provocar la risa de un Pablo Casado que no daba
crédito a la insistencia. La derecha estaba obligada a hacer presidente a
Sánchez por patriotismo, porque tenemos el Brexit a la vuelta de la esquina,
porque en septiembre habrá sentencia contra los líderes del procés, porque lo
pedían sus votantes en las encuestas, porque repetir las elecciones sería un
fastidio y, en definitiva, porque Sánchez lo vale.
No quedó ahí la
cosa. La izquierda con la que aparentemente negocia su Gobierno tampoco debía
cometer el error de interponerse entre el socialista y la Moncloa aunque
fracasaran las negociaciones. Existían, como dijo, una amplia gama de grises
entre el blanco de encumbrarle y el negro de votar lo mismo que la extrema
derecha, tal que un acuerdo de investidura, uno de legislatura o un gratis
total, que es más cómodo porque no hay que redactar papeles. Esto era así
porque no existen más opciones, salvo otra que también propuso: que Unidos
Podemos se sumara a la derecha e hiciera presidente al más alto de la terna de
Colón o al que le sentara mejor el traje.
Se presentía algo
semejante desde su primera intervención, cuando desgranó un programa del tipo
dónde hay que firmar de la misma manera que haría el ganador de las elecciones
por mayoría absoluta y no del que cuenta con menos del 30% de los votos. Tan de
sobrado fue que ni siquiera mencionó que todo lo que prometía estaba a expensas
de que alguien más aparte del diputado del cántabro Revilla votara a favor, uno
de esos detalles sin importancia que se dan por sobreentendidos.
El “queremos gobernar
con ustedes” o el “estos dispuesto a correr el riesgo” (de formar un Gobierno
de coalición con Unidas Podemos) sonó a chiste cuando Pablo Iglesias explicó la
función de florero que los socialistas reservaban a su partido en el Consejo de
Ministros. Vetado el propio Iglesias y los equipos mixtos en el organigrama del
Ejecutivo, los socialistas se reservaban los llamados ministerios de Estado
(Exteriores, Defensa, Economía, Justicia e Interior) y se negaban a soltar
competencias en Hacienda, Trabajo, Igualdad, Transición Ecológica o Ciencia. A
la vista de la actual estructura, cabe deducir que Unidos Podemos podría asumir
Cultura, Deportes, Agricultura o Sanidad, que es un florero en sí misma porque
todas sus atribuciones están en manos de las comunidades autónoma. “¿Papel
decorativo?”, se preguntó un ofendidísimo Sánchez. Si acaso ornamental o
pintoresco, que suena mejor.
Salvo que se trate
de una estrategia para tensar aún más la cuerda antes del jueves, cuando se
producirá la votación definitiva, está claro que Sánchez no quiere coalición ni
coaliciona, que diría una madre, y que la repetición electoral es mucho más que
una posibilidad remota. El vaticinio de Iglesias de que si Sánchez, por
cerrazón, malogra ahora la posibilidad de ser presidente nunca lo será quedó en
el aire. No sólo se cumplen las profecías de Tezanos, que tampoco es que sea
muy fiable.
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