EL PARAÍSO SEGÚN WOODY ALLEN
DAVID TORRES
Muchos admiradores
de Woody Allen, entre los que me cuento, no le perdonamos que siga haciendo
películas. Mejor dicho, no le perdonamos que cada año no nos entregue una nueva
obra maestra. Somos insaciables, le exigimos siempre el máximo, el no va más, el
triple salto mortal. Le pedimos Zelig y nos da Si la cosa funciona. Le pedimos
Hannah y sus hermanas y nos da Conocerás al hombre de tus sueños. Le pedimos
Delitos y faltas y nos da Match Point. Le pedimos Annie Hall y nos da
Medianoche en París. Lo necesitamos permanentemente en la cúspide de su genio,
sin comprender que un cineasta tan prolífico y original también tiene derecho a
tropezarse, a repetirse, a equivocarse. Olvidamos que, salvo un par de
excepciones, no hay ningún otro director en la historia del séptimo arte que
fuese a la vez autor exclusivo de sus propios guiones, que incluso Wilder,
Huston, Fellini, Buñuel o De Sica echaban mano de colaboradores a la hora de
sentarse a escribir. El par de excepciones, por cierto, son
De vez en cuando,
sin embargo, Woody Allen apunta con cuidado, aprieta los dientes y nos entrega
una obra como Blue Jasmine, una película ácida, amarga y devastadora que es al
mismo tiempo un vapuleo inmisericorde de las clases altas, un retrato al
natural de los tiburones financieros y una radiografía de la miseria humana.
Allen dice que vive por y para el cine, que probablemente la muerte le
sorprenda en la sala de montaje o en un plató, rodando, de pie, un privilegio
que hasta ahora sólo ha podido cumplir John Huston en Dublineses, su
inolvidable testamento cinematográfico. Cuando le preguntaron hace poco, en una
rueda de prensa, sobre la muerte, esa guadaña terrible que campea sobre tantas
de sus películas y que anima tantos de sus diálogos, Allen respondió: «Tengo la
misma opinión de siempre, estoy completamente en contra». Lucha contra la parca
a base de humor, de comedias hilarantes, de música maravillosa, danzando como
Boris Grushenko después de su fusilamiento: «Sólo el arte es controlable. El
arte y la masturbación: dos campos en los que soy un experto».
Últimamente,
además, tiene que enfrentarse a una histérica caza de brujas, una sórdida
trifulca familiar jaleada por su ex, Mia Farrow, acusación de la que fue
exonerado tras una ardua investigación y sobre la que ya he escrito más de una
vez. La picota pública le ha valido el honor de que un montón de intérpretes
miopes e hipócritas (Natalie Portman, Mira Sorvino, Rebecca Hall o Colin Firth)
hayan proclamado públicamente que jamás volverán a trabajar con él. Y el honor,
aún más alto, de que Bildu, cuyos representantes pierden el culo a la hora de
homenajear a asesinos etarras, se negara a recibirlo en el Ayuntamiento de
Donostia. Su amor por la ciudad se remonta, al menos, a 2004, cuando decidió
presentar Melinda y Melinda en el Festival Internacional de San Sebastián en
lugar de hacerlo en la Mostra di Venezia. Qué gran alegría verlo en la
escalinata al lado de Roures, accionista de Mediapro, que financia su nuevo
proyecto, y flanqueado por Sergi López, Gina Gershon, Elena Anaya y Wallace
Shawn, principales figuras de un elenco que incluye también a Chistophe Waltz.
Es muy difícil que
Allen logre retratar la Parte Vieja, el Peine de los Vientos o el paseo de La
Concha con la deslumbrante energía con que eternizó el puente de Brooklyn en
Manhattan, bajo el fulgurante arabesco de la Rapshody in blue. Aun así, el
intento merecerá la pena, más aun cuando acaba de confesar que está enamorado
de la ciudad, que quiere dar al mundo una visión de San Sebastián como el
paraíso en la Tierra, al igual que hizo con Nueva York. Yo intentaré colarme en
el rodaje aunque sea de refilón, entre pintxo y pintxo, para ver cómo Woody
Allen le hace otro corte de mangas a la muerte, ese fundido a negro del que dijo
que no hay que verlo tanto como un fin sino como la manera más efectiva de
reducir gastos.
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