EL PROFETA ENAMORADO
ANA SHARIFE
Siempre sospeché
que el Corán había sido elaborado entre mujeres. A menudo las imaginé
reescribiendo las hojas que el profeta dejaba al descuido mientras se recostaba
un rato a dormir su siesta.
Mahoma estaba
enamorado. Estoy completamente segura. Por eso otorga a las mujeres derechos y
libertades que hasta hace bien poco no habían llegado a muchas de nuestras modernas
sociedades occidentales.
Como primer ejemplo
invalidó la boda de Jansa, obligada por su padre a casarse con un hombre al que
no quería. Y tras la batalla de Uhud, que dejó tantas viudas y huérfanos,
estableció derechos para las mujeres en materia de sucesiones y herencias que
ni el código napoleónico por el que se rigen muchos países europeos les es más
favorable (azora II, aleyas 218-234-235, y azora IV, aleyas 126-216).
Cuenta la tradición
que durante uno de sus viajes a la Siria cristiana conoció en un monasterio a
un fraile nestoriano que lo inició en el conocimiento del Antiguo Testamento, y
cuenta también que recibió sus revelaciones por medio del arcángel Gabriel,
pero yo siempre he pensado que tales revelaciones procedían de voces femeninas.
Lo cual no es una idea disparatada dada la enorme influencia que pudieron
ejercer las mujeres en las decisiones de un sentimental.
Mahoma instauró el
divorcio (en pleno siglo VI) para que las mujeres fuesen libres si querían
separarse (azora IV, aleya 127, y azora XXXIII, aleyas 36-39), o deseaban
volver a unirse en matrimonio junto a un nuevo hombre (azora IV, aleya 23). Y
enfrentándose a las costumbres más sagradas de la época las invitó a participar
en la oración y la guerra, los dos actos más importantes de entonces.
Estaba enamorado.
No tengo ninguna duda. Y tenía por el amor un entusiasmo platónico a cuya sombra
surgieron las primeras cortes, muchos siglos antes que en Provenza, dejando
escrito entre sus versos “ya lo dijo Alá, que el mejor de entre los hombres es
el mejor hacia su esposa”.
De los pecados
posibles, la calumnia a una mujer fue el más duramente castigado (azora XXIV),
dictó leyes a favor del aborto antes de los 42 primeros días de gestación
(azora XXXIX), abolió la esclavitud (azora XXIV, aleyas 32-33) y el repudio
(azora II, aleyas 228-231-233-332 y azora LVIII).
No reconozco la
imagen de un Islam violento e inmutable. En ninguna parte del texto sagrado
existe una formulación que permita cualquier forma de discriminación entre
hombres y mujeres, así como no es posible identificar el Islam con la forma de
terrorismo que asola el mundo, porque la voluntad de transformar el mundo
mediante actos de destrucción no se encuentra en el Islam tradicional. No
busquemos sus raíces ideológicas en el pasado remoto, porque no son antiguas
sino que provienen de la modernidad.
Las mujeres árabes
luchan por sus derechos, un feminismo que hunde sus raíces en el propio mundo
musulmán, pues como dictó aquel profeta enamorado “las mujeres son iguales al
hombre, aquel que las honre es honorable y aquel que las desprecie es
despreciable
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