CUANDO SÁNCHEZ PARAFRASEÓ
A LOS CHUNGUITOS
JUAN TORTOSA
Si todo podía salir
bien, ¿por qué todo ha salido mal? Hablo con gente de mi entorno, gente de
bien, leída e implicada, que tras vivir pegados al televisor las tres jornadas
de investidura de esta semana, tras chuparse las intervenciones completas de
todos los políticos que han subido a la tribuna, andan estos días sumidos en
profunda depresión. Unos son votantes del PSOE, otros de Podemos, otros
votantes del PSOE que votaron a Podemos y una cuarta facción nada despreciable:
votantes de Podemos que votaron al PSOE por miedo a Vox. Pues bien, todos están
cabreados. Les une una amarga sensación de estafa que los tiene preguntándose
aún qué demonios ha podido saber para que todo salte por los aires.
No solo los
entiendo, sino que he de reconocer que yo mismo padezco desde el lunes un ardor
de estómago que acabó de rematar la sesión celebrada en el Congreso de los
Diputados. Atiborrado de Almax ando y no hay manera. Ni las interesantes etapas
de los Alpes en el Tour de Francia han ayudado; ni a mí, ni a los amigos con
los que me he reunido para verlas, ese grupo plural al que me refería al
principio, casi todos bebedores de tarde noche que desde hace tres días
empezamos ya con los gintonics a las cuatro de la tarde. Tampoco beber ayuda.
¿Qué hacer? Todavía faltan veinte días para que empiece el fútbol y después de
Wimbledon ya no hay tenis en condiciones. Necesitamos un sucedáneo, rápido,
algo que nos ayude a olvidar la pesadilla política de esta semana.
Cuando el viernes
el PP se hizo con el gobierno de la región de Murcia, la depre que nos envuelve
subió unos puntitos más: la derecha poniéndose de acuerdo con la ultraderecha,
autonomía tras autonomía, sin que se les caigan al suelo los anillos de casado
(o de casada), y la izquierda cogiéndosela una vez más con papel de fumar,
caminando de desencuentro en desencuentro hasta el desastre final.
Seguro que todo
tiene su explicación, pero cuando tanta gente anda como zombie preguntándose
cómo es posible que, habiendo podido salir bien, todo haya salido mal, es que
alguien tenía que haber hecho algo que no ha hecho. Cuando uno no quiere, dos
no se entienden, reza el dicho, pero ¿quién es ese uno? ¿Unidas Podemos? Con
toda honestidad, no lo creo, tengo razones para pensar que si hubieran visto un
mínimo de luz habrían tirado hacia delante, como en algún momento pareció. Algo
grave tuvo que ocurrir, algo que aún desconocemos y que en su momento se sabrá.
Porque cuando se puede, como en Navarra, se hace.
Entonces, ¿qué ha
fallado? La respuesta, sin duda, la tiene Pedro Sánchez, quien durante la
sesión del jueves en el Congreso, remedando la célebre canción de los
Chunguitos que Carlos Saura utilizó como banda sonora en su película “Deprisa,
deprisa”, proclamó que si le daban a elegir entre el gobierno de España y sus
convicciones, elegía sus convicciones. ¿Qué convicciones pueden ser esas? ¿Las
cosas que dice o las que hace? ¿lo que promete o lo que cumple?, ¿lo que parece
o lo que es? Si me das a elegir, ¡ay Pedro!, me siento engañado. Si me das a
elegir entre quien te quiere y quien no, entre lo que representas y lo que
presentas, entre lo que dices que son tus convicciones y lo que realmente son,
si me das a elegir, ¡ay Pedro!, me siento estafado. Tanto yo como mis colegas
los que te votaron, o los que votaron a Podemos convencidos de que acabaríais
entendiéndoos.
Como se entiende la
derecha sin tanto rollo, como se van a acabar entendiendo en la Comunidad de
Madrid, pactando hasta los sobresueldos, que diría Rufián, para rematar la
faena de celebraciones que llevan encadenadas gracias a las prácticas suicidas
con que la izquierda tiende a resolver sus diferencias desde tiempos
inmemoriales.
Había motivos para
que en estos momentos tuviéramos mucho que celebrar y en cambio aquí andamos
todos, con cara y maneras de funeral, pendientes del Tour que ya se acaba y
buscando distracciones que nos permitan evadirnos de tanta miseria. ¿Hace otro
gin tonic? Venga, y brindemos por Gabriel Rufián y por Aitor Esteban, los
únicos que el jueves supieron estar a la altura.
J.T.
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