NO COMPRAR Y QUERER QUE TOQUE
GERARDO TECÉ
En el mundo animal
se observan algunos tipos de apareamiento que, aunque sean naturales, pueden
resultar violentos a la vista. Bien. Pues ninguno como el de la izquierda
pactando. Se echó de menos que la sesión de investidura la diera La 2. Vemos
desde la tribuna a los tortolitos de la coalición arrancándose los ojos, diría
con su voz el amigo Félix. Tras dos horas de discurso, Pedro Sánchez dejó claro
que lo que traía bajo el brazo era un plan ambicioso: ni más ni menos que
construir un nuevo país. Y por si esto pareciese poca ambición, el método para
hacerlo resultaba más ambicioso aún: no mover el culo esperando que el gobierno
se forme solo. Puede sonar raro, pero el sanchismo consiste en esto. En
imaginar del mismo modo que se imagina el día anterior al sorteo de Navidad.
¿Qué harás si te toca? Comprarme una casa en la playa y un barco, ojalá me
toque. ¿En qué acaba tu cupón? No, si yo
no he comprado. Ah, pues suerte entonces.
Tras el discurso
del candidato empezaron las réplicas y las contrarréplicas y con ellas un baile
de ideas desordenadas por parte de Sánchez, como si escenificar que el centro
político te pertenece consistiese en dar bandazos de izquierda a derecha hasta
acabar vomitando del mareo en el centro de la pista. Ahora doy fecha para la repetición
de elecciones (10 de noviembre); ahora declaro que habrá gobierno de coalición
con Podemos; ahora específico que lo habrá, salvo que al final no lo haya;
ahora pido la abstención de la derecha para poder gobernar y ahora propongo una
reforma constitucional para gobernar en solitario. Hemos pasado del “Con Rivera
no”, al “Con quien sea, Pedro, pero deja de volvernos locos”.
Lo llaman sesión de
investidura porque sesión de hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da
igual, sonaba poco institucional. Si una sesión de investidura consiste en
recabar apoyos reales para convertirte en un presidente real, a Iván Redondo,
el real Tyrion Lannister del PSOE, todo esto se le ha debido de pasar por alto
entre tanta estrategia. Lo único real que hemos visto durante estas primeras 24
horas de investidura/simulación/paripé/canción-de-desamor-de-Camela ha sido la
escenificación del reparto de culpas por lo que no será. Hasta aquí el análisis
objetivo de lo visto y oído. Que, finalmente, acabe saliendo la coalición o
vayamos a repetición de elecciones será, como el sanchismo en sí, una incógnita
hasta el último minuto.
Tuvo que llegar el
turno de palabra de un rompespañas, un independentista catalán como Gabriel
Rufián, para definir con precisión lo que estamos viviendo en el Congreso
español: “Para tenderle la mano a alguien debe existir ese alguien, señor
Sánchez”. No se puede explicar mejor. Ese alguien, que en teoría se presentó
ayer lunes en el Congreso con el objetivo de convertirse en presidente, tiró de
una estrategia, por lo menos, innovadora para conseguirlo: pelearse con el
partido al que necesita. Sanchismo puro. Si usted no me hace presidente, estará
votando junto a la extrema derecha, llegó a decirle Sánchez al vetado Pablo
Iglesias, al que después de escuchar esto le salieron disparados por la boca
tres meses de discreción negociadora. Mientras la cara descompuesta de Sánchez
mirando folios dejaba clara su sorpresa, el líder de Podemos rompía con el
pacto de discreción enumerando públicamente todos los vetos que habían recibido
por parte del PSOE. Como el camarero que canta lo que no le queda en la carta:
no a Interior, no a Exteriores, Defensa tampoco tengo, no a Economía, no a
Hacienda, Vivienda se me ha acabado, no a Igualdad, no a Trabajo, no a
Transición Ecológica… recitaba Iglesias y en aquel momento la sesión de
investidura que tendría que llevarnos a un Gobierno de coalición se convertía
en una especie de colección de reproches. Algo más parecido a un desahogo
delante del abogado del divorcio tras toda una vida de infidelidades que a una
boda, que era a lo que, en principio, estábamos invitados.
Mientras el país
entero observaba cómo el posible Gobierno de coalición se iba a cámara lenta
por el retrete, la parte del país con tendencias progresistas y manías
personales como temer al fascismo también acababa en el váter. En este caso,
con el estómago cortado a lo Albert Salmonella. Normal después del discurso de
las derechas. La lista habitual de grandes éxitos –etarras, bolivarianos, golpistas
todos– servía para recordar cuál es la alternativa al Gobierno de coalición.
Puede ser que las intervenciones de Casado y Rivera fueran, en ese sentido, lo
más pedagógico de las primeras 24 horas de investidura. A Rivera el parón
veraniego parece haberle cundido. Sabiendo que su papel en el debate era el de
intentar ser más oposición que Casado –es decir, más derecha, más ruido, más
histrionismo–, había llevado preparados un par de recursos, de esos que siempre
le funcionan para salir en el periódico. El que repitió más machaconamente fue
el de “la banda”. La banda es la nueva forma acuñada por la Agencia de
Publicidad Albert Rivera SL para definir a todo partido sobre la faz de la
tierra que no pertenezca a la España buena. Es decir, banda es todo aquello que
no se llame PP, C’s o √ox. Aitor Esteban (PNV) no quiso desaprovechar la
oportunidad de recordarnos que, a pesar de su aspecto de ortodoncista en la
Clínica Indautxu, es el mejor frontman del hemiciclo. “Cuando lo miro a usted,
señor Rivera, yo también imagino una banda, de mariachis”. Cuando España se
atora consigo misma, tienen que venir los enemigos de la patria, los
rompespañas, a darnos el golpecito necesario para que la cosa pase.
La primera votación
ha acabado como sabíamos que acabaría. Con el PSOE solo. La paloma no ha bajado
de los cielos para traerle a Sánchez la mayoría absoluta ni el cupón premiado
ni nada que se le parezca, pero un gesto de Podemos en el último minuto se
convierte en noticia. El partido de Iglesias ha decidido abstenerse en esta
primera votación y no es poco para como estaba el patio del Congreso. Minutos
antes se especulaba con que el voto sería NO. De hecho, el voto telemático
negativo emitido desde casa por Irene Montero confirma el cambio a última hora
al que no llegó a tiempo la número dos. Con este gesto de la abstención,
cuentan desde Unidas Podemos, pretenden demostrar que siguen dispuestos a
negociar con el PSOE hasta el último minuto la formación de un Gobierno de
coalición que sólo nos deja ya una incógnita: ¿le interesa al presidente
Sánchez que eche a andar? De momento estamos ante el primer caso del candidato
de Schrödinger, el cual parece querer ser presidente y no al mismo tiempo. El
jueves, más. Dos días por delante con la sensación de que Podemos ha aguantado
el pulso y que ese clima de indignación por el bloqueo morado, con el que el
PSOE contaba, no aparece por ningún lado. El jueves sabremos cómo afecta esto a
la negociación y a la solución del estancamiento. Dos días de Sanchismo son una
eternidad.
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