UNIDAS PODEMOS DEBE
SER DESTRUIDO
POR JORGE ARMESTO
El PSOE tiene 140
años. Se fundó cuando Edison construía la primera bombilla y ese mismo año
vinieron al mundo para cambiarlo Emiliano Zapata, León Trotski y Albert
Einstein. Fiódor Dostoyevski empezaba a publicar su novela por entregas Los
hermanos Karamazov y Friedrich Nietzsche, aquejado por su enfermedad,
abandonaba definitivamente su cátedra en Basilea para iniciar su periodo de
escritura más fructífero.
140 años dan para
mucho. España tuvo monarquías, repúblicas, dictadura y democracia. Y el PSOE
siempre estuvo ahí. Sus siglas, a caballo entre los siglos XIX a XXI, han visto
cambiar el mundo contemporáneo. Han sido testigos o protagonistas de los
acontecimientos más dramáticos de la historia de España. Han visto otras
ideologías expandirse y desvanecerse. El mundo estallar y reconstruirse. Y
ellos mismos han sido marxistas, socialistas, socialdemócratas, socioliberales
y ahora liberal progresistas. Ayer defendían la autodeterminación y hoy la
combaten. Y aún moviéndose en todo ese arco ideológico, siempre han sido el
PSOE pues es precisamente ese camaleonismo oportunista una de sus señas de
identidad más reconocibles.
En 140 años han
protagonizado infinitas purgas y luchas intestinas, y han dejado pudriéndose en
el sótano de la historia a los vencidos. Atendiendo solo a las últimas décadas,
su conversión en partido hegemónico se sustentó en la destrucción casi absoluta
de todos sus distintos competidores en el espacio de la izquierda. Y, justo es
reconocerlo, no se triunfa sobre todos sin demostrar una excepcional pericia en
la supervivencia: no se llega a esa edad sin haber hecho muchas cosas bien y
muchas cosas malas. España, pues, puede hundirse en calamidades sangrientas y
adentrarse en periodos de oscuridad y muerte. La democracia puede florecer y
desaparecer. Pero el PSOE no. El PSOE ahí sigue.
La irrupción de
Podemos durante la crisis sistémica que hizo temblar el Régimen del 78 supuso
por primera vez en mucho tiempo una verdadera amenaza para la supervivencia del
PSOE
Sin embargo, la
irrupción de Podemos durante la crisis sistémica que hizo temblar el Régimen
del 78 supuso por primera vez en mucho tiempo una verdadera amenaza para su
supervivencia. Una amenaza real que podía condenarlo a la extinción, tal como
les ocurrió a otros partidos socialistas de países vecinos. Y esto se convirtió
en la fundamental preocupación del PSOE. No su país, claro está. Lo primero es
sobrevivir.
Hoy parece que la
amenaza de Podemos está conjurada o atenuada. Quizá Pedro Sánchez no alcance un
gran lugar en la historia de España, pero sin duda su nombre deberá escribirse
en letras de oro en la historia de su partido. Es su salvador, el que impidió
el cataclismo. Ayudado, todo hay que decirlo, por las cloacas del Estado, una
prensa corrompida por los poderes económicos y empujada por todas las fuerzas
conservadoras del orden neoliberal. Pero eso no le resta mérito. Pedro Sánchez
es, sin duda, un héroe para los suyos.
Por ello, no hace
falta ser ningún avezado politólogo para comprender la razón principal de su
comportamiento y el de su partido durante la impostada negociación de
investidura. Pedro Sánchez y la generación de cuadros que lo acompaña no
responde ante la historia de España ni ante la ciudadanía y su bienestar. Eso
es subsidiario. Responde sobre todo ante la historia de su partido y no puede
permitirse ser su enterrador. Los derechos sociales vienen y van; las leyes se
dictan y se derogan. En 140 años se ven avances y retrocesos y, tras la más oscura
noche, siempre llega la luz del sol. Interiorizar esto, que el mundo sigue
girando y lo que importa es seguir vivo, es el acervo que proporciona
pertenecer a una organización con un pasado tan longevo. Recuerda un poco a
esas caracterizaciones de miembros de la Curia Romana, para los que la salud de
la Iglesia está por encima del cristianismo, de las cuitas del mundo presente,
o incluso de la misma idea de Dios. También para el PSOE perdurar está por
encima del socialismo o de cualquier otra cuestión. De hecho, personajes como
Ábalos tienen el aspecto de esos viejos cardenales de cinismo impasible
respaldados por el peso de los siglos.
Desde el PSOE se ve
a Unidas Podemos, no como su socio prioritario, sino como su principal enemigo,
su antagonista absoluto, por la que sin duda siente auténtico odio
Tras las últimas
elecciones, el PSOE creyó tener la oportunidad de liquidar para siempre a
Unidas Podemos, formación a la que ve, no como su socio prioritario, sino como
su principal enemigo, su antagonista absoluto y por la que sin duda siente
auténtico odio.
Por eso tantos
abrumadores esfuerzos van destinados a la destrucción personal de Pablo
Iglesias, al que se considera el sostén principal de UP y el artífice de que
aún no haya, pese a todo, volado en pedazos. Contra lo que piensan muchos
simpatizantes de ese espacio ideológico que culpan a Iglesias de su declive, el
poder sabe de su trascendencia y no desmaya en tratar de abatirlo. Si acaso es
tan pernicioso para su propio proyecto, ¿cómo se explica que el establishment
no repare en medios para aniquilarlo? Se ha llegado hasta el extremo de poner
la presidencia de un país en riesgo a cambio de su cabeza. ¿Tan importante es?
¿Existe algún precedente de algo así en un siglo de democracias occidentales? ¿Por
qué es tan necesario acabar con él? ¿No debería esto hacer pensar a las
personas de izquierda? Y mientras tanto, ahí sigue, demostrando una capacidad
de resistencia inaudita. Es, desde luego, con todos los errores que se le
quieran imputar, otro héroe trágico.
¿Qué es avanzar en
este u otro derecho social o aumentar el salario mínimo si lo comparamos con el
premio de eliminar del mapa a tu antagonista principal y garantizarte la
hegemonía por décadas?
Según el cálculo
del PSOE, tras la caída de Iglesias el resto del partido se desvanecerá al
instante. Y esto es caza mayor, el objetivo número uno ante el que todos los
demás palidecen. ¿Qué es avanzar en este u otro derecho social o aumentar el
salario mínimo si lo comparamos con el premio de eliminar del mapa a tu
antagonista principal y garantizarte la hegemonía por décadas? ¿Qué es
gobernar, una presidencia? Nada. Migajas. Ningún derecho, ningún cambio
legislativo, ninguna política económica, ningún gobierno vale siquiera un ápice
comparado con el hecho de conseguir destruir a Unidas Podemos para siempre.
O, en todo caso,
volverlo de una irrelevancia domesticada, pues a veces es posible cierta
coexistencia con el PSOE siempre y cuando el otro acepte una condición
subalterna y ya no compita por el mismo espacio. Tal como se vio en Galicia en
esta legislatura, en la que PSOE y BNG sabotearon sin tregua y con las peores
artes los gobiernos de las Mareas, a los que consideraban sus adversarios
electorales principales, mientras ellos llegaban a acuerdos amistosos allá
donde podían. Como bien sabemos los gallegos, cuando uno se contenta con su
minoría y acepta servir de muleta obediente del poder, cabe suspender las
hostilidades. Pero que no se preocupe el resto de España, que podrá observar
este fenómeno por sí misma pues tal es el destino que el poder le reserva a
Errejón.
Pero este no es
ahora el caso. Aquí se busca el exterminio y se exhibe, además, con total
franqueza.
La “negociación” no
puede haber sido más transparente en su verdadero significado. Desde la
inverosímil retahíla de excusas infantiles que se iban sustituyendo al paso de
los días unas por otras sin sonrojo y la exigencia de unas condiciones
desorbitadas, hasta a pedir la cabeza de Pablo Iglesias por televisión, sin
haber tenido la mínima decencia de explicárselo personalmente al interesado. A
esto le sumamos las humillaciones públicas, las insinuaciones sobre la falta de
capacidad intelectual de la dirección de Podemos, el tono violento y desabrido
de las intervenciones de los dirigentes del PSOE y sus maniobras deshonestas
filtrando y falsificando documentos. ¿Cabe mayor exhibición pública de ultraje?
Los millones de
votantes de UP tienen el mismo derecho que los otros a que su visión de la
sociedad esté representada en un gobierno en la proporción justa
El ruido hace
necesario recuperar el simple sentido común: los millones de votantes de UP
tienen el mismo derecho que los otros a que su visión de la sociedad esté
representada en un gobierno en la proporción justa. Y que tal visión sea
defendida por las personas a las que confiaron su voto. ¿Es tan complicado de
entender esto? Escuchando las tertulias progres, sin embargo, parece que a
nadie se le ocurría tal genialidad y, al contrario, que vetar era algo muy
común y natural. Ferreras entrevista a Pedro Sánchez la primera vez que se hace
público que “el problema es Pablo Iglesias” y… ¿no se le ocurre la obviedad de
preguntarle qué hace diferente a Iglesias del resto de miembros de Podemos?
Pues no. No se le ocurrió. Ni a él ni a nadie, y, en general, los creadores de
opinión han aceptado sumisamente argumentos incongruentes y palmariamente
falsos hasta el punto de que increíblemente han tenido que ser columnistas de
la derecha, como Francisco Marhuenda, los únicos que han incidido con certeza y
lucidez sobre lo evidente: que solo se trató de una estrategia de demolición.
Estrategia, al
parecer, pergeñada por un consultor al que cierta prensa encumbra como una
especie de genio porque ve muchas series y se divierte con el ajedrez aleatorio,
el ajedrez de los vagos, al que juegan los incapaces de estudiar la teoría y se
contentan con ganar alguna partida por pillería. Y así ha sido un poco todo
este proceso, que se ha parecido más a esas argucias infantiles que emplean los
abusones en el patio del colegio. Esos que le dicen a alguien a quien juzgan
más débil: “No te pego si haces esto…” y van poniendo una y otra vez nuevas y
humillantes condiciones hasta llegar a una última imposible de cumplir que
justifica la paliza.
Como aquí, el final
ya estaba escrito desde el principio y lo único que se busca es la destrucción
del enemigo. Y si para conseguirlo el PSOE tiene que ir a nuevas elecciones,
irá. Resulta aquí un tanto ingenuo ver a Rufián y otros pidiendo
responsabilidad. Ya actúan con la máxima responsabilidad. Pero para con su
partido, mucho antes que con ningún bienestar ciudadano. Y si, por azar, el
resultado de las elecciones trae un gobierno de ultraderecha, bienvenido sea si
nos llevamos a UP por delante. Y si hay que aguardar cuatro años, o incluso una
década, para volver al poder y mientras tanto España y los españoles entran en
otro periodo negro de su negra historia, bien se puede esperar y aquí estará el
PSOE, de nuevo preparado para seguir con su misión histórica. Al fin y al cabo,
¿qué es ese tiempo comparado con siglo y medio? Recuerdos que se pierden en el
tiempo. Lágrimas en la lluvia.
El juego, entonces,
no versa sobre chabacanas teatralizaciones acerca del reparto de cargos o
ministerios. Tampoco sobre animadversiones personales o desconfianzas, ni sobre
la ingenua cantinela de que la izquierda no sabe entenderse. Y, por supuesto,
mucho menos versa sobre distintas concepciones políticas o auténticas pamplinas
como si el SMI aumenta o se regula el precio de la vivienda. Eso es una mota de
polvo en el viento de la historia, bagatelas, entretenimiento tramposo para
tertulianos. Hay, desde luego, personas hoy que necesitan desesperadamente de
esos aumentos de salario o de esas políticas humanas de vivienda que serían
posibles, pero qué se le va a hacer. Y puedo imaginarme al cardenal Ábalos
frotándose sus manos ensortijadas y diciendo: “Ah, tristes injusticias que
existen desde que el mundo es mundo y que no se van a cambiar de un día para
otro”.
La falta de
alternativas es precisamente la condición necesaria e imprescindible de su
larga existencia al presentarse una y otra vez como el mal menor
Hoy tales asuntos
son supletorios. Incluso la posible llegada al poder de neofascistas de la mano
de la derecha más incivilizada se considera secundario. Lo que aquí se juega es
la vida o la muerte, la supervivencia o la aniquilación. Lo que se ventila es
si el PSOE volverá, una vez más, a exterminar a un nuevo competidor en el
espacio simbólico de la izquierda, pues la falta de alternativas es
precisamente la condición necesaria e imprescindible de su larga existencia al
presentarse una y otra vez como el mal menor. El PSOE odia la ilusión porque la
ilusión les coloca ante su reflejo deforme y monstruoso. Odia la esperanza
porque su permanencia se sostiene precisamente en conseguir crear ese fatalismo
desencantado del votante progresista que saben perfectamente domesticar y
conducir. Ya lo hizo antaño infinidad de veces y siempre salió vencedor de ese
juego que nos sume a los ciudadanos en una decepción permanente que se vuelve
tolerable al juzgarse como el único estado posible de la existencia. De ese
juego al que el PSOE juega con absoluta maestría.
Tras la derrota de
Cartago en la Segunda Guerra Púnica, hubo un periodo de coexistencia pacífica
que duró medio siglo. Sin embargo, algunos romanos, abanderados por Catón el
Viejo, pedían incesantemente la destrucción de Cartago aprovechando su
debilidad momentánea. Catón terminaba cualquiera de sus discursos con la frase:
“Ceterum censeo Carthaginem esse delendam” (“por lo demás, opino que Cartago
debe der destruida”) y era un gran patriota romano. Sabía que la hegemonía no
se construye desde la colaboración sino desde la conquista. No desde la
compasión sino desde la violencia. Al final Roma decidió el exterminio de su
rival y empezó plantear a Cartago exigencias draconianas hasta que una de
ellas, imposible de cumplir, les dio la excusa para la agresión. Tras la
victoria, el Senado romano acordó destruir la ciudad hasta sus cimientos, que
un arado surcase el terreno durante 17 días y que luego se sembrasen los campos
con sal. La hegemonía romana en el Mediterráneo no tuvo ya contestación durante
siglos. Es este el destino con el que el PSOE sueña: Unidas Podemos debe ser
destruido.
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