ES QUE VAN PROVOCANDO
DAVID TORRES
A nadie se le
escapa que la principal causa de las violaciones en el mundo es el hecho de que
las mujeres existen. Las mujeres es que no paran de provocar con sus contoneos
libidinosos, sus zapatos de tacón, sus faldas estrechas y sus camisetas
ceñidas, y poco puede hacer un hombre hecho y derecho ante esos excesos salvo
sucumbir a sus instintos primarios o santiguarse y poner de tierra de por
medio. Lo de santiguarse es un consejo opcional de la iglesia católica, algunos
de cuyos máximos representantes han justificado a menudo la violación, el
abuso, el estupro y la pederastia mediante este razonamiento sin vuelta de
hoja. Es la extensión al ámbito del sexto mandamiento de la sabia perorata del
sargento Hartman en La chaqueta metálica: «Recluta Patoso, si de verdad hay
algo que odio en este jodido mundo es encontrarme con una taquilla abierta; si
no fuera por cretinos como tú, no habría ladrones en este mundo».
Según las
eminencias del catolicismo, los niños también son una de las mayores plagas en
lo que a los delitos sexuales se refiere. Bernardo Álvarez, obispo de Tenerife,
dijo en 2007 que hay adolescentes, menores de 13 años, que desean el abuso, que
están perfectamente de acuerdo con él y que al menor descuido te provocan. Más
o menos una década después, Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, aprovechó su
programa de radio para explicar que «hay abortos de niñas, pero no porque hayan
abusado de ellas; son, muchas veces, porque la mujer se pone como en un
escaparate, provocando». En 2011, Javier Martínez, arzobispo de Granada,
comparó el aborto con los trenes de Auschwtiz y aseguró que una mujer que
aborta está dando a los varones la licencia para abusar sin límites de su
cuerpo.
Como se ve, los
pecados de la carne son algo que preocupa a los prelados de la iglesia hasta el
punto de la obsesión, como que el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio
Reig Plá, montó un consultorio sexológico para luchar contra la homosexualidad,
la masturbación, la pornografía y la lujuria en general. De los problemas con las
partes bajas, nadie sabe más que un cura por experiencia ajena y propia. Normal
que un inquisidor de la época se descojonara de risa al leer las chorradas que
había escrito en sus libros el marqués de Sade.
A pesar de su
apabullante dominio del tema, este despliegue de erudición en materia de
folleteo no es exclusivo de la iglesia católica. Este fin de semana, el obispo
de la iglesia ortodoxa chipriota, monseñor Neophytos Masouras, ha desvelado uno
de los misterios que más intrigaban a los científicos al explicar que una de
las causas de la homosexualidad se debe a que los padres practican el coito
anal cuando la mujer está embarazada. Era lógico que otro cerebro privilegiado,
el de Damares Alves, ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos en Brasil,
alumbrara días atrás una sugestiva teoría para explicar la enorme cantidad de
violaciones a niñas pobres en el estado amazónico de Pará: el problema es que
no llevan bragas ni ropa interior de ningún tipo. Claro, van provocando.
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