UNA VIEJA AMISTAD REMEMORADA (HOMENAJE
DE JUSTICIA A PACO TOVAR)*
PABLO RÓDENAS
Nos
encontramos aquí para testimoniar nuestra amistad con Paco Tovar. Para mí
participar en este acto es un honor, no una rutina. Un acto emocionante,
conmocionante casi. Porque lo que se me pide es que en cierto modo me traslade
a cincuenta años atrás para rememorar el origen de nuestra amistad, cuando
apenas teníamos diecisiete años. Antes quiero adelantar que el principal
objetivo de mi intervención es ratificar mi lealtad, solidaridad y amistad con
Paco, al igual que la de todas las amigas y amigos de entonces. Lo reiteraré al
terminar. Y también dejo para el final el tratar de responder a una pregunta
que no he dejado de hacerme y que les hago. ¿Por qué necesitamos homenajear a
Paco Tovar? Me surge este interrogante porque estoy seguro de que sus amigos lo
necesitamos más que él, si es que también él lo necesita, que tal vez sí… o tal
vez no.
Me
centraré en dos momentos, uno en la segunda mitad de los sesenta y el otro a lo
largo de los setenta, pocos años después. Nos conocimos en Madrid, al inicio
del curso universitario 66-67, dado que él provenía de Santa Cruz de Tenerife,
del barrio del Toscal, y yo de Las Palmas, de Escaleritas. Paco vivía en un
piso con otros estudiantes, cerca de Moncloa, entre los que se encontraba Paco
de Vera, uno de mis mejores amigos de entonces; yo me instalé en casa de unos
familiares, entre los que estaba mi primo Jorge Fabra. Todos empezaban estudios
de Economía, mientras que yo lo intentaba con Arquitectura. Dados los
acontecimientos (entre otros, la tragedia que a primeros de octubre atropelló
para siempre a mi familia), terminé asistiendo con ellos a algunas clases en
Ciencias Económicas, en la entonces flamante torre de la Ciudad Universitaria,
especialmente a las de uno de los más jóvenes y renombrados profesores, Javier
Muguerza, al que al cabo de los años nos encontramos en La Laguna.
Paco
Tovar era un joven canario de una magnífica planta. Era más alto que yo
(mientras que yo era unos meses mayor que él), delgado y cordial, de voz grave
y cautivador. Antifranquista y partidario —diría— de la dialéctica de las
mentes y los cuerpos. “Dialéctica intelectual”, porque gustábamos del debate
pese a nuestra inexperiencia (aún recuerdo que fue él quien me prestó un
ejemplar de la controvertida obrita de Sartre “El existencialismo es un
humanismo”, que leí con fruición y que hizo que me convirtiera casi sin darme
cuenta en un marxista existencialista). Y “dialéctica material”, porque estábamos
en plena apoteosis juvenil deseosos de acción (también me acuerdo de que Paco
tenía por ídolos a los boxeadores tinerfeños Sombrita, Barrera Corpas y
Velázquez, a los que yo solo podía oponer al grancanario Kid Tano). Señalo esta
pasión dialéctica porque es importante para entender el interés de Paco por el
respeto a los límites y a las reglas: la “lucha de ideas” debe terminar en
acuerdos y consensos, la “lucha política” no debe nunca llegar a la violencia.
Y, en efecto, no he conocido a nadie que lo exigiese con tanta firmeza, incluso
en tiempos en que se coqueteaba con ella.
El
curso 66-67 fue para nosotros un rito de paso, más acelerado aún que el
habitual que transitaban la mayoría de los jóvenes canarios que de pronto se
veían viviendo fuera. Fue aquel un curso en el que el Régimen franquista
iniciaba una ofensiva que empezó con la convocatoria de un referéndum en
diciembre para legitimar la aprobación de la Ley Orgánica del Estado que estuvo
vigente hasta su derogación por la Constitución del 78. Pero también fue el
curso de la intensificación de algunas importantes luchas obreras y el curso de
la generalización de las luchas estudiantiles, particularmente en Madrid, con
Económicas precisamente como centro neurálgico. Unos meses antes habían sido
expedientados y expulsados de sus cátedras en la Universidad José Luis López
Aranguren, Enrique Tierno Galván y Agustín García Calvo. Las asambleas de
facultad y de distrito eran constantes. Las convocatorias de reuniones,
concentraciones, “saltos” y manifestaciones en la ciudad universitaria,
también. Y asimismo las cargas de los “grises”, incluso a caballo, delante de
los cuales teníamos que correr. En fin, ese curso se creó el SDEUM, el
Sindicato Democrático de Estudiantes Universitarios de Madrid, al tiempo que el
SDEUV de Valencia, siguiendo los pasos de del SDEUB de Cataluña, constituido el
año anterior.
En
los medios estudiantiles Paco no tardó en destacar y hacerse conocido. Y si el
final de aquel curso no pudo ser para nosotros brillante en lo académico, sí lo
fue en nuestra formación cívico política. Puedo contarles algunas experiencias
más de aquellos días. Hicimos dos viajes iniciáticos y comprometidos, en los
que también participó Tony Massieu. El primero en Semana Santa del 67, cuando
cruzamos las míticas Hurdes a pie, desde Plasencia a La Alberca, evocando el
documental “Tierra sin pan” de Buñuel, de 1932. Y en verano dimos la vuelta a
Lanzarote, durmiendo en tiendas de campaña. En nuestro incipiente compromiso,
ansiábamos conocer de cerca las duras realidades sociales que el franquismo
escondía a cualquier precio. Recuerdo perfectamente el libro que por entonces
leía Paco: Reforma o revolución, de Rosa Luxemburg, mientras que yo lo hacía
con Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco, que, como se ve desde los
mismos títulos, eran libros que planteaban dilemas de la época que nos
interesaban mucho.
Después
de trasladarme a Valencia y antes de reencontrarnos de nuevo en La Laguna, a
finales de 1973, con Muguerza por medio, fui sabiendo de los avatares
represivos que desde 1968 estuvo soportando Paco, que había permanecido hasta
entonces en Madrid. No menos de cuatro arbitrarias detenciones y
encarcelamientos por parte de un régimen que incrementaba año a año la
represión contra los demócratas (en enero del 69 se produjo el asesinato del
estudiante Enrique Ruano y la declaración de un largo estado de excepción; y a
finales del 70 se celebró el consejo de guerra conocido como “proceso de
Burgos”, que generó una gran repulsa internacional). De la última detención y
encarcelamiento Paco salió para incorporarse de forma obligada a la Infantería
de Marina para un período de dieciocho meses más de “reclusión” militar,
primero en Cartagena y luego en Ferrol.
Les
contaré lo siguiente para que se hagan una idea de quién era Paco a los veinte
y dos años. En marzo de 1972 se convocó una huelga general en los astilleros de
la Bazán, colindantes con los Arsenales militares en Ferrol, Cartagena y Cádiz.
En Galicia la huelga fue muy potente y la represión máxima: hubo dos
trabajadores muertos y varias decenas de heridos. A los infantes de marina nos
obligaron a hacer instrucción a bayoneta calada en todas las guarniciones (Paco
en “El Ferrol del Caudillo”, como entonces se denominaba, y yo en Cartagena),
por si la dictadura decidía sacarnos de los cuarteles a reprimir a los
trabajadores, cosa que afortunadamente no llegó a ocurrir. Cuál no sería mi
sorpresa cuando me enteré de que Paco se había presentado ante el sargento o
teniente de su compañía para comunicarle formalmente que se negaba a coger el
cetme para esos fines, lo que le costó un severo arresto, la admiración de los
soldados y el asombro y respeto de los mandos.
En
fin, a finales del 73 nos reencontramos en Tenerife, a donde Paco había vuelto
y donde yo me instalaba por primera vez (para reanudar mis estudios, que ya
eran de filosofía). Al menos desde los primeros setenta, Paco se había
convertido en un crítico del “carrillismo” y al llegar a las Islas se incorporó
a OPI, la corriente organizada de Oposición de Izquierda al PCE, que en
Tenerife impulsaban, entre otros muchos, Julián Ayala y Paco Fajardo, así como
en la Orotava Ignacio Rodriguez, Domingo Domínguez y Fernando Estévez, estos
dos últimos más jóvenes que nosotros y desgraciadamente fallecidos. Con los
fusilamientos de septiembre del 75 en Madrid, Barcelona y Burgos, dada la
gravedad de la situación, decidí incorporarme también. Después de la tortura y
asesinato del compañero Antonio González Ramos, con Franco ya agonizando en El
Pardo y a punto de que Juan Carlos fuese designado Jefe del Estado por la
dictadura, entre todos pusimos en marcha en los meses de noviembre y diciembre
el proyecto de conversión de aquella organización en un partido canario
independiente, el PUCC (Partido de Unificación Comunista de Canarias), que muy
pronto se hizo conocido.
La
decisión se tomó en una asamblea clandestina en lo altos de La Orotava.
Teníamos un proyecto nítido basado en dos pilares centrales: pensar la
transformación de Canarias desde Canarias y hacerlo con un estilo de trabajo
ético-político que fuera intachable por su honestidad, de la que Paco era un
magnífico ejemplo. Dada la intensidad de nuestra dedicación y compromiso, el
PUCC destacó en la política democrática en muy poco tiempo. Ante las primeras
convocatorias electorales del 77, 79, 82 y 83, siempre propuso alternativas
unitarias amplias, y un buen ejemplo fue la Unión del Pueblo Canario (UPC).
Ante la Constitución de 1978 el PUCC hizo una valoración matizada, resaltando
—por poner dos ejemplos cruciales— como positivo el reconocimiento de los
derechos fundamentales de ciudadanía y como negativo el ordenamiento
territorial. De ahí la defensa de la abstención activa que hicimos bajo el
acertado lema de “ningún voto canario para una constitución centralista”, que
remarcó desde el primer momento un problema que hoy, cuarenta años después,
sigue más vigente que nunca.
Como
han podido apreciar, Paco Tovar desde muy joven fue un firme antifranquista, un
demócrata consecuente que odiaba la violencia en todas sus manifestaciones,
defensor de la verdad y la justicia, partidario del acuerdo, el consenso y la
unidad, generoso y siempre dispuesto a ayudar a los demás. Era en aquella época
una de las grandes promesas de la política canaria. ¿Por qué no accedió
entonces a las principales instituciones? Pudo ser diputado en varias
ocasiones. Su capacidad y competencia, su potencial como ser humano con
voluntad de servicio cívico era inmenso. Y ese potencial no fue bien
aprovechado, al margen de las labores que luego desarrolló en otras
instituciones y en su vida laboral. Imaginemos lo que habría sido tener
entonces una especie de Ángel Gabilondo de treinta y pocos años, pero más
capaz, más decidido y más político, en plenitud de facultades, inteligente,
entregado y desinteresado, representándonos —por ejemplo— en el primer
Parlamento de Canarias, en 1983. En fin, aquellos que lo impidieron tal vez se
hayan arrepentido, y si no, aún están a tiempo de hacérselo mirar.
¿Por
qué necesitamos homenajear a Paco Tovar?, me preguntaba —y les preguntaba— al
inicio. Bueno, no encuentro otra explicación que la difusa culpabilidad que
como amigos sentimos ante el hecho cierto de que nuestra sociedad no ha sido
justa con Paco. No lo ha sido, desde luego, con la mayoría de la población
canaria. Y en parte la razón política consiste en preguntarse por qué y luchar
contra ello. El caso de Paco es de manual. Porque su valía era y es
incuestionable. Y su trayectoria, ejemplar, de una ejemplaridad que se puede
elevar a categoría. Al menos debemos reconocerlo de forma pública. Y termino
como empecé. Estoy aquí, Paco, para ratificarte mi lealtad, solidaridad y
amistad, como siempre, al igual que la de todas las amigas y amigos, compañeras
y compañeros de aquellos años de luchas abnegadas y de compañerismo indeleble.
Todos te queremos y te tenemos un gran afecto.
*
Texto-base del acto de homenaje a Paco Tovar, convocado por la Agrupación de
Santa Cruz de Tenerife del PSOE, el 25 de abril de 2018, a la que agradezco su
invitación
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