LA CHICA DEL HIJAB
Para
encajar en el puzzle de la representación, algunas identidades quedan mejor
convertidas en siluetas
ARÁNZAZU
FERRERO
Amena
Khan, primera modelo con hijab de L'Oréal. /
Instagram
(@amenakhan)
“Perdona, ¿puedo hacerte una pregunta?”. La chica con hijab desayuna junto a la parada del autobús. La camarera espera su respuesta. No está de humor, pero asiente porque le va a preguntar de todos modos. Anoche se lió en Instagram a cuenta de una manifestación de maestras en Kabul. En una hora se le habían llenado las menciones de vídeos de famosas, fotos de Bangladesh, exigencias de condena por parte de personas que no conocía, y por supuesto gente que también le hacía preguntas. Pero la chica con hijab reconoce, a regañadientes, que en el bar del bus ha cambiado algo esta semana. En un matinal ha empezado a intervenir una colaboradora nueva. Es de origen árabe, lleva velo y debate a cara de perro con las tertulianas que enseñan, una y otra vez, vídeos de países diversos. “Bueno, pero es que tú… ¡tú eres muy española!”, se oye la réplica de la veterana, acorralada, y todo el bar asiente. No disimulan: les encanta la Chica del Hijab. Va monísima siempre, con un pañuelo chiffon que cae descuidadamente sobre el milímetro exacto de sus hombros. Tiene argumentos, desde luego, pero sobre todo tiene desparpajo. Es listísima, una chica muy bien educada, aunque nadie en el bar recuerda su titulación y a la chica con hijab le jode, pero la adoran. Desde que la Chica del Hijab desayuna con ellas en la pantalla, la camarera le saluda todos los días y la chica con hijab piensa que qué narices, es normal que sienta curiosidad. Así que le da el primer sorbo al cortado y responde con su mejor sonrisa: sí, claro, pregúntame lo que quieras.
La Chica del Hijab
es todas nosotras, pero sin ser ninguna
En la calle, la
chica con hijab se encuentra con un anuncio de un ministerio en el que, de las
seis modelos en silueta, una destaca por llevar velo. No son modelos, todo el
anuncio son siluetas, eso sí, diversas y de colores. La chica con hijab aún
recuerda cuando, estando en el instituto, corrió por whatsapp el anuncio de
Amena Khan, la primera Chica del Hijab de L’Oréal. La chica con hijab se hinchó
a compartir la campaña con todas sus amigas y hasta se preparó una exposición
para clase sobre hijab, exposición y apropiación del cuerpo. El trabajo se
quedó sin exponer porque a su tutora le entró inquietud de que aquello generara
un, le dijo, efecto “llamada”. Y la campaña fue retirada cuando la modelo abrió
la boca sobre la operación Margen Protector, que el ejército israelí saldó con
más de 2.000 muertos. Ninguna marca volvió a ofrecerle un contrato. De modo
que, al menos en España, la imagen institucional preferida de la Chica del Hijab
son las siluetas de la biblioteca del Canva. De este modo la Chica del Hijab es
todas nosotras, pero sin ser ninguna. Elimina la individualidad, la enorme
variedad de musulmanas que habitamos nuestros territorios, y cumple con el
contingente de diversidad eliminando, al mismo tiempo, rasgos distintivos de
raza o cultura. Seas árabe, africana, persa o europea, gorda o delgada,
vertical o en silla o varias cosas a la vez, nada mejor que la silueta para
acuñar la marca Mujer Musulmana© cerca de sus compañeras-silueta del cartel de
al lado con el genérico latina.
La chica con hijab,
que sabe que cualquier relato solo vale lo que tarda en convertirse en
producto, se imagina a la primera modelo hijabi cañí, con su piel oscura,
brillante, sin un grano y un hijab jersey enturbantado, de los mismos colores
que la marca. La chica con hijab conjetura cómo sería esa entrevista en Vogue:
la Chica del Hijab hablaría con orgullo de sus raíces; insistiría en el
incondicional apoyo de su familia para hacer carrera en la moda, y tendría que
hacerlo varias veces, de hecho, porque la entrevistadora no dejaría de
preguntárselo una y otra vez. Preguntas genéricas sobre su entorno y
específicas sobre su madre, y sobre todo sobre su padre.
Y la chica con
hijab leería la entrevista varias veces, porque sabe que podría haber sido
peor.
Ninguna chica con
hijab querría reducirse a producto de catálogo (o peor aún, a silueta), pero
sobre todo no querría (no querríamos) ser inspeccionada a la entrada del
instituto para que un hombre blanco francés de mediana edad vigile si llevamos
el pelo al aire por la calle antes de entrar. En caso afirmativo tendremos que
quitárnoslo para poder acceder a nuestro derecho a la educación, y el mismo
señor blanco de mediana edad medirá el largo y la holgura de nuestra falda, o
nos enviará de vuelta a casa si llevamos un maxi vestido. Y, una vez asumido el
código de vestimenta correcto y reconciliadas con los valores de laicidad y
República, nuestras profesoras estarán atentas a que nuestro atrevimiento no se
repita, so pena de abrir el correspondiente expediente de radicalización. Un
futuro a la parisina que no es imposible de imaginar en España, donde hace
menos de un año, cuatro chicas con hijab de Hortaleza, en Madrid, fueron
expulsadas de su instituto por ser “demasiado visibles”. Y mañana, la tertulia
del desayuno versará, a grito pelado, sobre la abaya, prenda cuyos cánones y
significado, de repente, domina toda tertuliana que se precie. Pero es verdad
que su hermana pequeña, que este curso ha empezado a ser la chica con hijab de
su clase, no vuelve a casa contando las mismas cosas que ella tuvo que contar.
No, al menos, con la misma frecuencia agotadora.
Al fin y al cabo,
la Chica del Hijab sale mucho en la tele desde hace unos años. Es el único
personaje musulmán de la película, y como tal ya asoma por alguna serie
española. Y es toda una figura: es inteligente, responsable, tu mejor amiga,
siempre e incondicionalmente. Será tu aliada LGTBI y está comprometida
políticamente. Pero sigue circunscrita a la pirueta de valiente joven atrapada
entre dos culturas. La chica con hijab recuerda a la primera Chica del Hijab
que vio en una serie española, Élite. Ahí estaba todas las semanas, como una
polilla mirando un fluorescente, testigo de cómo la Chica del Hijab se quitó el
hijab y se metió tres cubatas para atreverse a echar un polvo con el chico de
sus sueños, que era muy rico y muy desgraciado y del que quién no querría
convertirse en su madre. No mucho después, sin embargo, la chica con hijab se
encontró enganchadísima a la serie que veían sus hermanas, Skam. Allí se
encontró con Amira, nuestra Chica del Hijab fundacional. Era lista, guapísima,
estilosa, mordaz, como manda el tropo. Pero también vulnerable, expuesta a
discriminaciones, a contradicciones y a miedos, porque Amira era la Chica del
Hijab española, pero era, por encima de todo, una adolescente, como el resto de
personajes de la serie. Ni siquiera era el único personaje musulmán. La chica
con hijab se enamoró de Amira, cómo no, y disfrutó los debates con sus amigas
porque, precisamente, esas contradicciones eran las suyas, las de todas ellas.
No es casualidad que, a partir de Skam, proliferaran canales de belleza y
estilo de vida protagonizados por jóvenes capaces de encajarse el pañuelo con una
elegancia imposible y resolver cuestiones políticas en profundidad. La Chica
del Hijab recorre el camino que recorría el Vecino Gay en los 90, guapo, amable
y feminista, que instauró una masculinidad diferente y enterró (a medias) a la
marica psicópata o suicida. El Vecino Gay le gustaba hasta a su abuela, la yaya
con hijab.
La Chica del Hijab
recorre el camino que recorría el Vecino Gay en los 90
La chica con hijab
se aburre en la oficina y busca vídeos de We are Lady Parts. El catálogo 2023
de Chicas del Hijab: una serie británica divertida, respondona y un tanto
abarrotada de modernidad en una comunidad como la musulmana, atravesada, como
cualquier otra, de diversidad, discrepancias y debates internos. Pero mira, no
le va a hacer ascos a una serie hecha por y entre musulmanas, mientras en la
calle siga habiendo carteles que nos resuelven con siluetas. La Chica del Hijab
es un útil recurso narrativo si quieres ponerle contrapeso al relato
hegemónico. Es imposible no contar con ella, porque permite identificarla mucho
más rápidamente que al Chico de la Barba, por ejemplo. Pero su figura no está
exenta de aristas. La Chica del Hijab comparte rasgos con las superheroínas que
han llegado a la narrativa de masas: ellas tienen poderes, la Chica del Hijab tiene
su elegancia, su alta cultura, sus rasgos diferentes… Todo enmarca su
excepcionalidad. Pero si para la superheroína ésta se presenta como una carga,
para la Chica del Hijab es erótica de la excepción. Su hijab no le impide ser
guapa. El hijab la señala: es universitaria a pesar de ser musulmana, es
moderna a pesar de su vestimenta. Si es deportista, es campeona olímpica. Si
escribe libros la portada la ocupará su fotografía, salvo que, como Hafsah
Faizal, lleve niqab. Hasta ahí podíamos llegar.
Si será seductor
ese hijab que aparece cuando ya no eres la Chica del Hijab: la chica con hijab
recuerda cuando una de nuestras Chicas del Hijab, artista musical, anunció en
un directo que se lo quitaba, definitivamente, tras haberse revelado como
aliada LGTBI y sufrido acoso por integristas. La chica con hijab recuerda la
tristeza, la desolación y la impotencia que sintió. Y ahí la tiene, un año
después, en el escaparate de la librería: su cara en la portada del nuevo
libro, con el sugerente título Porque me da la gana, rebosando estilo por los
cuatro costados y coronada, faltaría más, con el velo flotando en el aire.
Existen muchas más
Chicas del Hijab, todas de importación: cada vez menos perfectas, cada vez con
más dobleces y más agencia. Algunas con hijab de quita y pon, como Fara, la
protagonista de Miskina! La Chica del Hijab le va ganando centímetros a la
mujer velada de ese Paisaje Islam© que tanto gusta en la ficción europea, que
desafía doliente el patriarcado, que es narradora pasiva de la barbarie, encarnada
en el marido abusivo o el padre sociópata, y que se empodera huyendo,
escapando... ¡sacrificándose!, y quitándose un manto larguísimo. Si bien la
Chica del Hijab es un personaje secundario, ya viene empoderada de casa; y a
veces dice más en sus diálogos que todas esas heroínas veneradas, esas
protagonistas que acaban siendo siempre el mismo personaje de la misma
historia: lo mal que están en el paisaje simbólico del otro, lo bien que
estamos nosotras. Y que, por no tener, como Malala en los libros de texto, no
tienen ni apellido.
Sí, hay iconos de
la moda, la cosmética y el deporte que son la proverbial Chica del Hijab. Todas
estupendas, chicas de clase media con estudios, la vanguardia de una sociedad
(oh, sorpresa) capitalista de la cabeza a los pies. Exhiben una feminidad
performada, consciente y visible, convertida en agente de poder. La Chica del
Hijab nos seduce, a unas porque nos muestra que podemos ser nosotras sin tener
que ser las otras ni, sobre todo, parecernos a vosotras. Y a la vez también es
vosotras, en la medida que sus problemas son al fin y al cabo los de todo el
mundo. La chica con hijab sabe que nuestra Chica del Hijab todavía no
protagoniza historias, y tampoco las está dibujando ni dirigiendo. La Chica del
Hijab es la gran aliada LGTBI, pero todavía no ha salido del armario como
lesbiana o mujer trans. Más aún, las miles de mujeres que podrían protagonizar
ese relato viven en países como Pakistán o Indonesia, pero su presencia y su
activismo no suelen tener la repercusión deseable en nuestras redes, tan ávidas
de representación y diversidad, pero tan reacias a comprometer nuestros propios
relatos.
Muchas mujeres
musulmanas performamos nuestra feminidad como Chicas del Hijab
Muchas mujeres
musulmanas performamos nuestra feminidad como Chicas del Hijab. Lo cual tiene
mucho de positivo: frente a la anécdota o la curiosidad, nuestro hijab, muchas
veces sin saberlo, adquiere un fuerte sentido político. Visibiliza nuestro
compromiso con la religión en espacios donde ésta no se espera, a la vez que
hace visible la inmensa variedad estética y cultural que el velo despliega. No
es casual que muchas jóvenes, no especialmente conservadoras, se estén
reapropiando del caftán y la abaya, prendas largas y vaporosas que exigen arte,
sentido de la moda y una fuerte personalidad. A pesar de que a la vuelta de la
esquina puede haber un señor blanco de mediana edad con una cinta métrica en la
mano.
Y, junto a este
señor, otras voces, cuando la chica con hijab exige dejar de ser una silueta en
un cartel institucional, le repiten que lo prioritario es acabar con la
subordinación. La chica con hijab se pregunta qué pensará ahora Amena Khan
viendo que las cifras de muertos han pasado diez veces de 2.000, y en todas las
chicas con hijab detenidas, expulsadas de sus universidades, fichadas por la
policía en Reino Unido, en Francia, las chicas con hijab cuyos colectivos han
sido ilegalizados en Alemania. Mientras alguien sale a explicarle, a
explicarnos, que las feministas siempre estarán con las musulmanas, ya que
feminista y musulmana siguen pareciendo conceptos excluyentes. Ninguna
considerará la subordinación que las musulmanas padecemos en la representación
de los feminismos. Sin la Chica del Hijab, sin todas sus lagunas y artificios,
podríamos ser representadas como personalidades no excepcionales. Unas de las
miles, millones de universitarias, jornaleras, científicas, comerciantes,
artistas o deportistas que pueblan el mundo. Pero cuando la Chica del Hijab
desaparece se cierran todas las ventanas. ¿Quién se encarga de elegir cuál es
la representación correcta?
Una secretaría
general tiene la respuesta. Como el juego de la representación nunca se puede
ganar, ahí aparece al fondo la Blanca con Hijab, o directamente sin hijab,
reclamando el espacio con el que el feminismo institucional se siente más
cómodo, ocupando columnas, cátedras y foros públicos. Es musulmana conversa (como
yo lo soy). Tiene cargo en alguna fundación. Es experta en relaciones
internacionales, o en trabajo social, y sabe un montón sobre cualquier cosa.
Sobre todo, habla de autocrítica. Y, si es francesa, se puede permitir, ella
sí, llevar el caftán Riviera de Dior, por el que habrá pagado 4.900 euros.
Asume alegremente ese carácter de anécdota que nos exige el feminismo
ilustrado, ese que alaba nuestra valentía y modernidad a pesar de ser
musulmanas. El mismo feminismo que pregunta a las chicas con hijab cada mañana
por las mujeres de Kabul mostrando fotos de Bangladesh.
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