miércoles, 21 de febrero de 2024

NO ESTAMOS EN BUENAS MANOS. ¿ENTONCES?

 

NO ESTAMOS EN BUENAS MANOS. ¿ENTONCES?

PATROCINIO NAVARRO VALERO

Cuando peligrosos y algunos  criminales sujetos como  Milei, Trump, Netanyahu, Putin, Biden o una de sus primas como la “signora” Meloni , se suben al sillón de mando, las democracias se ponen a encoger. Y lo que más encoge enseguida es la libertad en todas sus formas, en primer lugar la libertad de pensar. Desde parlamentos con vocación de motosierras, palacios con  jueces tuertos del lado izquierdo, juegos de buitres financieros,  y jugadores de Risk, nuestras raquíticas, tímidas y asustadizas democracias se ven acosadas en todas partes. Y con ellas, la voluntad popular. ¿Acaso no vemos  a diario lo poco que importa a los gobiernos?

 La voluntad es hija del pensamiento. Y si existe un material sensible por excelencia dentro de estas empobrecidas formas de gobierno, es el pensamiento. El pensamiento no solo es el primer peldaño para una acción-  por eso se intenta controlar- sino también  una forma de energía que ya no se pierde. ¿A dónde va? Como toda energía, en busca de otra de vibración semejante. De ahí la fuerza del pensar compartido y la razón por la que los poderes públicos temen al pensar compartido del pueblo,  la razón por la que siempre intentan dividir, separar y  enfrentar a las gentes.

Pensar por sí mismo es- o debería ser-un acto libre de una voluntad no condicionada. ¿Está condicionada la libertad de pensar? Dejando a un lado los condicionamientos personales que el ego de cada uno – ese dictador personal- intenta dirigir en provecho propio y contra nuestro interés evolutivo,  existe el condicionamiento social.

Vivimos en sociedades condicionadas estructuralmente a causa de la desigualdad brutal  e intolerable existente en el control de los bienes de este mundo  entre 2.600 personas dueñas de TODO  el Planeta, y el resto de sus habitantes. La consecuencia de esta   desigualdad no es  algo baladí: está en el alma  misma  de la  mayoría de organizaciones sociales, políticas, formas de gobierno, publicaciones, informaciones, sistemas educativos, religiones, y hasta en el modo de producir y consumir.  Por tanto, no es difícil concluir que  nuestro modo de pensar y la calidad de lo que pensamos, así como su grado de veracidad o mentira y nuestro mundo de intereses, aparte del ego propio, esta estructuralmente condicionado por esa desigualdad básica entre nosotros y los ultrarrricos, cuyas   laberínticas redes clientelares por todo el  Planeta influyen poderosamente  en el modo de pensar de la humanidad.

En esta situación, cabe preguntarse: ¿Cuál es el valor social de nuestros pensamientos? ¿Dependerá, tal vez, de su riqueza conceptual, de sus fundamentos éticos, de sus propuestas para terminar con el abismo estructural y tender sobre él los puentes de la igualdad? Pues no. Dependerá de su valor en el mercado, cuyas  leyes son completamente ajenas a todo eso.

¿Quién o quiénes  determinan ese valor? No son los personajes que presiden los gobiernos ni ocupan las portadas de los telediarios. Ellos no; son tan solo servidores de la estructura infame, y su pensamiento no es un pensamiento propio, pues está al servicio  de alguna de esas 2.600 cabezas mundiales de la desigualdad que viven contemplando sus ombligos de oro. Unos y otros  ya han hecho su elección; lo que importa es saber cual es la nuestra, la personal y la social. ¿Tenemos un pensar independiente? No podemos olvidar que lo que pensamos, como energía que es, como energía se extiende y como energía nos vuelve;  que lo que sembremos pensando, hablando y actuando recibiremos en la misma medida.

En nuestras  democracias casi inexistentes, las mayorías suelen acomodar su modo de pensar, vivir y actuar  al sistema de valores  que exhiben las cadenas de televisión, diarios y demás fuentes de desinformación del pensamiento único y han dejado  ya de “calentarse la cabeza”, al decir popular. Con ello, han renunciado a su libertad de pensar y ahora al encoger democrático social se añade su propio encoger mental y espiritual. Así es cómo  la gente seducida termina por admirar a esos dos mil seiscientos sujetos sin ética alguna que  manejan los hilos del mundo. Quieren ser como ellos, y los más ambiciosos aún quieren más: ser ellos mismos. Con estas perspectivas es difícil imaginar que el mundo se encamine hacia alguna forma de justicia, libertad, igualdad, o alguno de esos valores que nos deberían distinguir como civilización digna de ese nombre. Estamos, pues, ante un doble desafío, y nadie va a coger el guante por cada uno de nosotros.

Imagen de portada: Trump y Milei – Diarioar

 

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