NO ESTAMOS EN BUENAS
MANOS. ¿ENTONCES?
Cuando peligrosos y algunos criminales sujetos como Milei, Trump, Netanyahu, Putin, Biden o una de sus primas como la “signora” Meloni , se suben al sillón de mando, las democracias se ponen a encoger. Y lo que más encoge enseguida es la libertad en todas sus formas, en primer lugar la libertad de pensar. Desde parlamentos con vocación de motosierras, palacios con jueces tuertos del lado izquierdo, juegos de buitres financieros, y jugadores de Risk, nuestras raquíticas, tímidas y asustadizas democracias se ven acosadas en todas partes. Y con ellas, la voluntad popular. ¿Acaso no vemos a diario lo poco que importa a los gobiernos?
La
voluntad es hija del pensamiento. Y si
existe un material sensible por excelencia dentro de estas empobrecidas formas
de gobierno, es el pensamiento. El pensamiento no solo es el primer peldaño
para una acción- por eso se intenta controlar- sino también una
forma de energía que ya no se pierde. ¿A dónde va? Como toda energía, en busca
de otra de vibración semejante. De ahí la fuerza del pensar compartido y la
razón por la que los poderes públicos temen al pensar compartido del pueblo,
la razón por la que siempre intentan dividir, separar y enfrentar a
las gentes.
Pensar por sí
mismo es- o debería ser-un acto libre de una voluntad no condicionada. ¿Está
condicionada la libertad de pensar? Dejando a un lado los
condicionamientos personales que el ego de cada uno – ese dictador personal-
intenta dirigir en provecho propio y contra nuestro interés evolutivo,
existe el condicionamiento social.
Vivimos en
sociedades condicionadas estructuralmente a causa de la desigualdad
brutal e intolerable existente en el control de los bienes de este mundo
entre 2.600 personas dueñas de TODO el Planeta, y el resto de sus
habitantes. La consecuencia de esta desigualdad no es algo
baladí: está en el alma misma de la mayoría de organizaciones
sociales, políticas, formas de gobierno, publicaciones, informaciones, sistemas
educativos, religiones, y hasta en el modo de producir y consumir. Por
tanto, no es difícil concluir que nuestro modo de pensar y la calidad de
lo que pensamos, así como su grado de veracidad o mentira y nuestro mundo de
intereses, aparte del ego propio, esta estructuralmente condicionado por esa
desigualdad básica entre nosotros y los ultrarrricos, cuyas
laberínticas redes clientelares por todo el Planeta influyen
poderosamente en el modo de pensar de la humanidad.
En esta
situación, cabe preguntarse: ¿Cuál es el valor social de nuestros pensamientos?
¿Dependerá, tal vez, de su riqueza conceptual, de sus fundamentos éticos, de sus
propuestas para terminar con el abismo estructural y tender sobre él los
puentes de la igualdad? Pues no. Dependerá de su valor en el mercado,
cuyas leyes son completamente ajenas a todo eso.
¿Quién o
quiénes determinan ese valor? No son los personajes que presiden los
gobiernos ni ocupan las portadas de los telediarios. Ellos no; son tan solo
servidores de la estructura infame, y su pensamiento no es un pensamiento
propio, pues está al servicio de alguna de esas 2.600 cabezas mundiales
de la desigualdad que viven contemplando sus ombligos de oro. Unos y otros
ya han hecho su elección; lo que importa es saber cual es la nuestra, la
personal y la social. ¿Tenemos un pensar independiente? No podemos olvidar que
lo que pensamos, como energía que es, como energía se extiende y como energía
nos vuelve; que lo que sembremos pensando, hablando y actuando
recibiremos en la misma medida.
En
nuestras democracias casi inexistentes, las mayorías suelen acomodar su
modo de pensar, vivir y actuar al sistema de valores que exhiben
las cadenas de televisión, diarios y demás fuentes de desinformación del
pensamiento único y han dejado ya de “calentarse la cabeza”, al decir
popular. Con ello, han renunciado a su libertad de pensar y ahora al encoger
democrático social se añade su propio encoger mental y espiritual. Así es cómo
la gente seducida termina por admirar a esos dos mil seiscientos sujetos
sin ética alguna que manejan los hilos del mundo. Quieren ser como ellos,
y los más ambiciosos aún quieren más: ser ellos mismos. Con estas perspectivas
es difícil imaginar que el mundo se encamine hacia alguna forma de justicia,
libertad, igualdad, o alguno de esos valores que nos deberían distinguir como
civilización digna de ese nombre. Estamos, pues, ante un doble desafío, y nadie
va a coger el guante por cada uno de nosotros.
Imagen de
portada: Trump y Milei – Diarioar
No hay comentarios:
Publicar un comentario