TRABAJAR MÁS POR MENOS SIN QUEJARSE
Prólogo
de ‘Amazon desde dentro’, de
Josefina
L. Martínez
PASTORA
FILIGRANA
Interior
de un almacén de Amazon.
Urge reinventar las
nuevas máquinas de guerra para las luchas sindicales que la actual ofensiva
neoliberal está exigiendo. El capital se reinventa cada día en su estrategia
para obtener una fuerza de trabajo más productiva y barata. Los dueños del
capital tienen una inmensa voracidad de cuerpos dispuestos a trabajar mucho por
muy poco y sin quejarse, y para ello utilizan todas las estrategias posibles a
su alcance.
Trabajar por menos
Una de estas
estrategias es la llamada desregulación laboral, que persigue destruir
cualquier política pública que pretenda compensar la desventaja material que
las personas trabajadoras tienen frente a la patronal. Hasta ahora, los
derechos laborales y sociales, fruto de las luchas obreras, han pretendido
compensar a las personas que solo tenían su energía vital o fuerza de trabajo
para vender en el mercado a cambio de un salario, frente a quienes tienen la
propiedad de los recursos y los medios de producción. En este afán
desregulador, las pensiones, las prestaciones de desempleo o los convenios
colectivos se ven amenazadas bajo el discurso del “libre mercado”. Una fantasía
neoliberal donde se concibe a grandes multinacionales como Amazon y a las
personas trabajadoras como sujetos en igualdad de condiciones, “libres” de
pactar las condiciones laborales que crean conveniente, sin que ninguna norma
pueda prohibir que alguien trabaje 20 horas al día, o cobre un euro por hora de
trabajo si esa es “su voluntad”.
Otra de las grandes
estrategias del capital para saciar este deseo voraz de un trabajo más barato y
servil es el régimen internacional de fronteras. Una compleja red de fronteras
físicas, jurídicas, administrativas y militares cada vez más tecnificadas
divide el mundo y garantiza, por un lado, la continua extracción de riquezas y
recursos desde el sur al norte global, impidiendo a su vez el libre
desplazamiento de personas del sur al norte. Un método que permite el control
de grandes masas de personas trabajadoras del sur desposeído. Las fronteras no
sirven para frenar la entrada de personas migrantes, sino para que entren
convertidas en cuerpos baratos. Así, la política de fronteras de los países
occidentales solo permite la entrada de personas sin estatus de ciudadanía y
continuamente amenazadas por la deportación, lo que genera una desesperación
vital que obliga a trabajar mucho y por muy poco a quienes la padecen. El
método de la frontera se justifica a través del discurso racista que mantiene
que no todas las vidas valen lo mismo y que el acceso a la riqueza debe
reservarse únicamente a las sociedades “civilizadas” del norte global.
Una compleja red de
fronteras divide el mundo y garantiza la continua extracción de riquezas y
recursos desde el sur al norte global
En su deseo de
encontrar cuerpos baratos, el capital es experto en interseccionalidad:
rentabiliza la intersección de raza y género al reservar los trabajos con menor
reconocimiento social y salarial a las mujeres racializadas que no habitan en
el norte global. Véanse por ejemplo las maquilas, las cadenas internacionales
de cuidados o quienes hacen el trabajo más duro en las cadenas de producción de
los agronegocios.
El endeudamiento
también es una herramienta de abaratamiento del salario que se aplica
indiscriminadamente a todas las personas trabajadoras. La deuda es un mecanismo
más de disciplinamiento y contención de la protesta. Cuando la pérdida del
trabajo puede suponer también la pérdida de la vivienda, por no poder hacer
frente a una hipoteca o a un alquiler, las posibilidades de que una persona
trabajadora secunde una protesta o una huelga se ven reducidas. En el caso de
las personas migrantes, a las deudas por el pago de una vivienda o de los
gastos sanitarios se les suman las deudas para pagar los gastos del viaje, la
compra del empadronamiento o de un contrato de trabajo para poder regularizar
su situación en los estrechísimos márgenes que deja la ley de extranjería.
Trabajar más
Pero el capital no
sólo desea que las personas trabajen por menos salario; también quieren que
trabajen más tiempo. Para ello, la tecnología se pone al servicio del control y
disciplinamiento de las personas trabajadoras. Automatización, robótica e
Inteligencia Artificial (IA) son los nuevos capataces que pretenden hacer
productivo cada segundo de trabajo, intentado dar cumplimiento al sueño
distópico del capitalismo de borrar cualquier rasgo humano del trabajador y
convertirlo en una extensión de la máquina. Son ejemplos de esto los
geolocalizadores de los repartidores de Glovo o Uber, que miden el tiempo
exacto de cada servicio, o los dispositivos de medición del tiempo para
encontrar un paquete en un almacén de los trabajadores de Amazon, tal como
relata Josefina Martínez en este libro. Estrategias de control del trabajo que
van de la mano del disciplinamiento a través de las sanciones, si los
trabajadores no cumplen con los estrechos criterios medidos por estas
tecnologías, bien sea la menor asignación de pedidos para los repartidores o
las amonestaciones para los trabajadores de almacén de Amazon, que pueden
acabar en despidos.
Y trabajar sin quejarse
Cuando se pretende
que las personas trabajen más por menos, el riesgo de la conflictividad social
y sindical es constante. Para mitigar ese peligro, el capital reinventa cada
día nuevas formas de prevención y represión de la protesta.
Las nuevas formas
de desregulación laboral vienen acompañadas de estrategias de atomización del
trabajo, cuyo fin es evitar el encuentro y la autoorganización de las personas
trabajadoras. El trabajo de plataforma y la uberización del modelo productivo, en
el que ya no existe un centro de trabajo, ni compañeros, ni siquiera un jefe
visible ante el que protestar, consigue el objetivo de evitar el encuentro de
las personas que trabajan. En los sectores donde puede existir un modelo de
organización del trabajo más tradicional, como las fábricas o los almacenes, la
atomización y fragmentación de las plantillas se consigue a través de empresas
filiales y de subcontratas que desdibujan a la patronal. A esto se le suma la
utilización de diferentes estatus de contratación, indefinida o temporal, para
evitar en todo lo posible la construcción de común entre compañeros de trabajo.
Pero, cuando la
prevención falla y la autoorganización de las personas trabajadoras da paso a
la protesta, suele aparecer la represión. Nos hemos acostumbrado a ver una
desmedida presencia policial en las protestas sindicales, por modestas que
estas sean. Todas guardamos en nuestra memoria la dura represión de la “marcha
negra” de los mineros y sus familias en Madrid en 2012, o más recientemente la
tanqueta militar reprimiendo las protestas en la huelga del metal en Cádiz, en
2021.
Nos hemos
acostumbrado a ver una desmedida presencia policial en las protestas sindicales
A escala
internacional, cada vez se legisla más para limitar los derechos sindicales. El
antisindicalismo no solo es propio de países como Estados Unidos, también en la
Europa cuna de los derechos fundamentales está cada vez más amenazado el
derecho de huelga. En el Estado español hacer huelga es un derecho fundamental
a pesar de que aún esté regulado por un Real Decreto de 1977 y haya hecho falta
pleitear durante décadas en los tribunales para conseguir una jurisprudencia
que lo desarrolle. En el año 2021, se derogó el artículo 315.3 del Código Penal
que castigaba con cárcel los piquetes en las huelgas y por el que más de
trescientos sindicalistas habían sido procesados. Sin embargo, la represión
sindical encontró nuevas formas. La justicia se ceba con peticiones de penas de
prisión y multas a sindicalistas por delitos de desórdenes, desobediencia o
coacciones que desgastan los recursos y las energías de los sindicatos de base.
Igualmente, las recurrentes sanciones administrativas a las protestas
sindicales mediante la aplicación de la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida
como “Ley Mordaza”, exigen continuamente poner en marcha campañas de
solidaridad y apoyo frente a la represión sindical.
Las luchas sociales
y sindicales necesitan estar a la altura de esta ofensiva. No se trata de
deshacerse de la experiencia de las batallas laborales de los últimos
doscientos años. Se trata de que el sindicalismo de clase incorpore una mirada
antirracista y feminista para leer la actual división internacional del trabajo
y un eje norte-sur que no se corresponde únicamente con una división meramente
geográfica. Y se trata también de reinventar un modelo de sindicalismo capaz de
operar frente a formas de organización del trabajo atomizadas, donde la fábrica
es una plataforma online, el patrón es un algoritmo, los compañeros son
competidores y el contrato laboral se sustituye por el emprendimiento personal.
El reto es inventar las huelgas, sabotajes y acciones sindicales capaces de
incidir en un contexto de atomización, uberización y digitalización del
trabajo.
Y para diseñar
estas nuevas estrategias no está siendo suficiente recurrir a la teoría, se
hace necesario mirar las prácticas. Existen sectores que han estado
históricamente desregulados y atomizados, como el del trabajo doméstico, donde
las trabajadoras han tenido la necesidad de reinventar sus formas de
organización sindical y sus estrategias de lucha frente a una patronal que no
está constituida. Y lo han hecho en un sector altamente feminizado y
racializado, en el que la intersección del género y la raza es un factor clave
para la precarización del trabajo. Ante esto, construir la lucha desde una
perspectiva de clase, feminista y antirracista no ha sido una opción
políticamente correcta, pero se convierte en una necesidad cuando se enfrenta
una explotación laboral específica por ser mujer y migrante.
También las luchas
de las personas trabajadoras de Amazon están dejando pistas sobre cómo
construir conflictos sindicales en el siglo XXI frente a monopolios
depredadores que son verdaderos laboratorios del funcionamiento del
neoliberalismo a escala global. Las luchas de Amazon están enfrentándose a
sofisticadas formas de control del trabajo a través de la tecnología, y al
crecimiento de discursos y prácticas abiertamente antisindicales. Para que las
batallas sindicales en Amazon prosperen, es preciso proyectar un nuevo
internacionalismo obrero. No solamente a través de las necesarias alianzas
trasnacionales entre las personas trabajadoras de los países donde opera
Amazon, sino dentro de los propios centros de trabajo, donde la presencia de mano
de obra migrante y la diversidad de lenguas y culturas es muy elevada, por lo
que la unidad requiere trabajar con una realidad previamente fragmentada por el
racismo y el colonialismo.
Este libro recoge
las voces en primera persona de quienes están enfrentando los retos de
construir un sindicalismo que no se conforma con perseguir determinadas mejoras
laborales, sino que plantea un cuestionamiento de la ordenación económica y
social del mundo desde el corazón de la bestia. Sus errores y sus aciertos son,
están siendo ya, una aportación imprescindible a las prácticas de luchas que
pretendan cambiarlo todo.
------------------
Compra aquí Amazon
desde dentro, de Josefina L. Martínez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario