SABEMOS MUCHAS COSAS, SEÑORA AYUSO
Cuando pierda
el poder y su vida consista en esquivar procesos judiciales, probablemente
recuerde la tarde en que sus compañeros aplaudían a rabiar una nueva
demostración de lo peor de la condición humana
GERARDO
TECÉ
Díaz Ayuso, defendiendo
en la Asamblea de Madrid que las víctimas de sus protocolos de la vergüenza
habrían muerto de todas formas. / YouTube (El País)
Si es usted personal sanitario y ve entrar por la puerta de urgencias a un familiar de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, sepa que no es necesario que le preste asistencia médica. Total, seguramente se iba a morir de todos modos. Esta barbaridad de argumento, aplicado no a sus seres queridos, sino a los de los madrileños de segunda, ha sido la respuesta dada hoy, jueves 15 de febrero, por la presidenta de la Comunidad de Madrid para explicar por qué 7.291 personas sin seguro privado fallecieron con covid en residencias de Madrid tras la prohibición de ser derivadas a un hospital gracias a los protocolos de la vergüenza.
Ya lo sabemos,
señora Ayuso. Sabemos perfectamente que, durante la pandemia, murió, por
desgracia, mucha gente en muchos lugares y en circunstancias muy diferentes.
Pero también sabemos que ninguna circunstancia tan diferente como la de los
7.291 que murieron abandonados y sin poder ser atendidos por un médico porque
su Gobierno lo prohibió al decidir que las vidas de los ancianos con menos
recursos eran vidas de segunda. Ya sabemos que después de décadas de
privatizaciones y pelotazos para los amiguetes del PP a costa de la sanidad
pública, los recursos eran los que eran y que usted tenía que priorizar. Y
sabemos que, por supuesto, puso usted por delante a los de su clase social. ¿O
acaso cree que no sabemos dónde estaría usted si, en vez de esto, hubiese
prohibido la atención médica a los ancianos con seguro privado? También
sabemos, señora Ayuso, que usted les robó un derecho básico a esas 7.291
personas mientras les birlaba 300.000 euros a los madrileños para regalárselos
a su hermano. Como buen emprendedor, supo tener una idea brillante, consistente
en trapichear con material sanitario aprovechando que su hermana manejaba un
presupuesto público del que no tendría que dar explicaciones dada la emergencia
declarada.
Sabemos que, años después
de aquello, se sigue usted riendo en las caras de los familiares de esos 7.291
ancianos de segunda. Pero sabemos, señora Ayuso, porque se nota a la legua, que
lo suyo es una forma de defensa muy típica en los sociópatas asustados. Sabemos
que el día que se quede sin el presupuesto público con el que compra el
silencio de tantos medios de comunicación corruptos, las fichas de dominó
podrían empezar a caer una tras otra dando paso a problemas judiciales. Sabemos
muchas cosas y debería empezar usted a saber unas cuantas también. Por ejemplo,
que aquellos compañeros de partido que le aplauden a rabiar en la Asamblea de
Madrid cada una de sus barbaridades, la dejarán sola llegado el momento.
Sabemos que la mafia funciona así. Qué le vamos a contar a usted si, tras negar
una y otra vez que los protocolos de la vergüenza existiesen, pidió la
imputación de su exconsejero de Políticas Sociales por esos mismos protocolos
para salvar su presidencial culo. Aquel tipo que salió huyendo de su Gobierno
tras ver lo que vio y decidió poner algo de dignidad sobre la mesa colaborando
con la Justicia no fue el único. Fueron muchos, como usted sabe y todos
sabemos, los altos cargos sanitarios que no quisieron formar parte de su plan
antipobres y salieron por patas. Es probable que usted hoy odie a esos
excompañeros igual que odia a la oposición política que le sigue recordando lo
que usted hizo con esas 7.291 vidas o a los familiares que quieren que se haga
justicia. Pero sepa, señora Ayuso, que no es odio en realidad lo que usted
siente, sino miedo a lo que algún día llegará. Odio será lo que sentirá hacia
quienes hoy le aplauden sus faltas de respeto a los muertos y sus insultos
hacia quienes piden justicia cuando la dejen sola. Sepa, señora Ayuso, que si
la vida de esos 7.291 dependía de un médico que usted les negó, su vida futura
depende de no perder el poder. Y sepa que el poder no es eterno. Cuando lo
pierda y su vida consista en esquivar procesos judiciales, probablemente
recuerde la tarde de hoy en la que sus compañeros aplaudían a rabiar una nueva
demostración de lo peor de la condición humana. Quizá descubra usted entonces
que nada de esto mereció la pena. Que aquellos compañeros que escaparon a
tiempo, los familiares de los fallecidos abandonados o la oposición que le
pedía explicaciones no eran precisamente quienes estaban en el lado equivocado
de la Historia. Muchos ya lo sabemos, usted es cuestión de tiempo que lo
descubra.
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