EL PP MANDA EN GALICIA Y FEIJÓO NO
MANDA EN MADRID
Los
malos resultados del PSOE en Galicia decantan la victoria del Partido Popular.
El Bloque Nacionalista Galego se acerca al medio millón de votos.
PABLO
ELORDUY
Alberto Núñez Feijóo e
Isabel Ayuso en la concentración en Madrid convocada por el PP contra la
amnistía y el pacto PSOE-Junts. Foto del PP de la Comunidad de Madrid.
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Los estadounidenses usan la palabra hype para subrayar la emergencia de un fenómeno nuevo, excitante y apreciado. El BNG ha sido el hype de una campaña electoral marcada por unas declaraciones de Alberto Núñez Feijóo que nada tenían que ver con Galicia. Los de Ana Pontón son los únicos, salvando la entrada con un diputado de Democracia Ourensana, que suman escaños: cinco en una noche electoral que deja cierto sabor agridulce.
La campaña del
Bloque había generado expectación, pasiones alegres y una corriente de
optimismo que quería prevalecer sobre los tozudos datos, que siguen diciendo
que el Partido Popular, por más que sus líderes tengan deslices, tiene ganado
el voto sénior, que arrasa en las zonas rurales y puede permitirse emplear
técnicas tan sucias como el carretaxe o ingresar nóminas, anunciar subidas
salariales, ayudas y otros estímulos al voto en las horas previas al cierre de
campaña.
Jugamos como nunca,
perdimos para siempre es, aunque sea obvio, el balance que puede hacer el
centro izquierda español y la esquerda galega en su objetivo compartido de
tumbar al Gobierno del Partido Popular. Alfonso Rueda, candidato flojo, seguirá
siendo presidente de la Xunta por el oficio que tiene el PP en una comunidad en
la que controla la narrativa oficial —a través de los medios de comunicación— y
la infranarrativa semisecreta del caciquismo.
Los mejores
resultados históricos del Bloque Nacionalista Galego han sido el punto positivo
de una noche en la que se habían depositado varias esperanzas. La del BNG es
clara: cambiar el país, adecuarlo a los nuevos tiempos y desterrar el
caciquismo.
La esperanza de
Pedro Sánchez y el PSOE en los últimos días de campaña era más ambigua: ganar
perdiendo. Solo ha conseguido lo segundo. El PSdeG de José Ramón Gómez Besteiro
ha perdido cinco escaños y ha obtenido su peor resultado histórico en la
Comunidad Autónoma. Se queda con nueve, como tercera fuerza y ve la irrupción
de un BNG que ha llegado para quedarse.
Pero dentro de los
planes de Sánchez, un cogobierno en minoría con el BNG era una bicoca. En el
momento de mayor tensión por la Ley de Amnistía, arrebatar al PP una comunidad
que dirige desde hace dieciséis años y de la que procede su líder nacional era
una esperanza demasiado ilusionante para ser verdad. Y no lo ha sido. En gran
medida debido al pobrísimo desempeño del PSdeG, que no ha alcanzado los doce
diputados que hubieran abierto en canal la posibilidad del cambio de Gobierno.
A falta de los
análisis electorales, parece claro que BNG ha absorbido lo que quedaba por
tomar del espacio de En Marea. Al menos la mitad de los votantes de la antigua
Galicia en Común —que no llegaban al 4% en 2020— se han ido al Bloque. Pero
también se ha dado un claro trasvase de votantes socialistas al BNG. La suma
aritmética es sencilla: el PSdG pierde cinco y el Bloque gana aun más, quizá de
la abstención, quizá incluso de votantes populares hartos del progresivo
desapego del PP de Galiza a la política autonómica. Alfonso Rueda no es Isabel
Díaz Ayuso, pero la campaña errática del PP —no hay que olvidar que ha perdido
dos escaños— ha visto al presidente de la Xunta capitidisminuido, como un turista
accidental en su propio territorio.
La alta
participación en las elecciones de hoy es otro factor importante para el
análisis acerca de las líneas que se trazan para el futuro en Galicia. El PP ha
aumentado su voto respecto a 2020 en más de 60.000 sufragios. Pero el aumento
del BNG es la mejor noticia para las izquierdas: son 150.000 votos más y,
cuando se termine de recontar el voto CERA, es posible que se sitúe a pocos
miles del medio millón de votantes.
Como sucede cuando
las elecciones autonómicas terminan, el foco volverá a Madrid, lo que no es
necesariamente malo para un BNG que critica exactamente esa visión colonial de
la política gallega por parte del PP y sus terminales mediáticas dentro de la
M30.
El foco deja un
paisaje bastante parecido al que se intuía en el comienzo de la campaña
electoral. La declaración de Feijóo en un off the record sobre un posible
indulto a Puigdemont no ha penalizado dramáticamente a su partido, pero en el
resultado de Galicia se puede leer que fuera del ecosistema hiperventilado de
la capital, el paisaje sigue siendo muy parecido al del 23 de julio. Núñez
Feijóo seguirá oscilando entre la necesidad de pasar página en la narrativa del
apocalipsis y la exigencia de los suyos de seguir la estrategia aznariana de ir
con todo y no aflojar el ritmo hasta recuperar el mando del Estado.
Sánchez jugaba la
baza soterrada de la plurinacionalidad, como sucederá en las próximas
elecciones en la Comunidad Autónoma Vasca. Y, aunque hoy ha perdido, la
pregunta que se respondió en el filo y precariamente el verano pasado, sigue
abierta. Es una pregunta acerca de si el país realmente existente puede seguir
funcionando mucho más tiempo como un clúster de distintos caciques
territoriales o si hay que darle una vuelta a la participación de los distintos
pueblos en el modelo de Estado. A pesar de la victoria del Partido Popular de
hoy, esa cuestión sigue encima de la mesa.
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