GARZÓN, EL DECORO Y EL ORGULLO
PABLO
IGLESIAS
Nunca podré saber
si tengo un precio porque nadie ha intentado jamás comprarme
Siempre pensé que Alberto Garzón acabaría siendo profesor universitario. Tiene todas las cualidades para serlo. Quizá lo único que podía faltarle era la tesis doctoral, pero los dos años de cobertura económica con los que contaba tras haber sido ministro durante una legislatura, habrían bastado para hacer una investigación doctoral excelente, en España o fuera de España. Eso es lo que yo pensaba que iba a hacer Alberto. Se lo dije a Enrique Santiago la última vez que hablamos, cuando vino a informarme que Alberto dejaría la política y que Sumar deseaba que Irene Montero hiciera lo mismo. Fue en las oficinas de Canal Red poco después de que Sánchez convocara las generales. No hemos vuelto a hablar.
Soy consciente de
que ni con un doctorado le hubiera sido fácil a Alberto ganar una plaza
universitaria. Con dos licenciaturas, un doctorado en políticas, dos títulos de
máster en otras especialidades, con muchas publicaciones, acreditado como
contratado doctor desde hace más de 10 años y con una experiencia política
profesional notable, no me fue nada sencillo ganar una plaza de simple
asociado. Pero creo que Garzón habría conseguido ser profesor de economía tarde
o temprano en una universidad española. No solo se lo merecía él, se lo merecía
también la militancia de su partido.
Entiendo que hay
que ganarse la vida y más cuando se tienen hijos y sé que no es nada fácil
hacerlo si has ocupado cargos políticos, eres de izquierdas y no eres
funcionario. Pero creo que, los que hemos representado a partidos de
izquierdas, tenemos obligaciones de decoro.
Viví la humillación
de que los medios convirtieran en un asunto de máxima atención mediática que me comprara con mi pareja, mediante una
hipoteca de 30 años, una casa con jardín y piscina. Fue humillante recibir las
críticas de mucha gente de izquierdas y de mi propio partido hasta el punto de
sentirme obligado a hacer un referéndum absurdo. El propio Enric Juliana, muy
consciente de que los comunistas, a falta de armas y de la URSS, solo tenemos
nuestro decoro como patrimonio político, llegó a escribir que comprarme una
casa con jardín y piscina (como escribió Vallin, cuando era otra persona, lo
que desataba el odio era la piscina) representaba un error político. Antonio
Maestre escribió que si firmaba esa hipoteca era porque contaba con ser cargo
público durante décadas.
Hoy estoy fuera de
la política y sigo pagando mi hipoteca con mi pareja cada mes. Vivo de dirigir un canal de
televisión por internet que se financia con las suscripciones de nuestros
seguidores y también de lo que cobro como profesor asociado y como colaborador
en Rac1 y TV3 (los únicos “grandes” medios que han mostrado interés en lo que
yo pueda decir). Sé que la mía no es una opción que pueden tomar muchos
compañeros que dejan la política institucional, pero creo que hay opciones más
decorosas para un comunista que alquilar tu experiencia como ministro (porque
eso es lo que pagan) a una consultora dirigida por exministros del bipartidismo
que vende sus servicios a empresas privadas.
Les debo confesar
que ninguna de esas consultoras me ha hecho ninguna oferta. A mí nadie me ha
ofrecido jamás plata. A mí solo me han ofrecido plomo, plomo y más plomo. Nunca
podré saber si tengo un precio porque nadie ha intentado jamás comprarme.
Le deseo suerte a
Garzón y deseo de corazón que sea profesor universitario y que no tenga que
depender de ninguna consultora para ganarse la vida. Quizá IU debería haberle
ofrecido presidir una de sus fundaciones y no tener que soportar el escarnio
que les va a llegar estos días. Pero permítanme que hoy me sienta orgulloso de
ser de Podemos, orgulloso del odio que hemos recibido, orgulloso de mi secretaria
general, de la dignidad de Echenique, de que mi compañera enviara al lugar
donde le cupiera a la señora vicepresidenta segunda la embajada de Chile,
orgulloso de que la marquesa Álvarez de Toledo llamase terrorista a mi padre
por enfrentarse a dictadura, orgulloso de mi madre abogada laboralista de las
CCOO que nunca se pareció a Fidalgo ni a casi ningún jefe del sindicato. Y
orgulloso también de la llamada de Julio pocos días antes de
morir, para felicitarme por una intervención en la que llamé parásitos a los de
Vox siendo vicepresidente.
Quizá terminen
acabando con nosotros, quizá representamos una España que han matado demasiadas
veces pero nadie nos quitará, como a Cyrano, nuestro inmenso orgullo.
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