DE ALBERTO GARZÓN, LA MUJER DEL CÉSAR Y LOS LIDERAZGOS DE LA
IZQUIERDA
JUAN CARLOS MONEDERO
Alberto
Garzón, durante el desfile del 12 de octubre 'Día de la Fiesta Nacional', en la
plaza de Cánovas del Castillo, a 12 de octubre de 2023, en Madrid (España).-
Alberto Ortega / Europa Press
Recuerda Enzo Traverso en sus nuevos trabajos (Melancolía de izquierda, Galaxia Gutemberg y Revoluciones, Akal) la estudiada relación entre la izquierda y la religión. En los campos de concentración, quienes mejor llevaron el horror del exterminio y de la anulación de la humanidad fueron precisamente creyentes, socialistas y comunistas. En esa noche de la historia, alimentados de su "fe" -fuera revelada o aprendida- se sentían parte de algo más grande que ellos mismos. Su suerte individual, aunque pasara por un momento desesperante, la vivían sólo como parte de un engranaje ético y comprometido, cargado de futuro, que daba sentido a sus vidas, que les trascendía y, sobre todo, les daba sentido, fuera la que fuese su vicisitud particular en esos barracones teñidos de muerte y humillación.
Ese mesianismo ha
sido una fuerza principal en la izquierda y, también, parte de su tendencia a
la fragmentación. Esa "batalla final", esa mística revolucionaria que
confiaba tantas cosas al desenlace final, al tiempo que les otorgaba una furia
transformadora, una enorme capacidad de generosidad personal, una entrega
solidaria a los demás camaradas y a la lucha -las cárceles siempre han estado
llenas de comunistas-, les hacía desmerecer de los logros concretos que,
precisamente, esa lucha iba ganando. El comunismo moría de éxito y conforme
lograba mejoras en la vida del pueblo, el pueblo les abandonaba. Lenin siempre
hablaba enfadado de la "aristocracia obrera".
Los liderazgos de
la izquierda siempre han necesitado la confianza del pueblo al que quieren
representar. No es verdad que tengan que vivir como el pueblo, pero sí ha sido
y es una condición sine qua non tener la confianza del pueblo. Y si el estilo
de vida se aleja en exceso de lo que el pueblo piensa que debe ser tu
comportamiento, más vale que te dediques a otra cosa. Y aquí lo relevante,
sobre todo, es lo que has dicho que ibas a hacer. Tierno Galván, el alcalde más
querido de Madrid, siempre fue un profesor universitario y vivió en una casa
bien decente del barrio de Argüelles. Nadie se lo reprochaba cuando visitaba La
Elipa. Pero nunca dijo para ganar votos que era otra cosa de lo que era. Igual
que a Manuela Carmena, una ex jueza a la que nadie le pedía que viviera en Pan
Bendito. Lo que se le pedía era coherencia entre lo que decía y lo que hacía.
Por la boca de izquierdas muere el pez popular.
De hecho, una buena
parte de los líderes de la izquierda en todo el mundo provienen de las clases
medias, y los que no -con orígenes campesinos, obreros, populares- terminan
viviendo como las clases medias y no como el grueso de sus votantes. Moviéndote
en los pasillos de las instituciones, terminas impregnándote de sus modos. Era
proverbial la elegancia de Palmiro Togliatti y de Enrico Berlinguer, igual que
también lo era la austeridad monacal de Dolores Ibarruri, Pasionaria. En una
ocasión le reprocharon a Lula Da Silva vestir trajes caros. Contestó:
"nuestro pueblo humilde quiere que su líder vista así y vestido así se
sienten orgullosos de ellos mismos". ¿O alguien piensa que a los
brasileños pobres del nordeste les gustaría que su Presidente fuera a las
reuniones con la élite de Sao Paulo vestido con sandalias? Hay una proyección
vicaria en los liderazgos. Precisamente la misma razón por la que Pepe Mujica
vive en su humilde chacra y no se le va a ver comprando en las tiendas de lujo
de Montevideo. Su elegancia está en su coherencia. En decir y hacer lo mismo
que dice. Y claro que le gusta más el whisky bueno que el malo.
Hay rupturas de ese
orden en donde se quiebra la imagen de confianza que el pueblo ha otorgado a
los liderazgos. Tiene que ver, principalmente, con esa incoherencia entre lo
que se dice y lo que se hace. Y, que nadie lo dude, es a donde se van a agarrar
tus adversarios para revolcarte por el suelo. Nadie llega a secretario general
de nada sin dejar algunos cadáveres por el camino. Víctimas que,
invariablemente, te esperan en la bajadita (es el momento del "¿Te
acuerdas lo que dijiste de mí? ¿Te has olvidado de aquella que me
hiciste?¿Recuerdas cuando mandaste a los tuyos a insultarme cuando lo mío?").
Los seres humanos tenemos estas cosas.
Ese mesianismo de
la izquierda va también a construir monstruos con los que es imposible
discutir. Son gentes que no quieren tener una buena casa, un trabajo
desahogado, buena ropa, coche o unas vacaciones, sino que no quieren que los
tengas tú.
El lugar donde se
la juegan los líderes de la izquierda es en "su" relato. Durante la
pandemia y con el pueblo encerrado no puedes dar una fiesta en tu casa o en tu
oficina; volar en business está fuera del alcance de la gente que te vota y es
un gesto, aunque cansado, que te piden los que te votan; una casa con los
símbolos de la riqueza te aleja del pueblo al que enamoraste viviendo donde
vivían ellos y haciendo gala de esa humildad para conseguir su voto; de tu paso
por la política no debes salir enriquecido, y volver al lugar al que trabajabas
antes de pisar la moqueta es una señal de coherencia que tus votantes agradecen
(ahí están en la memoria todavía los casos de Julio Anguita regresando a la
escuela y de Gerardo Iglesias volviendo a bajar a la mina; incluso, aunque
fuera más simbólico que real, el regreso de Rubalcaba a las aulas de la
Complutense después de decenios de trabajar en la política). Le pasa también a
algunos que dicen que son verdes y lo más verde que toleran es un arbolito en
el aparcamiento de un McDonald's.
Hay grados. Si la
crítica al capitalismo y sus desigualdades es el corazón de la pelea política
en la izquierda, no puedes engalanarte con los símbolos inalcanzables del lujo
que no tienen otra razón de ser que, precisamente, marcar una diferencia con el
resto. Por eso a la izquierda le molestan en sus líderes los relojes caros, las
marcas inalcanzables, los coches de lujo y, si viene la crisis, también las
piscinas.
Es un precio extra
de la política. ¿Tienen que vivir las familias de los políticos de manera
doliente? Es injusto y hará que se dediquen a la política los que no tengan más
remedio. Pero son las maneras de tu bienestar las que te generarán el respeto o
la crítica de los tuyos. Van a medirte, sobre todo, por lo que hayas dicho. Si
has hecho de la crítica de las puertas giratorias un eje de tu discurso, no
puedes irte a trabajar a una consultora sin que todos los que, de una manera u
otra, dejaste en el camino, aprovechen para hacer sangre. Y también los que te
ensalzaron como un ser de luz que estaba por encima de los mortales.
A un líder de la
izquierda no se le quiere ver ni borracho ni drogado ni ganando dinero al lado
de los que combatías. Te conviertes, y ahí de verdad, en un "fusible quemado".
Y se encargarán de recordártelo incluso los que viven mejor que tú, tienen un
trabajo más indecente que el tuyo o han vendido su alma al diablo más barato
que tú. Por eso hay que escuchar fuera de los círculos complacientes. Siempre
hay alguien que te recuerda que ese trabajo, esa casa, ese coche, esas
vacaciones, esa boda, esa relación sentimental te va a hacer daño. Pero en la
vida política, tan jerarquizada, la soberbia de los liderazgo es el paso previo
a su ruina.
Por esa soberbia,
la vara de medir suele ser uno mismo. Eres tú el que decides si recurrir al
"enemigo" para conseguir tus fines es un precio válido que debes
pagar por avanzar en la "revolución". Es el tren sellado que los
alemanes pusieron a Lenin para ir a Rusia cuando empezó la revolución. El
problema está en que suelen ser los propios líderes de la izquierda quienes
dicen qué contradicciones son válidas -quién te financia, dónde puedes
trabajar, dónde puedes vivir, qué tienes que comer, qué sapos te tienes que
tragar, con quién debes pactar y cómo debes vestir- y cuáles son intolerables.
Que suelen ser las que hacen los otros. Esas cosas debiera decidirlas el
partido-movimiento. Pero nos queda mucho. Al final, quien esté libre de pecado
que tire la primera piedra. No me gustan los linchamientos de nadie. Hay
críticas en la izquierda que son armas de doble filo. Y lo digo habiendo dejado
la primera línea de la política viviendo en la misma casa, teniendo el mismo
trabajo en la universidad, teniendo algo menos de dinero en el banco. Lo que
pide el pueblo a sus liderazgos es coherencia, no una austeridad espartana casi
de andar pidiendo.
En cualquier caso,
como dice la sabiduría popular, por la boca muere el pez. Y esperar a que te
pesquen para darte cuenta de lo que necesitas el agua es una mala estrategia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario