MASACRE, EXPLOTACIÓN Y AGUJEROS NEGROS
MIGUEL
ÁNGEL LLAMAS
Abundan las
evidencias sobre vulneraciones de derechos fundamentales en los CIE y nunca
llegan las medidas estructurales para evitarlas
La Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) ha presentado esta semana su informe Balance Migratorio 2023, que recoge la cifra récord de 2.789 personas fallecidas o desaparecidas en el intento de llegar a España por la frontera sur durante el pasado año. En el ataque a Pearl Harbor murieron 2.400 personas; en el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, 2.753. La comparación con estos hechos históricos del imperio sirve para captar la magnitud de la masacre migratoria y la magna indolencia con que la aceptamos. El número de beneficiarios de protección temporal procedentes de Ucrania en España asciende a más de 190.000 (bien hecho). En 2023, nuestro país fue visitado por más de 85 millones de turistas (en tiempos de colapso ambiental). ¿Sería posible convivir con estas cifras sin una poderosa maquinaria cultural que contamina nuestras conciencias de racismo y aporofobia?
El mismo día que
APDHA publicaba su informe, la Policía Nacional comunicó la liberación de 21
víctimas de explotación laboral en el ámbito agrícola y la consecuente
detención de 15 responsables de trata de seres humanos en la provincia de
Sevilla. No es un caso aislado. Tampoco resultan tranquilizadores los
mecanismos que suelen elogiarse como garantes de una migración segura, ordenada
y regular. Los procedimientos de gestión colectiva de contrataciones en origen
y normas como la Directiva 2014/36/UE sobre las condiciones de entrada y
estancia para fines de empleo como trabajadores temporeros, entre otras,
condicionan la admisión de las personas migrantes a la realización de trabajos
específicos y enormemente duros. El fenómeno tiene muchas aristas, pero, sin
duda, revela que el Estado y los empresarios agrícolas se coordinan para
segmentar a la clase trabajadora global. Hay algo perverso en este tipo de
migración legal que no alcanzamos a nombrar. Por cierto, es legítimo preguntar
a los sectores progresistas que proponen la renta básica universal cómo
compatibilizarían la titularidad universal de la prestación con la realidad de
los flujos migratorios. También esta semana, cincuenta migrantes han denunciado
en los juzgados agresiones policiales en el Centro de Internamiento para
Extranjeros (CIE) de Madrid. Abundan las evidencias sobre vulneraciones de
derechos fundamentales en los CIE y nunca llegan las medidas estructurales para
evitarlas. No es difícil, como medida urgente, sustituir los CIE por un sistema
cautelar que no socave el derecho fundamental a la libertad ambulatoria. A
pesar de que el tercer sector y otras instituciones no gubernamentales vienen
haciendo un loable trabajo de denuncia, en el debate público no se repara en
que los CIE son un auténtico agujero negro del Estado de derecho desde el
momento en el que se priva de libertad a personas sin haber cometido ningún
delito. Y los agujeros negros también crecen. A los CIE hay que sumar las
deficiencias de los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) y la más
desconocida realidad de Centros de Atención Temporal de Extranjeros (CATE), que
ni siquiera cuentan con regulación legal (solo aparecen mencionados en una
orden ministerial de 2019). Bien podríamos concluir que el Estado de derecho no
es para pobres.
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