LA REVUELTA MARRÓN, CASI PARDA,
DE LOS TRACTORES
En
memoria de Juanjo de Blas que, siempre lúcido y utópico, soñaba con un
sindicalismo agrario alternativo.
FERNANDO
LLORENTE ARREBOLA
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El historiador y economista americano Jason W. Moore escribe en el capítulo X de El Capitalismo en la trama de la vida (ed. Traficantes de Sueños) acerca de la importancia de los alimentos baratos en la reproducción del régimen capitalista, alimentos baratos que permiten abaratar el coste del trabajo pero que también requieren que la energía y las materias primas sean así mismo baratas.
Señala ahí que el
modelo agrícola industrial que llegó a su máximo desarrollo con la “revolución
verde”, y el posterior giro de tuerca neoliberal y globalizado, han entrado en
una profunda crisis. Ya en 2015 dicho autor anunciaba que esta crisis terminal
del modelo agrícola se debía “en parte a la sobreexplotación de los recursos y
el aumento de los costes de producción: pero en parte ―¡y esta es una parte
creciente!― consiste en la desestabilización de las condiciones de estabilidad
de la biosfera y de salud biológica que se han obtenido después de siglos,
milenios incluso”. En la lista de desafíos biofísicos que socavan la
rentabilidad, la productividad y la propia supervivencia del modelo agro-ganadero
industrial Moore pone en primer lugar al cambio climático, pero “al cambio
climático le podemos añadir la subida de los costes de energía, una creciente
competencia por la tierra debido a los agrocombustibles, la proliferación de
especies invasoras, el efecto de las supermalezas, el final del agua barata (ya
que el calentamiento global hace que se fundan los glaciares, desorganiza los
patrones de precipitaciones y provoca la sobreexplotación de los acuíferos) y
el descenso de la eficacia de los fertilizantes sobre al aumento de
rendimientos.”
Casi una década
después resulta obvio que no se ha leído leído a Moore, se ha preferido leer
libelos ultras como Agroinformación y otros. De haberlo leído, igual estaríamos
presenciando movilizaciones contra las medidas de verdeo de la PAC, pero no
para pedir su derogación sino para denunciar su tibieza, su falta de
financiación, su hipocresía, y no habrían caído en el infantilismo xenófobo de
culpar a las agriculturas del Sur ―y muy específicamente a Marruecos― de sus
problemas (como los franceses acusaban de los suyos a España e Italia: la
cadena de racismos que se reproduce fatídicamente). Tras leer a Moore se
estaría en la calle, sí, pero para exigir medidas contundentes de apoyo a la
transición a un modelo agroganadero menos consumidor de petróleo y
fertilizantes, con menos herbicidas y fitotóxicos, denunciando los pozos
ilegales, los nuevos regadíos para los que ni hay ni habrá agua; se estarían
bloqueando y boicoteando a Mercadona y al resto de las grandes superficies que
ejercen una presión oligopólica sobre los precios que perciben los
productores, saboteando salvajemente las
macrogranjas en las que se torturan animales al tiempo que se hunde a la
ganadería familiar y extensiva o bloqueando las importaciones masivas de soja
latinoamericana que han destruido la rentabilidad de la producción de nuestras
leguminosas autóctonas. Se estaría
exigiendo una descarbonización integral y urgente de la economía
española, de forma que se paliase en algo la catástrofe climática que está
destrozando las economías rurales (después les llegará a los urbanitas, tiempo
al tiempo) y exigiendo la dimisión del ministro Luis Planas, pero no por
“globalista y defensor de la agenda 2030”, sino por aliado de la industria de
los pesticidas, de los terratenientes y por ecocida.
Pero, como no
parece haberse leído más que los mensajes y bulos de las redes carpetovetónicas
y los pescadores en río revuelto de la extrema derecha y de la derecha extrema,
se han lanzado a una campaña ―que parece orquestada― de movilizaciones en el
campo, de desestabilización política, cayendo en las redes de Feijoo y Abascal
que no se han resignado a la derrota que les depararon las urnas y usan todo lo
que tienen a su alcance: el poder judicial, a los agricultores, los medios de
comunicación, el Ibex 35, etc., para sus fines.
La productividad y
la rentabilidad de las explotaciones agroganaderas está a la baja, esto es una
realidad objetiva [...] pero culpar a la ecología de esa crisis es una
manipulación ideológica peligrosa y muy mal intencionada
El desconocimiento
de nuestras sociedades, mayoritariamente urbanas, de las complejas realidades
del mundo agropecuario (no digamos ya del natural) hace que muchos ciudadanos
bienintencionados se dejen seducir por el relato victimista de los agricultores
que estos días se movilizan en todo el país al rebufo de las movilizaciones en
otros países de Europa. Hace que que incluso compren el argumentario que viene
a decir que la culpa de la crisis del campo es de las políticas verdes y de los
ecologistas. Efectivamente, la productividad y la rentabilidad de las
explotaciones agroganaderas está a la baja, esto es una realidad objetiva que
ya hace casi una década anunciaba Moore y otros muchos investigadores, pero
culpar a la ecología de esa crisis es una manipulación ideológica peligrosa y
muy mal intencionada.
A las experiencias
de “socialismo” estatal latinoamericano como la venezolana de Chávez, la
brasileira de Lula, y la argentina de la saga kichnnerista (si es que eso se
puede denominar socialismo), se las conoce como “socialismo marrón”, aludiendo
al extractivismo y depredación de los recursos naturales con que se
desempeñaron, en un ejemplo de cómo las izquierdas autoritarias también
desprecian e ignoran los límites biofísicos y la naturaleza en general. Del
mismo modo, a estas movilizaciones de sectores superdependientes del petróleo y
otras materias primas baratas se las puede calificar de “revueltas marrones”.
La “revuelta
marrón” del campo español busca culpables de su ruina (objetiva, progresiva, y
lamento afirmar que sin solución en el marco estructural vigente) en Marruecos,
en los ecologistas y sus medidas de “fanatismo climático”, en el animalismo, en
el exceso de burocracia estatal y europea, en la agenda 2030, etc. El populismo
derechas e izquierdas coincide en buscar respuestas fáciles a problemas
complejos, de ahí su miseria intelectual y moral y su peligrosidad.
Las verdaderas
causas de la ruina del campo son realmente intrincadas: el aumento del precio
del petróleo, una vez que hemos llegado al pico de su extracción y empieza su
declive y agotamiento, que tira del encarecimiento de los fertilizantes (una
tonelada de nitrógeno requiere de dos toneladas de petróleo para su
producción), y de los fitotóxicos que se emplean; los tratados de libre
comercio que en la economía globalizada ponen a competir despiadadamente entre
sí a los agricultores de todo el mundo, algo posible si los precios del
transporte de materias primas a nivel mundial se mantienen bajos, y esto sólo
se consigue “manu militari” por la vía del imperialismo (y aquí entra en juego
el genocidio palestino al que asistimos impasibles y su derivada yemení, así
como la guerra de Ucrania en la que, entre otras cuitas
territoriales-nacionales, se dirime una batalla interimperial por la energía
fósil menguante); también está el férreo control oligopólico de las grandes
distribuidoras y comercializadoras de alimentación, a las que “el gobierno más
progresista de la historia”, con un ministro dizque comunista al frente de
consumo, no logró arrancar ni unas migajas de piedad para con los productores a
los que tratan como siervos de la gleba feudales.
No es un error de
cálculo, o desinformación: el negacionismo climático del que hacen gala y el
situar al ecologismo como enemigo del campo es una estrategia política, una
estrategia fascistizante
Por último, pero no
menos importante, lo que está desbaratando la rentabilidad de la producción
agraria es la disrupción climática, reconociéndolo incluso la nada sospechosa
de ecologismo patronal de Agroseguro: las incidencias y pérdidas por sequía y
otros eventos meteorológicos dañinos se han multiplicado exponencialmente en el
último decenio.
Nuestros
bienintencionados urbanitas simpatizantes de esta “revuelta marrón” deberían
saber que las organizaciones agrarias mayoritarias, a las que muchas veces se
denomina sindicatos, son en realidad organizaciones patronales
supersubvencionadas y que gestionan las cuantiosas ayudas de la PAC. De hecho,
consiguen tener tantos afiliados porque les gestionan el farragoso papeleo
burocrático que los agricultores y ganaderos han de tramitar para obtener las
ayudas de la PAC. También deberían saber que el mayor monto de estas ayudas de
la PAC lo perciben los grandes terratenientes, y que además prolifera el fraude
y la corrupción: hay sentencias firmes en las que están implicados dirigentes y
gestores de ASAJA, UPA, COAG y la Unión, basta visitar la hemeroteca para
comprobarlo.
Las ayudas de la
PAC son, de hecho, dumping y competencia
desleal contra las agriculturas de fuera de la zona euro, así que cuando los de
los tractores denuncian las importaciones de productos baratos del Sur, sería
justo que denunciaran también que nuestro sector ganadero está haciendo
competencia desleal vendiendo carne (alimentada con soja y maíz
latinoamericanos) a los ganaderos de los países que nos la compran. Pero es que
nuestras organizaciones agrarias son neoliberales para vender y proteccionistas
para comprar: o sea trileros.
Y es que la
“revuelta marrón” es casi parda: ASAJA principalmente, pero también las otras,
llevan lustros cultivando la ecofobia (en Extremadura, por ejemplo, La Unión no
pierde la ocasión de arrear a los ecologistas, todo le vale para ello, hasta el
incendio del año pasado en Hurdes), acusando a los ecologistas de ser
“chiringuitos subvencionados” en un ejercicio descarado de ver la paja en el
ojo ajeno. Todos, incluidos los supuestamente progresistas de la COAG, han
arremetido históricamente contra la biodiversidad, les estorba el lobo, los
cormoranes, el meloncillo y hasta los abejarucos. Esta ecofobia se puede
rastrear en su tabla de reivindicaciones: abolir la ley de bienestar animal, no
aplicar medidas de reducción de emisiones a su sector... Ya han conseguido que
la Comisión Europea retire su tímido plan de reducción del uso de pesticidas y
van a por las muy escasas medidas de pacificación ambiental que la nueva PAC
planteaba (los aplausos y carcajadas de la gran industria multinacional de
fitotóxicos, transgénicos y fertilizantes se oyen hasta aquí).
No representan a
todo el campo, no representan a la ganadería y agricultura familiares, no
representan a las cooperativas de pequeños productores, y mucho menos
representan al único sector que está sorteando la crisis estructural del modelo
agrocapitalista: el de la agroecología
Y esto no es un
error de cálculo o desinformación: el negacionismo climático del que hacen gala
y el situar al ecologismo como enemigo del campo es una estrategia política,
una estrategia fascistizante. Una estrategia perversa y delirante porque no hay
sector que dependa más directamente de la estabilidad climática y de los
servicios ambientales que procuran los ecosistemas sanos que la agricultura y la
ganadería. Con lo que, negando el cambio climático y alimentándolo con sus
grandes tractores y el arsenal de productos químicos, destruyendo la fertilidad
de la tierra y atacando a la biodiversidad, están literalmente destruyendo las
bases biofísicas de su actividad productiva, están tirando piedras contra su
propio tejado.
No hay mayor aliado
objetivo del mundo rural que la Ecología como ciencia y como movimiento (aunque
desgraciadamente este tenga sus sesgos urbanitas y autocomplacientes, que no
han ayudado nada a su comprensión de y por el mundo rural), no hay mayor
enemigo del campo que la derecha y la extrema derecha que tiene secuestrada su
representación “sindical” (en elecciones que carecen totalmente de
transparencia, limpieza y legitimidad), no hay mayor enemigo de la agricultura
familiar y a pequeña escala que las cúpulas de las organizaciones mayoritarias
que dicen hablar en su nombre, y prueba de ello es que ninguna incluya en su
tabla de reivindicaciones una histórica: la reforma agraria.
Necesitamos otras
organizaciones sindicales agrarias que reúnan en simbiosis a las agricultoras y
ganaderas que sí quieren cuidar la tierra, cuidar los alimentos y cuidar a las
comunidades
Si a alguien le
quedan dudas del carácter “marrón casi pardo” de la revuelta de los tractores
le voy a dar dos datos más: estas organizaciones se han negado y resistido a
aplicar las subidas del Salario Mínimo Interprofesional a sus peones, estas
organizaciones que destilan racismo en sus ataques a Marruecos se han aprovechado
y se aprovechan de la explotación de la mano de obra inmigrante (con ejemplos
tan sangrantes como el de las freseras de Huelva) o las condiciones
infrahumanas en que se tiene a los trabajadores migrantes de “la huerta de
Europa” almeriense-murciana. Y, por otro lado, es patente que a esta gente no
le preocupa nada más que mantener su nivel de vida (que si lo comparamos con
otros agricultores del mundo sólo puede ser calificado de privilegiado), no les
preocupan los alimentos, no les preocupa la salud de las personas; de otro modo
no estarían reivindicando con tanta virulencia el uso de todo el arsenal
químico venenoso ―que les sirve, entre otros, Monsanto― y escucharían las
evidencias científicas y médicas sobre el carácter cancerígeno de, por ejemplo, el glifosato con el que riegan
campos y aguas a discreción todos los años.
Es esta una
revuelta marrón casi parda de tractores (mayormente comprados con subvenciones
estatales y europeas) que colapsan autopistas y ciudades, en un movimiento
consentido por las autoridades del Estado, esas mismas autoridades que acusan
de terrorismo a los que hicieron lo mismo en Catalunya con el Tsunami
Democratic.
La buena noticia es
que ni ASAJA, ni UPA, ni COAG, ni la Unión, ni mucho menos esos extremistas
utilizados por VOX y el PP que se mueven en la oscuridad “asindical”
(calificaba este medio, como si los otros fueran sindicatos) representan al
campo. Por lo menos no representan a todo el campo, no representan a la
ganadería y agricultura familiares, no representan a las cooperativas de
pequeños productores, y mucho menos representan al único sector que está
sorteando la crisis estructural del modelo agrocapitalista: el de la
agroecología, que incluso crece y aumenta año a año su todavía, por desgracia,
minoritario peso productivo. Aquí es dónde el sueño de mi amigo y compañero
Juanjo (ecoagricultor pionero de La Campiña de Guadalajara) ha de ponerse en
marcha: necesitamos otras organizaciones sindicales agrarias que reúnan en
simbiosis a las agricultoras y ganaderas que sí quieren cuidar la tierra,
cuidar los alimentos y cuidar a las comunidades.
Y aquí para acabar
también tenemos que citar a Moore: “la lucha de clases del siglo XXI girará en
gran medida en torno a cómo se responda a las preguntas de qué son los alimentos,
qué es la naturaleza y qué es valioso… los alimentos y la agricultura se han
convertido en un campo de batalla decisivo en la lucha de clases mundial. Ya no
se trata mayormente del campesinado contra el señorío; la seguridad
alimentaria, la prevención y la sostenibilidad han pasado a ser temas centrales
de la vida cotidiana del proletariado mundial, desde Beijing hasta Boston”. Y,
en esta lucha de clase,s los de las tractoradas han decidido ponerse del lado
de las fuerzas más oscuras, incluso contra sus intereses objetivos, y desde
luego se han posicionado contra la salud de los ecosistemas que es la salud de
los alimentos y de las comunidades humanas y no humanas.
Otra agricultura no
sólo es necesaria, sino que ya está viniendo, y tranquilidad: esta revuelta
marrón casi parda consentida y orquestada de los terratenientes y los pobres
que han manipulado es un tigre de papel, ya que ellos mismos trabajan y
conspiran para su quiebra. Otros y otras vendrán a cultivar en las ruinas que
nos dejan.
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