EL CHIRINGUITO DE LA
ULTRADERECHA
GERARDO TECÉ
Hace unos días
éramos testigos de un acontecimiento histórico en la corta vida de la nueva
extrema derecha. El líder ultra en Andalucía era desacreditado por la
comandancia del partido en Madrid. El motivo era muy sorprendente: le reñían
por haber hecho bien su trabajo. Es decir, por mostrarse como el machista
repugnante que todo líder ultraderechista debe demostrar ser, según esa
estrategia consistente en “sé todo lo políticamente incorrecto posible, eso amplificará
el mensaje”. Tras la sentencia que condenaba por violación a La Manada, el
líder ultra de Andalucía se rasgaba las vestiduras siguiendo la estrategia de
siempre, la de no ponerle freno a la desvergüenza. Que si esto supone el final
del hombre libre, que si la única relación segura para el hombre será ya la
prostitución, etcétera, etcétera. Es decir, un día más en la oficina sin
imaginar que la estrategia había cambiado. Cosas del centralismo. A provincias
todo llega más tarde.
Leí con atención la
noticia del toque de atención porque no me lo acababa de creer. El mismo
partido cuyas filas están formadas por lo más selecto del machismo español, el
mismo partido que siembra dudas en torno a la versión de cada mujer violada o
agredida, el mismo que hizo líder andaluz al juez que definía a las feministas
como “piojosas de ultraizquierda”. Pues sí. Ese mismo partido no sólo se
posicionaba ahora a favor de la sentencia contra La Manada, sino que, además,
coartaba la libertad de uno de sus ultras a la hora de mostrarse como tal. Una
ultra-injusticia del tamaño de la cruz del Valle.
El toque de la
formación de extrema derecha a su líder andaluz no es algo anecdótico. La etapa
consistente en que sus rostros visibles muestren a las claras su psicopatía
para ganarse así la simpatía de la población psicópata –hicieron cálculo de
psicópatas y decidieron que salía a cuenta presentarse a elecciones–, empieza a
dejar paso a una nueva etapa: la de la ultraderecha que defiende los sillones
conseguidos en la etapa anterior. La ultraderechita cobarde ya está aquí.
Un líder nacional
sin más oficio ni beneficio que el de chupar del bote del PP más corrupto de
Madrid. Segundas espadas sin más habilidades que gritar consignas que se caen
al suelo cuando se enfrentan a las preguntas de cualquier periodista –guardemos
un minuto de silencio por el tipo aquel al que le preguntaron por medidas
concretas y sufrió un ictus–, unas caras conocidas, salidas de familias nobles
venidas a menos que no encontraron hueco en la política y se lo tuvieron que
inventar aprovechando que el odio no sólo genera odio, sino también puestos de
trabajo bien pagados. La extrema derecha española no sólo dio el salto
institucional para acosar a homosexuales y mujeres, para retirar estatuas que
huelan a árabe o para putear a los manteros. La extrema derecha dio el salto
institucional como parte de una estrategia que daba por hecho, con mucha razón,
que la teta del franquismo social aún daba leche. La leche suficiente como para
poner a chupar a un buen número de inútiles sin más habilidades que perseguir
al perseguido desde cargos institucionales.
Preguntado por la
posibilidad de que el partido ultra tuviese un funcionamiento interno como el
del resto de formaciones políticas, es decir, con elecciones primarias, el
líder nacional respondía que unas primarias eran un instrumento peligroso,
porque podría colarse cualquiera. Él estaba allí para evitar que tal cosa
sucediera. Fue la misma respuesta que dio Franco tras quedarse con el enésimo
palacete. ¿Primarias? No lo veo claro. Teniendo en cuenta que en las listas del
partido ultra hay hasta nazis condenados por dar palizas, ¿quién es ese
cualquiera que podría colarse? ¿Alguien que respetase los derechos humanos? La
respuesta correcta es: otro que ocupase mi asiento. Bienvenidos al chiringuito
de VOX.
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