LA “SEGURIDAD NACIONAL” EN EE.UU. Y EL ‘TRUCO’ PARA SALVAGUARDAR SU
HEGEMONÍA UNIPOLAR
CARMEN PAREJO RENDÓN
Este escenario es presentado con
preocupación tanto en los documentos de la Estrategia de Seguridad de la
administración de Donald Trump, como en la nueva estrategia presentada por Joe
Biden en octubre de 2022.
El pasado 20 de abril, el Congreso estadounidense aprobó 95.000 millones en ayudas militares repartidas entre Ucrania (61.000 millones), Israel (26.000 millones) y Taiwán (8.000 millones). A su vez, también acordaron otro paquete que descongela los fondos retenidos de Rusia en EE.UU. para entregárselos a Ucrania, agudiza las sanciones contra Irán y exige a la empresa china ByteDance, responsable de la aplicación TikTok en la nación norteamericana, que venda esta aplicación a una empresa estadounidense en el plazo de nueve meses.
En su libro ‘Cómo Occidente llevó
la guerra a Ucrania’, el analista estadounidense Benjamin Abelow sostiene:
«Ucrania no es, ni mucho menos, un interés vital para la seguridad de los
Estados Unidos. De hecho, Ucrania apenas importa (…) En cambio, para Rusia —con
sus 1.200 millas de frontera compartida y su historia de tres grandes
invasiones por tierra desde Occidente (…) Ucrania es el más vital de los intereses
nacionales».
En efecto, la injerencia
occidental en Ucrania ha buscado en todo momento provocar e interpelar a la
Federación de Rusia, amenazar de forma directa a su seguridad y después impedir
toda negociación política con el fin de desgastar a esta emergente potencia a
la que consideran enemiga.
En el caso de Taiwán, pese al
indudable valor geoestratégico de su estrecho, vemos cómo, de nuevo, se repite
el guión y la injerencia directa en un conflicto interno de la República
Popular China se articula como una interpelación directa contra Pekín.
EE.UU. e Israel
Pero en ambas regiones además
intervienen otros actores, los aliados europeos de EE.UU. con una guerra
abierta a sus puertas desde hace diez años. Y, por otra parte, las alianzas en
el Indo-Pacífico que buscan ser reforzadas en medio de un aumento de tensión en
esta zona del mundo.
Por su parte, Israel ha sido una
pieza clave en el desequilibrio de poder, a beneficio de los intereses
occidentales, en la región de Asia occidental. En ese sentido, no es de
extrañar que, en un momento especialmente crítico para la supervivencia del
proyecto sionista, EE.UU. redoble sus esfuerzos por mantener vivo este régimen,
actualmente investigado por cometer un genocidio contra el pueblo palestino.
Dentro del juego de
provocaciones, también existe un efecto dominó en azuzar el conflicto regional
interpelando en este caso a Irán, que se ha convertido en una de las
principales referencias de la causa multipolar en esta región. Recordemos que,
si bien 9.460 kilómetros (km) es la distancia que hay entre Washington y la
Franja de Gaza, solo 1.586 km separan Tel Aviv de Teherán.
Este 24 de abril, el Senado
estadounidense ratificaba estos paquetes. Tras la votación, Chuck Schumer,
líder demócrata en el Senado de EE.UU., declaró: «Estados Unidos envía un
mensaje al mundo entero, hará todo lo posible para salvaguardar la democracia».
Pero, ¿cómo este paquete de medidas que aumenta la tensión en distintas
regiones podría salvaguardar la democracia?
En 1947, el presidente
estadounidense Harry S. Truman presentó la Ley de Seguridad Nacional (vigente
con algunas modificaciones hasta nuestros días), que supuso una reorganización
de las Fuerzas Armadas, la política exterior y el aparato de inteligencia de
los EE.UU. Además, esta ley estableció el Consejo de Seguridad Nacional y la
creación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).
La definición exacta del concepto
“seguridad nacional” para EE.UU. puede estar sujeta a amplias y contradictorias
interpretaciones —como hemos visto en varias oportunidades—. Sin embargo, no
ocurre igual con sus objetivos y aplicaciones en lo concreto. Así, podemos
determinar a grandes rasgos que la “seguridad nacional” estadounidense ha
estado atravesada por tres contextos geopolíticos distintos que, no obstante,
han compartido un mismo fin y objetivo: auspiciar y después garantizar la
hegemonía en solitario del país norteamericano.
El concepto seguridad implica
protección ante una amenaza física, pero también ante una percepción de
amenaza, es decir, activa también una dimensión de carácter psicológico. Y es
esta segunda consideración la que ha explotado la propaganda estadounidense
durante todos estos años, independientemente del contexto geopolítico
cambiante.
La teoría de la contención de
George F. Kennan contra el avance del comunismo y de la URSS, será el elemento
ideológico y de propaganda que sirva de justificación para el desarrollo de una
política expansiva y de búsqueda de consolidación hegemónica de EE.UU., durante
todo el período de la Guerra Fría. No obstante, la percepción de amenaza
soviética se fue debilitando con los años. El propio Kennan llegó a asegurar en
distintas ocasiones que nunca había planteado una amenaza de invasión militar
por parte de los soviéticos sino de expansión ideológica del comunismo en
distintos escenarios. En sentido opuesto, lo que si aumentaba era la percepción
de que EE.UU. era quien realmente representaba una amenaza militar real a nivel
internacional.
Un relato de propaganda con
caducidad
Los distintos golpes de Estado
patrocinados por EE.UU. y su injerencia en América Latina y, sobre todo, la más
que cuestionada internamente guerra en Vietnam, fuerzan a plantear determinados
cambios en los mecanismos de intervención estadounidense y en su esfera
propagandística.
Tras la desintegración de la
URSS, el ‘Capitán América’ ya no puede seguir jugando en solitario, y es en
este contexto donde se estrena la OTAN como una alianza ofensiva contra
Yugoslavia.
EE.UU. se erige así como el líder
de la gran alianza del “mundo libre”, iniciándose la fase de “intervenciones
humanitarias” y de “democratizar” al resto del mundo a bombazos. Un relato de
propaganda que, como los anteriores, tenía fecha de caducidad.
En 2003, la invasión ilegal de
Irak por parte de EE.UU. fue rechazada por potencias aliadas fundamentales de
esa nación, como Francia y Alemania. El ascenso de potencias emergentes, el
nacimiento del BRICS y de otras alianzas económicas alternativas y sin
presencia estadounidense, inauguran una nueva fase. Por un lado, EE.UU.
necesita reforzar sus alianzas previas; por otra parte, vemos cómo el mundo
unipolar que se había construido tras la Guerra fría se va desvaneciendo poco a
poco y se empiezan a desarrollar múltiples polos de poder.
Este escenario es presentado con
preocupación tanto en los documentos de la Estrategia de Seguridad de la
administración de Donald Trump, como en la nueva estrategia presentada por Joe
Biden en octubre de 2022. Rusia y China se articulan en este nuevo relato como
una amenaza autoritaria que “casualmente” coincide con los rivales geopolíticos
de EE.UU., que debe ser confrontada de nuevo por el ‘Capitán América’, que no
olvidemos, tiene en su historial haber “democratizado” varios países del mundo a
bombazo limpio.
Traduciendo al senador demócrata
que festejaba hoy la ratificación de los paquetes de apoyo a Israel, Ucrania y
Taiwán, podríamos determinar que EE.UU., en efecto, envió un mensaje al mundo
entero: hará todo lo posible, incluso escalar conflictos y favorecer nuevas
guerras, para salvaguardar su hegemonía unipolar.
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