LA PRIMAVERA CANARIA SE CUELA EN LA AGENDA
JOSÉ
MIGUEL MARTÍN
Filólogo y antropólogo
Cientos de personas protestan con carteles durante una manifestación
contra el modelo turístico, a 20 de abril de 2024, en Las Palmas de Gran
Canaria, Gran Canaria, Canarias (España).- Europa Press Canarias
El pasado 20 de abril (20A) tuvieron lugar manifestaciones en las ocho Islas Canarias, así como en diversas ciudades europeas, contra el modelo turístico consolidado durante las últimas décadas. Si bien fueron anunciadas, un tanto grandilocuentemente, como las movilizaciones "más grandes de la Historia de Canarias" y con el impreciso lema de "Canarias tiene un límite", lo cierto es que –guerra de cifras aparte– hay un consenso a la hora de considerarlas un hito en la historia reciente de la sociedad civil canaria más activa. Pero ¿de qué límite estamos hablando? ¿Se refiere exclusivamente a un asunto cuantitativo estrictamente relacionado con el número de turistas que recibimos cada año?
En mi opinión, la
cuestión va mucho más allá, lo que explica el éxito de las convocatorias. Las
motivaciones materiales (ecotasa, moratoria y regulación de la venta de
viviendas a no residentes) y posmateriales (falta de perspectiva de futuro,
sensación de saturación, superpoblación, hartazgo ante el irrespeto a nuestro
patrimonio natural y cultural...) aparecen casi a partes iguales. Intentaré en
estas líneas desgranar algunas de las facetas de estas manifestaciones,
ciertamente notables, y arrojar alguna luz sobre el ciclo que, en mi opinión,
comienza con las mismas.
Morir del turismo
En primer lugar, es
preciso entender que en Canarias la industria turística (así se le suele llamar
a falta de otras industrias) ha tenido históricamente un carácter
fundamentalmente extractivista y depredador del territorio. La mayoría de las
movilizaciones sociales más importantes que han tenido lugar en las islas han
tenido como principal tema la defensa del medioambiente vinculada a la lucha
contra proyectos casi siempre turísticos: Veneguera, El Rincón, Vilaflor,
Granadilla, Lanzarote, etc. Y junto a ello, un fuerte componente identitario
casi ineludible en el archipiélago, puesto que la conexión de los isleños con
su paisaje parece haber actuado de fuerte elemento movilizador a lo largo de la
historia más reciente. Así es, en buena medida, el turismo visto desde aquí.
De alguna manera,
la actividad turística sucede en Canarias, pero la percepción de que en las
islas sólo quedan los efectos negativos de la misma (ocupación del territorio,
generación de residuos, supeditación de infraestructuras al desarrollo
turístico, escasa generación de empleo de calidad para los canarios y canarias,
alienación cultural, etc.) se ha ido imponiendo en sectores amplios de la
sociedad civil. Ha sido la tensión provocada entre cifras de negocio
exorbitantes (más de dieciséis millones de turistas en 20231, superando de
lejos a Cuba, Brasil, Australia,...; superando a Cataluña, Andalucía y
Valencia, en el contexto del Estado español2) y la perseverancia de indicadores
sociales éticamente inaceptables (un 36’2% de personas en riesgo de pobreza o
exclusión social en 20223) la que ha acabado por traducir el creciente
descontento y hartazgo en una movilización social de un calibre que ha
sorprendido a no pocos actores de la vida pública en las islas.
¿Una ecotasa para Canarias?
Buena parte de esta
movilización ha tenido como objetivo compartido la propuesta de establecer una
ecotasa con carácter finalista como sucede en la mayoría de destinos turísticos
del mundo. Aunque las hipotéticas cifras de recaudación barajadas han sido muy
dispares, ha anidado en la población el convencimiento de que esta medida
serviría para compensar los efectos que el turismo de masas está teniendo en el
medio natural canario. ¿Por qué no usar esos fondos para combatir el cambio
climático en el propio archipiélago? Los mismos isleños, también turistas en la
medida de sus posibilidades, observan cómo es frecuente abonar algún tipo de
tasa durante sus viajes, sin generarles ninguna oposición. Cuesta hacerles
creer ya que la poderosa industria turística "canaria" se va a venir
abajo, que volverán los tiempos del hambre, porque se cobre uno o dos euros más
al día a los millones de visitantes anuales.
La clase política,
durante mucho tiempo cohesionada en torno a la consigna de "no es el
momento para la ecotasa" y perfectamente alineada con la Patronal, ha
empezado a ver resquebrajado su "bloque de consenso". Cada vez son
más las voces, incluso dentro del Gobierno, que abogan por algún tipo de tasa
que contribuya a redistribuir los ingentes recursos generados por el turismo
entre la sociedad canaria. El presidente del Ejecutivo, Fernando Clavijo (CC),
se ha visto obligado a esbozar una tímida propuesta de "IGIC
ecológico" para gravar exclusivamente las pernoctaciones. Dicha medida,
sin embargo, no parece ser tan efectiva como la de una ecotasa finalista,
teniendo en cuenta que el 48% del gasto turístico se produce en origen y no
tributa en Canarias4. Cualquier cosa antes que la medida más lógica: gravar a
todos los turistas y usar ese dinero para el bien común.
Moratoria urgente y total
Sin duda, otra de
las propuestas que más eco encuentran en esta Primavera Canaria es la de una
moratoria urgente y total que paralice las construcciones turísticas previstas
y que impida el que se concedan nuevas licencias. Resulta casi imposible argumentar
que en Canarias hacen falta más hoteles o campos de golf, especialmente en
Tenerife, una isla en emergencia hídrica desde el pasado 1 de marzo5. Sólo la
perspectiva de que el erario público tenga que hacer frente a millonarias
indemnizaciones a los promotores por los derechos adquiridos y el lucro
cesante, causa un movimiento sísmico de cierta envergadura en la arquitectura
político-institucional del archipiélago. Así estuvo a punto de ocurrir tras la
moratoria turística de 2003 en la que se temía que el Gobierno de Canarias
tuviera que pagar por dichos conceptos casi 900 millones de euros6. ¿De dónde
saldría todo ese dinero si esta vez no se atajara esa posibilidad en los
tribunales?
Sin embargo, no
cierto es que la opinión pública que se viene expresando en medios, redes y en
la calle entiende mayoritariamente que se ha rebasado el límite de lo
razonable, no sólo en cuanto al número de camas hoteleras y extrahoteleras,
sino en lo que hace a macroproyectos como el Circuito del Motor o el recurrente
Puerto de Fonsalía, ambos en Tenerife, o los planes, por ahora rechazados, para
una posible extracción de tierras raras en Fuerteventura. La voracidad de un
sector de la construcción y unos poderes públicos incapaces de distinguir entre
crecimiento económico y calidad de vida o niveles de bienestar nos han traído
hasta aquí y es justo aquí donde el pueblo canario parece haberse plantado
¿definitivamente? y con unas consecuencias a día de hoy impredecibles,
especialmente en el plano político.
No hay casa para tanta gente
En un archipiélago
eminentemente turístico, pocas cosas escapan al tremendo poder de arrastre de
dicha actividad económica. Por eso, en Canarias, en la medida en que el turismo
ha dejado de estar recluido en sus zonas de actividad tradicionales de los
últimos sesenta años, sus efectos han comenzado a percibirse en ciudades,
pueblos, barrios... que permanecían relativamente a salvo de los mismos. A ello
ha contribuido enormemente la aparición del fenómeno masivo de la vivienda
vacacional –55.000 declaradas en toda Canarias, de las cuales sólo 22.000 son
propiedad única de un solo propietario–7 la cual representa una dificultad casi
insalvable para conseguir vivienda a precio razonable en las islas, ya sea en
régimen de compra o alquiler.
Si bien en un
principio este modelo de negocio se aparecía ante los ojos de la débil clase
media como la oportunidad para que, por fin, las rentas del turismo se quedaran
en Canarias en una proporción mayor a la habitual, muy pronto se evidenciaron
las consecuencias que esta actividad, sin apenas regulación todavía, causa en
nuestro entorno: encarecimiento de la oferta disponible de vivienda, que además
disminuye drásticamente, gentrificación de los espacios urbanos y rururbanos,
pérdida de identidad de los mismos, etc. El anuncio de una próxima Ley de
Vivienda Vacacional, que entraría en trámite en el último trimestre, ha
disparado las peticiones de regularización "preventivas". Los grandes
tenedores oestán dispuestos a copar los rincones más apetitosos de nuestras
ciudades y pueblos para explotar una actividad económica de muy bajo retorno.
Por último, durante el 2023, la venta de vivienda a extranjeros en las islas
alcanzó más de un tercio del volumen total de operaciones. ¿Quién da más?
Juventud sin futuro
Siendo como es un
problema que afecta en buena medida a toda la sociedad, la vivienda se ceba
especialmente con la población juvenil, que ve cómo a pesar de haber alcanzado
niveles de formación impensables para las generaciones precedentes, sólo tiene
como expectativa o sobrevivir en la precariedad (un 44% de la juventud canaria
está en riesgo de pobreza o de exclusión social8) o emigrar, porque en Canarias
seguimos emigrando. También ayuda a incrementar la sensación de que se ha
sobrepasado cualquier límite imaginable el que nuestra Consejería de Turismo
haya dedicado fondos Next Generation a la captación de nómadas digitales a
escasos días del 20A, que es casi como poner alfombra roja a quien va a
gentrificar tu barrio y acabar expulsando a tus vecinos mientras cercena
cualquier posibilidad de que tus hijos se independicen y tengan el más mínimo
proyecto vital digno de tal nombre.
Por si esto fuera
poco, en un archipiélago donde buena parte de las esperanzas de conseguir un
trabajo estable y bien remunerado pasan por el acceso a la función pública, la
gota que colmó el vaso ha venido a ser la reciente noticia de que el proceso de
estabilización del profesorado interino no ha servido para estabilizar al
profesorado que ya ejercía en las islas, sino que provocará previsiblemente una
avalancha de docentes llegados de otras comunidades del Estado a ocupar un
52’9% de las plazas convocadas.9 Importamos funcionarios foráneos y apartamos
interinos canarios, mientras señalamos el camino al sector servicios a nuestra
precaria juventud. Un sinsentido.
Así las cosas, era
cuestión de tiempo el que una cadena de equivalencias suficiente y necesaria
hiciera aparición en el tablero político y social. Que el conjunto de estas
demandas se hagan hueco en la agenda política sin ser convenientemente
desvirtuadas dependerá del empuje y la inteligencia colectiva que se logre
articular desde el campo popular. El bloque político-empresarial da muestras de
debilidad y sus contradicciones comienzan a agudizarse, pero tiene la suficiente
fortaleza para resistir unos cuantos embates sin apenas moverse de sus
posiciones. La partida no ha hecho sino empezar, pero los de abajo somos más. Y
siempre volvemos.
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