PONTE PELUCA
DAVID TORRES
Alberto
González Amador e Isabel Díaz Ayuso.
Es inevitable preguntarse por qué el novio de Ayuso, Alberto González Amador, se presentó afeitado y ataviado con una peluca en los juzgados de Plaza de Castilla cuando todo el mundo esperaba al novio de Ayuso, Alberto González Amador, en los juzgados de Plaza de Castilla. No hay mejor manera de llamar la atención que intentar pasar desapercibido justo en el lugar y la hora en que un cónclave de periodistas está esperándote para dar la noticia, con lo que la noticia, que apenas merecía dos líneas, se transforma en un verdadero espectáculo. Algunos testigos aseguran que Alberto González intentó despistar al personal escondiéndose detrás de las columnas y tomando ascensores a la buena de Dios. Tendría que haberse puesto barba blanca, gorra y cartera en la jeta, y a lo mejor lo hubieran tomado por Villarejo.
Con las pelucas hay
que andarse con mucho cuidado, porque parecen tener vida propia. Billy Wilder
se arrepintió muchísimo de haber colocado una rubia platino en el epicentro de
Perdición con el fin de darle un aire vulgar a Barbara Stanwyck (algo
ciertamente difícil), y a la postre confesó que por culpa del postizo estuvo a
punto de cargarse una obra maestra. Mucho más peligro tiene Oliver Stone, quien
metió tantos peluquines en el reparto de J.F.K. que al final de la película no
queda claro si a Kennedy lo mató la mafia, la CIA, el FBI, los cubanos o un
primo de Llongueras. Años después, Stone se emperró en hacer de Colin Farrell (el
actor más hirsuto y moreno que quepa imaginar) un Alejandro Magno rubio y
lánguido, con lo que casi le sale un biopic de Barbara Stanwyck.
Vete a saber si
Jairo Alonso, el anterior novio de Ayuso, no estaba metido en el trasplante
capilar del actual, aunque parece ser que no, que hace años que dejó la
peluquería por la informática. Sin experiencia previa en el sector, Alonso
consiguió contratos fabulosos para su empresa en cuanto su ex aterrizó en la
presidencia de la Comunidad de Madrid, una casualidad mecánica que va
repitiéndose una y otra vez por los alrededores de Ayuso -padres, hermanos,
novios, etc.- como si Ayuso fuese Dorothy bañando de billetes en tecnicolor los
prados en blanco y negro de El mago de Oz. Cuando uno cae en la cuenta de que
el auténtico titiritero del Mago de Oz es Miguel Ángel Rodríguez y de que
Quirón, antes de ser un grupo hospitalario privado, era un centauro, ya no le
cabe duda de que todo lo que rodea a la presidenta es literatura fantástica.
Ignoramos si la
estrategia de la peluca fue diseñada por Rodríguez para despistar o para
echarse unas risas; probablemente ambas cosas, porque el jefe de Gabinete de
Ayuso es una caja de sorpresas, un fabricante de bulos certificado, un tipo que
se toma las coñas muy en serio. Sólo a él podía ocurrírsele que Alberto
González repitiera la odisea de Santiago Carrillo cuando entró en España debajo
de una peluca. González se pasó tres horas en los juzgados después de un
gatillazo judicial en toda regla, haciendo tiempo por ver si se marchaban los
periodistas, y al final reapareció con el pelo rapado, fingiendo que hablaba
por teléfono y practicando faquirismo en un taxi. Dependiendo de la peluca,
podían haberlo confundido con Donald Trump, con Carles Puigdemont o con Javier
Milei liándola parda. En Madrid no hay peligro de tropezarte con tu ex, pero al
menor descuido te das de boca con el novio de Ayuso.
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