POLARIZACIÓN, CRISPACIÓN, AGRESIÓN. CONTRA EL CONSUELO
JUAN CARLOS MONEDERO
Manifestantes
del movimiento 15M en una foto de archivo. - EP
¿Quién siembra la violencia?
Entraba en el aniversario del 15M en el programa La noche 24 de RTVE. El brutal intento de asesinato del primer ministro eslovaco, Robert Fico dominaba el debate entre los tertulianos, que cargaban las tintas en los políticos de extrema derecha, extremistas que habrían venido a romper las reglas mínimas de la convivencia democrática.
Mientras les
escuchaba, no dejaba de acordarme de Jiménez Losantos diciendo que si veía a
alguien de Podemos y llevaba encima una escopeta recortada, disparaba. Como
nadie le ha parado los pies, seguramente por no ser ni rapero ni titiritero,
sigue y sigue y sigue. Cuando Miguel Ángel Rodríguez se inventó que unos
periodistas se habían colado en la casa con los ladrillos más deshonestos de la
política española, esto es, en el dúplex de Ayuso y su novio delincuente,
Losantos mandó a agredir directamente a los periodistas: "Alberto
[González Amador] que es un bigardo, bien plantado, de familia militar, tendrá
dos amigos. Y si no, Desokupa. Y el primero que aparezca por ahí metiéndose,
tiene un accidente, se rompe tres huesos". Tampoco me olvidaba del gran
propagador de bulos, Pedro J, dibujando a Pablo Iglesias en su tabloide con una
diana y una pistola en la boca. Todavía Pedro Sánchez no había dado una
entrevista a García-Ferreras en La Sexta. Una entrevista, como si nada, al
periodista que pactó junto con Villarejo y un alto directivo de Antena 3
golpear al presidente usando los negocios poco edificantes del suegro de Pedro
Sánchez. El prevaricador Ferreras, que ha sido el altavoz de la sanguijuela
Inda -que está ahí solo para mentir- o que ha publicado noticias burdas a
sabiendas de que eran falsas. El punto y aparte de Sánchez ¿no implicaba luchar
contra las "grandes" mentiras? No hay "polarización" sin
los altavoces de los medios. Si sembramos cinismo, abonamos la llegada de la
extrema derecha.
Recordaba en la
entrevista el asesinato en Sarajevo del Archiduque Francisco Fernando, heredero
del Imperio Austro-Húngaro, muerto junto a su esposa Sofía, a manos de un
nacionalista serbio-bosnio, de la organización Mano Negra. Aquel atentado
desencadenaría la Primera Guerra Mundial. Tras el asesinato, Austria-Hungría,
en represalia atacó a Serbia, entonces Rusia atacó a Austria, Alemania a Rusia
y Francia a Alemania. Cuando finalmente ésta atacó a Francia a través de
Bélgica, el Imperio Británico entró también en guerra. La Primera Guerra
Mundial, que estaba ya en el ambiente por la pugna entre los diferentes
imperios y los que buscaban su parte, estaba servida. En el polvorín de Ucrania,
un paso mal dado puede involucrar directamente a la OTAN. ¿Y entonces?
El contexto actual
de ruido es evidente. Venimos hablando de "polarización", pero en
verdad lo que observamos es el ataque constante por parte de la derecha, bien
para conseguir fuera de las urnas lo que no ha sido capaz de ganar en las
elecciones, o bien, una vez que está en el Gobierno, para desmantelar los
derechos civiles, políticos y sociales ganados en las décadas anteriores. Un
tertuliano me preguntaba si no era parte de la "polarización" lo que
habían desplegado los "populismos". Las palabras ya vienen cargadas
de semántica conservadora. Recordé que debemos dejar de equiparar a los que
atacan y a los que se defienden. Y eso vale para los palestinos que se defienden
de la ocupación de Israel, que dura ya 76 años (desde que Israel ocupó en 1948
el territorio de Palestina y empezó la limpieza étnica que ahora parece querer
consumar). Igual que vale para la equiparación entre republicanos y
franquistas, ignorando que unos se defendían mientras que otros eran los que se
habían levantado contra un Gobierno legítimo y constitucional. Y, por supuesto,
para la gente que se echó a las calles y plazas el 15M para protestar contra
los desahucios, contra el exilio económico, contra la quiebra del ascensor
social, contra un sistema podrido de partidos, una monarquía igualmente podrida
que hozaba en Botswana, un ministro de economía que entraba en un coche
policial detenido por presuntísimo ladrón, una judicatura que ya mostraba la
metástasis de cinismo que hoy es evidente en el CGPJ ("No vamos a dimitir
salvo jubilación o fallecimiento", ha dicho su presidente, comparándose
con la presidencia del Senado o del Congreso como si a ellos también les
hubiera votado el pueblo) o una universidad que expulsaba de las aulas por
decenas de miles a sus jóvenes.
¿Se ha acabado el ciclo del 15M?
En el 15M, el
enfado social salió por la izquierda. Las costuras del régimen político que
instauró Cánovas en la Constitución de 1876 saltaban por los aires -monarquía,
bipartidismo, centralismo, unión de iglesia y estado, capitalismo clientelar- y
parecía real que todo lo que representaba la izquierda histórica iba, por fin,
a triunfar: república, democracia, federalismo, laicismo, socialismo... Por eso
la derecha empezó a "polarizar", especialmente cuando Unidas Podemos
entró en el Gobierno: policía política corrupta, jueces corruptos, periodistas
corruptos -que sabían que era burdo, pero iban con ello-, empresarios corruptos
que financiaban...
Me preguntaba el
conductor del programa: la situación actual de Podemos, que tuvo cinco millones
de votos que ahora se han desvanecido ¿es culpa de los ataques, que son reales,
o también de errores internos? Era inevitable pensar en que, en comparación, si
un ligerísimo ataque al presidente del Gobierno desembocó en una "jornada
de reflexión" de cinco días donde dilucidaría si continuaba o no, ¿cuánto
tiempo necesita una fuerza que lleva diez años atacada por tierra, mar y aire?
Cierto es que los ataques consiguieron, como casi siempre, lograr un triunfo
indirecto: reducir la democracia interna dentro de Podemos. No todos los que se
han ido del partido morado son como Errejón, que traicionó la confianza que se
le depositó encargándole, pese a que perdió la Asamblea, que encabezara la
lista a la Comunidad de Madrid. De cara al futuro, Podemos tiene que hacer un
llamado a los que se alejaron y escuchar por qué lo hicieron.
Dándole la vuelta a
un dicho de Roosevelt, If you speak loudly and carry a small steak, woe betide
you, es decir, que, si hablas muy alto y cargas un bastón pequeño, pobre de ti.
Entrar en un gobierno es hablar alto y no solventar todos los problemas que la
gente pensaba que ibas a solventar es llevar una estaca pequeñita. Da igual que
hayas solventado muchos asuntos y mejorado la vida de la gente. Y, sobre todo,
que hayas evitado una sangría -ya nadie piensa lo que hubiera sido el COVID-19
con un gobierno del PP y Vox-: la lectura que se traslada es que te pareces
mucho a los demás políticos. El drama de la izquierda es que tiene que estar en
el Gobierno pero los gobiernos no quieren estar en la izquierda.
Entre el bipartidismo y la extrema derecha
El neoliberalismo
es una fase actual del capitalismo, triunfante tras la crisis del 73. En estas
décadas, ha roto todos los diques sociales y morales que se construyeron
después de la Segunda Guerra Mundial. La venganza de los ricos y la primacía de
lo privado e individual sobre lo público y comunitario. La crisis de 2008 fue
una vuelta de tuerca más en esa lógica, dada por unas élites que se asustaron
antes las voces que hablaban alto en mitad de la crisis. Pensar que las élites,
que son plurales, no tienen siempre varios ases en la manga es ingenuo. Y
entonces llamaron a Trump, Bolsonaro, Milei, Le Pen, Orbán y demás, y corrieron
hacia posiciones ultra a la derecha tradicional o a los que se presentaban como
centristas o liberales (en España, Díaz Ayuso, Feijoo, Albert Rivera...). El
fracaso de la izquierda en solventar los grandes retos le deja camino libre a
la extrema derecha o, en su defecto, a alguna suerte de acuerdo entre los
partidos tradicionales y sus satélites.
En España, el
impulso por la izquierda que nació del 15M está muy debilitado. El PSOE ha
fagocitado a su izquierda, el PP y Vox no bajan, surgen nuevas derechas aún más
radicales en Cataluña, y las derechas nacionalistas, PNV y Junts, se preparan
para ponerse otra vez a la orden del bipartidismo, sea con el PSOE o con un PP
menos agresivo. La "polarización" no es sino una forma de acallar a
las voces críticas a las que no ha silenciado la ley mordaza. Generan un polo
donde, necesariamente, ellos dominan uno de los extremos. Así existen y marcan
la pauta. Pero en cuestiones de guerra, fondos buitre, monarquía, vivienda,
patronal y OTAN, tanto el PSOE como el PP y sus satélites están completamente
de acuerdo. El intento de correr al PSOE hacia la izquierda lo logró el 15M y
Podemos. Ese esfuerzo hoy está amortizado en el Gobierno. Por eso la
fragmentación de la izquierda es tan catastrófica como su falta de coherencia
ideológica: porque nos regresa al bipartidismo en un momento, además, donde
España y Europa son más de derechas.
En este contexto de
violencia en Europa, viene el presidente Milei, en un supuesto viaje privado, a
hacerle campaña a Vox y a los enemigos de la democracia que desconocen al
Gobierno de Sánchez y defienden las dictaduras. Le anuncian diciendo: "ven
a verle golpear a los zurdos". Había que haberle impedido entrar en España
como se hace con los hooligans borrachos que prometen violencia en los
estadios. Cuando quiera venir como presidente de todos los argentinos, entonces
que se le aplique el protocolo. Ahora tocaba mandarle a casa. Es tiempo de que
las democracias se defiendan, antes de que sea tarde.
En su último libro,
En busca de consuelo, escribe Michel Ignatieff: "En la actualidad, el
premio de consolación es el que nadie quiere ganar. Las culturas que persiguen
el éxito no prestan mucha atención al fracaso, la pérdida o la muerte. La
consolación es para los perdedores". El problema es que, cuando estamos
otra vez en tiempos de "socialismo o barbarie", el consuelo sólo
puede venir de hacer lo correcto. Y para no regresar a la barbarie, hay que
mirar en la historia, identificar el lado correcto y saber, con la certeza del
diálogo, posicionarnos frente a los que crispan, agreden y polarizan.
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