GERNIKA, 1937: EL BOMBARDEO TERRORISTA
COMO ARMA DE
GUERRA
El 26 de abril de 1937 las aviaciones fascistas
aliadas en la guerra de España ensayaron en la simbólica ciudad vasca el
bombardeo radicalmente destructivo por primera vez en la historia.
“El crimen fue en Granada”, escribió don Antonio Machado en memoria de Federico García Lorca. La victoria en la Guerra Civil española del triple fascismo aliado –nazis ‘hitlerianos’, fascistas ‘mussolinianos’ y franquistas– está sembrada de crímenes de guerra: el crimen también fue en Badajoz, en el Bajo Aragón, en Málaga –‘la desbandá’, con entre 3.000 y 5.000 civiles asesinados, en Madrid –bombardeada sin piedad durante tres años de asedio, con noches donde cayeron “más de ochocientos obuses en diez minutos”, escribió Arturo Barea–, en Alicante, Cartagena, Granollers, Barcelona y, entre otros, en Bilbao y otras localidades vizcaínas. El 26 de abril se cumplió el 87º aniversario del símbolo de todos esos crímenes: la destrucción de Gernika. Su importancia no es sólo por ser cuna emblemática de las instituciones históricas vascas sino por ser la primera vez en la historia que se utilizaba el destructivo bombardeo en alfombra o de saturación.
El
primer bombardeo de una población civil en la guerra española tuvo lugar el 22
de julio de 1936. Dos Breguet XIX con los distintivos de la República –que
procedían de la base aérea de Recajo, La Rioja, en poder de los sublevados–,
bombardearon Otxandio, causando 61 muertos y numerosos heridos. Posteriormente,
otras poblaciones vascas sufrieron bombardeos aéreos –Irún, Eibar, Aramaiona,
Lamiako, Galdakao, Sondika, Bilbao…–, antes de los masivos contra Elorrio y
Durango –que del 31 de marzo al 4 de abril de 1937 sufrió cuatro bombardeos de
la Aviazione Legionaria en los que se arrojaron un total de 14.840 kilos de
explosivos que causaron de 172 a 336 víctimas mortales, destruyeron 71
edificios y dañaron otros 234– y, a continuación, Gernika.
Por
la otra parte, la aviación republicana efectuó cerca de 50 bombardeos de
poblaciones civiles a lo largo de 1938. El más mortífero fue el perpetrado el 7
de noviembre contra Cabra, Córdoba. Tres Tupolev Katiuska SB-2 arrojaron una
veintena de bombas que causaron más de 100 víctimas y 200 heridos. El de Cabra
es uno de los bombardeos olvidados –quizá porque no había periodistas para
contarlo– sobre poblaciones indefensas en la Guerra Civil. El mismo caso de
Villarreal de Álava (Legutio o Legutiano), que sufrió once bombardeos aéreos el
30 de noviembre y el 24 de diciembre de 1936, durante la única ofensiva que
realizó el ejército vasco.
El
lunes 26 de abril de 1937 era día de mercado en Gernika y aunque se suspendió
ante las noticias de probables bombardeos, numerosos baserritarras de
los caseríos de los alrededores ya habían bajado a vender sus productos como
hacían cada lunes y, a pesar de que se habían sellado los accesos a la ciudad,
también habían llegado de los alrededores cierta cantidad de aficionados para
presenciar el partido de pelota vasca convocado en el frontón aquella tarde y
que también sería suspendido.
De
16.30 a 19.45 horas, las alarmas de ataque aéreo no
dejaron de sonar. Desde las bases de la Legión Cóndor en Vitoria
y Burgos y de la Aviazione Legionaria, en Soria y Vitoria, llegaba en oleadas
una potente escuadra compuesta por más de 40 bombarderos alemanes, una docena
de cazas italianos y, según se descubrió a principios de siglo, un número
indeterminado de aparatos de la aviación golpista con las misiones de
protección de los bombarderos y ametrallamiento de las carreteras en torno a la
población, no se sabe si también de bombardeo, lo que echó por tierra la última
de las mentiras oficiales sobre la destrucción de la ciudad.
La
flota aérea iba armada con una cantidad de bombas que oscila entre las 50
toneladas que manejan los historiadores extranjeros, pasando por las 31 que
calculan los historiadores franquistas sobre informes oficiales nazis de 1937 y
las 28,22 que aceptan las autoridades vascas actuales. La cifra sobre la que
hay mayor consenso es la de las bombas incendiarias que se arrojaron: 5.472
artefactos de un kilo –cilindros de aluminio y magnesio con 65 gramos de
termita, mezcla de limaduras de aluminio y de óxido de otro metal (el de hierro
se emplea para soldar raíles y piezas de acero) que, inflamada por una
espoleta, reduce el óxido y eleva la temperatura del metal hasta los 2.760
grados centígrados–. Fue un consenso que, a la postre, resulta fundamental,
pues minimiza la discusión sobre el número de aviones y el tonelaje de las
bombas rompedoras y explosivas al contradecir y desmentir los alegatos
franquistas de que no se buscaba la destrucción de Gernika.
Durante
tres horas y en sucesivas oleadas la acción conjunta de los diversos tipos de
bombas arruinaron el 99% de los edificios de Gernika. Un 71% resultaron
totalmente destruidos; un 7%, con graves daños; un 21%, con daños diversos e
indemnes, un 1%. Entre estos, se salvaron de la quema el barrio residencial de
la burguesía, una iglesia así como los supuestos objetivos militares: el
pequeño puente de piedra sobre la ría de Gernika-Mundaka del río Oka y las industrias
de guerra: Unceta y Astra, de armas cortas; Talleres de Guernica, que fabricaba
bombas de aviación; Beistegui Hermanos, de piezas de ametralladora, y Joyería y
Platería de Guernica, una fábrica de cubiertos reconvertida en industria de
casquillos, además de Los Pirineo, fábrica de caramelos transformada en
manufacturera de raciones de campaña.
Tampoco
sufrieron daños la Casa de Juntas y el Árbol de Gernika, un roble sembrado en
el siglo XIV (y sustituido tres veces, en 1742, 1860 y 2005), ante el que los
señores de Bizkaia juraban fidelidad a los fueros y, después, los reyes de
Castilla, desde Alfonso XI en 1334, como herederos del Señorío vizcaíno.
La inútil polémica del número de víctimas
El
brutal bombardeo, bautizado “Operación Rügen” (reprensión, reprimenda, castigo)
por los nazis, causó un número de víctimas aún no determinado con exactitud.
Tampoco el de residentes: el censo de 5.500 habitantes estaba disminuido por
los movilizados y los refugiados en caseríos y otras ciudades e incrementado por
combatientes acuartelados o en retirada, más tres batallones de gudaris acuartelados,
unos 2.000 combatientes, un hospital de sangre y una residencia para
convalecientes, además de los forasteros y caseros que habían acudido ese día,
así como los de pueblos vecinos del frente oriental que, empujados por el
avance de las tropas franquistas, se habían refugiado en Gernika. Las hipótesis
más fiables, por alejadas de intenciones propagandísticas, estiman un tope de
6.500 personas las que podían estar en Gernika la tarde del 26 de abril de
1937.
El
número más o menos exacto de víctimas nunca se podrá conocer pues hay datos
imposibles de establecer como los citados de los caseros y compradores que
habían acudido al mercado, los cadáveres carbonizados o desintegrados y de los
refugiados que huían del frente y se encontraban en Gernika, así como el
consiguiente éxodo, que incluyó traslados de cadáveres. A ello se deben las
oscilaciones que, desde el primer momento y a lo largo de los tres cuartos de
siglo siguientes, ha sufrido la cifra de víctimas por partida doble, pues
también ha sido víctima de las propagandas de ambos bandos, que la han
magnificado hasta 10.000 y la han minimizado hasta 12. Sólo el general
franquista Jesús Salas Larrazábal emprendió la tarea, por otra parte ciclópea,
de levantar acta con nombre y apellidos de cada una de las víctimas,
cifrándolas en 126.
En un primer momento,
el Gobierno Vasco del lehendakari José Antonio Aguirre proporcionó la cifra de
1.654 muertos y 889 heridos –una relación que extrañó, pues el número de
heridos en un bombardeo suele duplicar e incluso triplicar el de fallecidos–,
que una semana después rectificó por boca de Jesús María de Leizaola,
vicepresidente y consejero de Justicia y Cultura, reduciéndola a 592 personas,
que ya incluía heridos fallecidos en los hospitales de Bilbao. De dónde sacaran
cifras tan precisas es un misterio para los historiadores vascos actuales, que
creen imposible que tal exactitud pudiera responder a la realidad o a una
información verdadera.
El supuesto rigor de
los números sería, pues, achacable a una maniobra propagandística para dar
mayor credibilidad al dato: 1.654, 889 y 592 sugieren un recuento minucioso de
las víctimas, impresión que no transmitirían de ser números redondos, 1.650,
900 y 600. Pero imposible de contabilizar en aquellos momentos, con muchos
cadáveres carbonizados, descuartizados, bajo las ruinas aún en llamas, y en los
posteriores.
Las crónicas de los
periodistas extranjeros con base en Bilbao que fueron los primeros en acudir a
la ciudad mártir desvelaron al mundo el crimen, pero tampoco son precisas:
George L. Steer, corresponsal del The Times de Londres, daba cuenta de cerca de
un centenar de víctimas sólo en dos localizaciones, el hospital de las
Josefinas y el refugio en construcción cercano a la Casa de Juntas. Christopher
Holme, corresponsal de la agencia Reuters, dijo en su crónica del 28 de abril
de 1937, que fue primera página del Times y del New York Times: “El ataque
aéreo más atroz de todos los tiempos (…) [causó] cientos de muertos”. Y el
corresponsal del también londinenseDaily Express, Noel Monks, transmitió haber
contado personalmente 600 cadáveres y en las siguientes crónicas de las nuevas
visitas a Gernika, empujado por sus superiores una y otra vez a confirmar las
estremecedoras noticias que enviaba, ante las contradictorias noticias puestas
en circulación por ambos bandos en liza: “Volví al pueblo ennegrecido al
amanecer [del día 28 de abril]. Las llamas se habían apagado pero las ruinas
ardían lentamente. Vi más de ochocientos cadáveres. Otros trescientos cadáveres
no eran reconocibles como tales porque no eran cuerpos, eran solo manos,
piernas, brazos, cabezas y pedazos de carne humana. Muchos cuerpos tenían
heridas de bala, balas de las ametralladoras de los aviones”. La agencia
Associated Press calculó en 800 la cifra de muertos.
Cástor de Uriarte, que
era el arquitecto municipal de Gernika, en su libro Bombas y mentiras
sobre Guernica (Bilbao, 1976) ha llegado a la conclusión de que “pueden calcularse los muertos en
250 y los heridos en muchos más”, como
Raúl Arias Ramos, que también estima el número de víctimas mortales en 250 en
su ensayo La Legión Cóndor en la Guerra Civil (2003). Otros
estudios anteriores, citados por historiadores como Antony Beevor y Stanley Payne, barajaban cifras entre 250 y 300 fallecidos. Josep
Maria Solé y Joan Villarroya, en 300 en España en llamas. La Guerra
Civil desde el aire (2003). Y recientemente, el historiador Xabier Irujo
Ametzaga, sobrino-nieto de Manuel de Irujo –del PNV, ministro sin cartera del
gobierno de Juan Negrín, al que le telegrafió: “Gernika fue”, tras el
bombardeo–, vuelve a las cifras de Aguirre en Gernika: 26 de abril de
1937 (2017), manteniendo que la cifra de muertos fue alrededor de los 2.000, sin que las fuentes sean determinantes.
Personalmente, prefiero seguir los estudios del Gernikazarra
Historia Taldea, el Grupo de Historiadores de Gernika, tiene documentadas, con
nombres y apellidos de dos centenares de víctimas, en base desde los archivos
locales, parroquiales, hospitalarios, cementerios, a los nacionales, registro
civil, militares, franquistas, en ocasiones teniendo que ser reconstruidos por
haber sido destruidos o manipulados, y a los internacionales, como los de la
Aviazione Legionaria, habiendo desaparecido para siempre muchos de la Legión
Cóndor, destruidos en la Segunda Guerra Mundial por un bombardeo. Aunque ellos
mismos advierten que nunca podrá conocerse el número de víctimas con exactitud;
entre los otros extremos citados que lo impiden, el hecho de que el suelo de la
Gernika reconstruida, el actual, está en una cota de 1,50 a 1,80 metros sobre
la anterior al bombardeo: no se retiraron las ruinas sino que se compactaron
para que sirvieran de cimientos a las nuevas edificaciones; los cadáveres que
no estuvieran a la vista reposan para siempre en el subsuelo guerniqués.
Las mentiras, el negacionismo, el remordimiento
En todo caso, fueran
200 o 2.000, consciente de que el crimen era incompatible con las ínfulas de
cruzada y guerra santa de su propaganda, Franco trató de engañar al cardenal
Eugenio Pacelli, secretario de Estado vaticano, próximo papa Pío XII (1939), y a
la escandalizada opinión pública mundial, diciendo primero que no habían
existido tales bombardeos y mucho menos por la aviación alemana o cualquier
otra extranjera, puesto que no existían en la España nacional, dijo la emisión
de la recién fundada Radio Nacional de España sino que había sido obra de
“incendiarios rojos”, como, cuando cayó Bilbao, dijo que el Gobierno Vasco
había minado Bilbao entera“con trilita”, pues había decidido destruirla por
completo antes de que cayera en manos nacionales, pero que sus tropas habían
podido evitarlo cortando antes la electricidad.
El vesánico general
Queipo de Llano añadió desde radio Sevilla, sin empacho y con cinismo: “Para
nosotros es Gernika tan sagrada como para los mismos vascos y nunca hubiéramos
cometido tal felonía de bombardearla. Esa labor ha sido de los dinamiteros
asturianos, que han empleado los marxistas, para después achacarnos tal
crimen”.
La mentira de la
propaganda franquista había dado resultados en los bombardeos anteriores de
Irún, Eibar y Durango. Pero las fotografías de la desolación de Gernika, por
mucho que los textos de acompañamiento se esforzaran en lo contrario, revelaban
que tal grado de destrucción era imposible que hubiera sido perpetrada por
simples dinamiteros en una acción improvisada. Para causar tal hecatombe,
habrían sido necesarias semanas de trabajos para minar tantos edificios como
habían sido destruidos y que ello se hubiera hecho a la vista de una población
sumisa, que no sólo lo consintiera sin salvar siquiera sus enseres y sin huir
de la destrucción planificada, sino que, al tener que explicar el número de
víctimas, en todo caso elevado fuera el que fuese, hubo que inventar
barbaridades como que se había metido a la gente en los refugios mientras que
los milicianos empapaban la ciudad con bidones de gasolina.
Se imponía una tercera
versión: el gobierno de Salamanca emitió un nuevo comunicado el 2 de mayo,
transmitido por la agencia Reuters, publicado por la prensa internacional pero
censurado en la prensa franquista, en el que no se descartaba “que algunas
bombas hayan alcanzado Gernika en los días en que nuestros aviones operaban
contra objetivos militares importantes”. De no constituir “en ningún momento
objetivo militar para la Aviación nacional”, Gernika había pasado a ser uno de
los “objetivos militares importantes” en sólo una semana.
Como un mal sueño, la
devastación de Gernika persiguió a la dictadura durante toda su existencia, sin
reconocer nunca la felonía perpetrada en comandita con nazis y fascistas,
aunque en 1973 permitió la publicación del libro Arde Guernica del
periodista Vicente Talón, del diario de los sindicatos verticales Pueblo,
donde por primera vez se reconocía la autoría del crimen, reduciendo a
“anécdota incierta” el mito de los dinamiteros y sin implicar a la aviación
golpista, cuyo papel no se conoció hasta principios de este siglo, seguramente
por la destrucción de casi la totalidad de los documentos que atestiguaban su
intervención.
Ricardo de la Cierva,
uno de los historiadores más inequívocamente franquista –“historiador cortesano por
excelencia”, lo define Ángel Viñas–, mantenía a
principios de 1970 que sólo había habido doce víctimas mortales (Arriba, 30 de
enero de 1970), si bien fue revisando sus afirmaciones –al igual que otros
notables historiadores del régimen, como los hermanos Jesús y Ramón Salas
Larrazábal– y años después, muerto Franco, las elevó al centenar. Entre 1967 y 1973, Ricardo de la Cierva publicó
hasta nueve versiones, entre ellas que “la destrucción de la ciudad debe
atribuirse a la acción simultánea del bombardeo y de los comandos de incendio
del Ejército republicano en retirada”.
Y aún colea: el general Rafael Dávila Álvarez, nieto del golpista
general Fidel Dávila, jefe del ejército rebelde del norte, da por buenas las
mentiras de su abuelo en La Guerra Civil en el frente Norte, nada
menos que en 2021.
Tras el final de la II
Guerra Mundial, los gobiernos en el exilio vasco y republicano trataron de que
se juzgaran en Nüremberg los bombardeos en alfombra como crímenes de guerra del
Eje, pero los aliados ignoraron la petición, acaso por haberlos practicado
ellos mismos, notoriamente en Dresde, con las mismas intenciones terroristas que sus
enemigos nazis y fascistas.
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