CARTA ABIERTA A SANTA CRUZ.
LIBRERÍA DE MUJERES
Con el deseo de que quienes gestionan la cultura de nuestra
ciudad recuperen y honren la memoria enviamos este alegato memorioso en un solo
acto.
Acto único:
(Música
de fondo, Ay, pena, penita pena, en
la voz de Lola Flores)
(Sitio
de escritura y lectura, la Librería de
Mujeres, Donde viven las monstruas*)
(Silencio.
Entra voz)
Este
es el breve relato de una terrible desaparición*
(Luz tenue. Voz acariciadora)
Érase
una vez, hace mucho tiempo, había en Santa Cruz de Tenerife una Feria del
Libro. El parque García Sanabria, bajo la atenta mirada de sus árboles y el
coro cómplice de su croar de ranas, acogía a las libreras y libreros de toda la
isla en un espacio privilegiado donde ocurrían cosas: un espacio vivo, colorista
y atractivo, diverso (para todo tipo de lectoras y lectores; para influencers,
youtubers, famosos y famosas, pero también escritoras y escritores). Con una
programación cuidada y seria –que iba
más allá de lo evidente-, centrada en la difusión del libro –y la
cultura-, que reunía a autores y autoras isleñas y continentales cuya distinta
procedencia no impedía que se celebrara con encuentros la fiesta de la lectura
–y de la cultura- en un intercambio rico en experiencias que se nutría de lo
común y lo distinto.
A
través de nuestra librería llegaron a la isla autoras como Irene Vallejo, Elisa
Victoria, Marta Sanz, Sara Mesa, Elena Medel, Mónica Ojeda, Clara Obligado,
Cristina Morales, autoras que se integraron en el conjunto de actos generales
porque compartir era la meta. En los distintos escenarios y casetas se daban
cita nuestras escritoras y escritores. Pienso ahora en Puri Gutiérrez, en
Cecilia Domínguez, en Maite de Vega, Elsa López,
Andrea
Abreu, Aida Gónzález… Había presentaciones de libros, mesas redondas, y firmas
de libros, claro que sí, porque esto es importante, no nos engañemos: las
librerías son también lugares de venta, comercios, lugares de trabajo
remunerado. Forman parte del oficio de la cultura, como quienes editan los
libros, los distribuyen, los traducen, los escriben. Oficios todos que, por muy
vocacionales que sean, y en la mayoría de las veces lo son, se dignifican a
través de la remuneración, porque un trabajo remunerado es un trabajo
reconocido socialmente.
Érase
una vez, hace mucho tiempo, el libro era el protagonista absoluto en una feria
específica y única, de provincia, que constituía un ámbito de conversación
entre autoras y autores pero también entre las personas que participaban de la
experiencia y estaban dispuestas a conocer, descubrir y disfrutar de los
intercambios e interacciones presenciales. Una feria promocionada y apoyada
desde la cultura pública y de lo público, que es la que debe ejercer un
contrapeso frente a las inercias del mercado.
Érase
una vez, hace no tanto tiempo, en esta ciudad capital de provincia se
organizaba y celebraba una Feria del Libro. Hoy la Feria ha desaparecido y los
encuentros “culturales” que suceden en las Fiestas de Mayo se han apropiado del
nombre poniendo a la cultura en el lugar en que nunca debe estar, como si lo
cultural fuera accesorio, insustancial o prescindible, como si la historia de
la humanidad no estuviera trazada por los libros.
Hoy,
en esta ciudad, quienes manejan los hilos políticos de la cultura han olvidado
que la cultura no puede ser, nunca, nunca, como dice una queridísima amiga
escritora, “la guarnición del filete”. Frente a ese olvido, a la marginación de
la cultura, al desplazamiento del eje, a las confusiones insólitas, a la
indiferencia mostrada y a la sordera selectiva enviamos esta carta, deseando
que la memoria regrese y con ella la cultura.
(Silencio)
(Se acabó en la voz de María Jiménez)
Nosotras
pasaremos la espera apoyadas en el quicio de la librería. Si quieren
encontrarnos, ya saben dónde estamos.
¡Felices
Fiestas de Mayo!
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