“LA FALSIFICADORA”
QUICOPURRIÑOS
No fue hasta el mes de junio del pasado año cuando me atreví a escribir y publicar sobre mi paso por “La Casa”, como así llamábamos los reclutados por el Cesid , que una vez al mes, y siempre en sobre verde, nos retribuía puntual y generosamente por nuestros servicios prestados. “ Mi pasado, me espía” creo recordar que lo titulé.
Desde
entonces, hasta hoy, he guardado silencio. No sé muy bien porqué, pero me he
despertado con ganas de hablar de un episodio de esa etapa de mi vida. Bueno,
en realidad, más que de un episodio, de una persona, de alguien que conocí por
una de esas casualidades, por puro azar o quizá, quien sabe, porque el destino
había decidido que nuestros caminos se cruzaran. El caso es que andaba yo
buscando a alguien capaz de falsificar una firma pues en el último encargo
recibido, vía sobre marrón entregado en mano como siempre, el objetivo de mi
investigación requería, para ganar la confianza del sospechoso, el hacerle
llegar unos documentos falsos, por lo que la mano experta de alguien práctico
en esas artes que tienen que ver con la
grafología me vendría bien. Y estando yo en esas es que me encuentro con un
amigo de la infancia, de esos que lo son para siempre, y por aquello de
celebrar el encuentro nos fuimos juntos a comer. Ya en los postres, después de
habernos puesto al día, él contándome su vida y milagros y yo lo que mi faceta
de persona corriente se me permitía contar, va y me suelta que su esposa tenía
tan asumido lo de los bienes gananciales, que si tenía que sacar dinero y él no
andaba por casa, cogía su chequera, rellenaba un cheque y lo firmaba. No veas
como hace mi firma, clavadita me dijo sonriente. Como agua de mayo me vino la
confesión de mi amigo. Esto es lo que yo andaba buscando, pensé. Y también
pensé en lo fácil que me resultaría contar con sus servicios sin que sospechara,
ni por asomo, con qué finalidad usaría la firma que pondría sobre el papel que,
en su momento, le pondría delante, que la utilizaría sin saberlo. Nos
despedimos con un abrazo, con la promesa de volvernos a ver y que no pasara
tanto tiempo sin encontrarnos, a lo que me dice: oye Quico, porqué tú, que tan
cocinilla eres, no preparas un almuerzo en tu casa. En bandeja me lo estaba
poniendo. Hecho, le dije, el viernes que es fiesta, día de Canarias, lo celebramos,
cocino y te traes a tu mujer, la falsificadora y con eso me la presentas.
Y
llegó el día 30 de mayo y a la hora prevista sonó el timbre. Allí estaba mi
amigo con su mujer, la falsificadora a la que tanto deseaba conocer, con una
tarta en la mano pues como gente educada que eran no era cuestión de llegar sin
traer algo para la comida que me había esmerado en preparar. El menú que había
elaborado, no fue el previsible, por aquello del día. O sea, que no hubo ni
gofio amasado, ni papas arrugadas con mojo, ni conejo en salmorejo, ni papas
con costillas. En su lugar, un pulpo a la gallega, en homenaje a la familia de
la cónyuge de mi amigo, para seguir con una fideuá, que quedaba muy snob y para
postre, unos quesos variados imitando así
a los que viven detrás de Los Pirineos, a los de la tierra de Astérix y Obélix. Ya en
la sobremesa, después de tomar el café, y sin licores que lo acompañaran, pues
mis invitados ni bebían entonces ni beben ahora, ni yo tampoco ahora pero antes
sí y más que sí, pasé a la acción. Había estudiado con detalle el qué, el cómo
y el cuándo para hacer que la mujer de
mi amigo me demostrara, si como él afirmaba,
era una artista en eso de imitar firmas.
Y como tan de moda estaban lo de los juegos de mesa, me “inventé” uno que
consistía precisamente en eso, en demostrar tu destreza para copiar una firma,
para lo cual había preparado tres cartones conteniendo cada uno de ellos unas
firmas y unos textos. Repartidos los cartones cada uno tendría que mostrar su
habilidad y ganaría, lógicamente, aquel que imitara mejor el texto y la rúbrica
propuesta.- Entre risas comenzó el reto y para mi asombro, con una facilidad y
velocidad pasmosa, la esposa de mi amigo, cuyo nombre no desvelo por aquello de
preservar su identidad, completó la partida con un resultado aún más
sorprendente. Resultaba imposible distinguir el texto original, la firma
indubitada de la realizada por la experta mano de la falsificadora
aficionada. Seguidamente, y una vez que
la declaramos vencedora del certamen y la coronamos con unos laureles dorados
que para la ocasión había adquirido en el chino de la esquina, le propuse un
nuevo reto, ya directamente a la campeona. Mostrándole una firma que le exhibí
de un documento, le aposté un tarro de mermelada de nísperos, a que no sería
capaz de reproducirla al pie de un folio en blanco que le puse delante. Hasta
con los ojos cerrados te la hago, me dijo, al ver la firma que tendría que
reproducir. Evidentemente ganó la apuesta, se llevó el tarro de mermelada de
nísperos que había hecho la noche anterior y yo guardé, de inmediato, sin que
nadie se diera cuenta, la hoja firmada en la gaveta más próxima.
Fue
así, con un tanto de astucia, y sin que mi colaboradora lo supiera, como obtuve
esa firma, que al pie del folio ejecutó y que luego rellené para convertirla en
un documento que resultó ser clave para la detención del cabecilla y luego del
resto de la organización criminal que se dedicaba a la trata de blancas,
extorsionando a mujeres inmigrantes que
habían trasladado en pateras y cayucos a las islas desde el vecino continente
africano. Nunca supo la labor que realizó, ni la ayuda que prestó a multitud de
mujeres esclavizadas por esos delincuentes ni el servicio que presto a su
país.- Misión cumplida, organización desarticulada y puesta a disposición
judicial de la banda gracias a la intervención de una falsificadora aficionada.
Comenzaba
mi relato diciendo que hoy me levanté con ganas de hablar de una persona que el
destino cruzó en mi vida, y es que, al entrar en el 24 horas, donde compró los
cigarrillos que no debería fumar cada día, había. sobre el mostrador, un pequeño expositor
conteniendo “ Chupa Chus”. y me vino ella a la memoria.
Por qué sería?
quicopurriños,
a 6 de mayo de 2024
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