LA FAUNA HUMANA DE TWITTER
Propuesta
provisional para una tipología de la actividad de escritoras y escritores en
Twitter
IBAN
ZALDÚA
Twitter y la polarización. / Pedripol
Me da la impresión de que ahora que Elon Musk está dejando que se vaya al garete, ha llegado el momento de proponer, de una vez por todas, una tipología sobre las formas de actuar de las y los escritores en esa red social, que quienes seguimos ahí continuamos denominando, tercamente, Twitter. A estas alturas ya contamos con la suficiente perspectiva histórica y la fundada sospecha de que en algún momento (¿pronto?) Twitter va a entrar de manera definitiva en decadencia, y a quedarse más vacío que Second Life, por lo que puede que no haya momento más propicio que este. De hecho, sospecho que a esto, como a casi todo, también llego tarde.
Existe, por
supuesto, el o la ‘Mercachifle’ o, si se prefiere, de tipo “profesional”: en
algún momento (más o menos a mediados de la década de 2010) llegó a sus oídos que
Twitter era la herramienta idónea para ampliar su campo de acción comercial,
objetivo al que se ha aferrado con perseverancia, sin desviarse un byte de su
camino. Es decir, no sigue a ningún otro tuitero o tuitera, o casi a ninguno,
no interactúa con nadie, simplemente se limita, tuit a tuit, a difundir
propaganda de las obras que va publicando, de sus innumerables logros, de los
premios que gana y de los eventos en que participa. De hecho, una variante
sería la del tipo ‘Robótico’, que se manifiesta cuando es la editorial o el
agente literario quien toma el control de la cuenta del autor o la autora, para
convertirla en aún más publicitaria (si cabe). Quizá, quién sabe, esa es la
forma más natural de estar en Twitter, en una época en la que la República de
las letras se ha convertido, definitivamente, en Mercado.
El escritor-tuitero
‘Prooofundo’ se distingue por la inclusión, entre sus tuits comerciales, de
frases muy elaboradas
La o el
escritor-tuitero ‘Prooofundo’, por su parte, aunque no desdeña el relato en
vivo y en directo (y sin solución de continuidad) de su carrera, se distingue
por la inclusión, entre sus tuits comerciales, de frases y sentencias muy
elaboradas, solemnes y no pocas veces crípticas, o sea, tochas, que aspiran a
la forma aforística o, al menos, a la de reflexión de peso. Suele hacerlo sin
dar ninguna explicación y, desde luego, sin entrar en conversación con nadie
que le inquiera sobre las mismas (hay que mantener el misterio, y disimular que
tales frases resultan ser, la mayoría de las veces, tramoya vacía tendente a la
autoayuda). Al fin y al cabo, el ‘Prooofundo’ busca con ahínco los megusta y
los retuits de toda persona que piense que así participa, por ósmosis, de las
honduras de los adagios que vierte en la red de redes.
Casi opuesto a los
dos tipos anteriores sería la o el tuitero literario ‘(Demasiado) Accesible’, o
“simpático”, ese que agradece todas las referencias que le hacen directa o
indirectamente, incluso las no tan positivas, que responde con amabilidad y
retuitea constantemente, hasta el punto de resultar un tanto pesado. Como se ha
sugerido, suele ser el campeón del retuit (cuando las referencias son
positivas, claro). Es conveniente silenciarlos en nuestro timeline cada vez que
publican un nuevo libro, con el fin de evitar el bombardeo de spam.
Con frecuencia, de
ser una escritora o escritor (Demasiado) Accesible a convertirse en
‘Enganchado’ o “yonqui” de Twitter no hay más que un paso. Es quien, olvidando
para qué demonios entró en la red, acaba actuando en el estilo más fanático, es
decir, opinando sobre cualquier cosa o lanzando los comentarios más excéntricos
y triviales, como por ejemplo, yo qué sé, mostrando al mundo la lista de discos
de la colección Deutsche Grammophon que escucha cada sábado mientras friega, o
incluso grabando y difundiendo vídeos supuestamente divertidos en los que
aparece haciendo volatines sobre el skate, cocinando una quiche lorraine, o
versioneando con bandurria temas de Taylor Swift. En tales casos es lícito
preguntarse, efectivamente, en qué punto se deja de ser profesional de la
escritura para convertirse en simple tuitero o tuitera, sobre todo cuando,
paralelamente, se percibe una deriva descendente en la producción literaria de
la persona en cuestión, tanto en cantidad como en calidad.
El tipo de tuitera
o tuitero que denominaremos ‘Insistente’ se sitúa en esa zona, entre el
(Demasiado) Accesible y el Enganchado. En realidad no produce tantos tuits,
pero está tan orgulloso del comentario que acaba de escribir, que lo retuitea continuamente
(algo que puede lograrse deshaciendo y retuiteando una y otra vez el tuit
original), tanto que puede llegar a estar tan presente en nuestro timeline como
los dos anteriores.
El ‘Exhibicionista’
se dedica en cuerpo y alma a mostrar los aspectos más insignificantes de su
vida
La o el
‘Exhibicionista’, por su parte, sería una subvariante del Enganchado: se dedica
en cuerpo y alma a documentar y mostrar, de palabra o de forma gráfica, los
aspectos más insignificantes de su vida. Si le ha entrado la fiebre
gastronómica, compartiendo y comentando fotos de los platos que cocina o le
sirven en los restaurantes; si es un viajero consumado, es decir, si practica
con profusión el turismo (literario o no), haciéndose selfies con paisajes
pintorescos a su espalda. Este subconjunto de entre 30 y 45 años se pone muy
pesado con la llegada del primer bebé, más en el caso de los padres que en el
de las madres: muestran sin cesar las monerías que hace, a lo largo del día, su
progenie, en particular las “perlas” que sueltan por sus pequeñas bocas, perlas
que citan una y otra vez, convenientemente entrecomilladas, como si fueran obra
de grandes figuras de la historia universal de la filosofía, y como si el resto
de los infantes, en general, no tuvieran nunca ocurrencias de ese pelo (que a
la mayoría de sus mayores, por descontado, no les parecen dignas de ser tenidas
en cuenta más allá del ámbito privado).
No debemos
confundir los anteriores tipos, en cualquier caso, con la variante
‘(Auto)Documentalista’, que no pierde de vista lo que le ha traído a la red
social, pero lo lleva al extremo y, en consecuencia, da testimonio de todos y
cada uno de los pasos de su proceso creativo, no pocas veces con imágenes, en
las publicaciones de su perfil: cómo escribe (con pluma, por supuesto) el
manuscrito de su última obra, cómo lo pasa a limpio con el procesador de
textos, la minuciosa corrección de las galeradas que le ha enviado la
editorial, o la elección del título y la cubierta del libro (en esos casos,
como creyente en la democracia participativa que es, consulta con frecuencia a
su comunidad de seguidores, para decidir a través de sus votos entre este o
aquel título, o entre esta y aquella “maravillosa” ilustración para la
portada). Y, por supuesto, como otros y otras escritoras, todos los detalles de
sus presentaciones, sus conferencias y demás. Puede decirse que su papel es el
de desmitificador: si creías que había algún misterio en la creación literaria,
abandona toda esperanza (siguiendo a alguien así no te quedará más remedio que
quitarte la idea de la cabeza).
Está también,
aunque evidentemente es difícil de detectar, el o la escritora ‘Voyeur’: se
mueve en Twitter bajo un perfil falso, al que quizá ha puesto los nombres y
apellidos más comunes, creado con el objeto de observar a escondidas qué se
cuece en la red. De vez en cuando puede darle un “me gusta”, siempre
vergonzante, a las citas y noticias que puedan aparecer en su favor, o incluso
retuitearlas, pero siempre con cautela, porque las y los verdaderos profesionales
del voyeurismo tuitero mantienen en absoluto silencio sus perfiles, como los
u-boots que circulaban por el Atlántico en la época de la IIª Guerra Mundial:
al fin y al cabo, la meta de estos seres es proclamar, directa o
indirectamente, que son literatos de casta, auténticos, y que no andan
perdiendo el tiempo en las redes sociales, sino haciendo lo que sea que de
verdad hagan los y las escritoras. Pero estar, están en Twitter, que nadie lo
dude ni por un momento.
En el tuiterío del
mundo literario es posible hallar, como ocurre en el resto (tranquilidad: no
tiene nada que ver con Cortázar), la figura del ‘Perseguidor (de Casito),
faltaría más. En sus publicaciones este sujeto suele lamentarse de las escasas
ventas de sus libros, de que no le inviten a determinados festivales, de que no
le hayan hecho suficiente espacio en el circuito de clubs de lectura o en el de
congresos, de que no le hayan concedido un premio literario concreto, o incluso
de que no hayan otorgado todos los aplausos que merecía en cierto evento: al
fin y al cabo, con su actividad en las redes intenta subrayar lo cansado y
heroico y poco valorado que está vivir de y/o para la literatura. Al igual que
el tipo ‘Prooofundo’, suele hacer uso de frases crípticas y graves, a veces,
para expresar de la manera (a su juicio) más trascendente la injusta Angst
literaria que le embarga, y puede quejarse mucho de la cultura de la
cancelación, de la que suele considerarse víctima (mientras enlaza en su tuit
el enésimo artículo que ha publicado, cobrando, en algún medio, digital o
analógico, de mayor o menor difusión). El ‘Perseguidor (de Casito)’ presenta
una subvariante, fruto quizá de cierto cruce con el ‘Mercachifle’: el ‘Cuco
Digital’, que aprovecha los hilos de escritoras y escritores (más) conocidos,
como por casualidad (pero de forma totalmente artificial, al fin y al cabo),
para deslizar alguna noticia acerca de su última obra maestra autoeditada, por
supuesto elogiosa (noticia no pocas veces redactada en mayúsculas). Quizá sea
más habitual en Facebook, pero en Twitter también puede encontrarse la huella
de esta suerte de parasitismo publicitario.
La tuitera o
tuitero literario ‘Instagramático’ es algo más reciente, ya que es
consecuencia, en parte, de la popularización de algunos usos de la red social
indicada: pueden incluirse dentro de esta categoría quienes muestran una
tendencia exponencial a tuitear portadas de libros, sin más o, a lo sumo,
acompañadas de una o dos frases, más apasionadas cuanto más estrecha es la relación
de amistad con las y los autores de los mismos (o en la medida que espere
obtener algún favor de estas personas, o de su entorno). Trata así de reflejar,
vía red social, cuantísimo lee, y se dedica a esa tarea con la alegría de
quien, de esa manera, se ha librado de la penosa tarea de escribir una crítica
como está mandado: a fin de cuentas, reseñar es una labor ardua y de escasa
recompensa, comparada con postear portadas. Por cierto, su variante puede ser
la del tipo ‘Photoshópico’ (no estoy del todo seguro de la filiación de dicha
subespecie, aunque está claro que tiene más presencia en Instagram, como era de
esperar, que en Twitter). La o el Photoshópico publica las mejores fotografías
que puede tomar de sí mismo, en poses lo más literarias y/o sensuales posibles;
también es especialista en difundir testimonios gráficos de sus actividades y
presentaciones, a menudo tomados desde los ángulos más inverosímiles, con el
objeto de mostrar lo exitosas y multitudinarias que han sido (aunque la
realidad puede ser muy distinta en ciertas ocasiones, lo que explicaría no
pocos de los contrapicados). La colaboración de una amistad tan fiel como
competente resulta imprescindible para sacar todas las instantáneas que no sean
selfies. (El reverso de los seres ‘Instagramáticos’ y ‘Photoshópicos’ sería, en
cierto modo, ese otro que sigue utilizando, en las solapas y en las campañas
publicitarias de sus nuevos libros, las fotos promocionales que le hicieron
hace una década o más y que luego resulta apenas reconocible en persona, como
si acabara de pasar por la sala de maquillaje de una película postapocalíptica
zombi).
El Photoshópico
publica las mejores fotografías que puede tomar de sí mismo, en poses lo más
literarias y/o sensuales posibles
Las y los
‘DMntores’, por su parte, llevan una doble vida en la red social: lanzan
algunos tuits sobre cuestiones literarias (o de otro tipo), generalmente
bastante inocuos, de esos que no te meten en problemas (la expresión que más
utilizan suele ser alguna variante de la palabra “interesante”, y, aunque
últimamente se está poniendo más peligroso, tienden con preferencia al “me
gusta”, en lugar de al retuiteo, que siempre compromete más). Y, al tiempo,
hacen un uso discrecional de la herramienta del mensaje directo (DM, “direct message”),
en la que se muestran mucho más francos, qué duda cabe. Por ejemplo, para
elogiar los tuits que alguien del mundo de las letras ha publicado o la obra
que acaba de lanzar, o para mostrar su solidaridad con dicha persona si se ha
visto enredada en una mala polémica en la red. Siempre en privado, por
supuesto, y sin mojarse en la página principal de Twitter, porque ya sabemos
que eso es la jungla, o algo peor…
Hay una subespecie
tuitero-literaria, por otra parte, que puede destacarse por su fe en el poder
performativo de las palabras: podemos denominarla ‘Hashtagliever’. Su principal
característica es creer que hashtags o etiquetas como #poesía, #microrrelato o
#belleza (o alguna otra de ese calibre, da igual en qué idioma estén escritas),
añadidas a cualquier ocurrencia verbal, convierten a ésta, como por encanto, en
Literatura. Conviene que, por el bien de tu salud, no abuses, a ser posible, de
su lectura: el que avisa no es traidor.
Por otra parte, hay
gentes del mundo literario en Twitter que padecen del ‘Síndrome del Novelista’:
olvidan que la actividad en las redes sociales tiene más que ver, en cierto
sentido, con la del aforismo o la del cuento, al menos en lo que a la extensión
se refiere, y acostumbran a producir hilos inabarcables para expresar sus
opiniones y contar sus historias (su variante en Facebook es la de quienes
cuelgan en el muro textos hiperlargos, más extensos que un artículo de fondo
para un periódico). Afortunadamente, tanto en un caso como en el otro, y a
diferencia de lo que ocurre con el ‘Hashtagliever’, la propia red social ofrece
la forma de evitarlo: basta y sobra con no desplegar el hilo.
El tipo
‘Polemizador’, ni que decir tiene, es una figura presente entre las escritoras
y escritores tuiteros (tanto como entre las y los usuarios civiles, se
entiende): ante cualquier mención a alguno de los temas que le obsesionan, y
contrariamente a la prudencia que suele mostrar el tipo ‘DMntor’, no puede
evitar entrar al trapo, no pocas veces hasta quedar en ridículo; es fácil de reconocer
porque tiende a tomárselo todo a título personal y siempre intenta (re)tener la
última palabra en el “debate”. Existe una variante curiosa del mismo, la del
‘Tirapiedras’, que, tras un intervalo (pueden ser horas, o incluso minutos),
elimina el tuit (supuestamente) polémico que acaba de publicar; conviene que,
si has detectado un comportamiento así, y pretendas en un futuro utilizar el
mensaje, procedas con celeridad a guardar un pantallazo, por si las moscas.
Quizá haya quien
argumente que no hay mucha diferencia entre el Polemizador y el ‘Políticamente
Incorrecto’, pero yo diría que sí la hay: el tipo ‘Polemizador’ puede resultar
un poco cargante, pero podemos pensar que su intención, en general, es buena
(ridícula, a menudo, pero honesta, en el fondo). El objetivo del ‘Políticamente
Incorrecto’, sin embargo, es embarrarlo todo y provocar confusión: se comporta,
deliberadamente, de forma grosera, y quiere molestar a toda cosa; cree que esa
es la forma natural de estar en Twitter y, viendo la evolución histórica de la
red, quizá tenga razón, por desgracia (en el caso del twitterverso euskaldún,
como tendencia, no suele ser raro que se sitúe en algún extremo de la izquierda
abertzale oficial, o cerca de alguna de sus disidencias; en el caso hispano son
más frecuentes en el extremo centro y en el rojipardismo: sí, en ese en el que
tantas veces podemos prescindir del prefijo roji-). De todas formas, el
‘Políticamente Incorrecto’ no suele quedar muy lejos, en su comportamiento, del
tipo ‘Ciberbully’, ni del gemelo univitelino pero anónimo de este último, el
‘Troll Literario’, sobre todo si llegan a tener la mínima sospecha de que su
honor letraherido (o de otro tipo) ha sido mancillado, real o imaginariamente:
no es raro que, para atacar a quien ha perpetrado la supuesta afrenta, se ayude
de los tuits, anónimos o no, de sus acérrimos microseguidores. En cualquier
caso, y sin excepción, suelen ser campeones del victimismo, en la línea de lo
estudiado, entre otros, por el filósofo Daniele Giglioli, siempre en dura
pugna, claro está, con los ‘Perseguidores (de Casito)’.
Los que he esbozado
aquí no son más que tipos ideales, ni que decir tiene: las combinaciones de más
de una variante son posibles e incluso frecuentes, diacrónica e incluso
sincrónicamente. Soy consciente, por otra parte, de que algunos de estos tipos,
aunque son especialmente numerosos entre la fauna literaria, no reflejan en
exclusividad comportamientos gremiales específicos, sino también los de muchos
tuiteros y tuiteras civiles: qué le vamos a hacer si las y los escritores, al
fin y a la postre, son personas y, por lo tanto, internautas corrientes y
molientes…
Porque esta
propuesta, como señalé al principio, es absolutamente provisional: puede que al
leerla se te ocurra algún tipo más de tuitera o tuitero literario. Que podrás
añadir y sobre el que podrás abundar, si quieres, al hilo del tuit al que voy a
enlazar de inmediato este artículo, o a los enlaces de las publicaciones que
voy a hacer en Mastodon, Instagram, Facebook, Bluesky, Threads y Linkedin (por
lo menos).
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Iban Zaldua ha
escrito libros de cuentos como Etorkizuna (Alberdania 2005, traducido como
Porvenir, Lengua de Trapo, 2007) y Como si todo hubiera pasado (Galaxia
Gutenberg, 2018), novelas como Si Sabino viviría (Lengua de Trapo, 2005) y
ensayos como Ese idioma raro y poderoso. Once decisiones cruciales que un
escritor vasco está obligado a tomar (Lengua de Trapo, 2012). Su último libro
publicado en español es A escondidas (Páginas de Espuma, 2023). Este artículo
es una la adaptación de uno escrito en euskera, que originalmente apareció de
forma serial en el suplemento cultural Ortzadar.
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