ECUADOR, LA NUEVA PATADA AL ORDEN INTERNACIONAL
DIARIO
RED
La policía
ecuatoriana ha asaltado la embajada mexicana en Quito, violando de forma
flagrante la legalidad internacional fundada, entre otras, en la Convención de
Viena de 1961. ¿Qué nos dice este movimiento sobre el presidente Daniel Noboa y
sobre el frágil equilibrio internacional?
El gobierno de Daniel Noboa en Ecuador ha consagrado un decisivo golpe al orden internacional en un marco de generalizado caos. En la madrugada del viernes al sábado, la Policía ecuatoriana asaltó la Embajada mexicana en la capitalina ciudad de Quito con el objetivo —por cierto, exitoso— de detener a Jorge Glas, vicepresidente de Rafael Correa entre los años 2013 y 2017. Glas recibió la protección del cuerpo diplomático mexicano en Ecuador como consecuencia de una sostenida denuncia de lawfare por parte de él y de otras figuras destacadas de la izquierda ecuatoriana. Las relaciones entre México y Ecuador se encontraban ya tirantes desde hace días, a tal punto que Ecuador había nombrado “persona non grata” a la embajadora de México Raquel Serur. Tras el ataque, México ha suspendido las relaciones diplomáticas con Ecuador, definiéndose así una nueva crisis bilateral en América Latina. Además, el asalto por parte de Ecuador de la embajada mexicana constituye una considerable escalada y una flagrante violación del derecho internacional que parece consolidar una tendencia en la región.
La Convención de
Viena
En 1961, durante la
Convención de Viena, se sentaron algunas de las principales bases que habrían
de regir el orden internacional venidero. Fundamentalmente, el texto decretaba
la irrenunciable inviolabilidad de las misiones diplomáticas, que durante
siglos habían sido tratadas de hecho con especial cuidado por los estados
receptores. El consenso es claro y, salvo excepciones, ha sido respetado por la
práctica totalidad de los gobiernos en todo el mundo durante décadas: ningún
agente del estado puede ingresar a las embajadas o consulados de otro estado
sin explícito consentimiento del jefe de la misión diplomática. Así, por
ejemplo, ningún policía español puede ingresar a la embajada ecuatoriana en
Madrid salvo que cuente con el expreso beneplácito del embajador ecuatoriano en
la capital.
El Gobierno
ecuatoriano se ha saltado este acuerdo internacional, violando no solo los
derechos de la misión diplomática mexicana en Ecuador, sino el orden
internacional en sí mismo que reconoce como válidos los consensos de la
Convención de Viena. Apenas unos días después del ataque israelí contra la
embajada de Irán en Damasco, la agresión ecuatoriana a la embajada de México
abona en mayor medida el generalizado retroceso de las instituciones rectoras
del orden internacional.
En clave interna,
es decisiva la variable electoral. Como consecuencia de la particular y
extraordinaria convocatoria de las elecciones del 2023 (la “Muerte Cruzada”
convocada por el ex presidente Guillermo Lasso), el mandato de Noboa será
corto: el 9 de febrero de 2025 los ecuatorianos acudirán de nuevo a las urnas.
La corta extensión de su actual mandato obliga a Noboa a acelerar sus lógicas
de gobierno, con el objetivo de revalidar su proyecto derechista para el país.
Su retórica anti corrupción, la crisis securitaria que le estalló como
consecuencia de años de desinversión en el sistema penitenciario nacional y la
fuerte impronta anticorreísta de su frágil base electoral empuja a Noboa a
tomar decisiones precipitadas y a mostrar contundencia frente a la principal
preocupación de las capas medias y trabajadoras del país: la violencia.
Simultáneamente, la
conexión que la derecha ecuatoriana imprime entre el narcotráfico y los
gobiernos de Rafael Correa, habilita la persecución a los líderes de Revolución
Ciudadana. A su vez, la inmediatez del plebiscito del 21 de abril —en el que
Ecuador votará un paquete de resoluciones para “bukelizar” su lucha contra el
crimen organizado— vuelca una cierta urgencia electoralista sobre el
oficialismo, consciente de su necesidad de escenificar una categórica voluntad
de luchar contra el crimen organizado por cualquier medio si pretende legitimar
en las urnas su agenda “a la salvadoreña”.
Pero, además, la
arremetida ecuatoriana contra México clarifica una tendencia global. El
contexto de transición geopolítica, marcado por factores como el Pivot to Asia
de Washington, la consagración del orden multipolar, la guerra en Ucrania, el
genocidio israelí en Palestina o el viraje conspiracionista de la derecha
global, agrava sus consecuencias a partir del abandono sistemático de los consensos
que pretenden regir las relaciones internacionales. A medida que se agrede
alguno de los consensos fundantes de la paz —que es frágil, coyuntural y
localizada—, se abre la puerta a un ataque posterior. Si las embajadas ya no
son espacios inviolables, entonces los cuerpos diplomáticos pierden garantías,
complejizando en mayor medida la representación de los estados más allá de sus
fronteras.
Las rupturas de la
derecha
Sin duda, una de
las claves que explican esta espiral es el viraje de la derecha europea y
americana hacia posiciones antiinstitucionales. En el caso de América Latina,
la nueva “polarización” se conecta con esta noción. Cada vez más, la dialéctica
intergubernamental de la región se explica de forma más clara a través del
clivaje institucionalidad democrática-impugnación, siendo las derechas
radicales las que en mayor medida confrontan los pilares del orden continental.
Gobiernos como el de México, el de Brasil o el de Colombia pretenden conservar
los acuerdos mínimos sobre los que se asientan las delicadas democracias
latinoamericanas. Por contra, las “nuevas” derechas de Argentina, Chile,
Ecuador, Perú o El Salvador los rechazan.
Así, son ya varios
los ejemplos recientes de antiinstitucionalidad de los gobiernos de la región,
como el de Nayib Bukele, que amenazó al poder legislativo de la mano de las
Fuerzas Armadas cuando su partido se encontraba todavía en minoría en la
Asamblea salvadoreña, o el de Javier Milei, que gobierna en una persistente
conflagración contra el Congreso y los gobernadores provinciales. A su vez, las
derechas latinoamericanas se han valido electoral y legalmente del lawfare
contra sus rivales políticos en Brasil, Argentina, Honduras, Guatemala o el
propio Ecuador.
De hecho, la
profundización de las lógicas antidemocráticas ha abierto la puerta a procesos
golpistas en el continente. En Perú, Dina Boluarte ha consolidado su posición
al frente del Ejecutivo nacional gracias a una medida alianza con el Congreso
que ha posibilitado el relativo éxito de su golpe contra el presidente
Castillo. En Bolivia, el golpe duro contra el presidente Evo Morales no solo
desató la ola de violencia contra la militancia de la izquierda en el país,
sino que resuena en la actualidad siendo parte explicativa de la crisis interna
del MAS-IPSP. En Brasil, el impulso a las tesis antidemocráticas por parte del
poder judicial y de los aparatos mediáticos, determinó que Jair Bolsonaro se
lanzase a diseñar un golpe de estado clásico contra Lula da Silva que no
prosperó por la negativa de algunos sectores de las Fuerzas Armadas,
conscientes de la compleja coyuntura continental con la que contaba el ex
presidente en aquel momento.
En suma, el orden
internacional se encuentra embrutecido. Ciertamente, el respeto a los consensos
diplomáticos estuvo siempre ligado a la voluntad de los gobiernos nacionales, y
nunca impidió ni las guerras por los recursos ni las agresiones imperialistas.
Sin embargo, la fractura que están sufriendo algunos lineamientos fundacionales
como la Convención de Viena es una novedad. Si ni el ataque israelí contra la
embajada iraní ni el ataque ecuatoriano contra la embajada mexicana reciben una
contundente respuesta del resto de actores, nada obliga a estos mismos a
proceder conforme a la norma en sus propias discrepancias. La legalidad
internacional, en tanto institución supraestatal, tiene el peso que los actores
particulares decidan otorgarle en la práctica.
Si esta tendencia
continúa consolidándose, podría llegar a abrir ventanas de resolución violenta
a numerosos conflictos tanto regionales (el conflicto por el Esequibo, la
ocupación británica de las Islas Malvinas, la disputa entre Chile y Bolivia por
el corredor del Atacama, la ocupación estadounidense de Guantánamo…) como
internacionales (la guerra en Corea, la disputa entre Rusia y Japón por las
islas Kuriles, el asunto de Taiwán, el reclamo marroquí sobre Ceuta y
Melilla…). Del resto de estados latinoamericanos y mundiales depende ahora la
valoración histórica del movimiento de Daniel Noboa, cuyo consentimiento
agravaría las tendencias de desorden que cada vez en mayor medida definen las
relaciones internacionales.
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