CONTRA EL GOLPISMO JUDICIAL Y MEDIÁTICO
CONTEXTO
Vivimos momentos
delicados en los que nuestro sistema democrático está bajo amenaza. Y lo que
mejor representa la terrible descomposición de las instituciones es, sin duda,
la peligrosa deriva de nuestro poder judicial. Hoy, un juez llamado Peinado va
a copar las portadas de los medios occidentales por haber admitido a trámite
una denuncia por tráfico de influencias contra la esposa del presidente del
Gobierno, Pedro Sánchez, quien este miércoles 24 anunció en una carta abierta
que suspende su agenda pública hasta el día 29 para sopesar si dimite de su
cargo.
La denuncia la ha presentado el sindicato ultraderechista Manos Limpias, varias veces condenado por extorsión y finalmente absuelto por el Supremo, y se basa en ocho recortes de “prensa”. Los medios que han ido publicando esas presuntas noticias delictivas sobre Begoña Gómez son El Confidencial, Voz Populi, Libertad digital, Es.diario y The objective, es decir, lo más granado de las cloacas mediáticas y de la bulosfera, subvencionada a fondo perdido por los gobiernos regionales y locales PP-Vox, con la inestimable colaboración de muchas empresas del Ibex35.
Todo el edificio
institucional de la democracia se sustenta en una única premisa: la imparcialidad
de los jueces. La idea de sustituir la violencia por la ley como modo de
organización social permite vivir en democracia gracias a dos premisas: la
elaboración de las leyes por los representantes legítimos elegidos por el
pueblo y que el poder supremo esté en manos de una magistratura imparcial,
sometida exclusivamente a la ley y que haga de árbitro en los conflictos
sociales.
España tiene un
grave problema con su poder judicial. En CTXT lo venimos diciendo hace
demasiado tiempo. Nuestros jueces parecen incapaces de dejar fuera de las salas
y sentencias sus preferencias personales. El problema ha ido creciendo a medida
que gran parte del poder judicial perdía sus escrúpulos y se lanzaba a utilizar
el extraordinario y peligroso poder que entre todos le hemos dado para primar
sus intereses políticos.
El problema no es
que una mayoría de jueces sean conservadores. El problema es su connivencia con
el Partido Popular y Vox, y la falta de escrúpulos que lleva a unos y otros a
saltarse las leyes, sustituir los mecanismos democráticos de decisión y
utilizar los tribunales para tratar de ganar en los juzgados lo que no les han
otorgado los ciudadanos en las urnas. No se trata solo de judicialización de la
política, sino de la palmaria falta de imparcialidad, de prevaricar hasta
prostituir la justicia orientándola contra lo que deben ser sus objetivos
constitucionales.
El último episodio
de esta deriva antidemocrática más conocida como lawfare es una historia
anunciada. Y no es en absoluto un caso aislado, contra lo que dice Pedro
Sánchez en su carta, pues hay numerosos precedentes tanto en España como en
América Latina. En Brasil, lo sufrieron Dilma Rousseff y Lula; en Bolivia, Evo
Morales y su vicepresidente, García Linera; en Venezuela, Nicolás Maduro; en Argentina,
Cristina Fernández de Kirchner...
Los casos pueden
contarse por decenas, pero casualmente siempre se dirigen contra los
adversarios de las derechas más radicales. En España, el fenómeno del bulo
judicializado con intenciones políticas empezó a funcionar entre 2014 y 2015,
gracias a la policía política fundada por el Gobierno de Rajoy con la ayuda de
la banda comandada por el comisario Pepe Villarejo.
En las campañas
participaron numerosos periodistas corruptos de medios de papel, digitales y
audiovisuales controlados por la derecha económica y política. El objetivo era
hacer la guerra sucia a las fuerzas que amenazaban el Régimen del 78, los
procesistas catalanes y Podemos.
Desde entonces, en
CTXT hemos denunciado la imaginativa causa general que el Supremo abrió para
poder meter en la cárcel a los líderes catalanes; las actuaciones del ínclito
García Castellón contra Carles Puigdemont para boicotear el reciente pacto de
Gobierno; y por supuesto hemos señalado en docenas de artículos y editoriales
la persecución mediática y judicial sufrida por Guillermo Zapata, Carlos
Sánchez Mato, Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias, Irene Montero, Mónica
Oltra, Isa Serra, Victoria Rosell, Ada Colau, Alberto Rodríguez y otros
dirigentes de izquierda.
Todos ellos
sufrieron procesos judiciales y mediáticos inventados, manipulados, montados
sin pruebas ni indicios dignos de ese nombre por una banda coordinada de
políticos, policías, jueces, medios o periodistas sin brújula moral ni respeto
a la democracia. Todas las denuncias acabaron en nada, y parece evidente que
esta también terminará por archivarse.
Pero lo que se
buscaba, y lo que busca ahora el juez Peinado con total impunidad, no es
necesariamente condenar a alguien. Les basta con desgastar, dañar, difamar,
levantar las sospechas, amedrentar para acabar con el aguante, el prestigio y
la carrera del jefe del Gobierno democráticamente elegido por la ciudadanía. El
método consistirá en alargar todo lo posible el proceso, para que los medios
que llevan años queriendo acabar con Sánchez puedan publicar cuantas veces sea
necesario que la justicia está investigando a la pareja del presidente del
Ejecutivo por tráfico de influencias.
Umberto Eco bautizó
este método, como acertadamente ha recordado hoy Sánchez, como la máquina del
fango. Mucho antes de eso, un pastor luterano llamado Martin Niemöller escribió
un célebre poema que empezaba así:
«Cuando los nazis
vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
ya que no era
comunista»,
Y terminaba así:
«Cuando vinieron a
buscarme,
no había nadie más
que pudiera protestar».
Estamos en ese
momento. Cuando la potencia moral de la democracia hace cada vez más difícil
que las intervenciones armadas se apoderen del poder político mediante la
violencia, la oligarquía recurre a otros métodos. En España recurre al poder
venenoso y expansivo del bulo y al poder judicial politizado. Dos poderes
autónomos, sin contrapesos, sin controles ni rendición de cuentas.
La decisión de
Sánchez ha sido heterodoxa pero razonable. La rebelión de unos jueces que se
apoderan de la institución y la usan para sus intereses políticos no tiene
fácil remedio dentro del Estado de derecho. Solo la presión social y la toma de
conciencia colectiva de que no podemos dejar nuestro futuro en manos de unos
partidos amorales, de unos medios golpistas y de unos jueces antidemocráticos
pueden frenar esta agresión que no solo atenta contra Sánchez, sino contra las
mismas bases de la democracia parlamentaria y de la soberanía popular.
Animamos por tanto
a la ciudadanía a manifestarse masivamente en las calles y en las redes
sociales contra esta mezcla letal de máquina del fango, lawfare y violencia
política.
Si nos quedamos
callados ahora, podría suceder que no tengamos ocasión de protestar hasta
dentro de mucho tiempo.
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