HISTORIAS DE ESCLAVOS QUE
FUERON PIRATAS
Según cuentan en su celebrada obra sobre la lucha de clases en los mares Peter Liebaugh y Marcus Rediker: “El barco pirata albergaba una sociedad variopinta, multinacional, multicultural y multirracial (…) Cientos de personas de origen africano encontraron su lugar dentro del orden social imperante en los barcos piratas. A pesar de que una minoría sustancial de piratas había trabajado en el tráfico de esclavos y, por consiguiente había tomado parte en la maquinaria de la esclavización y el transporte de esclavos, y aunque los barcos piratas ocasionalmente capturaban/y vendían/ cargamentos que incluían esclavos, los africanos y los afroamericanos, tanto libres como esclavos, eran numerosos y activos a bordo de los barcos piratas (…) Los negros y mulatos estaban presentes en casi todos los barcos piratas y los numerosos y capitanes que comentaron su presencia rara vez se refirieron a ellos como esclavos (…) algunos piratas negros eran hombres libres…” (La hidra de la revolución: marineros, esclavos, campesinos…, Crítica, 2005; 192-194).
Así, aunque
se puede decir que los piratas desarrollaron por lo general una actitud
bastante abierta para su tiempo sobre la esclavitud, el cine apenas si ha
metido la nariz en la “trata de negros”, el mayor desastre humanitario jamás
conocido que transcurre paralela a la de la piratería. La conquista de las
América, fue ante todo una historia durante el cual los conquistadores
trataron, primero de esclavizar a los nativos de América hasta el siglo XVI.
Pero a continuación de que esto se mostró poco viable, recurrieron a otros
europeos procedentes de las clases trabajadoras y campesinas que aceptaban
trabajar con un contrato de servidumbre de cinco a siete años. Llegaron de
Inglaterra, Francia, España, etcétera. Los enviaron a Cuba, Brasil, Louisiana,
Haití o Virginia. El sistema creado de esa manera no podía perdurar porque “la
oferta” era limitada con respecto una demanda creciente. Sin contar con que una
vez que llegaban al Nuevo Mundo, esos “esclavos” blancos empezaban a rebelarse,
y sobre ellos hay unos apuntes cinematográficos en la saga del capitán Blood.
El tercer grupo es el de los africanos. En principio no existía una correlación
entre esclavitud y negritud. El término esclavo en sí mismo, especialmente en
inglés, significa “eslavo”. No será hasta más tarde que la esclavitud queda
asociada a los africanos negros…
Hasta la
producción de la controvertida Amistad (USA, 1997), Hollywood
apenas sí había tratado una cuestión sobre la cual nos avergüenza hablar. Se
pueden contar con los dedos de una mano las películas que tratan con tratan el
hecho con un mínimo de veracidad, de hecho, se prioriza el enfoque ulterior,
eso al tiempo que se ha constituido una cierta leyenda blanca sobre los
“caballeros del Sur”, los mismos que pueblan películas tan importantes como el
nacimiento de una nación o Lo que el viento se llevó, aquí ya de una forma más
encubierta. En el cine, únicamente algunos títulos como Mandingo (Richard
Fleischer, 1975), ofrecen una cierta visión próxima y descarnada de lo que
llegó a ser la vida de los esclavos, y tendrá que ser a través de
seriales como Raíces que se ofrecerá una historia para el gran
público, y ello no sin problemas. .
Eso sí, se
ofrecen algunos datos en unas pocas películas de aventuras marineras. Este es
el caso de Almas en el mar (1937), un auténtico clásico marítimo,
obra de Henry Hathaway. Cuenta como con ocasión de un naufragio de un barco
esclavista de principios del siglo XIX, un inteligente oficial (Gary Cooper) se
salva a si mismo y cumple la misión que tenía encomendada a costo de otras
vidas. Esta aparente contradicción le lleva, una vez en la metrópolis, a ser
sometido a un consejo de guerra, injustamente acusado de
irresponsabilidad y de negrero. Esta trama nos encamina a una incursión en los
ambivalentes anales del tráfico de esclavos, ya que a veces a la hora de
destruir los barcos negreros, se utilizaban los bloqueos, los sobornos y los
métodos «policíacos» como la infiltración. Esta crónica esta realizada por
Hathaway con su habitual pericia –en la casi siempre falta poco para
alcanzar la obra maestra–, y en este caso se la puede acusar de edulcorar
excesivamente unos acontecimientos -los propios de los barcos negreros- que son
narrados pero no representados, ocurriendo incluso que quedan «ocultos» en la trama,
más interesada por lo que les ocurre a los actores que por algo que queda de
trasfondo. Esto hace que muchos espectadores ni siquiera recuerden este aspecto
que, no obstante, resulta impactante cuando se le presta atención.
Más explícita
es la ignota Redención fechada el mismo año. Se trata de una
obra poco reconocida del inquieto e interesante Tay Garnett y en cuyo
guión participó Willian Faulkner que siempre mostró una especial sensibilidad
ante la opresión racial. Interpretada por Warner Baxter, Wallace Beery como un
rudo contramaestre, Elizabeth Allan y Mickey Rooney, y se habla de ella muy de
pasada. Su principal originalidad radica en que la historia no es colateral
como en Almas en el mar, sino que transcurre en un barco de
esclavos, un escenario dramático inédito hasta el momento. Carlos Aguilar
(1995) le atribuye “una atmósfera muy conseguida (…) Llena de acción, esta poco
convencional película merece una revisión”. Tavernier y Jean-Pierre Coursodon
no la aprecian tanto: “Curiosamente, Faulkner aparece en los títulos de
créditos como responsable de la idea aunque el film constituya la adaptación de
una novela. Más que nunca, los sempiternos «gags» de repetición vienen a
interrumpir y trivializar la acción. El film aborda el tema de la trata de esclavos
como si de un tráfico cualquiera se tratara, sin sacar a colación nunca, ni
siquiera alusiva o implícitamente, los problemas morales o sociales que
implica. Si el principio es prometedor, el final es decididamente grotesco”.
La más
conocida producción europea sobre la cuestión de la «trata de negros» fue Tamango
(Francia, 1954). Situada igualmente en un barco negrero y con el tema
de una rebelión palpitante en el ambiente, fue realizada muy convencionalmente
por el “black liste” exiliado en Francia John Berry, que solo hizo buenas
películas antes del exilio y a su regreso. Tamango fue
fracaso tanto de público como de crítica. Lástima porque sobre el papel se
trataba de un argumento fuerte y subversivo, pero solo sobre el
papel. Es significativo que ni su temática ni las turbias pasiones
desatadas por la esclava negra (un punto sobre el que los testimonios
existentes hablan de abismos que el mundo volvería conocer con los campos de
horror nazis, pero que aquí todo resulta perfectamente digerible) molestaron a
la impresentable censura franquista. Dorothy Dandridge encarnó a una codiciada
esclava que se constituye en un elemento erótico sumamente perturbador de los
negreros (Curd Jurgens, Jean Servais, Roger Hanin). Está también Cobra
Verde (Alemania, 1988), una de las obras menos logradas de Werner
Herzog con Klaus Kinski, que cuenta la historia del aventurero Da Silva (Cobra
verde), el tratante de esclavos brasileño establecido en África y que
dirige su negocio con mano dura, hasta que distintos enfrentamientos civiles
arruinan por completo su próspero negocio, llevándolo a la ruina y
finalmente, a darse cuenta de lo criminal de su actividad.
Aparte del
referente clásico de las diversas aventuras del capitán Blood, tenemos una
curiosa excepción: Gordon, el pirata negro (Italia, 1961),
obra del ya veterano guionista y realizador Mario Costa (Roma, 1910-1995) que
había comenzado a trabajar como realizador en los años treinta, y que
dirigió algunos melodramas y “peplums” de cierto interés para acabar firmando
“spaghetti-westerns” como J.W. Fordson y John W. Fordson y peliculitas verdes
al servicio de la “colegiala” Gloria Guida. Este otro “pirata negro” apareció
publicitado en los siguientes términos: “Filibusteros, piratas, aventureros,
esclavos. Una intriga en las peligrosas aguas del Caribe…”.
El guión fue
firmado por un tal John Byrne, quien sin lugar a dudas tuvo muy en cuenta la
trama del Blood de Sabatini. Este Gordon (Ricardo Montalbán) es alguien con un
doloroso pasado de esclavo –blanco-, y cuya fuga le llevará al camino de la
piratería. En su presentación, Gordon se bate en duelo con Tortuga (Mario
Feliciani), otro pirata al que acusa de traicionar la piratería y dedicarse a
la trata de esclavos. Su benevolencia le lleva a perdonarle la vida con tal de
no siga haciendo lo mismo, pero Tortuga falta a su palabra ya que su papel es
subalterno en un negocio que lidera en la sombra Romero, el secretario del
gobernador (Vincent Price). Más que practicar su oficio, Gordon regresa a El
Salvador, desde donde se dedica exclusivamente a combatir el comercio de
esclavos. El argumento le lleva a ser traicionado, a enamorar a la hija del
gobernador (Giulia Rubini), que es ajeno a las maquinaciones de Romero. Las
escenas de la liberación de los esclavos resultan irrisorias…Ricardo Montalbán
ya había sido un buen espadachín en la notable variación sobre el Zorro
titulada El signo del renegado (USA, 1951), pero tanto él como
el gran Vincent Price, se dedican a cubrir el expediente. No hay personajes, no
hay exigencias.
El mismo
Mario Costa dirigió años más tarde (1965) otro largometraje con el mismo título
origina, Gordon, il pirata nero, pero que empero, está
comercializada con el título de El enmascarado contra los piratas, y en la cara
de atrás figura como director Vertunnio De Angelis, y en la de delante, el
nombre del director es el más improbable Dean Dert. El tal enmascarado va
vestido de negro, y aparece en el momento más imprevisible para salvar a los
prisioneros de un pirata que “asola los océanos”. Hay dos maneras de
identificar este infame engendro, una es el reparto formado por los
insufribles Tony Kendall y George Hilton, y la siguiente porque aspirar a
figurar como “la peor película de piratas jamás filmada”, título que ganaría de
no existir El corsario negro (1971)…
Pero,
volviendo a la esclavitud, he aquí dos anotaciones más.
1) Muchos
negros “cimarrones” acabaron como piratas, y en las últimas producciones que
abordan el tema (La isla de las cabezas cortadas, Piratas del
Mar Caribe, etc), se registra la presencia de piratas africanos, alo que se
había registrado en los testimonios escritos y en la pintura. En el cine
italiano, ese papel ya lo había jugado en algunas películas, John Kitzmiller,
un actor norteamericano negro afincando en Italia desde que Rossellini le
permitió hacer un papel en Paisa, y que intervendrá como
esclavo liberto en El hijo del capitán Blood y en Il
pirati della Costa, recordemos también la destacada presencia del soberbio
Woody Strode en Los bucaneros (1958).
2) La trata era
una asignatura poco estudiada, pero de cuya importancia era conciente Julio
Verne quien la aborda en su libro Un capitán de quince años, sobre
la que existen dos versiones, la realizada con cierto esmero por el
incatalogable Jesús Franco (1972), y la más reciente de Juan Piquer Simon sobre
la que se ha corrido un velo oscuro. Ni en una ni en otra se subraya
debidamente la inquietud de Julio Verne que escribió esta larga parrafada en
sus páginas que creo merece ser citada en toda su amplitud:
“Los esclavistas
fueron vivamente atacados al otro lado del Atlántico. La Francia y la
Inglaterra más particularmente, reclutaron partidarios para esta justa causa.
Perezcan las colonias y sálvense los principios; fue el grito generoso que
resonó en todo el antiguo mundo, grito que a pesar de los grandes intereses
políticos y comerciales empeñados en la cuestión se transmitió eficazmente en
toda la Europa. Dado el impulso, en 1807 la Inglaterra abolió el tráfico de
negros en sus colonias, y la Francia siguió su ejemplo en 1814 haciéndose un
tratado entre las dos naciones con este motivo, tratado que confirmó Napoleón
durante los cien días (…) Esto, sin embargo, no era más que una
declaración puramente teórica: los negreros no cesaron de correr los mares y
depositar en los puertos coloniales su cargamento de ébano. Para poner fin a
este comercio tuvieron que adoptarse medidas más prácticas. Los Estados Unidos
en 1820, y la Inglaterra en 1824, declararon la trata acto de piratería y
piratas, a los que en ella se ocupaban, debiendo por consiguiente estar
sujetos a la pena de muerte y ser perseguidos a todo trance. La Francia se
adhirió a este nuevo convenio; pero los Estados del Sur de la América, las
colonias españolas y los portugueses no intervinieron en este acto de
abolición, y la exportación de negros continuó en provecho suyo a pesar del
derecho de visita generalmente reconocido que se limitaba a averiguar el
pabellón de los buques sospechosos. Sin embargo, la nueva ley de abolición no
había tenido efecto retroactivo. No se hacían nuevos esclavos; pero los
antiguos no habían recobrado todavía su libertad. En estas circunstancias
la Inglaterra dio el ejemplo. El 14 de mayo de 1833 se emanciparon todos los
negros de las colonias de la Gran Bretaña por medio de una declaración general,
y en agosto de 1838, seiscientos setenta mil esclavos fueron declarados libres
(…) Diez años después, en 1848, la república francesa emancipaba a los esclavos
de sus colonias, o sea doscientos sesenta mil negros. En 1859 la lucha que
estalló entre los federales y confederados de los Estados Unidos, acabando la
obra de la emancipación, la extendió a toda la América del Norte. Las
tres grandes potencias habían cumplido por consiguiente esta obra de humanidad.
Hoy la trata no se ejerce sino en provecho de las colonias españolas o
portuguesas, y para satisfacer las necesidades de las poblaciones de Oriente,
turcas o árabes. El Brasil si todavía no ha devuelto la libertad a sus antiguos
esclavos, por lo menos no recibe esclavos nuevos y los hijos de los negros
nacen libres. En el interior del África a consecuencia de esas guerras sangrientas
que los jefes africanos se hacen en estas cacerías humanas se reducen a la
esclavitud tribus enteras. Las caravanas de esclavos toman dos direcciones
opuestas: las unas al Oeste hacia la colonia portuguesa de Angola, y las otras
al Este sobre Mozambique. De estos desgraciados, de los cuales sólo una pequeña
parte llegan a su destino, los unos son enviados a Cuba o a Madagascar, los
otros a las provincias árabes o turcas del Asia a La Meca o Mascate. Los
cruceros ingleses y franceses no pueden impedir este tráfico, sino en una
pequeña parte por ser muy difícil ejercer una vigilancia eficaz en costas tan
extensas”
Dicho de otra
manera, la lucha contra la esclavitud se desarrolla a caballo de las ideas de
la Ilustración y del desarrollo de la revolución industrial, y por lo tanto,
todo lo que el cine ha sugerido sobre el presunto compromiso de la Iglesia como
tal contra la esclavitud es mera fábula. Lo dijo muy claramente el republicano
español Emilio Castelar: «Yo no disputaré sobre si el cristianismo abolió o no
abolió la esclavitud. Yo diré solamente que llevamos diecinueve siglos de
cristianismo, diecinueve siglos de predicar la libertad, la igualdad y la
fraternidad evangélica, y todavía existen esclavos; y sólo existen, Señores
Diputados, en los pueblos católicos; sólo existen en Brasil y en España. Yo sé
más, Señores diputados; yo sé que apenas llevamos a un siglo de revolución, y
en todos los pueblos revolucionarios, en Francia, en Inglaterra, en EE. UU., ya
no hay esclavos. ¡Diecinueve siglos de cristianismo y aún hay esclavos en los
pueblos católicos! iUn siglo de revolución, y no hay esclavos en los pueblos
revolucionarios!” (Emilio Castelar en las Cortes, 20 de junio de 1870.
Conviene
insistir: el barco pirata albergaba una sociedad variopinta, multinacional,
multicultural y multirracial. El gobernador de Jamaica, Nicholas Lawes, no era
más que un eco de las ideas de todos los oficiales del rey cuando llamaba a los
piratas «bandidos de todas las naciones». (…) En 1717, la tripulación del negro
Sam Bellamy era «una multitud mezclada de todos los países», incluidos
británicos, franceses, holandeses, españoles, suecos, americanos nativos y afroamericanos,
además de dos docenas de africanos liberados de un barco negrero. Los
principales amotinados a bordo del George Galley de 1724 eran un inglés, un
galés, un irlandés, dos escoceses, dos suecos y un danés, todos los cuales se
hicieron piratas. La tripulación del Benjamin Evans estaba formada por hombres
de origen inglés, francés, irlandés, español y africano. »
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