TURISMO DEPREDADOR
POR
PEDRO LUIS ANGOSTO
Un país que es
capaz de alojar, dar de comer y divertir a noventa millones de visitantes pero
es incapaz de dar vivienda a quienes viven en él, es un país fracasado, roto,
inconstitucional.
Desde hace algunos años, desde que los vuelos baratos inundaron los cielos expulsando de ellos a las aves que tenían la exclusividad de las alturas, el turismo se ha convertido en una actividad en extremo peligrosa para los países de acogida. Viajar, en muchos casos, ya no es un acto volitivo que busca conocer culturas diferentes o el descanso merecido, sino un acto compulsivo muchos veces guiado por las ofertas de las empresas de aviación que ofrecen para este fin de semana o el mes de junio un vuelo a Budapest por menos de lo que te cuesta el tren de cercanías, de tal manera que la mayoría de las más hermosas ciudades europeas son hoy infiernos de turistas en busca de la selfi adecuada para colocar en redes sociales y demostrar que sí, que tu también has estado ahí.
La historia de la
humanidad no se podría escribir sin los viajes ni los viajeros. Ulises abandonó
Itaca para ir a la guerra de Troya y meter un caballo entre sus muros. No supo
o no quiso volver mientras Penélope, que lo esperaba ansiosa, tejía y destejía
para evitar casarse con alguno de los pretendientes que la acosaban noche y
día. Ulises se enfrentó a cíclopes, dioses, al canto de las sirenas, pero no
regresó a la tierra que le vio nacer. Don Quijote sólo lo hizo una vez
derrotados sus sueños, después de desfacer entuertos y crearlos, de liberar
galeotes y de ser apaleado, cuando se desvanecieron sus fuerzas ante el peso de
la realidad. Los viajes sirvieron a lo largo de tiempo para enriquecer reinos y
personas, para expandir la ciencia, descubrimientos e inventos, para llevar el
arte nuevo a los rincones más ignotos, para agrandar los saberes, también para
someter a pueblos que luego, ya esclavizados, trabajarían más allá del sol para
enviar riquezas y materias primas a la metrópoli que luego sería rica y
poderosa.
Hasta la Segunda
Guerra Mundial, los viajes por placer eran cosa de la aristocracia y la alta
burguesía. Viajes minoritarios que tenían unas cuantas ciudades por destino en
las que mostrar su éxito, su poder y su capacidad para el lujo y el
despilfarro. Fue después de la contienda que asoló Europa, cuando se encaró la
reconstrucción de las grandes y bellísimas ciudades destruidas por el
capitalismo, cuando las clases trabajadoras quisieron ver el mar, tomarse un
polo y dormir en una cama que hiciesen otros. Durante las décadas de los años
cincuenta y sesenta del pasado siglo, millones de personas quisieron huir del
frío y poner sus pieles rojizas al sol que más calienta, vuelta y vuelta, como
croquetas en la salten. España, uno de los países más pobres y atrasados de
Europa, comenzó a convertirse en uno de los destinos preferidos para los
europeos que volvían a ser ricos gracias al movimiento obrero y al miedo al
contagio soviético. Éramos un país pobre, inculto y necesitado, dispuesto a
agradar por un puñado de dólares, a servir sin condiciones. Cualquier dinero
era bueno para los habitantes de un país que lo había perdido todo.
El turismo ayudó en
aquel momento a mejorar la vida de muchos españoles, trajo nuevos modos de vida
y contribuyó a airear la casa, pero el precio a pagar fue muy alto: la
destrucción casi completa de la costa mediterránea y la dependencia económica
casi exclusiva de amplias zonas del país de un modelo económico temporal que
crea puestos de trabajo precarios y paga sueldos bajos. Es el caso, por
ejemplo, de Canarias, Baleares, la Costa del Sol o las de Alicante y Girona.
Como hemos dicho
antes, la aparición a principios del siglo XXI de las compañías aéreas de bajo
coste y de internet, hizo que la explosión turística de los años sesenta y
setenta, pese a su impacto en la economía nacional, quedase como algo
llevadero. Si en 1970 España recibió 24 millones de visitantes, en 2023 el
número superó los 85 millones, pudiendo superar este año los 90 millones.
Aparte de la influencia negativa que tal cantidad de turistas tiene sobre la
subida de los precios de la cesta de la compra, el turismo masivo está en la
raíz del incremento brutal de los precios de los alquileres al destinarse cada
vez más viviendas al alquiler turístico por cantidades desorbitadas. Madrid,
Barcelona, Palma, Santa Cruz de Tenerife y otras ciudades de gran afluencia
turística, que son las que más han sufrido ese incremento, destinan la mayoría
de las viviendas de que disponen a tal fin, diezmando drásticamente el número
que se ofrece a quienes habitan la ciudad, hasta el extremo de que por cada
piso ofertado hay más de cien candidatos.
Por si fuera poco,
la inacción de las comunidades autónomas, cuando no su directa complicidad como
sucede con la de Madrid, ante tal orden de cosas, está provocando que los
centros históricos de las ciudades expulsen a sus habitantes cotidianos, que
desaparezca el comercio tradicional y de barrio y que se pierda la personalidad
y la fisonomía urbana consustancial a cada ciudad. De tal manera que en muchos
casos da igual andar por el centro de Barcelona que por el de Praga o Brujas,
ciudades museo en las que están presentes los mismos comercios, las mismas
franquicias, los mismos restaurantes con comida de factoría e idéntica ausencia
de vida autóctona.
Viajar sigue siendo
uno de los grandes placeres de la humanidad. Viajar enriquece, libera el
espíritu, ayuda a menguar el narcisismo patriótico nacionalista, a valorar lo
diferente, a saber que lo tuyo no es lo mejor del mundo, pero cuando se
convierte en algo compulsivo de la mano de una industria de voracidad ilimitada
termina por destruir el objeto de deseo, por malearlo, por falsificarlo. Hoy,
con más de tres millones de viviendas vacías en el país, con los centros históricos
de nuestras ciudades deshabitados sin que la administración competente haga
nada por ellos, el turismo masivo impide a los mismos trabajadores del sector
alquilar una vivienda en la ciudad en la que trabajan o en sus cercanías,
expulsa a quienes las han habitado tradicionalmente y está detrás de la mayoría
de desahucios y lanzamientos que dejan en la puta calle a miles de personas que
por su edad o sus recursos económicos no tienen otro sitio al que ir. Esa no es
la función del turismo, y si pusiésemos en términos reales en una balanza,
beneficios y perjuicios, tal vez veríamos que la balanza cada vez se inclina
más hacia esté lado.
Si no se pone orden
en el sector, si no se prioriza el uso de la vivienda como residencial, si no
se decide que sean quienes se dedican al turismo quienes creen los alojamientos
necesarios y declarados para el mismo, si no se frena esa nueva economía
especulativa que perjudica tantísimo a las personas y a al patrimonio, corremos
el riesgo de morir, otra vez, como en 2008, de éxito. Un país que es capaz de
alojar, dar de comer y divertir a noventa millones de visitantes pero es
incapaz de dar vivienda a quienes viven en él, es un país fracasado, roto,
inconstitucional.
Fuente:
https://www.nuevatribuna.es/articulo/sociedad/turismo-depredador/20240425095629226258.html
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