NÉSTOR SANTANA Y EL PARADIGMA FETASIANO
ROBERTO
CABRERA
Hubo un tiempo en que poco se hablaba de “ansiedad”, una palabra recluida a los boleros de Nat King Cole y que se trataba con la simplicidad de “echar el freno de mano”. Este estado psicológico era común entre los artistas que se reunían en torno a Rafael Arozarena en su tertulia del Bar Arkaba en la Avenida, muy cerca de la bahía, del puerto de la ciudad. Allí durante las noches de los viernes se producía el intercambio de documentos creacionales, intuiciones, disquisiciones filosóficas y emociones, que muchas veces continuaban en largos paseos peripatéticos bajo la poca luz de las farolas del paseo que alumbran las pagodas. Otras en el mercado, recién abiertas sus puertas de madrugada y también en el estudio del pintor. Este estado de nerviosismo al presentar a los concurrentes algún fragmento de su obra, era significativo, según el poeta timonel, de la calidad que pudiera atesorar. La hora mágica se consumaba al abrir el telón y descubrir el nuevo lienzo, la nueva serie pictórica del hombre fetasiano, ese animal insecurum que preconizara el novelista José Antonio Padrón. Los puntos cardinales se orientaban hacia la franja mágica de Igueste, el Sur, del inquieto Juan José Delgado, pero también al Lanzarote de las páginas de Mararía, por entonces recién vertida al alemán, la narrativa bermejeana sacada del polvo del olvido, o los pasajes recónditos de Ijuana.
Fetasa,
Jazz y Harlem metafísico. Desenfundando discos al oeste de un río y caudaloso
bravo ron de Antibes. Estamos bajo el clástico puente de autovía, en los
circunspectos túneles ecosónicos. Al más puro estilo cortazariano “La Nuit”,
alumbrados solo por los destellantes zarcillos de una verdadera vizcondesa a la
pimienta. El ventanuco comunica a una verdosa y hosca oscuridad, masa de negros
trajeados al azul marino. Cuando la música se desgañita en el profundo cilindro
de la soledad, del túnel inacabable brotan los pasos del lobo de iguanas, más
atrás de los tarahales prendadores. Llegan, con el cabello fijado a la
velocidad, José Antonio, el cadillac color vino bermejo. Alas de delfín
multichorme. Pero este hombre marcha a pie, acariciando sus pestañas la noche,
Donatos y fantasmas de paisanos centenarios. Para llegar más lejos, al mundo de
la ya perceptible felicidad. Frente a sí, el abismo del conocimiento, en
precario, y la transformación. El inicial paseo puede tornarse persecución.
Vacío y súbito rencor que harían vender el alma por el elixir del
rejuvenecimiento. “siente un repentino anhelo de libertad. Una libertad de los
grandes espacios” “Mira al frente y le asombra su nuevo poder (…) sus jóvenes
ojos perfilan los objetos lejanos y no los esfuman y confunden”. “Hay en mí una
fuerza terrible que me empuja hacia afuera, a asir con mis manos las cosas que
me rodean; no a tocarlas ni poseerlas, sino a integrarlas en una sola masa y
destruirlas para dejar el paisaje como una gran llanura” La escasa luz de la
bocacueva alcanza los musgos fosforescentes sobre los grandes callaos. Él, como
lobo, se hincha de labios y adelanta sus manos; su corazón estremecido de
infinita ternura que no puede repartir, ni soledad que se pueda rellenar. El
personaje arrastrado a una atmósfera caótica y perseguido por el médium a quien
fatalmente se negaron los poderes, resuelve matar al padre al corte vitalista.
Ojea cuando las luces han quedado prendidas, pero los amigos abandonaron sus
copas. La posesión, la literatura. Es tiempo de recobrar pasadas e inquietantes
horas en que defendió a pie o a caballo, la carta cabal del dominio sobre la
servidumbre. En casa de Isaac de Vega, a quien pertenecen los entrecomillados
de más arriba, sobre un piano, presidía la estancia un cuadro de la serie negra
de Néstor Santana. Por lo que puedo recordar, el artista deseaba cerrar esta
etapa y abrir otros mundos indecibles en aquellos momentos. Escribía Rafael
Arozarena, en esa época, Cerveza de grano rojo, y más pronto que tarde
surgirían nuevas publicaciones y exposiciones e ilustraciones, que darían
cuerpo a tales descubrimientos del novedoso paradigma y su onda expansiva. La
vieja máxima de romper moldes se ha consumado. La pintura por la pintura, el
arte por el arte. Eclecticismo, transvanguardia. El buey de las estrellas
señala otras estelas de la abstracción, del color de las lejanas galaxias,
asimismo del acuático universo vegetal, sumergido a nuestra vista o a la corta
visión negacionista. Escribir o pintar con todo el cuerpo. El camarero Juan
trae y lleva las bandejas con elegancia de copas rebosantes de fría
voluptuosidad. El hombre y la mujer fetasianos se desbordan en el abismo del
hielo que tintinea en las bebidas. El pintor pone nombre a sus cuadros, no sea
que se escapen de versos ocurrentes a los estadios de clarividencia concurridos
en la noche. Suele quedar dormido en los laureles y las pagodas de la avenida
desolación, entre pinceles y tarros de pintura. La confidencia. El animal de
smoking quiere hablar con rebuznos de infinito y su instinto depredador. Se
sienta en el suelo frente a un banco metálico a hablar con la sirena
adolescente. Está motorizado ahora y acude con frecuencia a las bibliotecas
largas horas. Su pasión por la literatura ha sido una constante y frente al
televisor vivirá aterrorizado por las noticias del nuestro presente continuo de
atrocidades que transformará con su dador oficio, del que sabemos o creemos
saber de sus dificultades. Desde Sabana Grande hasta Kohl, su itinerario no
estará exento de reveses y grandes logros. En el mejor hotel de la ciudad
transcurridos los años, reserva un espacio para desembarcar su mercancía traída
de Alemania. Despacha allí con marchantes y clientes dejando clara su
independencia de las otras escuelas que se han ido acomodando tras su ausencia
de las islas. El creador busca o encuentra su lenguaje, se interna en todas y
cada una de sus diversidades plásticas de expresión, la miniatura, el dibujo,
la acuarela, incluso en el grabado ha encauzado grandes aciertos. Y si una
palabra viene a nuestra mente, a veces empequeñecida por esta explosión de
color y meticulosidad simultáneos, es la generosidad, aunque no menos la
valentía frente a veleidades críticas. Lo que hace que, persistiendo en su arte
y asombro luminoso, alcance la coherencia en su sentencia de siempre: lo que
importa es la obra
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