viernes, 28 de abril de 2023

UCRANIA Y EL PAQUETE DE PIPAS

 

UCRANIA Y EL PAQUETE DE PIPAS

GERARDO TECÉ

Catorce meses después de la invasión rusa de Ucrania, el mapa geopolítico comienza a moverse. Por primera vez desde que en febrero de 2022 el ultranacionalista, ultraderechista, ultracacique, y ahora también criminal de guerra, Vladímir Putin diese la orden de ataque contra el país vecino, las potencias mundiales que buscan darle fin al conflicto parecen llevar la iniciativa frente a las que se muestran cómodas en un horizonte de guerra eterna. A España –país entregado a esa curiosa tendencia europea de acompañar a Estados Unidos con alegre masoquismo– llegan tímidos ecos de los movimientos de esta semana. El presidente brasileño, Lula da Silva, ha llegado a Madrid con un mensaje tan claro como incómodo para la Europa del envío de armas: hay que pelear diplomáticamente por un alto el fuego y, cuando se produzca, sentarse a hablar. En paralelo, el presidente ucraniano mantiene una larga conversación con el líder chino que resulta fructífera, según informan ambas partes. Zelenski, que

 señala tras la reunión que existen posibilidades de alcanzar la paz, ha bendecido oficialmente el papel mediador de un Xi Jinping empeñado en detener la invasión rusa con una hoja de ruta imposible de asumir para Estados Unidos, ya que uno de sus puntos incluye la declaración de Ucrania como terreno libre de injerencias imperialistas, tanto rusas como de la OTAN. Una pregunta. ¿Deberíamos empezar a hablar ya de la responsabilidad de Estados Unidos dada su negativa a aceptar ese escenario de una Ucrania en paz y neutral o seguimos chupándonos el dedo? Y otra. ¿Será Zelenski acusado a partir de ahora de bailarle el agua a Putin por abrirse a explorar vías diplomáticas o esa es una acusación reservada para periodistas y políticos europeos que no vean clara la brillante estrategia de conseguir la paz confiándolo todo al envío de armas?

 

Si los importantes movimientos geopolíticos no han ocupado grandes espacios ni intensidad en las tertulias televisivas y digitales del periodismo VIP español, sí lo ha hecho una curiosa información de esas que se disfrutan con un paquete de pipas. Inna Afinogenova, compañera periodista de Canal Red, habría participado de manipulaciones informativas en su antigua etapa trabajando en el canal ruso RT, según cuentan los principales medios de comunicación españoles. Sin olvidarse de mencionar en los titulares de la información a Pablo Iglesias –actual jefe de Afinogenova, tras abandonar la periodista rusa su país y su antiguo trabajo por discrepancias con una cadena que se mostraba favorable a la invasión de Ucrania– cuentan los escrupulosos medios españoles que el descubrimiento de que existen canales de televisión que manipulan a favor del poder –menuda cosa burda–, habría surgido del testimonio de un antiguo compañero de la periodista rusa. Que sea complicado imaginar mayor desfachatez que acusar de cómplice de Putin a quien abandonó su país y su trabajo precisamente para evitar serlo, no debería privarnos de disfrutar de un espectáculo por desgracia pocas veces visto: la prensa española hablando de manipulación. Seamos optimistas. Probablemente del caso Afinogenova se extraerán conclusiones que harán de las redacciones españolas lugares aún más rigurosos y entregados al código deontológico, si es que esto es posible.

 

Que el silencio en torno a las vías diplomáticas que empiezan a imponerse contraste con la intensidad de la caza de brujas contra quienes no le rezan al dios norteamericano no es nada nuevo. Nada inesperado. Como siempre, el tiempo acabará poniendo las cosas en su lugar. Cuando se imponga la vía diplomática –única forma posible de que la criminal invasión no se eternice o, peor aún, se complique–, quienes señalaban con el dedo a los supuestos amigos de Putin por pedir diplomacia celebrarán el final de esto tanto como lo celebraremos todos. Cuando la próxima invasión –sea de Israel, sea de Arabia Saudí, sea de Estados Unidos– suceda, los que hoy cazan brujas buscando cómplices del invasor, por fin, callarán un rato. Será un alivio.

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