LA "VOLADURA CONTROLADA" DE JORDI ÉVOLE
NOELIA ADÁNEZ
Jordi
Évole este domingo en 'Lo de Évole'
Jordi Évole goza de un extraordinario prestigio como periodista y no seré yo quien cuestione ni su reputación, ni su profesionalidad ni sus dotes como entrevistador. No sabría cómo hacerlo. Apenas veo televisión y no creo que haya visto nunca uno de sus programas completos. No me jacto de ello, ni me avergüenzo. No es algo que haya decidido hacer, forma parte de una dinámica familiar en la que nos instalamos hace años. Como además las redes sociales repiten contenidos televisivos en píldoras que queramos o no terminaremos por tragarnos me parece que tengo cubierto de sobra ese -lo llamo así con sorna- vacío.
La entrevista a
Yolanda Díaz sí la he visto, completa y detenidamente para poder escribir las
consideraciones que siguen. Vaya por delante que me parece que nadie, ni
Yolanda Díaz, ni el jarrón chino ni Jordi Évole han salido bien parados.
Sospecho que a quien mejor le ha ido ha sido al ausente Pablo Iglesias,
invocado hasta la náusea por el entrevistador sin que la entrevistada sintiera
el deseo o encontrara el modo de presentarse públicamente como alguien capaz de
liderar un proyecto o candidatura (de momento diría que Sumar es más lo segundo
que lo primero) al margen de la confrontación con Podemos y su
líder/ideólogo/referente absoluto. Ione Belarra, por cierto, no fue nombrada ni
por equivocación. Sorprende. Por decirlo directamente, Yolanda Díaz no quiso o
no supo zafarse de una entrevista muy enfocada a confrontarla con el Pablo
Iglesias de ayer, hoy y siempre al que injusta y erradamente se invocó bajo la
advocación de un jarrón chino.
Temo que la
entrevista nació lastrada por la actitud que Évole decidió adoptar como
consecuencia de declarar para iniciarla lo que es de sobra conocido: que él
simpatiza con el proyecto de Díaz y que por esa razón, parece, se siente en la
obligación de ser especialmente inquisitivo. Ser inquisitivo consistió, durante
la hora que duró la entrevista, en acosar con preguntas cerradas e
interrupciones continuas a Yolanda Díaz quien, como es lógico, fue perdiendo su
proverbial afabilidad. Que Díaz mostrara esa otra cara no es cosa mala, pero
como espectadora hubiera preferido más escucha y menos hostilidad. Se pueden
conseguir mejores resultados dejando hablar e insinuando que interrumpiendo y
atosigando.
Sospecho que Évole,
sin embargo, buscaba provocar esta reacción de Díaz y mostrarla como una
política capaz de enfadarse y enfangarse. Era una opción pero, bajo mi punto de
vista, es tan estruendoso el ruido en el actual debate sobre la división de las
izquierdas que tensionar a Díaz a fuerza de hablar de Pablo Iglesias no hace
más que insistir en lo que aleja en lugar de en lo que aproxima. Por supuesto
que no es obligación de Jordi Évole ni de ningún periodista favorecer el
acercamiento entre formaciones políticas pero no sé en qué medida es
interesante desde un punto de vista periodístico incidir obsesivamente en lo
que divide imputándoselo, además, a relaciones personales acerca de cuya
situación actual, pasada y futura Évole insistió mucho en preguntar. ¿Es
relevante cómo de amigos fueron, son y serán Pablo Iglesias y Yolanda Díaz? ¿Lo
es en este momento? ¿Crear incomodidad haciendo preguntas que rozan cuando no
entran de lleno en el ámbito de lo personal, de lo íntimo, arroja algún tipo de
luz informativa sobre Sumar o sobre la situación del espacio de la izquierda en
la circunstancia actual?
Como insistió
también en conocer cuál era el parecer de Díaz, su juicio personal, sobre Pedro
Sánchez o Pablo Iglesias como "machos alfa" al pedirle una valoración
sobre cuál de los dos era "más killer". Con esas preguntas la
entrevista se tornó enojosa. Díaz logró insinuar (yo hubiera querido que a este
respecto contestara categórica) que tanto Sánchez como Iglesias son señores que
hacen política en instituciones insertas en una sociedad patriarcal, por lo que
particularizar y evaluar el machismo de Iglesias y de Sánchez no venía al caso.
Pedirle a la candidata tal cosa me pareció algo entre ingenuo y perverso que la
obligó a ella, una vez más, a presentarse como "la mujer" dialogante,
sonriente, afable y afectuosa cuya imagen el mismo Évole buscaba revertir
mediante una entrevista que calificaré de "voladura controlada", por
el efecto que tuvo en el estado de ánimo de la entrevistada y el sabor de boca
que dejó en una espectadora como yo, que hubiera querido escuchar a Yolanda
Díaz hablar pausadamente de qué es y qué cree que puede llegar a ser Sumar en
el espacio político de la izquierda.
El jarrón chino
observaba la escena desde la esquina impertérrito mientras su presencia lanzaba
un mensaje que incluso personas críticas con el papel que Pablo Iglesias viene
jugando en Podemos y en el debate público encontramos un tanto irritante. Bajo
mi punto de vista Iglesias es hoy, como ha dicho Antonio Maestre en un
excelente artículo publicado hace unos días, un "elemento
distorsionador", pero no creo que sea un jarrón chino. Es una adjetivación
injusta, me parece, que plantea un cierre de trayectoria indigno para un
político que tiene mucha vida política fuera de instituciones y organizaciones
partidistas por delante. En mi opinión Iglesias no debe "irse" de la
política, sino reorientar una actitud crecientemente irresponsable, por
doliente y maximalista. "Dejar hacer" no es lo mismo que "no
estar". Iglesias tiene todo el derecho a estar en política y debería ser
más receptivo con quienes le pedimos que deje hacer. Presumo que esto es algo
que está a su alcance.
Yo no sé cómo
pueden acordar Podemos y Sumar una unidad que ya damos por perdida pero que
hubiera sido muy necesaria en el conjunto del Estado y en unos territorios más
que en otros. Podemos y Sumar son dos proyectos diferentes con posibilidad de
concurrir en un frente unido; posibilidad que se aleja cuando lo que se busca
es el tensionamiento, una vez más, descendiendo al terreno de las enemistades
políticas y de eso que llaman "pasiones tristes". Algo que sucedió
con insistencia cansina en la entrevista de Évole.
En cuanto al
discurso político de Yolanda Díaz -que hubiéramos querido que estuviera en el
centro de la entrevista- quien en un momento se definió como "una mujer de
izquierdas" en otro, con relación al asunto concreto del SMI, lo calificó
de medida trasversal, deslizando algo así como una crítica a lo que llamó
"fetichismo" ideológico. El equipo de Yolanda Díaz haría bien en
preguntarse si la trasversalidad no es fetichismo y por qué razón no se puede
defender como un logro de la izquierda introducir en el debate público y en la
legislación medidas políticas encaminadas a paliar las desigualdades sociales y
a garantizar una mejora en las condiciones de vida de las mayorías sociales. El
orgullo del que Yolanda Díaz hace gala cuando habla de su legado
afectivo/político comunista y sindicalista colisiona con declaraciones como
esa, que desdibujan el perfil de un proyecto al que con bastante razón se acusa
de imprecisión.
En esa misma línea
desorienta, por decirlo de algún modo, que en Sumar quepa todo el mundo sin que
sepamos todavía muy bien cómo podría este proyecto aproximarse al horizonte
socialdemócrata al que suponemos que aspira. ¿Acaso Sumar va a convertirse en
receptor de descontentos de Podemos y el PSOE, en cobijo de huidos, en vez de
instrumento para la ejecución de un proyecto socialdemócrata y de defensa de
los derechos humanos y la sostenibilidad ambiental hacia el que quienes lo
integren deben sentir una adhesión inquebrantable? Porque ese riesgo existe -el
de la imprecisión ideológico/programática y el de la agregación de descontentos
cuyo único denominador común es serlo- o lo parece cuando se escucha hablar a
Yolanda Díaz aunque, ciertamente, se la oyó bajito incluso cuando estaba
enfadada porque primó el barullo y la estridencia de la "voladura
controlada" de Évole. Una pena.
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