EL COMPLOT CONTRA EL
FÚTBOL FEMENINO
MARK CRITCHLEY
(JACOBIN)
El equipo Blyth Spartan Ladies F.C, posando junto a
algunos s
impatizantes durante la
temporada 1917-18
En mayo de 1921, las esposas de los mineros de Platt Bridge, en Wigan, Inglaterra, organizaron un partido de fútbol contra el pueblo vecino de Abram. El resultado final fue de 4-1 a favor de Platt Bridge, que “rápidamente se puso por delante en el marcador y lo mantuvo hasta el final”, según la crónica del partido publicada por el Wigan Observer. Fue un partido entre dos equipos improvisados en el barro y la ciénaga del campo de un granjero, muy lejos de la victoria de Inglaterra contra Alemania en la final de la Eurocopa femenina poco más de un siglo después. Y, sin embargo, asistieron unas 7.000 personas, que pagaron medio chelín cada una por el privilegio, lo que supuso una recaudación de unas 500 libras en dinero actual.
Este fue uno de los primeros encuentros de lo que se
conocería como “partidos de la sopa”, jugados y organizados por mujeres de la
clase obrera durante el cierre patronal de los mineros de 1921, y a menudo
presenciados por una multitud de miles de personas. En una época de penurias
desesperadas, cuando los hombres estaban en huelga en medio de una disputa salarial
con los propietarios de las minas locales, las mujeres jugaban al fútbol para
recaudar dinero y pagar los comedores de beneficencia que alimentaban a sus
familias. Dos semanas antes del primer partido de Platt Bridge contra Abram,
hubo que proporcionar un millón y medio de comidas a 182.000 niños de los
distritos mineros de todo el país para garantizar que no pasaran hambre.
Los “partidos de la sopa” proporcionaron un alivio muy
necesario a quienes luchaban en aquel momento en esa parte de Lancashire,
mientras que encuentros similares también fueron organizados y jugados por
mujeres en el noreste de Inglaterra. Se inspiraron en el fútbol femenino más
organizado, que había crecido rápidamente por medio de equipos de la clase
trabajadora durante la Primera Guerra Mundial y después de ella. La solidaridad
y la compasión con los necesitados eran principios fundamentales de este nuevo
y floreciente deporte, cuyos beneficios se donaban a causas benéficas.
Las mujeres jugaban al fútbol para recaudar dinero y
pagar los comedores de beneficencia
Sin embargo, el mismo año en que se disputaron los
primeros “partidos de la sopa”, el fútbol femenino quedó prohibido. Y así
seguiría durante los 50 años siguientes. Para entender por qué, es necesario
rastrear el crecimiento de la popularidad de este deporte, hasta el punto de
que llegó a considerarse un rival creíble –y quizás incluso una amenaza– para
su equivalente masculino.
Fútbol de fábrica
Aunque su historia se remonta a finales del siglo XIX
en Gran Bretaña, el fútbol femenino solo empezó a captar la atención del
público durante la guerra. En una época en la que los roles tradicionales de
género se desmoronaban rápidamente (aunque de forma temporal), las mujeres de
clase trabajadora no solo sustituían a los hombres en el lugar de trabajo, sino
también en sus actividades de ocio fuera de él. Muchas de las que entraron en
las fábricas de municiones en tiempos de guerra empezaron a participar en las
actividades recreativas para trabajadores organizadas por la empresa, de las
que antes se habían beneficiado los hombres y de las que las mujeres habían
sido excluidas de facto.
El fútbol era la más popular, por las mismas razones
que lo era entre los hombres: era barato y sencillo de jugar, con un bajo
umbral de exigencia inicial. Se organizaron equipos femeninos en todos los
rincones del país, desde Glasgow y Bath hasta Swansea y Blackpool, e incluso
surgió uno en la National Projectile Factory de Hackney Marshes, hogar
espiritual del fútbol aficionado. Muchos de estos equipos surgieron de la
industria de municiones en tiempos de guerra, pero las mujeres que trabajaban
en el comercio minorista, la fabricación de alimentos y la ingeniería ligera
también se reunieron para jugar. Se calcula que el año de la prohibición ya había
150 equipos femeninos.
Se calcula que el año de la prohibición ya había 150
equipos femeninos
El más famoso, con diferencia, era el Dick Kerr’s
Ladies, con sede en Preston. El Dick Kerr’s se formó después de que las mujeres
que trabajaban en la fábrica se burlaran de las aprendices por sus actuaciones
en el campo de fútbol y las desafiaran a jugar. Su primer partido oficial tuvo
lugar dos meses después, el día de Navidad de 1917, ante 10.000 espectadores en
Deepdale. Dick Kerr’s se impuso por 4-0 a Coulthard’s Ladies. La trabajadora de
la fábrica Grace Sibbert, cuyo marido estaba luchando en Francia, desempeñó un
papel decisivo en la organización del partido, y la recaudación de 488 libras
–unas 15.000 libras en dinero de hoy– se donó a un hospital local que trataba a
soldados heridos.
Dick Kerr’s no solo se convirtió en el mejor y más
conocido equipo femenino, llegando incluso a representar a Inglaterra en
partidos internacionales no oficiales, sino que también fue celebrado por esta
recaudación de fondos. La Football Association y la Football League habían sido
muy criticadas por decidir no suspender el fútbol profesional masculino al
estallar la guerra, pero un próspero fútbol femenino que se enorgullecía de su
contribución al esfuerzo bélico demostró que el fútbol tenía un papel positivo
que desempeñar, y esto continuó en los años posteriores al enfrentamiento
bélico. Solo en 1921 el Dick Kerr’s jugó 67 partidos benéficos, recaudando el
equivalente a 2,7 millones de libras esterlinas de hoy en día.
La historia de Dick Kerr’s dista mucho de ser la
típica de todos los equipos de mujeres trabajadoras. Ninguno viajaba tanto;
pocos salían siquiera de su área local y algunos se quedaban en los terrenos de
sus propias fábricas, participando únicamente en partidos interdepartamentales.
Sin embargo, la conciencia social demostrada por Dick Kerr y otros equipos
femeninos tuvo una influencia más amplia en las comunidades obreras, sobre todo
cuando comenzó el cierre patronal de los mineros en 1921. Una semana después
del “partido de la sopa” de Platt Bridge y Abram, el Plank Lane Ladies de
Bickershaw, en Leigh, jugó un partido de mujeres casadas contra mujeres
solteras, al que asistieron unos 2.000 espectadores.
Con el apoyo de los movimientos obreros locales, se
celebraron más partidos en Pemberton, Ince y Hindley, que atrajeron a más
público, y el dinero recaudado se donó a comedores sociales y fondos de ayuda.
El “fútbol de la sopa” no era ni mucho menos tan formal u organizado como los
partidos de Dick Kerr, y los informes de los periódicos locales sugieren que a
menudo no había una única equipación uniforme, sino que las mujeres llevaban
“camisetas de varios colores y diseños”. Sin embargo, por muy improvisados que
fueran estos encuentros, miles de personas se reunían para ver jugar al fútbol
a las mujeres de las comunidades mineras, que a su vez se habían inspirado en
las mujeres de clase obrera que trabajaban en la industria.
La barrera de género
Sin embargo, antes de que acabara el año, la FA
cortaría de raíz el fútbol femenino. El organismo rector del fútbol inglés
declaró, tras una reunión de su consejo –compuesto exclusivamente por hombres–,
que el deporte era “bastante inadecuado para las mujeres” y que no debía
fomentarse. “El consejo solicita a los clubes pertenecientes a la Asociación
que se nieguen a utilizar sus campos para este tipo de partidos”, rezaba la
declaración. No se trataba de una prohibición absoluta (que habría sido
imposible de aplicar), sino que impedía que las mujeres jugaran en campos más grandes
y construidos a tal efecto, lo que obligaba a practicar este deporte en parques
públicos y de forma indefinida.
El razonamiento oficial fue doble: en primer lugar,
por “razones médicas”, que el juego podría ser físicamente perjudicial para las
mujeres; en segundo lugar, debido a las quejas sobre “la apropiación de los
ingresos” del fútbol femenino. Ninguna de las dos alegaciones resistía un
examen riguroso. La primera se apoyaba en la charlatanería, al punto que un
médico llegó a afirmar que dar patadas a un balón es “un movimiento demasiado
brusco para las mujeres”. La segunda se refería en particular a Dick Kerr’s y
al pago totalmente justificado de los gastos a las jugadoras. El Dick Kerr’s se
comprometió a seguir adelante aunque tuviera que jugar en campos arados, y así
lo hizo, hasta que se disolvió en 1965.
¿Qué motivó realmente la decisión de la FA? Por un
lado, el deseo de defender la imagen popular del fútbol como un juego de
hombres y un pasatiempo masculino. A medida que la sociedad británica intentaba
volver a las formas sociales y a los roles de género de antes de la guerra, las
mujeres eran expulsadas de los espacios que tradicionalmente habían sido
dominados por los hombres. El fútbol no fue una excepción en ese sentido.
Sin embargo, muchos sostienen que también había un
elemento de clase en juego. A medida que pasaban los años desde el final de la
guerra, los destinatarios de la recaudación de fondos a través del fútbol
femenino se volvieron, por naturaleza, menos explícitamente patrióticos y más
políticos. El dinero no solo se donaba a causas relacionadas con el esfuerzo
bélico, sino también para los pobres y los desempleados. Como escribe Barbara
Jacobs en su historia de Dick Kerr’s, el fútbol femenino empezaba a
considerarse un “deporte políticamente peligroso para quienes consideraban
enemigos a los sindicatos”.
Desalentar el fútbol femenino fue un baluarte contra
la solidaridad más amplia de las mujeres de la clase obrera
“El contexto político de los partidos de la sopa, con
grandes grupos de hombres y mujeres potencialmente revolucionarios reunidos, se
habría considerado muy peligroso dado el temor al marxismo y al nuevo poder
político de las mujeres”, escribe la profesora Alethea Melling, cuya
investigación sacó a la luz la historia de aquellos encuentros de 1921.
Desalentar el fútbol femenino y cortar de raíz su popularidad fue un pequeño
pero significativo baluarte contra la solidaridad más amplia de las mujeres de
la clase obrera, tres años después de que obtuvieran el voto pero siete antes
del sufragio femenino universal.
Deterioro dirigido
Si ese era uno de los objetivos de la prohibición, hay
que reconocerle un desafortunado éxito. En la época de la Huelga General de
1926, cinco años después del cierre patronal de los mineros y de la declaración
de la FA, apenas hay pruebas de que las comunidades obreras jugaran al fútbol
femenino como medio de solidaridad. Curiosamente, la investigación de Melling
sugiere que la policía sustituyó efectivamente el papel de las mujeres en partidos
similares para recaudar fondos, jugando contra trabajadores en huelga en Wigan
y Leigh, así como en otras partes del país. Sin embargo, estos partidos no
lograron atraer a las mismas multitudes que los “partidos de la sopa”.
Jane Oakley, una de las mujeres que jugó en los
“partidos de la sopa”, lamentó más tarde que se perdiera el impulso del fútbol
femenino en la época del cierre patronal de los mineros. “Me encantaba patear
el balón”, dijo a Melling.
Con la prohibición de 1921, un deporte que podría
haber prosperado se marchitó. La FA la levantó en 1971, pero la asistencia de
decenas de miles de espectadores no se repetiría con seguridad ni regularidad
en el fútbol inglés hasta nuestros días, y posiblemente solo hasta la Eurocopa
de este verano. El promedio de asistencia a la Superliga Femenina sigue
rondando los 2.200 espectadores, una cifra significativamente inferior a la del
Platt Bridge contra Abram. El fútbol femenino apenas está empezando a ganarse
el reconocimiento que se merece desde hace tiempo, liderado por un organismo
rector mucho más proactivo y progresista que reconoce que queda mucho trabajo
por hacer.
En ese sentido, apenas estamos empezando a ponernos al
nivel de las mujeres de Dick Kerr’s, Platt Bridge, Plank Lane Ladies y muchas
otras hace un siglo. Su historia nos recuerda un hecho que ellas conocían bien,
pero que fue ignorado durante 50 años o más: que el deporte de la clase obrera
es y siempre ha sido también el de la mujer trabajadora.
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