EL FÚTBOL, ESA PASIÓN INÚTIL
DAVID TORRES
Imagen del video de Real
Madrid TV difundido por la
cuenta de Twitter del Real
Madrid
Decía Sartre que el hombre es una pasión inútil, sentencia que se circunscribe al género masculino no ya porque las mujeres tengan más sentido práctico (más cabeza también) sino porque probablemente se estaba refiriendo al fútbol, un deporte sobre el que escribió quizá más de lo que debiera. Muchos de los filósofos franceses se pirraban por el fútbol, una pasión inútil que no comparto desde que en mi infancia, al ir eligiendo equipo, los capitanes de mi barrio me relegaban al montón de los gordos y tullidos, dejándome en el puesto de portero o, en su defecto, en el de poste. Una vez, en una improvisada reunión de escritores, un novelista me dijo que él era un tipo raro, porque lo que más le gustaba en el mundo era el fútbol y, más que el fútbol, el Real Madrid, una unidad de destino en lo universal que ya no podía gustarle más. Le respondí que compartía la afición con varios millones de aficionados de todo el planeta, que el tipo verdaderamente raro era yo, porque lo que de verdad me volvía loco era la literatura mientras que el fútbol me importaba tres cojones, no digamos ya el Real Madrid.
Con todo, Sartre
comprendió que el fútbol va mucho más allá de un simple espectáculo deportivo y
señaló que durante un partido se produce una especie de unidad metafísica entre
jugadores, directivos e hinchas, un colectivo de intereses trenzado por
colores, cánticos y bufandas que impresiona bastante y a veces también da mucho
miedo. A esto Sartre lo llamaba el "nosotros", lo cual estaría muy
bien si no fuese porque al otro lado del campo y en otra zona del estadio suele
germinar otro "nosotros" más o menos igual de ruidoso y molesto.
"En el fútbol todo se complica por la presencia del equipo contrario"
añadía Sartre, a quien no se le escapaba una.
Es lógico que este
batiburrillo de colores, cánticos, bufandas y pasiones inútiles fascinara a los
filósofos franceses, puesto que la esencia del fútbol consiste en un equilibrio
de contrarios, una dialéctica irracional que Eduardo Mendoza plasmó en un
capítulo de una de sus novelas, cuando un personaje llega a un pueblo
completamente desierto a las seis de la tarde, entra en un bar y ve a docenas de
forofos agolpados frente a un televisor, atentos a las evoluciones de un
partido de fútbol. "¿Quién juega?" pregunta el despistado, y le
responde un coro griego: "¡España contra unos cabrones!" A nadie se
le escapa que el Real Madrid y el Barcelona se necesitan uno a otro como
Aquiles a Héctor, Aníbal a Escipión y Napoléon a Wellington.
Ya advertí de
antemano que no sé nada de fútbol, lo que probablemente me incapacita para
comprender cómo es que el Barca tuvo en nómina durante 17 años a uno de los
vicepresidentes de la Comisión Técnica de Árbitros, José María Enríquez
Negreira, un tipo que recibió un total de siete millones de euros de la entidad
azulgrana, con el fin, según él, de asegurar arbitrajes neutrales que no
perjudicasen al Barca en el terreno de juego. Puesto que Hacienda no encontró
pruebas de que estos desembolsos millonarios influyeran realmente en los
resultados de las diversas competiciones, habrá que entender que Negreira fue
un fichaje fallido, algo así como uno de esos delanteros estrellas que recalan
de vez en cuando en el Barca o en el Madrid y cuyo desempeño sobre el césped
resulta más o menos similar a plantar en el área contraria una barbacoa.
Laporta explicó en
una rueda de prensa hace unos días que el Barca jamás ha comprado árbitros,
aunque no acabó de aclarar si le habían pagado a Negreira siete millones por
amistad, por trabajos de asesoramiento sobre silbatos o simplemente por guapo.
Desvió la atención mezclando el fútbol con la política y acusando al Real
Madrid de ser el equipo del régimen, sin especificar si estaba hablando del
régimen de Franco o del régimen del 78, con lo que pocas horas después el club
blanco contraatacó con un video que relataba las relaciones sospechosas del
Barca con el dictador y enarbolando el pasado republicano del madridismo con
tanto ahínco que daba la impresión de que durante cuatro décadas el Bernabéu
había sido un refugio del maquis. Al terminar el video, la verdad es que daban
ganas de proclamar la Tercera República, nombrar a Florentino presidente
vitalicio y trasladar a su palco el Congreso de los Diputados.
La movida ha
llegado a tal punto que la Generalitat ha exigido a la entidad blanca la
retirada del video por indecente, y hasta Puigdemont ha metido baza para
comparar la cruzada mediática contra el Barca con la persecución sufrida por
los líderes independentistas catalanes. Estamos a dos pasos de repetir una
Guerra del Fútbol como la que enfrentó a El Salvador y Honduras por un partido
de clasificación para el Mundial de 1970, una contienda con tanques y aviones
que duró cuatro días y se saldó con varios centenares de muertos. O bien a una
reedición del momento más crítico del procés, cuando Puigdemont proclamó la
independencia de Catalunya y la suspendió a los ocho segundos: una jugada que todavía
están analizando en el VAR a cámara lenta. Ya advertía Sartre que el equipo
contrario siempre complica las cosas mientras que Gila propuso la innovación de
que todos los partidos terminaran en empate a cero, para no humillar a los
porteros y, sobre todo, a las madres de los porteros. Pero eso le quitaría toda
la gracia al juego, con lo que nos estamos riendo, por no hablar de los
entramados metafísicos, las bufandas, los cánticos y las pasiones inútiles que
rodean al juego. Por algo el fútbol es el deporte rey, incluso más rey que
deporte, no sé si me explico.
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