EL CAPITALISMO, ESE
TRITURADOR DE VIDAS
Señalar y
acusar al capitalismo es la forma más integrada de plantear cuestiones
ambientales, políticas, económicas y de sociabilidad entre los seres
humanos; considerar sólo análisis parciales, pocos ángulos de análisis del
capitalismo, esto corresponde a la(s) forma(s) de los pactos con él, con su
desempeño o, de mínima a un alto grado de miopía.
El capitalismo es una estructura económica y social, compuesta, integral, invasiva y jerárquica. En este contexto, no habrá solución para la realización de las cinco necesidades sociales esenciales descritas por Spinoza: paz, alimentación, vivienda, salud y educación. A estos cinco solemos agregar otros dos, más genéricos: las necesidades típicamente humanas de amar y ser amado.
Se vislumbra el
agotamiento de las capacidades del planeta para alimentar dignamente a 8000
millones de personas, sin olvidar que la necesaria armonía de la relación entre
los humanos y el planeta está lejana; por otra parte, no nos parece
central ni interesante el envío al espacio y, en particular, a la Luna, de los
artefactos y escombros arrojados allí por la competencia entre las naciones más
ricas.
Más importante
y peligrosa es la salpicadura del planeta con bases militares, flotillas de
buques de guerra y conflictos, cuyo desenlace podría ser desastroso para la
continuidad de la especie humana.
La racionalidad
del sistema capitalista generalmente incorpora la infraestructura productiva
(en forma de uso de bienes y servicios), con enormes efectos sobre el medio
natural y, generando una competencia constante y multifacética entre los
estratos poseedores, cuya ideología contagia al resto del la población, a la
humanidad.
Estar en medio
de enormes colas de autos, en hora punta, impermeabilizar el suelo con brea o,
lidiar con el brutal impacto del tráfico aéreo, no es ni inteligente ni
saludable; pero incorpora rentas de actividades típicamente inútiles o
nocivas, reflejadas en el PIB “consagrado”.
El sistema
financiero disfruta de algo muy especial, que es la producción infinita de
“riqueza”; y esta infinidad lo coloca cada vez más en una situación de
presión sobre los bienes naturales o transformados, sobre el capitalista común,
más allá del rebaño humano, segmentado y marcado por inmensas
desigualdades. Sobre todo, los derivados de sesgos nacionalistas o
patrióticos.
Las pirámides
de Ponzi son los instrumentos para la creación infinita del dinero, su
aplicación en la explotación de los recursos de la Tierra, generando una cadena
entre la infraestructura, por naturaleza finita, y la presión financiera
tendiendo a ser infinita.
La macrogestión
de este sistema global le corresponde al sistema financiero que tiene como
instrumento de gestión política de la Humanidad a las clases políticas,
claramente situadas por encima de los pueblos, globalmente jerarquizadas o, en
el ámbito de las plutocracias nacionales. Estas jerarquías replican las cortes
y señores del mundo euroasiático de antaño pero con un grado mucho mayor de
integración en los sistemas político y financiero.
Formalmente,
hay que contar con los cráneos empobrecidos de bidens y vonleydens; y,
sobre todo, con las capacidades de mandarines ilustrados como Putin o Xi, como
gestores de clases políticas nacionales, insertos en jerarquías flexibles, en
cada momento y, en las dificultades de explorar y mantener el (des)orden
social, económico y social ambiental.
Un caos
manejado por la des(articulación) entre lo social, lo económico, las disputas
entre grupos económicos/financieros o políticos; de este caos, traducido
en la racionalidad proveniente de las élites de Davos, así como de los
ejecutores de las clases políticas que allí se postran, lo que queda es la
desorganización de los pueblos, más capaces de generar antagonismos entre ellos
que de enfrentarse a los enemigos polifacéticos.
Los juegos de
participación en eventos dirigidos a la clase política y empresarial no son más
que formas de convencer y enmarcar a la plebe, en la aceptación de que los
gobiernos enfrentarán y resolverán los evidentes y crecientes desmanes sociales
y ambientales; con más o menos elecciones, con clases políticas más o
menos ineptas y corruptas que muchas veces etiquetan a sus miembros como
gerentes o empresarios.
Las clases
políticas, entrelazadas con el poder financiero dominante, manejan las
estructuras políticas (partidos, sindicatos, empresas públicas, en particular);
así como las estructuras mediáticas, dominadas por grupos empresariales que
organizan los flujos de “información”, volcada en todo momento sobre la masa de
los desposeídos del poder.
Se pretende que
estos desposeídos/as -sobre todo asalariados/as, precarios/as, deudores/as-
asuman y se dignifiquen en el ejercicio de cualquier trabajo de mierda, para
usar las palabras de David Graeber. Esta masa de desposeídos, en gran parte,
está compuesta por electores de rutina en las vernissages electorales,
mientras no sean inhabilitados como pensionistas o desempleados sin futuro, con
derecho a la limosna; aunque para esto último, en la actualidad, se utiliza la
denominación de subsidio.
El agotamiento
de los suelos agrícolas, cargados de productos químicos o deteriorados por la
presencia de animales de faena, es generado por el productivismo propio del
capitalismo, por la presión del “mercado”. Y sin embargo, por presión humana,
durante décadas, creando y reproduciendo la “modernidad”, en la loca forma de
situaciones propias de las conurbaciones urbanas, llenas de suelos impermeables
al alquitrán, por la presión inmobiliaria o, por la densificación de las vías
de circulación y aparcamientos. .
La laxitud
política del ambientalismo se desliza, por regla general, hacia una inserción
en las estructuras de poder político y económico; y menos, por una organización
autónoma y contestación radical al modelo extractivista, depredador,
economicista, oligárquico y represivo. El llamado ecosocialismo, en todo caso,
será una farsa, digna de tolerancia o aplausos del poder político y económico.
La guerra de Ucrania es un ejemplo notorio de la incapacidad del ambientalismo
tradicional y del compromiso de las clases políticas con las estructuras más
altas del capitalismo; aun cuando la primera se disfraza de democracia edulcorada,
con elecciones, partidos y… corrupción, obviamente.
La idea de
crecimiento infinito del PIB encarna el esfuerzo por continuar este camino
insano de inserción imposible en la producción de bienes y servicios, más o
menos ligados a las necesidades humanas y al empresariado común. Este
crecimiento infinito se ve amplificado por el desempeño del sistema financiero
que absorbe capital estatal, trabajadores y empresas, garantizando su
disponibilidad futura. Sin embargo, como estos fondos se colocarán, en gran
parte, en el “mercado”, solo una pequeña parte estará disponible en el banco de
origen, suponiendo, a la ligera, que todo pueda devolverse a los depositantes
originales, lo que obviamente es imposible siempre que hay desconfianza en el
“mercado” financiero, con la cadena de bancos[1] involucrada, teniendo
dificultades para devolver el dinero depositado.
La farsa de los
modelos electorales basados en oligarquías partidistas excluye en realidad
hipótesis de una real intervención y decisión del pueblo en general, porque en
ese modelo intervienen las bandas partidarias que organizan situaciones
institucionales[2], haciéndose superiores, con miras a acceder a lo real. poder
de decisión y, en particular, en cuanto al acceso al “bote“.
Estas
oligarquías son insaciables. Son los cuidadores de la explotación del trabajo
por parte de unos, demostrando que el salario es una aberración que sólo los
cambios copernicanos pueden obviar; para ello, es necesario deshacer estas
oligarquías, su imposición de la lógica de la ganancia y la apropiación
privada, cuya existencia es una puerta abierta de par en par a la perenneidad
de las desigualdades, a su constante rejerarquización, a la preponderancia de
lo privado, con desacato a la salvaguarda de los bienes puestos a disposición
por la naturaleza. La destrucción, los desplazamientos masivos de seres
humanos, la guerra, son parte de la rutina diseñada por los poderes fácticos.
El capitalismo
desarrolla técnicas sofisticadas para la producción de bienes o servicios, pero
considera los recursos existentes en el planeta como algo infinito y
eternamente cambiante, como si fueran marcas indelebles de su existencia; así
como hace del propio planeta un artefacto generado por un arquitecto contratado
por el capitalismo para diseñar todos los cambios que aumentan el crecimiento
del PIB.
El
decrecimiento supone un llamamiento a la renuncia o a la reducción del consumo,
cuya configuración es esencialmente demente; pasa por una adaptación, una
integración a la lógica del capitalismo y no una forma efectiva de hostigarlo.
En 110 países la gente vive con menos de $10 000 al año y solo 28 tienen un
ingreso de más de $40 000. La gran mayoría de los seres humanos tienen enormes
necesidades en cuanto a alimentación, salud, vivienda, acceso a la educación,
tranquilidad; en este contexto, proponer una renuncia o reducción, en el ámbito
de esas necesidades humanas, implica considerar un plan generativo, de
apropiación y redistribución de bienes, totalmente ajeno a la lógica propia del
capitalismo. Esto sólo se puede compaginar en una postura clara y
decididamente anticapitalista y, jamás en el seno de posturas complacientes con
el capitalismo y la “democracia de mercado” como se verificó, hace pocos años
en Glasgow.
Ligado al sacrosanto crecimiento
está la producción de armamento y la existencia misma de fuerzas armadas que
oscilan, dentro de su inutilidad social, en la aplicación en intervenciones
musculares, destructivas, como en la guerra y campañas militares en general. En
este contexto, el desafío al modelo global de capitalismo debe enmarcar el
rechazo al militarismo, la extinción de las fuerzas armadas y la producción de
material bélico… tema en el que las clases políticas no se atreven.
Por el
contrario, en el desarrollo del colapso fascista de Ucrania, la OTAN se
expandió, dejando en Europa, fuera de la sombra de su sombra, Austria, Irlanda,
Suiza y los microestados europeos (Andorra, Liechtenstein, S. . Marino y
Mónaco)… sin olvidar el Vaticano cuya desastrosa actuación fue evidente en
tiempos del Papa Wojtyla.
A raíz de lo
anterior, ¿es necesaria, compatible y democrática la vida de los pueblos con
oligarquías y clases políticas, ávidas de prebendas, corruptas y protegidas por
cohortes policiales y militares? ¿Se puede decir lo mismo de una redistribución
de la renta y del poder que beneficie a unos pocos ricos, que se sentirán
elevados a situaciones de poder sobre el resto de la población?
En el ámbito
del contenido de la producción social de bienes y servicios, ¿tiene sentido la
inherente segmentación de ingresos y niveles de poder, liderados o articulados
por un poder político, ávido de apropiación y regresivo de distribución del
ingreso?
No existe un
plan racional, global o regional, para la distribución de los recursos y sus
frutos por la masa humana; también apunta a un funcionamiento del mercado que,
por regla general, segmenta y jerarquiza a los seres humanos, en función del
poder económico de las organizaciones oligárquicas como los Estados y las
empresas, especialmente las de gran poder, como las multinacionales.
¿Qué
actividades incorporarán, en el futuro, al bienestar de la masa humana?
Volvemos al principio de Spinoza; para eso, es imperativo acabar con el
armamento y todas las demás falencias, como la privatización de la salud, la
educación, la vivienda, creando un ambiente para compartir lo común y, sin el
autoritarismo proveniente de las clases políticas, que tienden a ser
excluyentes. y corrupto
El capitalismo,
articulando la producción y las relaciones entre los humanos y el planeta,
desperdicia las capacidades creativas de millones de personas; mientras los
condiciona y los esclaviza. El transporte y la distribución en el capitalismo
promueven inmensos costos en términos logísticos, burocráticos, además del
ambiente competitivo que pone a los seres humanos en competencia unos contra
otros. El productivismo no apunta a soluciones a las necesidades humanas; es
sólo un conjunto de acciones encaminadas a apropiarse, por una minoría, de los
bienes, servicios y prebendas producidos por una gran mayoría, desvinculada de
los objetivos de la propia producción de bienes y servicios. ¿No deberían
eliminarse las desigualdades existentes para la construcción de un sistema de
redistribución equitativa?
Los elementos
de derroche por parte de los trabajadores y trabajadoras son inducidos por la
irracionalidad del sistema; debido a la ligereza de la absorción de
mentalidades consumistas, de donde salieron las prácticas para el
enriquecimiento de los capitalistas, con el consiguiente aumento del PIB.
Asimismo, se descuidan los impactos ambientales y sociales generados por la
acción negligente del capital, que desprecia los elementos que van más allá de
los límites absolutos del propio planeta.
La guerra en
Ucrania es el lugar donde, hoy en día, se están produciendo paulatinamente más
desastres humanos, sociales, ambientales; y, donde es visible la ligereza de
los occidentales de usar uranio empobrecido con más del 90% de isótopos de
uranio-238 y menos del 1% de uranio-235. Este uso estadounidense de uranio en
Irak hace veinte años llevó al uso de 300 toneladas de uranio empobrecido,
según estimaciones de la ONU. La vieja y ridícula monarquía inglesa, desde el
fondo de su decadencia, de su subordinación a los EE.UU., decidió enviar a
Ucrania, municiones hechas con uranio empobrecido y, una vez más, puso en la
agenda, un viejo problema -vulgarizar o no-. material radiactivo, aunque
contamine a muchos seres humanos.
En el ámbito de
la ligereza de la forma en que las clases políticas manejan las sociedades, se
destaca EE.UU., con pretensiones al podio de las naciones, con la adopción de
prácticas que pretenden insertar, en el ámbito de la subalternidad, a todos los
demás pueblos, cuando sea necesario o conveniente.
Como el planeta
es limitado, es fundamental considerar sus espacios y recursos en términos de
espacio y uso de los elementos contenidos en él. Es una obviedad y una locura
admitir que es posible que el ser humano supere las limitaciones del planeta,
evitando, al mismo tiempo, un colapso ecológico. La degradación de la
naturaleza, el exterminio de las especies vivas, animales o vegetales
constituye una amenaza para la humanidad.
La demanda de
litio, por ejemplo, implica costos crecientes y una competencia feroz entre las
principales potencias; todo ello para alimentar un aparcamiento
desproporcionado, objeto de la tremenda lucha en la que se pretende involucrar
a gran parte de la Humanidad; y cuyos efectos implican la atracción de ricos y
pobres. ¿Son los costos ambientales, debidamente calculados, superiores a las
ganancias de la producción de automóviles? ¿Qué pasa con el consumo de
combustible, el tiempo perdido en interminables colas de vehículos? ¿Y la
existencia de enormes áreas urbanas donde se aglomeran millones de personas?
Estos daños, debidamente calculados, son ciertamente mayores que las ganancias
de sus beneficiarios quienes, sin embargo, buscarán gravar a los municipios, en
una escalada sin verdaderas formas de resolución.
Las tasas
crecientes de contaminación y degradación ambiental ocurren porque los
capitalistas y sus gobiernos buscan ganancias a expensas del medio ambiente; y
no por el uso de tecnologías libres de daño ambiental y humano. Por regla
general, los recursos y medios de producción están destinados a la acumulación
de capital; todo lo demás es superfluo, en la lógica de los capitalistas.
La
contradicción entre el ser humano y la naturaleza, que hoy se revela dentro del
capitalismo dominante, sólo puede ser abolida teniendo en cuenta que la
estructura productiva debe basarse en los cinco principios señalados por
Spinoza; y no en la producción de armas, lujos y superficialidades que tanto
atraen a los ricos y a los idiotas.
Cualquier
salida a la situación actual, desde el punto de vista político, económico,
social y cultural, para evitar un desastre global, será a través de un plan
amplio y detallado, basado en la propiedad común de los recursos, en
tecnologías aceptables que sustituyan a las modelo de lucro, de apropiación
privada de los recursos del planeta, de egoísmo nacionalista, propio de la
ideología inmanente al llamado mercado capitalista.
Hablar de
planificación en un contexto capitalista es un error. Los capitalistas se
constituyen en competencia entre sí, en una lógica de maximizar los resultados que
cada uno persigue; actúan como agentes redistribuidores de salarios limitados y
precariedad laboral; y, como manipuladores de los ingresos estatales para
apoyar a la comunidad empresarial de más alto perfil.
A la clase
política le corresponde el manejo y manipulación del aparato estatal, la
selección y jerarquización dentro del mandarinato político, la expedición de
leyes y reglamentos, la recaudación y distribución de la carga tributaria. Para
la multitud de trabajadores asalariados, pobres, desempleados, precarios,
quedan dos opciones esenciales, salidas de la clase política. Uno es la
continuidad sumisa del statu quo, definido por las estructuras del capitalismo
y lo que podemos llamar “democracia de mercado”, con partidos políticos,
conservadores, integrados al modelo político vigente y sindicatos amorfos. La
segunda tiende a anclarse en una plácida aceptación de las estructuras
fascistas -políticas o gremiales- de una incorporación total de estas
estructuras en el aparato estatal; un caso bien conocido fue el vivido durante
el régimen fascista en Portugal (finalizando en 1974).
La supresión
del capitalismo incluye la planificación en una sociedad no capitalista que
evite las consecuencias catastróficas del cambio climático y otros excesos
promovidos por el modelo capitalista, enfocados en el crecimiento infinito del
PIB. La gran pregunta es si las víctimas del capitalismo logran organizarse en
un nuevo modelo político, social y económico; o, si se dejan conducir por el
binomio capitalistas-clases políticas, hacia un modelo político represor y
fascista. Por otro lado, ¿el modelo de Estado-nación, que implica una
competencia exacerbada – cuando no una guerra abierta entre sus miembros –
apoya los supuestos de Spinoza? El modelo político, hoy dominante, engloba
situaciones de competencia económica, así como de tensión política, cuando no
conduce a la guerra.
Autoría: Grazia
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