LAS ISLAS Y EL PEÑÓN
DANIEL CAMPIONE
A miles de kilómetros de distancia dos situaciones
coloniales persisten hasta hoy. Gran Bretaña preserva los últimos restos de un
imperio perdido, a costa de las soberanías argentina y española
Gibraltar, también conocido como “el peñón” o “la roca”, es un muy pequeño territorio de tan solo seis kilómetros cuadrados, ubicado en el extremo sur de la península ibérica, situado sobre el estrecho del mismo nombre, el que constituye la entrada al mar Mediterráneo desde el océano Atlántico.
Malvinas es la denominación abreviada que
designa tanto al archipiélago de ese nombre como a otras islas de menor
superficie en el Atlántico Sur, frente a la costa argentina.
Ambos territorios, muy alejados en lo geográfico,
como en muchos otros aspectos, tienen en común la circunstancia de estar
ocupados desde hace siglos por Gran Bretaña. La conquista de ambos
proviene de tiempos en que el Reino Unidos era la primera potencia comercial
del mundo y desplegaba un imperio colonial cada vez más vasto.
Hoy que ese poderío colonial es cosa del pasado se
mantiene sin embargo el dominio sobre ambas áreas.
Distantes y con mucho en común
Junto con el de Malvinas, Gibraltar constituye uno de
los dos únicos casos en que territorios sujetos a descolonización no son
considerados objeto del principio de libre determinación de los pueblos.
La situación de los dos ámbitos coloniales se halla
encuadrada en una resolución de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), la 1514, adoptada en 1960 y
atinente al proceso de descolonización.
La cláusula primera de la mencionada resolución
establece “la sujeción de pueblos a una subyugación, dominación y explotación
extranjeras constituye una denegación de los derechos humanos fundamentales, es
contraria a la Carta de las Naciones Unidas y compromete la causa de la paz y
de la cooperación mundiales.”
A esa condena genérica de cualquier situación de tipo
colonial, le sigue el segundo punto de la resolución, que establece el
principio de libre determinación: “Todos los pueblos tienen el derecho de libre
determinación; en virtud de este derecho, determinan libremente su condición
política y persiguen libremente su desarrollo económico, social y
culturas.”
La aplicación de ese principio ha llevado en general a
la independencia de las colonias afectadas.
Más adelante, la sexta cláusula se refiere a una
circunstancia no comprendida en la noción de libre determinación: “Todo intento
encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad
territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la
Carta de las Naciones Unidas.”
No aparece allí el supuesto de un pueblo entero
sometido a un poder externo, sino el de la mutilación del territorio de un
Estado ya soberano, forma a su vez de quebrar la “unidad nacional”. En esos
casos, no cabe el ejercicio de la autodeterminación, sino la búsqueda de la
restitución al país perjudicado del territorio del que se lo privó en su
momento.
Hay sólo dos ejemplos involucrados con claridad en
esta última categoría: Gibraltar y las islas Malvinas. Ambos territorios fueron
objeto del apoderamiento por la vía de conquista, con despliegue de fuerza
militar, con el consiguiente quiebre de la soberanía de España y
Argentina.
Sobre la base de la resolución 1514 se dictaron otras
disposiciones de la ONU que estimularon al establecimiento de negociaciones con
el Reino Unido para arribar a una solución, teniendo en cuenta los “intereses”
de la población de esos territorios. El hecho de imponer el resguardo de
intereses, no de la voluntad, resulta un corolario de la exclusión de la libre
determinación.
Las resoluciones dictadas en la línea de continuidad
de la primera exhortan, por ejemplo, en el caso argentino, «a proseguir sin
demora las negociaciones… a fin de encontrar una solución pacífica al problema,
teniendo debidamente en cuenta las disposiciones y los objetivos de la Carta de
las Naciones Unidas y de la resolución 1514 (XV) de la Asamblea General, así
como los intereses de la población de las Malvinas (Falkland Islands)».
Un rasgo en común es que, tanto en Gibraltar como en
Malvinas, Gran Bretaña no acató las disposiciones, e intentó la aplicación
unilateral del principio de libre determinación, en abierta contradicción con
las disposiciones de la ONU. Sendos referéndums pretendieron fijar la
decisión de los pobladores de permanecer bajo la soberanía británica. Hubo dos
en Gibraltar, el primero en 1967 y el segundo en 2002. En Malvinas se produjo
uno en 2013.
Como era del todo previsible, todas esas
compulsas han dado resultados abrumadores a favor de la persistencia de la
soberanía británica. Es lógico, al tratarse de consultas a súbditos británicos
que en su mayoría tienen esa procedencia, hablan su lengua y están
identificados con su cultura.
A modo de complemento de la pretensa ratificación de
la soberanía, el Reino Unido otorgó la plena ciudadanía británica a malvinenses
y gibraltareños.
Un experto español, Antonio Remiro Brotóns sostiene:
“Malvinas y Gibraltar son los dos únicos supuestos en los que no se aplica a
una población colonial la libre determinación, por considerarse que esa población
es una hechura de la potencia que administra el territorio no autónomo.”
Lo que remite al hecho histórico de que las
poblaciones radicadas allí al momento de la conquista fueron desplazadas y
reemplazadas por otros pobladores, provenientes de la potencia usurpadora. O
establecidos allí por voluntad de la misma.
El predominio británico también se afianza en la
actualidad por la posesión de importantes recursos económicos en ambas
colonias. “La roca” se ha convertido en sede de entidades financieras y otras
empresas; con características próximas a un “paraíso fiscal”. La explotación de
recursos pesqueros y energéticos en el Atlántico Sur ha convertido también a
las islas en un ámbito de importantes ganancias capitalistas.
Las similitudes existentes entre el ejemplo de
Gibraltar y el de Malvinas no obstan a captar las diferencias entre los dos
procesos coloniales.
Importantes diferencias
Gibraltar fue conquistada, en 1704, como parte de
operaciones bélicas, en una contienda de escala europea, la llamada “Guerra de
Sucesión de España.” La tomó una fuerza angloholandesa. Cuando casi una década
más tarde se suscribió la paz, en el acuerdo conocido como “Tratado de
Utrecht”, de 1713, el monarca español cedió a Gran Bretaña el peñón (junto con
la isla de Menorca, luego recuperada).
La disposición correspondiente del tratado disponía la
cesión de: “La plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar,
junto con su puerto, defensas y fortaleza que le pertenecen, dando la dicha
propiedad absolutamente, para que la tenga y goce con entero derecho y para
siempre, sin excepción ni impedimento alguno.”
Ya en el siglo XIX esa transferencia original
fue ampliada de hecho por los británicos, que pasaron a ocupar la mayor parte
del llamado “istmo” de Gibraltar, una franja de terreno en la que no había
población ni instalaciones de ningún tipo hasta ese momento, pero que seguía
bajo dominio hispánico. Mucho después, en 1908, las autoridades británicas
erigieron un símil de puesto fronterizo, conocido como “la verja” para afianzar
el nuevo límite de la colonia, que no guarda correspondencia con lo acordado en
Utrecht en 1713.
En el ejemplo argentino, la toma por los británicos
quedó en cambio reducida al mero uso de la fuerza militar. Jamás hubo ningún trato
o convenio por el que Argentina cediera soberanía. Ocupadas las islas en
1833, Gran Bretaña prosiguió con el dominio de hecho hasta la actualidad.
Otra diversidad importante está marcada porque
por parte española sólo se produjeron acciones armadas en busca de una
recuperación de “la roca” durante el siglo XVIII. Después los actos españoles
incluyeron, además del tratamiento diplomático: presiones económicas, erección
de fortificaciones a modo de amenaza y hasta el cierre del límite gibraltareño,
la mencionada “verja”, en un bloqueo que duró de 1969 a 1985. Pero no ya
operaciones bélicas.
En Argentina tuvo lugar un prolongado transcurso de
gestiones diplomáticas y otros actos de progresivo acercamiento. En virtud de
un acuerdo de 1971 se establecieron servicios aéreos y marítimos regulares;
comunicaciones postales, telegráficas y telefónicas; y la Argentina asumió el
compromiso de cooperar en los campos de la salud, educacional, agrícola y
técnico.
Todo eso no impedía que el Estado británico prosiguiera
con acciones unilaterales, como ser en materia de exploración de los recursos
naturales del territorio isleño y de las aguas adyacentes.
Ese proceso fue interrumpido por una
“reconquista” armada, el 2 de abril de 1982. La justicia del reclamo de fondo
quedó contaminada porque la acción provenía de una dictadura atroz, que
pretendía erigir la recuperación de las islas en fuente de su perpetuación en
el poder.
Como es sabido, Gran Bretaña, con el apoyo de
EE.UU y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)
impuso su superioridad militar para retomar el archipiélago.
La voluntad del Reino Unido de mantener su
dominio sobre las islas se vio reforzada de modo considerable a partir de esos
sucesos. Lo mismo ocurrió con el deseo de los isleños de desechar los vínculos
que se habían establecido con anterioridad con Argentina.
El imperturbable dominio británico
Ambos territorios conquistados y usurpados han
permanecido bajo el dominio británico a lo largo de los siglos. Siguen hasta
hoy como una rémora del pasado colonial. Se los clasifica por el Reino Unido
desde hace algunos años como “territorios británicos de ultramar”. Más de seis
décadas de resoluciones en el sentido de la descolonización no han derivado en
un traspaso de soberanía, como ya se ha expresado.
No se trata de revestir los reclamos de
restitución de un nacionalismo exacerbado, sino de apuntar contra la
pervivencia del avasallamiento de la integridad territorial de Argentina y
España.
Desde esa mirada, ni el transcurso del tiempo, ni
episodios militares, ni las apelaciones a la voluntad de los habitantes de esos
territorios pueden invalidar el reclamo.
Se necesita una reflexión profunda acerca de las
políticas de los Estados respectivos a lo largo del tiempo. En lo que por
supuesto está incluida la visión crítica hacia la acción iniciada el 2 de abril
de 1982 por la criminal dictadura que estaba masacrando al pueblo
argentino. https://www.alainet.org/es/articulo/215258
DANIEL CAMPIONE
A miles de kilómetros de distancia dos situaciones
coloniales persisten hasta hoy. Gran Bretaña preserva los últimos restos de un
imperio perdido, a costa de las soberanías argentina y española
Gibraltar, también conocido como “el peñón” o “la
roca”, es un muy pequeño territorio de tan solo seis kilómetros cuadrados,
ubicado en el extremo sur de la península ibérica, situado sobre el estrecho
del mismo nombre, el que constituye la entrada al mar Mediterráneo desde el
océano Atlántico.
Malvinas es la denominación abreviada que designa
tanto al archipiélago de ese nombre como a otras islas de menor superficie en
el Atlántico Sur, frente a la costa argentina.
Ambos territorios, muy alejados en lo geográfico,
como en muchos otros aspectos, tienen en común la circunstancia de estar
ocupados desde hace siglos por Gran Bretaña. La conquista de ambos
proviene de tiempos en que el Reino Unidos era la primera potencia comercial
del mundo y desplegaba un imperio colonial cada vez más vasto.
Hoy que ese poderío colonial es cosa del pasado se
mantiene sin embargo el dominio sobre ambas áreas.
Distantes y con mucho en común
Junto con el de Malvinas, Gibraltar constituye uno de
los dos únicos casos en que territorios sujetos a descolonización no son
considerados objeto del principio de libre determinación de los pueblos.
La situación de los dos ámbitos coloniales se halla
encuadrada en una resolución de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), la 1514, adoptada en 1960 y
atinente al proceso de descolonización.
La cláusula primera de la mencionada resolución
establece “la sujeción de pueblos a una subyugación, dominación y explotación
extranjeras constituye una denegación de los derechos humanos fundamentales, es
contraria a la Carta de las Naciones Unidas y compromete la causa de la paz y
de la cooperación mundiales.”
A esa condena genérica de cualquier situación de tipo
colonial, le sigue el segundo punto de la resolución, que establece el
principio de libre determinación: “Todos los pueblos tienen el derecho de libre
determinación; en virtud de este derecho, determinan libremente su condición
política y persiguen libremente su desarrollo económico, social y
culturas.”
La aplicación de ese principio ha llevado en general a
la independencia de las colonias afectadas.
Más adelante, la sexta cláusula se refiere a una
circunstancia no comprendida en la noción de libre determinación: “Todo intento
encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad
territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la
Carta de las Naciones Unidas.”
No aparece allí el supuesto de un pueblo entero
sometido a un poder externo, sino el de la mutilación del territorio de un
Estado ya soberano, forma a su vez de quebrar la “unidad nacional”. En esos
casos, no cabe el ejercicio de la autodeterminación, sino la búsqueda de la
restitución al país perjudicado del territorio del que se lo privó en su
momento.
Hay sólo dos ejemplos involucrados con claridad en
esta última categoría: Gibraltar y las islas Malvinas. Ambos territorios fueron
objeto del apoderamiento por la vía de conquista, con despliegue de fuerza
militar, con el consiguiente quiebre de la soberanía de España y
Argentina.
Sobre la base de la resolución 1514 se dictaron otras
disposiciones de la ONU que estimularon al establecimiento de negociaciones con
el Reino Unido para arribar a una solución, teniendo en cuenta los “intereses”
de la población de esos territorios. El hecho de imponer el resguardo de
intereses, no de la voluntad, resulta un corolario de la exclusión de la libre
determinación.
Las resoluciones dictadas en la línea de continuidad
de la primera exhortan, por ejemplo, en el caso argentino, «a proseguir sin
demora las negociaciones… a fin de encontrar una solución pacífica al problema,
teniendo debidamente en cuenta las disposiciones y los objetivos de la Carta de
las Naciones Unidas y de la resolución 1514 (XV) de la Asamblea General, así
como los intereses de la población de las Malvinas (Falkland Islands)».
Un rasgo en común es que, tanto en Gibraltar como en
Malvinas, Gran Bretaña no acató las disposiciones, e intentó la aplicación
unilateral del principio de libre determinación, en abierta contradicción con
las disposiciones de la ONU. Sendos referéndums pretendieron fijar la
decisión de los pobladores de permanecer bajo la soberanía británica. Hubo dos
en Gibraltar, el primero en 1967 y el segundo en 2002. En Malvinas se produjo
uno en 2013.
Como era del todo previsible, todas esas
compulsas han dado resultados abrumadores a favor de la persistencia de la
soberanía británica. Es lógico, al tratarse de consultas a súbditos británicos
que en su mayoría tienen esa procedencia, hablan su lengua y están
identificados con su cultura.
A modo de complemento de la pretensa ratificación de la
soberanía, el Reino Unido otorgó la plena ciudadanía británica a malvinenses y
gibraltareños.
Un experto español, Antonio Remiro Brotóns sostiene:
“Malvinas y Gibraltar son los dos únicos supuestos en los que no se aplica a
una población colonial la libre determinación, por considerarse que esa
población es una hechura de la potencia que administra el territorio no
autónomo.”
Lo que remite al hecho histórico de que las
poblaciones radicadas allí al momento de la conquista fueron desplazadas y
reemplazadas por otros pobladores, provenientes de la potencia usurpadora. O
establecidos allí por voluntad de la misma.
El predominio británico también se afianza en la
actualidad por la posesión de importantes recursos económicos en ambas
colonias. “La roca” se ha convertido en sede de entidades financieras y otras
empresas; con características próximas a un “paraíso fiscal”. La explotación de
recursos pesqueros y energéticos en el Atlántico Sur ha convertido también a
las islas en un ámbito de importantes ganancias capitalistas.
Las similitudes existentes entre el ejemplo de
Gibraltar y el de Malvinas no obstan a captar las diferencias entre los dos
procesos coloniales.
Importantes diferencias
Gibraltar fue conquistada, en 1704, como parte de
operaciones bélicas, en una contienda de escala europea, la llamada “Guerra de
Sucesión de España.” La tomó una fuerza angloholandesa. Cuando casi una década
más tarde se suscribió la paz, en el acuerdo conocido como “Tratado de
Utrecht”, de 1713, el monarca español cedió a Gran Bretaña el peñón (junto con
la isla de Menorca, luego recuperada).
La disposición correspondiente del tratado disponía la
cesión de: “La plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar,
junto con su puerto, defensas y fortaleza que le pertenecen, dando la dicha
propiedad absolutamente, para que la tenga y goce con entero derecho y para
siempre, sin excepción ni impedimento alguno.”
Ya en el siglo XIX esa transferencia original
fue ampliada de hecho por los británicos, que pasaron a ocupar la mayor parte
del llamado “istmo” de Gibraltar, una franja de terreno en la que no había
población ni instalaciones de ningún tipo hasta ese momento, pero que seguía
bajo dominio hispánico. Mucho después, en 1908, las autoridades británicas erigieron
un símil de puesto fronterizo, conocido como “la verja” para afianzar el nuevo
límite de la colonia, que no guarda correspondencia con lo acordado en Utrecht
en 1713.
En el ejemplo argentino, la toma por los británicos
quedó en cambio reducida al mero uso de la fuerza militar. Jamás hubo ningún
trato o convenio por el que Argentina cediera soberanía. Ocupadas las
islas en 1833, Gran Bretaña prosiguió con el dominio de hecho hasta la
actualidad.
Otra diversidad importante está marcada porque
por parte española sólo se produjeron acciones armadas en busca de una
recuperación de “la roca” durante el siglo XVIII. Después los actos españoles
incluyeron, además del tratamiento diplomático: presiones económicas, erección
de fortificaciones a modo de amenaza y hasta el cierre del límite gibraltareño,
la mencionada “verja”, en un bloqueo que duró de 1969 a 1985. Pero no ya
operaciones bélicas.
En Argentina tuvo lugar un prolongado transcurso de
gestiones diplomáticas y otros actos de progresivo acercamiento. En virtud de
un acuerdo de 1971 se establecieron servicios aéreos y marítimos regulares;
comunicaciones postales, telegráficas y telefónicas; y la Argentina asumió el
compromiso de cooperar en los campos de la salud, educacional, agrícola y
técnico.
Todo eso no impedía que el Estado británico
prosiguiera con acciones unilaterales, como ser en materia de exploración de
los recursos naturales del territorio isleño y de las aguas adyacentes.
Ese proceso fue interrumpido por una
“reconquista” armada, el 2 de abril de 1982. La justicia del reclamo de fondo
quedó contaminada porque la acción provenía de una dictadura atroz, que
pretendía erigir la recuperación de las islas en fuente de su perpetuación en
el poder.
Como es sabido, Gran Bretaña, con el apoyo de EE.UU
y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) impuso
su superioridad militar para retomar el archipiélago.
La voluntad del Reino Unido de mantener su
dominio sobre las islas se vio reforzada de modo considerable a partir de esos
sucesos. Lo mismo ocurrió con el deseo de los isleños de desechar los vínculos
que se habían establecido con anterioridad con Argentina.
El imperturbable dominio británico
Ambos territorios conquistados y usurpados han
permanecido bajo el dominio británico a lo largo de los siglos. Siguen hasta
hoy como una rémora del pasado colonial. Se los clasifica por el Reino Unido
desde hace algunos años como “territorios británicos de ultramar”. Más de seis
décadas de resoluciones en el sentido de la descolonización no han derivado en
un traspaso de soberanía, como ya se ha expresado.
No se trata de revestir los reclamos de
restitución de un nacionalismo exacerbado, sino de apuntar contra la
pervivencia del avasallamiento de la integridad territorial de Argentina y
España.
Desde esa mirada, ni el transcurso del tiempo, ni
episodios militares, ni las apelaciones a la voluntad de los habitantes de esos
territorios pueden invalidar el reclamo.
Se necesita una reflexión profunda acerca de las
políticas de los Estados respectivos a lo largo del tiempo. En lo que por
supuesto está incluida la visión crítica hacia la acción iniciada el 2 de abril
de 1982 por la criminal dictadura que estaba masacrando al pueblo
argentino. https://www.alainet.org/es/articulo/215258
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