EL REY SENTADO
GERARDO TECÉ
Cómo están los máquinas, preguntó lo primero de todo el emérito desde la escalerilla del avión privado recién aterrizado en el aeropuerto de Vigo. Bien, bien, bien, respondió Pedro Campos Calvo-Sotelo, a pie de pista. Sobrino de expresidente del Gobierno, hijo de exitoso empresario, por lo tanto regatista de profesión y por lo tanto amigo del emérito, al que esperaba en su todoterreno para llevarlo a lo que algunos medios que acamparon frente a la mansión de Pablo Iglesias describen como “modesto chalet en el que el monarca pasará los próximos días de manera discreta”.
Segunda Venida DC
–del campechano– a España desde aquel agosto de 2020 en el que una serie de
asuntos judiciales aún sin desactivar y la ruptura con la nueva dirección
artística de la Zarzuela motivaron que el inventor de la democracia saliese de
misiones a democratizar Abu Dabi. Hay que normalizar las visitas del emérito a
España, defendía el diario El Mundo en un editorial publicado durante la
Primera Venida DC, en mayo de 2022, una vez esos asuntos judiciales “se
resolvieron”, como diría Marlon Brando en El Padrino. El periódico que en los
noventa presumía de ser látigo contra la corrupción pedía naturalizar la idea
de que el rey Juan Carlos no era más que un ciudadano como otro cualquiera tras
haberse librado, igual que se hubiera librado otro ciudadano cualquiera, de la
acción de la Justicia. Años de mangazos multimillonarios en nombre de España a
lo largo del planeta, en una circunnavegación que hubieran firmado los pobres
Magallanes y Elcano, no deben empañar la figura de Juan Carlos ni el cariño de
su pueblo. Defendía aquel editorial que sería positivo, por tanto, que saliese
y entrase de este, que es su país, sin que el asunto generase en la sociedad
revuelo alguno ni especial atención. Construir el futuro sobre los cimientos de
la amnesia siempre ha sido la forma correcta de concebir España. En esas
seguimos.
Construir el futuro
sobre los cimientos de la amnesia siempre ha sido la forma correcta de concebir
España
Durante los
próximos días disfrutaremos de imágenes del emérito yendo a cenar por Sanxenxo
con buenos amigos –esperemos que invite/mos–; de saludos desde el coche a
amables periodistas que preguntarán si tenía muchas ganas de volver a España;
de gritos de Viva El Rey de los plebeyos que no faltarán a la cita. Haremos
caso a aquel editorial de El Mundo. Iremos trazando una hoja de ruta
consistente en que cada Nueva Visita DC normalice un poco más que la anterior
una idea tan ambiciosa como factible por esta tierra: en España es compatible, e
incluso recomendable, ser conscientes de que un Jefe del Estado se entregó
durante décadas a la corrupción, con salir a desearle suerte en la próxima
regata.
Juan Carlos viene a
entrenar. A prepararse para un campeonato que se disputará el próximo verano en
Reino Unido. Competirá, hemos sabido, en una especie de embarcación –disculpen
mi nulo vocabulario marítimo, lo más sofisticado que he tripulado fue un
flotador de flamenco cuando se pusieron de moda–, habilitada especialmente para
que el monarca, dado su delicado estado de salud, pueda estar sentado durante
la regata. Si todo va bien y en verano su embarcación gana el campeonato, los
titulares igualmente proclamarán a Juan Carlos campeón. Como lo proclamó
campeón la democracia. Como lo proclamó campeón la justicia. ¿Qué es la
monarquía, si no eso, Valtonyc, máquina?
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