viernes, 21 de abril de 2023

EL DÍA QUE NO MURIÓ GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

 

EL DÍA QUE NO MURIÓ GABRIEL

 GARCÍA MÁRQUEZ

JONATHAN MARTÍNEZ

Periodista

De izquierda a derecha: Eduardo Inda, Ana Rosa

Quintana y Javier Negre

Era el año 2000 o 2001. Nosotros éramos jóvenes y ni siquiera imaginábamos que fuera posible ser otra cosa. Nos gustaban los libros. Habíamos leído a Rimbaud y a Baudelaire y soñábamos con ser poetas malditos, vestirnos con abrigos raídos y beber lingotazos de absenta entre espirales de humo en las tertulias cafeteras de alguna ciudad con renombre bohemio, tal vez París, puede que en Montmartre o en Montparnasse. Queríamos dejar una obra deslumbrante en el olimpo de la posteridad pero apenas habíamos estampado un puñado de versos tristes en revistas de andar por casa. Estábamos enfermos de literatura. Literatosis, lo llamó Juan Carlos Onetti.

 

Por eso nos conmovió tanto la noticia, que había llegado adjunta en un correo electrónico después de una interminable travesía de reenvíos. Gabriel García Márquez había contraído un cáncer incurable y se despedía del mundo con un poema que celebraba los placeres más sencillos de la existencia, un beso, una sonrisa, la mano de un recién nacido o un rayo de sol en plena cara. "Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera. Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz".

 

Internet era un invento tan reciente y esquemático que aún confiábamos en la buena voluntad de las noticias cibernéticas. No disponíamos de conexión doméstica, así que nos enganchábamos a los ordenadores de la biblioteca del barrio o visitábamos a algún amigo mejor equipado que nosotros. Entonces el módem emitía un chillido de cerdo degollado y el monitor parpadeaba con los colores de Windows 98. Descargábamos en Napster la canciones de Limp Bizkit y buscábamos en Altavista las cartas del subcomandante Marcos. En el Rincón del Vago copiábamos las redacciones de otros alumnos y campábamos con temeridad por la salas de chat de IRC.

 

El caso es que los días fueron corriendo y Gabriel García Márquez demostraba una resistencia heroica a la enfermedad mientras la historia nos pasaba por encima igual que una estampida de elefantes. Las torres gemelas se desplomaron y Estados Unidos cayó como el fuego sobre Kabul. Timor Oriental se independizó de Indonesia. El transbordador espacial Columbia se hizo trizas en el aire y una coalición internacional de militares y petroleras convirtió Iraq en un vertedero de cadáveres. En algún momento de la película, la salud de García Márquez dejó de preocuparnos e incluso llegamos a pensar que era él quien iba a terminar enterrándonos a nosotros.

 

He sabido la verdad mucho después, cuando ya no importaba demasiado. Por lo visto, el periodista peruano Mirko Lauer había divulgado el poema de la discordia en el diario La República. El texto era real como la vida misma pero no pertenecía a Gabriel García Márquez sino que era el monólogo del muñeco de un ventrílocuo llamado Johnny Welch. Cuando el novelista colombiano descubrió la expansión del bulo, celebró una rueda de prensa para espantar los rumores. "Quiero decirles que estoy vivo y que lo único que me podría matar es que digan que yo escribí algo tan cursi". A nosotros nos llegó el bulo pero nunca supimos del desmentido.

 

Con los años, nuestras pretensiones románticas se fueron disipando. Ya no nos interesaba tanto la poesía francesa ni el malditismo y tampoco considerábamos una buena idea morir de tuberculosis en una casa de reposo. El periodismo, que alguna vez nos pareció una tarea prosaica y casi innoble, terminó por ofrecernos un refugio. García Márquez lo llamó "el mejor oficio del mundo" en una vieja tribuna que denuncia el vacío ético de aquellos que persiguen la primicia a cualquier precio. Así han proliferado las malas prácticas, "equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal".

 

Gabriel García Márquez murió en 2014. Dos años antes, un bromista italiano llamado Tommasso Debenedetti se había hecho pasar por Umberto Eco y había anunciado en Twitter el fallecimiento del escritor colombiano. La mentira fluyó a tal velocidad por las arterias de las redes sociales que el presidente de la Fundación Gabo, Jaime Abello, tuvo que publicar un desmentido. Durante sus primeros años como periodista, Debenedetti había difundido entrevistas ficticias con toda clase de celebridades. Con el tiempo se ha hecho famoso por fabricar noticias falsas con la celeridad de un churrero. Su intención es "demostrar que los medios de comunicación no comprueban nada y que es fácil manipularlos".

 

Las bromas de Debenedetti arrojan una mirada cínica sobre la maltrecha reputación del gremio. Los bulos ya no son un desvío esporádico de la información ni obedecen a un ocasional malentendido sino que se manufacturan en serie, sin pausa ni remordimiento, igual que cualquier otro bien de consumo en una cadena de montaje. Algo ha cambiado en las entrañas mismas de Internet para que los falsificadores se hayan rodeado de prestigio institucional y cuenten con el lucrativo aval de los grandes grupos de prensa. El mentiroso voluntario, el repartido de patrañas, no padece el repudio de los demás profesionales sino que es convidado a todos los banquetes, sentado en todos los platós y engordado con el puchero de todas las subvenciones públicas.

 

Leo en La Marea que el Madrid de Díaz Ayuso soltó 200.000 euros a la empresa de Ana Rosa Quintana. Leo en El Salto que la Xunta de Feijóo soltó 50.000 euros al canal de YouTube de Javier Negre. Leo en Público que los gobiernos del PP han soltado no menos de 300.000 euros al blog de Eduardo Inda. Ana Rosa, por cierto, acaba de recibir una medalla de honor en el Senado "por su lucha por el fin del terrorismo de ETA". Su compromiso va más allá del deber. En 2020, le afeó a Rafael Simancas que hubiera acordado con los independentistas vascos la derogación de la reforma laboral y la prórroga del estado de alarma. "EH Bildu tiene a sus espaldas muchas muertes de españoles". Dos años después, los tribunales la obligaron a rectificar en directo.

 

Cada vez que algún estudiante de periodismo me cuenta sus esperanzas profesionales, no puedo reprimir una mueca de compasión y desconsuelo. Vista la degradación del runrún comunicativo, me parece más prometedor el oficio de poeta maldito y tal vez no sea el peor de los destinos terminar agonizando de sífilis en una buhardilla parisina. Cómo explicarles que la honestidad profesional se paga con la precariedad y con la indiferencia. Cómo decirles que los que llegan a todo lo alto, los escultores de la opinión pública, los propietarios de todas las pantallas, son aquellos que todavía hoy siguen día tras día matando a García Márquez.

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